Crónica

La Copa gana a Llull para la historia (76-77)

¡Increíble! Un tiro de Sergio Llull a una décima del final da el título al Real Madrid por 76-77 en un final antológico en el que el Barça había remontado adelantándose a 15 segundos del final. Esta final pasará a la historia de la Copa del Rey. Nikola Mirotic, MVP Orange

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Redacción, 9 Feb. 2014.- Porque la historia es eso que nos cuentan y también lo que vivimos. Porque las leyendas, cuando los ojos de uno son testigos de ellas, serán siempre mucho más grandes. Y porque, el ganador y el caído, así como el neutro o ajeno, hablarán siempre de una de esas canastas que, nada más entrar, ya son Historia, con la mayúscula que precede a lo único, a lo extraordinario.

Llull se vistió de Herreros y el Real Madrid cantó victoria. Más bien la gritó, como se gritan las victorias conseguidas con agonía. Porque el tiro de Llull a falta de una décima, además de tener aroma a Solozábal o a Creus, aroma a las más bellas historias que siempre harán especial este torneo, fue liberación, fue trofeo, fue todo para un Real Madrid que escribe otra página de oro en su historia, el vigesimocuarto capítulo del libro de sus Copas conquistadas, venciendo al eterno rival por 76-77 en un encuentro que, con el tiempo, ganará a la hora de ser analizado.


Porque, aún siendo dos equipos tan igualados, rivales eternos que incluso compartían títulos de Copa (23 hasta hoy), costará encontrar en la hemeroteca un encuentro más nivelado y tenso –de esa tensión que a veces parece pesada, otras frenética y otras lleva un poco de las dos- que este, en el que en el primer cuarto ningún equipo se separó de su rival por más de 4 puntos y, en todo el partido, la máxima renta fue de 7. Justo ahí, el Barça grande, el que todos anticiparon antes de esta Copa, el que no falló a nadie, apareció, con una reacción heroica, culminada con 2+1 de Oleson a falta de 8 segundos. Hubiera supuesto el título… pero apareció Llull.

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La igualdad es ley

Los protagonistas tenían bien aprendida la lección. Tanto repetirse el uno al otro que iba a ser un partido igualado, que las diferencias serían cortas y que no había favorito, que ambos firmaron una especie de no agresión durante toda la primera mitad. Fue una paz relativa y ambigua, con más pinta de guerra fría que de alto al fuego. Respeto, ninguno. Intensidad, toda. Muchos golpes en ambas zonas, tensión y dureza, pero poca lucidez por parte de ambos para coger el partido en sus manos y terminar de hacerlo suyos.

El 4-8 favorable al Real Madrid, tras el triple de Mirotic, fue la máxima renta de cualquiera de los 2 equipos en 20 minutos. ¡4 puntos! En márgenes tan cortos, el marcador se mareaba entre cambios de alternativa o empates, muy constantes. El Barça miraba a los ojos de su juego interior desde el salto inicial. Tomic rompía la zona rival sin esfuerzo y Lorbek ejercía de escudero perfecto. Con 6 puntos de cada uno, el cuadro blaugrana empataba a 12 en el minuto 6. Primer reset del partido. Y los que quedaban por el camino.

El choque, todo lo que tenía de disputado y agresivo lo tenía también de espeso. La ausencia de dueño claro daba emoción, sí, pero la sensación común era de que ambos equipos estaban lejos de su techo y que el choque se podía romper a poco que cualquier de sus protagonistas encadenase varios instantes de lucidez. La de Oleson, con canasta sobre la bocina, le servía al menos a su equipo para acabar el primer cuarto mandando: 17-16. Era solo un ensayo para lo que tenía reservado como epílogo del partido.

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El impulso de Abrines

El Chacho entraba en pista y amenazaba con volver a formar un polvorín en cuanto el balón llegase a sus manos. No obstante, el del alley-oop a Slaughter en la primera jugada no salió de las suyas sino de Reyes. La jugada anunciaba cambios pero el partido, lejos de hacerlo, se volvió aún más trabado y lento.

Ni una concesión, ni un regalo, ni una canasta fácil. Más bien, ni una canasta. Así, en general, más allá de un par de Tomic (25-22, m.13), oasis en el desierto. Contacto a contacto, falta a falta, tiro libre a tiro libre. Un bucle que alcanzó los 20 tiros libres en este cuarto para los dos equipos, que seguían con su particular carrera de relevos desde el 4,60. Los madridistas, con Reyes bregando en la zona, le dieron la vuelta a la tortilla (28-31, m.16) antes de que, por fin, un par de destellos le dieran vida al partido.

Una vez, Abrines dijo que no, que él no quería ser Rudy, balear como él, con el que siempre habían comparado. Que él prefería ser Navarro. Quizá por ello eligió cambiar la elástica del anfitrión de la Copa por la blaugrana, lo que le costó el carrusel de silbidos del Martín Carpena. Alumno de un ídolo. Y rival de una némesis que lleva el 5 dorado. Como en semifinales, el ruido le hizo meterse más en el partido, con 2 triples prácticamente seguidos, el último un golpe en la mesa y una reivindicación más propia de su referente Navarro, que se encargó de cerrar el cuarto con la máxima (42-38) para su equipo en toda la primera parte. Y de la segunda... también.

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Y por fin, el frenesí

Sin saberlo, Abrines, le había quitado el arnés al partido. De ahí, el choque se convirtió en un cuerpo a cuerpo igual de duro que cuando las faltas reinaban. Ya no había márgenes de seguridad, ni redes ni colchonetas. Y en lugar de procurar no caer, cada conjunto pensó, más en bien, en arrojar al vacío a su rival.

Y el frenesí se apoderó de todo. 2+1 de Llull, réplica de Tomic. Triple de Rudy y enceste de Borousis respondidos con otro triple de Huertas. Y, tras él, otro de Rudy. 47-49 (m.23). La locura. En ese momento, acababa de empezar el partido. Las canastas sucedían a los tiros libres y los gestos, a las faltas.

El de Rudy Fernández, en su momento más salvaje del partido, con grito en la mismísima cara de Papanikolaou tras su contraataque. Simbólico, duro, ganador. El de Huertas, tras echarse en la espalda a todo su equipo cuando el Barça amenazaba con la deriva. El brasileño también gritaba, pero él a sus compañeros, después de cada acierto -6 puntos seguidos-, después de cada emergencia salvada (53-53, m.27). Draper dio la réplica con otros 5 y entre Lorbek y Dorsey, antes y después de una tangana, dejaron el escenario perfecto (59-60) para el cuarto final. ¿Nadie sabía aún que sería histórico?

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El Tiro de Llull

Dorsey había frenado el primer intento serio de escapada madridista (62-60, m.31) , aunque en la pista estaba un tal Nikola Mirotic, que, en plena carrera con Rudy Fernández –o Huertas, si ganaba el Barça- por el MVP Orange, decidió dar un zarpazo al premio y dar un zarpazo a la final, con unos minutos de locura que equivalieron a medio título. Cuando el tiempo agonizaba y el grito del Martín Carpena le hizo mirar el reloj, el hijo del Monte Gorica anotó sobre la bocina. Ahí comenzó todo. Sergio Rodríguez recogió el guante con otros dos aciertos (64-68) y el propio Mirotic, tras un enorme tapón a Tomic, ponía la máxima a falta de dos minutos y medio (64-71) para acariciar la Copa del Rey.

Pero enfrente estaba el Barça. “Tengo por principio no aceptar nunca una derrota, de cualquier clase y sea quien sea quien me la inflige”, dijo en una ocasión Alexandra David-Néel. Ni para Navarro, ni para Nachbar la desventaja de 7 era insalvable. Un triple de Oleson y una canasta de Huertas obraban la heroica. El Barça se quedaba a solo 2 de su rival cuando el balón más quemaba (73-75). Tanto ardía que el Real Madrid perdió la bola y Oleson, cual Gomis en la final de 2009, se metió en la zona rival para anotar canasta y forzar el adicional. ¡Dentro! En un minuto y medio, el Barça había logrado lo más difícil: 76-75.

Ni siquiera hubo tiempo para pensar. Sergio Rodríguez botó una y mil veces, qué más daba, buscando el error, el hueco, el pase, el tiro o lo que diablos fuera para llevarse una Copa. Un quiebre, dos, un salto, un instante clavado en el aire, como si nunca quisiera bajar del olimpo. Sin más opciones, cuando la bocina final parecía teñir la Copa de blaugrana, Llull soltó un grito. El balón, cuál imán, voló de las manos desde Rodríguez. De Sergio a Sergio para ganar un título.

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Su tiro, escorado, a 6 metros y sin margen de error, hoy ya es historia. El de Herreros en Vitoria. El de Solozábal, el de Creus, el de Llull. La santa trilogía. El balón entró (76-77) y el Real Madrid enloqueció, mientras Oleson le daba un puñetazo al aire, dolor real, reacción auténtica, la del héroe destronado por una maldita décima. Aún le quedó al Barça ese tiempo, un suspiro, una vida, para intentar cambiar aún más la historia con un alley –oop pero el toque leve de balón de Tomic se perdió en el limbo. El Real Madrid acababa de ganar la Copa. La Copa acababa de ganar a Llull.