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Pedro Ferrándiz. Diez anécdotas para el Hall of Fame

Érase una vez un presidente del CSD que ante los galardones logrados por Pedro Ferrándiz, no se le ocurre otra cosa que decir que "esas medallas se concedían con mucha facilidad en tiempos de Franco". Réplica: "Y mis cuatro Copas de Europa? ¿Es que piensa que las gané cantando el Cara al Sol?". En espera de lo que decida ese consejo de 24 hombres sin piedad encargado de aprobar o no los ingresos en el Hall of Fame, el gran 'Pizarrín' repasa su triunfal carrera con diez recuerdos sin desperdicio

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Doce Ligas, otras tantas Copas, cuatro Copas de Europa, creador de la Operación Altura, fundador de la Asociaciones Española y Mundial de Entrenadores de Baloncesto, Orden del Mérito de la FIBA, Collar de la Orden Olímpica, Medalla de Oro al Mérito Deportivo, Gran Cruz de la Real Orden del Mérito Deportivo, Insignia de Oro y Brillantes y Placa de Oro del Real Madrid, padre de la Fundación que lleva su nombre' El único motivo para que este alicantino nacido un 20-N sea rechazado por segundo año consecutivo en el Hall of Fame es que en el majestuoso edificio Springfield no haya suficiente papel para imprimir su currículum o espacio para almacenar su ego. "¿Les apetece acompañarnos en este singular paseo por su vida?"

El día de la autocanasta


Era una jugada que tenía pensada porque la experiencia me había indicado que podía suceder. Lo que sí fue más casualidad es que la planteásemos en el hotel, justo antes de ese encuentro ante el Ignis de Varese, durante el visionado de un vídeo del rival que me había conseguido Kucharski (entrenador del Virtus), algo que, por otra parte, en esa época no se estilaba para nada, de ahí que se sorprendiera tanto Osterreicher, un delegado de la sección de fútbol del club que nos había acompañado a ese viaje. Lo de Alocén (a dos segundos del final, los italianos igualan el marcador en una jugada que se salda, también, con la quinta falta de uno de los americanos madridistas, Morrison. Entonces, en vista de que otro par de titulares estaban ya eliminados y, para evitar una prórroga que podía haber resultado fatal, el técnico ordena que Lorenzo, tras recibir el balón, anote en su propia canasta, echándose posteriormente las manos a la cabeza para simular un gran enfado por el supuesto error. Al principio, el público se mostró eufórico, pero uno de los jugadores rivales, el húngaro Toth, se dio cuenta rápidamente de que todo había sido premeditado. En la vuelta, los españoles vencieron por 23 puntos) ya lo sabréis, así que no me voy a extender mucho más. Eso sí, reconozco que pasamos una semana con un miedo espantoso, ya que no sabíamos cómo iba a reaccionar la FIBA: si sanción, si descalificación' Se nos pasó de todo por la cabeza, aunque al final se limitaron a cambiar el Reglamento'.

El día de los 14 minutos sin atacar


Entrenaba al juvenil del Madrid y jugábamos contra El Pilar. Yo siempre he odiado las defensas de zona, máxime en categorías inferiores. Ellos se pusieron así desde el principio del partido, por lo que, nada más ponernos por delante en el marcador, ordené al que tenía el balón en esos momentos que no hiciera absolutamente nada. O salen, o se termina esto, pensé yo. Madre mía' ¡Catorce minutos estuvo el pobre Sañudo quieto como una estatua! El chico tuvo hasta calambres. Al final, ante la reacción de furia de los seguidores que allí se encontraban, los árbitros 'tremendamente jóvenes y nerviosos- decidieron suspender aquel encuentro. Recuerdo que el diario Marca me criticó muchísimo por todo eso, pero lo cierto es que cuando se reanudó el juego 'otra tarde y a puerta cerrada- ellos se tuvieron que abrir y, por supuesto, ganamos'.

El día que no admitió a Alfonso Martínez en la selección


¿Fue un lunar en mi historial, un auténtico fracaso. De esta manera defino mi corta etapa al frente de la selección (1965), que se vio tremendamente marcada por la ausencia de Alfonso Martínez, el más alto y mejor jugador español de su generación, en el Eurobasket de Tiflis (URSS). 'Que por qué no estuvo? Porque se plantó un día tarde, sin justificación alguna, sólo porque le dio la gana, en la concentración de Navacerrada. Todavía me acuerdo de su llegada en taxi: ''Dónde vas?", le pregunté. "Pues adónde va a ser, a incorporarme al equipo", fue su respuesta. "Yo que tú no dejaría marcharse al taxi, que si no te vas a tener que volver andando a Madrid". Aquello nos costó el papelón posterior (12º puesto) y a mí una tremenda pitada en un amistoso que jugamos en Cataluña (el pívot pertenecía al Joventut). Pero no me arrepiento. Si habían confiado en mí para ese puesto era por la disciplina que había impuesto en el Madrid'.

El día que gané una Copa de Europa al final


1974, Nantes. Ganábamos por 78-74 a falta de dos minutos y medio, cuando Carmelo Cabrera cometió su quinta personal. El cambio teórico era Vicente Ramos, base titular, que ya se había despojado del chándal, cuando me vino la inspiración de confiar en un joven de 19 años llamado Juan Antonio Corbalán. No me equivoqué, pues sacó la quinta a Manuel Raga y otra falta a Edoardo Rusconi, convirtiendo los cuatro tiros libres, para asegurar nuestra victoria ante el Ignis de Meneghin (25 puntos) por 84 a 82. Había nacido un futuro líder para el baloncesto español, algo de lo que me había dado cuenta tiempo atrás, concretamente el día que, en un viaje continental, pretendíamos llevar unas botellas de vino a un ex jugador del club, Norbert Thimm. Y claro, como novato de turno, el delegado Paco Amescua le encargó que cargara con la caja. ¡Y el muchachito se negó!'.

El día que perdí una Copa de Europa al final


"En Barcelona, contra el CSKA Moscú, dos prórrogas, 103-99. Mi equipo estaba acostumbrado a jugar en canchas contrarias y hasta hostiles, pero aquello fue increíble, demasiado. Esas diez mil personas no pararon en ningún momento de animar a los rusos y, por extensión, de increparnos a nosotros. Jamás olvidaré la bandeja que falló Miles Aiken. ¡Joder, si la hubiera metido hasta yo! En fin, supongo que ahora tendría cinco Copas de Europa en vez de cuatro. No obstante, esos aficionados también se merecían una jornada de alegría, después de una década recibiendo palizas y más palizas. Pobrecitos''.

El día que obtuve el Título de Entrenador


'En la década de los 50 todavía residía en Alicante y me lo tuve que sacar por correspondencia, en el único año que se ha hecho así, según tengo entendido. El director de la Escuela, Fredi Borrás, nos remitió el examen final con una serie de problemas sobre hipotéticos casos reales que debíamos solucionar. No lo debí hacer tan mal, cuando saqué el número 1 de mi promoción. No podía ser de otra forma, evidentemente.

El día que me hice jugador


'También ocurrió en mi ciudad. Me han dicho que a San Pablo le pasó algo parecido: yo vi un partido de baloncesto, me caí del caballo y vi la luz. Era en un campo de tierra y quise jugar. No me costó mucho aprender, la verdad. Corría muchísimo, era bajito, jugaba de alero 'titular, que nadie lo dude- y llevaba el número seis de un equipo formado por un grupo de amigos que, faltaría más, carecía de entrenador. Menos mal, ya que a mí nunca me ha gustado obedecer; prefiero mandar. Supongo que no nos habríamos llevado muy bien'.

El día que fiché a Hightower


Fue la primera superestrella americana que llegó al Viejo Continente, donde permanecería una sola campaña, pero que nos metió en la final de la Copa de Europa, a la que no habíamos llegado nunca. "¿Que cómo pude ficharlo?" Por suerte. Suerte y habilidad. A pesar de deslumbrar en los Estados Unidos, él no podía ingresar en la NBA hasta terminar sus estudios, por lo que había decidido jugar una temporada con los Globetrotters. Enterado de esta situación, me planté en su Philadelphia natal, donde casualmente se celebraba un All Star a cuya gala él estaría invitado con casi total seguridad. No fue muy difícil colarse allí dentro, la verdad. En dicho acto se homenajeaba a Bob Cousy y yo, que traía conmigo una insignia de oro y brillantes del Madrid, dije que venía desde muy lejos para hacerle entrega de dicho obsequio. Desde luego, allí todos me miraban con una cara' Es más, yo creo que el propio agasajado ni se enteró de quién era yo, de dónde venía, de qué narices era España o el Real y que quizá hasta haya vendido ya el regalo. Pero yo al menos contraté a Wayne, lo que provocó, dicho sea de paso, un gran incidente con Abe Saperstein, el dueño de los HG, que posteriormente llegó a amenazarme por escrito con mover los hilos para que no me volvieran a dejar entrar en Estados Unidos. Sin embargo, terminamos siendo buenos amigos, aunque Hightower jugara para nosotros. Sólo fue una temporada, pues apenas se adaptó (en su fiesta de cumpleaños, por ejemplo, ofreció una tarta a sus compañeros y, sin decir palabra, se metió en la habitación y se durmió), pero su clase era infinita. De haberse quedado, estaríamos hablando de una figura inolvidable'.

El día que se viajó a Moscú por primera vez en la historia del deporte español


Como suena. En aquellos tiempos, estaba completamente prohibido competir en cualquier país del Telón de Acero. Hasta que Saporta y yo nos hartamos. Lógico, teníamos una eliminatoria contra el CSKA y si no acudíamos, quedábamos eliminados. Ante semejante panorama, no tardó en organizarse una encuentro con Castiella, ministro de Asunto Exteriores. Los argumentos 'el Real Madrid es el mejor embajador de España, y tal y tal'- parecían convencerle, aunque él nos dijo que el Caudillo sólo autorizaría la expedición si había plenas garantías de triunfo deportivo. Tocaba reunirse con él, en persona. 'Oye, si te pregunta, di que ganamos seguro. Seguro'. 'Pero don Santiago (Bernabéu), si a los rusos no hay quien les tosa'. 'Bueno, pero tú di que les vamos a dar una paliza'. Aún tengo fresca esa conversación, yendo en el coche. Así las cosas, efectivamente: me preguntaron, respondí lo que había que responder, es decir, mentí lo que había que mentir, y viaje autorizado. Por cierto, que vencimos. A ver, como para regresar derrotado''.

El día que renové a Joe Arlauckas


Ésta es de una época más reciente, de mis tareas como responsable de la sección de baloncesto del Real Madrid. A mis oídos había llegado que Arlauckas había firmado un precontrato con el Kinder para cuando acabara el año que le restaba con nosotros. Como con su agente (Glass) las cosas se hallaban bastante enconadas, decidí reunirme personalmente con el jugador. Nos fuimos a comer y el jugador me reconoció que le gustaría seguir en el club, pero' 'Mira, Joe, ten en cuenta que, a tu edad, igual la próxima temporada tenemos que pagar a una persona para que te lleve en silla de ruedas a los entrenamientos', le dije antes de proponerle lo siguiente: 'Mira, coge tu servilleta y anota la cantidad que estimes adecuada como ficha. Yo voy a hacer lo mismo y, a partir de ahí, vemos lo que pasa, si negociamos o nos despedimos como buenos amigos'. Él, que entonces cobraba un millón de dólares por temporada, puso 700.000, por lo que esa misma semana se firmaba la renovación. Supongo que ahora querrán saber lo que había escrito yo. Es fácil: simplemente, 'OK'".