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La mochila de Dirk Calvo

Porque a veces las mejores historias son las menos conocidas. Daniel Barranquero se embarca en un trepidante viaje de la mano de Álvaro Calvo, que emigró para triunfar en Suiza, República Dominicana, Venezuela, Brasil y Kosovo. Descubre las mil y un anécdotas del trotamundos al que llamaron Dirk

  

Redacción, 5 Mar. 2015.- “¡Ey, Nowitzki!”, escuchó en la calle cuando caminaba por el corazón de San Carlos de Tenerife, ese barrio dominicano con aroma canario, fundado por emigrantes del archipiélago a los que Carlos II permitió cruzar el charco en busca de un destino mejor allá por los finales del siglo XVII.

Año 2010. República dominicana. El sol brillante. Santo Domingo a los pies de la colina. El que pasa no habla alemán ni peina cabellos de oro. Ni siquiera hace justicia a su apellido. Se llama Álvaro Calvo, nació en Palencia y es, tan lejos de casa, un auténtico ídolo en un lugar donde las noticias se convierten en secretos para los de fuera. Acaba de empezar a escribir el capítulo más inesperado de su vida.



De Fordham a la ACB

Parecía predestinado. De padre jugador de balonmano y tío semi-profesional del básquet, la tradición deportiva de su familia le hizo acercarse a una pelota con curiosidad muy pronto a aquel niño nacido en Palencia y criado desde los 5 años en Valladolid, su verdadera casa. “Mis primeros recuerdos con este deporte son de ir a ver a mi padre jugar al balonmano y quedarme yo tirando en la cancha de al lado”.

Al chico se le daba bien y, tras destacar en su colegio, se ganó un hueco en el infantil del Forum, donde creció y creció, no solo en centímetros. “Fui dos veces campeón de España con Castilla y León y, con el Valladolid, acabamos terceros del país. Sin duda son los mejores años de mi carrera, jugando con los amigos de toda la vida sin presión ni preocupaciones. Cuando uno es joven uno no le da tanta importancia a estos momentos y con el paso de los años acabas extrañándolos”.

Hay jugadores que se crían en casa para luego volar fuera y otros que van fuera para regresar diferentes a casa. Álvaro Calvo, que es de los primeros, estuvo a punto de ser del segundo grupo. Y es que su carrera pudo tomar un camino muy diferente en 2001, cuando coqueteó muy seriamente con la universidad de Fordham. “Viajé a Nueva York y entrené con ellos y por lo visto les gusté bastante. Sin embargo, debía esperar un año y realizar los exámenes de acceso, TOEFL y SAT. Los acabé haciendo ya en Logroño al año siguiente, en mi primera temporada profesional, con el CajaRioja. Lo pasé bien y conocí a gente con la que mantengo todavía contacto, aunque fue duro, viviendo solo, fuera de mi entorno y de la zona de confort. Ahí aprendí a ser profesional. Sin embargo, cuando acabé el año decidí ir a jugar a Tenerife. No sé cuánto habría cambiado mi vida si hubiera tomado el otro camino”.

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La tentación Fordham retumbaba en su cabeza aunque la experiencia en Tenerife le compensó con uno de los momentos más felices de su trayectoria profesional. El primer año, 2002-03 Copa Príncipe y ascenso a la ACB. En el segundo, debut en la élite con el Tenerife de Savané y Palladino, un 78-77 frente al Unicaja, con 5 puntos. Y etiqueta de revelación para su equipo, en el que tenía poco hueco. “Deportivamente esas dos temporadas fueron inmejorables. Paco García me puso titular en aquel partido contra Unicaja aunque después jugué poco. Quizá debería haber jugado algo más, si bien es cierto que era muy joven y que esos dos años me ayudaron mucho en mi formación”. Y algo más. Le sirvió para conocer a alguien que hoy vive su tercera juventud, destaca 12 años después cada fin de semana y fue el nombre de la Copa. ¿Alguna pista más? “Hice una gran amistad con Taph Savané. Sin duda, es el mejor compañero que he tenido en mi carrera”.

Su progresión pareció detenerse a partir de la 2004-05. Nada le salía bien. Fue a Melilla Baloncesto buscando minutos y en enero se iba por la puerta de atrás. Bajaba a LEB2 a probar suerte con Rosalía de Castro y las lesiones se cruzaban nuevamente en su camino. Más le dolió aún cuando al año siguiente, en la oportunidad más grande de su carrera, al empezar la pretemporada en el Baskonia de Pedro Martínez, con los Prigioni, Scola, Splitter y compañía, se lesionó la otra rodilla. “Pensé que me quedaría”, cuenta hoy recordando aquel año de pesadilla… que no acabó ahí. “Me operé y probé más tarde con el Coslada de la EBA en marzo, pero no estaba recuperado y me volví a casa”. Un horror.

Pese a casi dos años en blanco, Paco García volvió a acordarse de él en la 2006-07, ahora en las filas del Grupo Capitol Valladolid. La ciudad de su vida y el equipo de su vida, con el que, ya recuperado de sus problemas físicos, probó en pretemporada luchando por un hueco en la plantilla. “Desde el primer día me dejé el alma, consciente de que si tras dos años malos por las lesiones no entraba en el equipo mi carrera se iba a complicar. Lo conseguí”. Mas no de la forma que anhelaba. Únicamente jugó cuatro encuentros –en tres de ellos menos de un minuto-, sin poder aportar nada más que desde el banquillo. “Resultó una temporada complicada, con cambio de entrenador y carrusel de jugadores. Conseguimos mantenernos y personalmente me volví a sentir bien porque mi cuerpo respondía, aunque pienso que me merecí haber jugado más”.

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En ese Valladolid jugaba Joe Gomis, un francés eléctrico, tan irregular como talentoso, que brilló en tierras pucelanas y lucenses y que pudo darle al Unicaja una Copa si hubiera convertido el adicional en aquel 2+1 explosivo que se inventó en la última jugada de la final de 2009. Calvo se hizo muy amigo de Gomis y, como en la canción, los amigos de sus amigos fueron sus amigos. Un amigo del francés tenía otro amigo -¡vaya lío!- que entrenaba en el Lausanne suizo y que buscaba un perfil parecido al de Álvaro, un 3 que pudiera jugar de 4, capaz de tirar y postear. Sin pensárselo demasiado, Calvo hizo una maleta que por vez primera cruzaría una frontera. El prólogo de su historia estaba a punto de escribirse.

Los aplausos de Suiza

Dijo en una ocasión Nicolas de Bouvier, mitad escritor, mitad viajero, que uno cree que va a hacer un viaje pero enseguida es el viaje el que lo hace a él. Nicolas había nacido en Suiza, la tierra a la que llegaba el tímido Álvaro Calvo. La tierra que hizo a Álvaro Calvo. O al menos empezó el proceso.

“La verdad es que me lo pensé muy poco, ya que según cómo habían sido los últimos años en España creí que suponía una buena oportunidad de conocer un país, una cultura y un baloncesto nuevos para mí. El equipo parecía la ONU, solo tenía un suizo”. Tres americanos, otros tantos con pasaporte europeo, un australiano, un par de franceses y un español. No era un chiste, sino un equipo en el que Álvaro se hizo el líder desde el primer día, con partidos tan inolvidables como aquel en el que marcó el récord de valoración de la competición (47, con 34 puntos, 6/6 en triples, 9 rebotes, 3 robos y 2 asistencias) frente al Vevey Riviera.

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Lausanne, los Alpes reflejados en el lago, era otro mundo (“¡Qué aburrida la vida allí, a las 4 de la tarde, cuando anochecía, parecía que la ciudad moría!” para Calvo. Su baloncesto, más. En el primer partido miraba extrañado de un lado a otro en la presentación. “No me podía creer que los aficionados aplaudieran a los dos equipos. No escuchabas ni un pito. Es un cultura totalmente contraria a la que me encontraría años más tarde en Sudamérica, donde lo mínimo que me llamaron fue hijo de p…”, relata entre carcajadas.

Cada cena, un nuevo debate entre los americanos del equipo sobre si era mejor Kobe Bryant o LeBron James o si les gustaba más Jay Z o Kanye West (¡”Todos los días!”), escuchando a los franceses sin saber lo que decían y viendo como el resto directamente se ponían los auriculares a la hora de engullir. Bon apetit.

Mereció la pena, claro que sí. “Fue una gran experiencia, una temporada enorme deportivamente y en el plano personal. Jugué bien y me sentí muy importante gracias a la confianza desde el primer día de Stephane Junc, un técnico al que le estaré siempre agradecido”. 18,5 puntos, 7,2 rebotes, 20,4 de valoración media y casi casi un billete de vuelta a una España que en esta primera experiencia sí extrañó. Sería el último.

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“Al terminar la temporada en Suiza tuve varias ofertas para seguir allí. También llegaron propuestas de Francia y Bélgica, pero mi intención siempre fue la de volver a España”. Y de paso, a las islas. El Canarias de Alejandro Martínez, ese en el que estaban Donaldson y Heras, apostó por él, si bien una vez el triunfo le fue esquivo en su país. 13 minutos de media (5,2 puntos, 5,8 de valoración) en LEB Oro que no le llenaron demasiado. “Pienso que jugué a un buen nivel pero a veces los entrenadores te etiquetan en roles y es difícil hacerles cambiar de opinión”.

Álvaro Calvo toma aire en su relato, como si todo lo contado fuera una sola anécdota en comparación con lo que viene. “Bueno, pienso que esta es la parte más aburrida de mi carrera. A partir de ahora la cosa se anima”. Allá va…

El rey de los ‘bombasos’

La forma de llegar a Suiza, con Gomis de intermediario, se quedó en un juego de niños en comparación de cómo construyó su propia aventura americana. Corría el verano de 2009, qué cerca y qué lejos queda. La crisis llegaba para quedarse y tocaba encontrar una solución. “Ese año empezó a afectar al básquet. Rechacé varias ofertas de Europa por querer seguir en España pero en verano los presupuestos bajaron muchísimo y rechacé varias ofertas por muy poco dinero. Y llegué a diciembre sin equipo”.

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Álvaro Calvo siempre disfrutaba jugando al básquet en la calle y, ya en su Valladolid, se picaba en el asfalto con los latinos y dominicanos con los que tan buenas migas hizo. “Ellos me decían que fuera a jugar a su tierra y yo no les hacía caso… hasta que me vi en la necesidad”. Con la ayuda de Moisés Michell, un dominicano que se había asentado en Valladolid tras haber jugado en varias ligas españolas, decidí irme para allá. Y lo hice sin contratos, sin haber hablado con ningún equipo y sin nada. Me decía que me presentase al entrenamiento de algún equipo y demostrara lo que valía. A mí me sonaba muy loco pero es que realmente era así”, confiesa.

Dicho y hecho. El jugador tomó el primer avión rumbo a República Domincana. Próxima estación, La Romana. Y a jugar. “Intenté tomármelo sin presión, ya que si las cosas no iban bien me quedaba allí una semana de vacaciones y me volvía. Al día siguiente de llegar me presento en el entrenamiento de uno de los equipos y nada más llegar se descojonan de mí todos por ser blanco. Me dieron mil hostias en el entrenamiento pero al final de la sesión ya me querían fichar. Firmé por ellos. Acababa de comenzar mi historia en Sudamérica”.

Al poco de llegar ya llamaba la atención por su origen –los medios juraban y perjuraban que era el primer europeo en jugar jamás allí a nivel profesional-, pero él, aún receloso, se lo tomaba simplemente como un trámite de lo más original hasta volver a su país. “Aspiro a estar aquí hasta que las ligas de Españas comiencen”, confesaba en una entrevista en la que avisaba: “Aquí tengo que dar piña… ya aprendí esa frase”.

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No, en las gradas no había suizos. Y las aficiones rivales no le tiraban flores. Aún menos los rivales, como reconoce entre risas. “Se ríen de la forma de hablar de los españoles y claro, cuando estás jugando y te enfadas ni se te ocurra llamar gilip… o cabr… a alguien. Se reirán aún más. O ‘mamahuevo’ o ‘comemielda’ para que te tomen en serio. Como saludes con un ‘qué pasa tío’ te crucifican, mínimo debe ser un ‘klk mi hermano’. Allí coincidí con Santana, que jugó muchos años en España y se le pegó el acento. En un partido le dijo ‘capullo’ a un jugador y hasta los de su propio equipo le vacilaron”.

En República Dominicana, el baloncesto es una locura. Y más desde la histórica clasificación para la Copa del Mundo de España del pasado año. Muchos partidos por la tele y canchas de basket cada dos o tres manzanas. “Por eso hay tanto jugón y tanto niño de diez años que te deja la boca abierta viendo cómo maneja la bola”. Con tanto amor por el basket, casi comparable a la del béisbol, las anécdotas que surgen desde las gradas son interminables. “Los fanáticos, como se llaman allí, son locos por el baloncesto y que su equipo gane es la alegría del día para ellos. Entonces harán todo posible para fastidiarte la existencia. Lo mínimo que te tiran es hielo. Vi arrancar asientos y tirarlos, piedras y hasta una señal de tráfico. A mí me decían de hijo de p… para arriba, cantándome que les había traído la fiebre española o que les cambiábamos espejos por oro. A veces eran graciosos, sí”, confiesa.

Y eso que no era entrenador. “Son más agresivos con ellos. Los fanáticos de tu equipo se ponen detrás del banquillo y como el técnico haga algo que no les guste que se preparen. Una cosa que impresiona es que el poder en muchos equipos lo tienen los jugadores estrella y los fans. Los directivos no se quieren poner en contra de ellos y por tanto echan más fácil a los entrenadores”.



La liga dominicana, con varios torneos disputados durante el año con una duración de entre dos y tres meses en diferentes ciudades en lugar de una sola liga que ocupe toda una temporada, conoció a Álvaro Calvo muy pronto. La Romana (24,3 puntos y 8,2 rebotes), Santiago (19,8 puntos y 7 rebotes), San Pedro Macorís (27 puntos, 9,2 reb, 3,9 asistencia). Y San Carlos, donde además de firmar otra vez números de estrella, acabó ganándose el mote de Nowitzki, con canastas ganadoras y ‘bombasos’ de todos los colores.

“Fue la época en la que Dallas quedó campeón de la NBA. Yo estaba jugando muy bien y entre que era el único blanco y tenía el pelo largo… de todas maneras, allí cada semana te ponen un apodo diferente. Me han llamado desde el Hispano hasta el Asesino”, cuenta Calvo, afirmando que la dominicana fue una de las mejores experiencias de su carreras. “Deportivamente me fue bien. Allí tienes que ser como un americano de hace años en España. Hay que asumir responsabilidades, anotar… y anotar. Habrá cosas que son complicadas pero me gustó esa etapa. Me encantó ese país”. Tanto que no quiso perder la esencia de lo vivido en su siguiente destino.

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Del estrés a los besos

Cuando Álvaro habla de ambiente incomparable en República Dominicana, solo pone una excepción: Venezuela. El básquet en ese país sí tenía muchas similitudes con lo vivido en su etapa anterior. Pasión en las gradas, partidos televisados y esa sensación tan maravillosa e inquietante de que en cada partido vas a vivir una anécdota.

“La primera vez que jugué en Venezuela, en un tiempo muerto, estaba sentado en el banquillo viendo al entrenador y alguien me intentó agarrar de la cabeza. Yo me aparté sin mirar, porque a veces te ponen una bolsa de hielo por el calor, algo que no me gustaba, y pensaba que era eso. Pero de nuevo me cogen de la cabeza y una chica me planta un beso en la cara y se va. Me quedo con cara de tonto, todo el equipo riéndose y el entrenador furioso. ¡Pero si yo a la chica ni la conocía! Con el tiempo me enteré que entraba a todos los partidos gratis porque decía que ella era la novia del español”, recuerda entre carcajadas.

Y lo bien que venía acumular tantas historias para desconectar de un sistema de competición absolutamente agotador, con hasta cuatro partidos a la semana y treinta en menos de tres meses no aptos para jugadores blandos. “Vas a una ciudad, juegas dos días seguidos. Vuelves y otros dos encuentros seguidos contra ellos. El nivel de las ligas es fuerte porque se juega muy físico, a veces cerca de la agresión. Allí, como en República Dominicana, permiten mucho contacto, debajo del aro recibes muchos golpes y es difícil que piten. En España se piensa que no se defiende y que por eso hay marcadores altos, pero se defiende muy físico, aunque como los ataques son más rápidos hay más posesiones y puntos”.

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Acereros de Guayana, Toros de Aragua y Rojos de Sucre, donde se convirtió en el rey de los puntos de la competición, con más de 20 por partido. Y hasta integrante del quinteto “Todos estrellas” junto a Edward Santana, en una liga en la que no era raro ver a ex ACB o incluso NBA jugando en verano para hacer algo de dinero.

Qué acierto haber pillado aquel avión, qué suerte aquellos consejos en las canchas al aire libre de Valladolid. Y que historia estaba construyendo de la nada, ya convertido en ídolo al otro lado del charco. “Individualmente me fue muy bien. Gané varios torneos, fui máximo anotador en una de las ligas tanto en Venezuela como en República Dominicana y disfruté mucho jugando allí. Puede llegar a ser estresante el jugar tan presionado por el hecho de que te puedan cortar en cualquier momento pero espero volver algún día porque no he visto en ningún sitio que se viva el básquet igual, especialmente en Dominicana”.

Brasil lo cambia todo

Probablemente los Celtas Cortos no estuvieran pensando en Alvaro Calvo cuando cantaban al emigrante, pero en 2011, tras casi dos años frenéticos, al jugador le quedaban ya pocas dudas de que sueño era errante. Viajar era su camino, más que su meta, y que el baloncesto le llevara a cualquier parte. Como a París, de la mano de Nacho Martín, para disputar el célebre Quai 54.

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“Siempre me encantó jugar en la calle y de hecho mi historia con Sudamérica comienza en una cancha callejera. Conozco a Nacho desde hace muchos años, no hay en España un jugador más metido en el streetball que él. Siempre se preocupa de hacer un equipo para ir a jugar a París ese torneo, el más importante del mundo. Yo fui un par de veces y es impresionante, cuidan hasta el último detalle, el escenario es idílico y se ve básquet de alto nivel. Solo falta que cambien a los árbitros, que siempre ayudan a los franceses”, pide con sorna.

El básquet era su pasión, sí, mas también su forma de vida y de ganarse el pan. De la pasión solo nunca se pudo comer, maldita sea. Hacía falta otro contrato. Hacía falta otra aventura. “En la búsqueda de algo más estable y con un contrato garantizado me puse en contacto con Álex Bento, ex jugador del Forum, que ahora ejerce de agente en Brasil. Él había oído algo de un español jugando en Sudamérica. Gracias a él, me metí en el mercado brasileño”.

En ese momento no lo sabía pero estaba a punto de vivir la mejor experiencia de su vida. Todo cambió en el Sao Jose, dentro y fuera de la pista. Conoció a Bruna, su novia brasileña que desde aquel primer año en el país sigue todos sus pasos. En la pista, el baloncesto parecía diferente. No tenía una soga al cuello en caso de jugar mal un par de partidos y la competición se parecía más a lo que había conocido en Europa.

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“Mis dos años en Sao Jose fueron excepcionales deportivamente”, reconoce el jugador, que anotó 8 puntos por partido en su segundo curso. “Individualmente no se me pedía ser un anotador como en otras ligas. Teníamos un equipo muy completo y luchamos por todos los títulos que disputamos. Para mí Brasil es probablemente la mejor liga de Sudamérica, ya que en los últimos años pienso que superó a Argentina. Además, se juega de forma parecida a Europa, no es la locura de otras ligas”, añade.

Poco podía imaginar lo que iba a vivir en su nuevo club. “La ciudad se volcó con el equipo y cada vez que jugábamos en casa las gradas eran una fiesta. Estuvimos un año sin perder como local, fuimos campeones del Paulista y después subcampeones. Además, acabamos terceros en NBB, jugamos el Sudamericano y la Liga de las Américas. La verdad es que fueron dos grandes temporadas”. ¿Quién le iba a decir que en pocos meses estaría en un mundo tan diferente?

Triples en el Bill Clinton

Cuando terminó la 2012-13, Álvaro Calvo tenía apalabrado su fichaje por otro equipo brasileño, que tenía problemas económicos. El jugador, que le había dado su palabra al club, esperó hasta septiembre para firmar con ellos pero al final el conjunto desapareció y él se quedó compuesto y sin equipo. Fuera del mercado. Las semanas pasaban mientras él esperaba una llamada. Un día de diciembre, el teléfono sonó.

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Era Israel Martín, amigo suyo de su época de Tenerife y de Canarias.

- Álvaro, te he perdido la pista, ¿dónde estás jugando?
- Estoy esperando alguna oferta tras haber jugado en Brasil
- Hombre, pues yo estoy entrenando y busco a alguien de tu perfil. El tema es que estoy en… Kosovo.

Sin problemas. Y se fue para allá para compartir vestuario con un entrenador que ya de por sí estaba impactado ante lo que le rodeaba. “La vida aquí no es sencilla en cuanto a costumbres y maneras de pensar. Los kosovares tienen una mentalidad bastante peculiar, pero estoy cómodo en el trabajo y en el día a día”, declaraba Martín en el Diario de Avisos.

No mentía su técnico. Mitrovica, Kosovo. Los albanos al sur y los serbios al norte. Un río que les separa. Y un puente que les mira, preguntándose qué más debe pasar para que se termine el odio. “Es la única ciudad donde todavía hay algo de conflicto tras la guerra. El puente, repleto por las tropas de la ONU, con tanques y una barricada para que ninguno de los bandos pase al otro lado, divide a los serbios y los albanokosovares”.

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“Suena a peligroso pero el tiempo que estuve allí no tuve ningún problema”, explica el jugador, tan extrañado la primera vez que todos pararon un viernes a las doce para ponerse a rezar. “Sí que las costumbres y maneras de pensar son diferentes pero no me costó adaptarme. Tienes tu rutina, tu casa, tu internet veloz y tu novia. A lo mejor hace años me hubiera costado algo más por lo aburrido de esa vida, pero en ese momento no fue ningún problema”.

Su chica lo notaba más. “Ella se ha convertido en mi compañera de viaje, en mi amiga aparte de novia y por eso nos va tan bien. El año pasado vino conmigo a Kosovo y allí, a diferencia de Sudamérica donde muchas mujeres van a los partidos, era mucho más extraño. Cada vez que iba estaba medio asustada”.

En el Trepca Mitrovice no le pudieron ir mejor las cosas en aquella 2013-14. Máximo anotador de la competición, con 24,3 puntos por partido, redondeó sus números con un promedio de 9,5 rebotes y acabó en el quinteto ideal. “Deportivamente me fue muy genial, el equipo necesitaba un anotador y lo fui. Llegamos a semifinales, cumpliendo el objetivo, ya que hay dos equipos muy por encima del resto, que juegan Balkan League. Hay problemas de infraestructuras pero es normal porque hace no tanto hubo una guerra allí y hay muchas cosas en reconstrucción. El nivel está bien, el básquet es muy seguido allí. En los Balcanes todo el mundo saber jugar”. A Calvo tan solo le faltaba ser norteamericano. “Allí los adoran porque les ayudaron en la guerra. Está lleno de banderas y llegué a jugar en un pabellón dedicado a Bill Clinton”. Otra anécdota para los nietos.

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El verano pasado, cuando acabó su periplo kosovar, Calvo lo tuvo muy claro. “Quiero volver a Brasil”. Su deseo se cumplió con la llamada del Rio Claro, que volvía a la élite después de muchos años. Hasta febrero, la peor de sus años de trotamundos, con muchas derrotas para su equipo en los instantes finales y un carrusel de lesiones, como en aquellos años de infortunio en España. “Comencé con un problema muscular que me impidió jugar al 100% y, cuando estaba recuperándome, tuve una fisura en un hueso del pie y no pude jugar en un par de meses”.

Su equipo lo notó, hundiéndose en la zona baja de la clasificación. Como ha notado su vuelta. La semana pasada, sorprendía con su tope de anotación en Brasil, 25 puntos (8 rebotes, 26 de valoración) en la victoria de su equipo frente al Cearense. Y en el último choque se fue hasta los 17, con 5 rebotes y 18 de valoración. A punto de cumplir los 32 años, sus números son los mejores en sus tres temporadas en Brasil (9,8 pt, 4,8 reb). Las sensaciones, mucho más importantes, siguen asintiendo desde el día en el que se plantó en aquel entrenamiento de La Romana. Esa fue la decisión correcta. El camino era ese.

Una mochila llena de anécdotas

Durante el primer semestre de 2014, un total de 42.685 españoles emigraron al extranjero, un 15,5% más que en el semestre anterior. 42.685 historias tan llenas de retos, miedos y orgullos como las de Álvaro, con y sin balón. 42.685 casos particulares que comenzaron con la dichosa frase de marras –“Es ley de vida”- y terminaron en despedidas, prolongadas o efímeras. “Cada vez hay más jugadores emigrando y si te gusta tanto este deporte y quieres vivir de ello haces lo que haga falta. Por lo que he visto en estos años respecto a sueldos no daba para jubilarte aunque sí para vivir y bien, ahorrando un dinero pensando en la retirada”.

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“Si no tuviera tanta pasión por el básquet me hubiera quedado en casa con mi familia y amigos. Cuando me retire me gustaría vivir en España aunque habrá que ver cómo avanza el país en estos años porque la cosa no está fácil. Yo mientras ahorro y me formo para montar un negocio propio, que tras tantos años escuchando a entrenadores ahora quiero ser mi propio jefe”, bromea.

A Calvo la morriña le puede, transcurridos ya casi 6 años de aquel día en el que se acercó a los suyos para darles la noticia. “Hace años cuando me fui a la aventura sí que se preocuparon pero ahora lo llevan bien y hasta mi madre me visita siempre que puede. Eso sí, no les contaba ni la mitad de las cosas para no preocuparles”. ¿Y a nosotros, Álvaro? Mejor con un café por delante y con la grabadora apagada: “Hay muchas anécdotas que no te puedo contar porque son demasiado fuertes como para que salgan en el artículo”. Y se queda tan pancho.

Atlético convencido, enganchado al crossfit tras hacer sus pinitos en el boxeo y enamorado por siempre de la tortilla de patatas, por más comida criolla, churrasco y frutas con sabor a paraíso que le hagan dudar de su plato favorito cuando tiene hambre. “Como en Valladolid no se come en ningún lado”, reivindica. Capaz de ir al cine solo sin mirar la cartelera (“Simplemente me presento allí y veo alguna de las pelis” y de evolucionar con los años del R&B, hip hop y house a una música más relajante y a las canciones de Banks.

Se llama evolución. “He cambiado muchísimo en la manera de ver las cosas en todos estos años. En Suiza me quejaba por no poder conversar mucho con mis compañeros, me aburría mucho. En cambio el año pasado en Kosovo tenía menos cosas que hacer que en Suiza, entendía a mis compañeros aún menos -¡el albanés es imposible!- pero no me quejaba y vivía muy tranquilo. Las experiencias y los años te cambian la forma de ver las cosas”.

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Álvaro Calvo mira atrás y recuerda. Aquellos tiros a canasta mientras su papá jugaba al balonmano. Sus días dorados de infantil en el Forum. La opción Fordham, aquel debut en ACB, el apoyo de Savané. Y la maldita lesión que frenó el tren de Vitoria. La oportunidad en el equipo de su tierra, con un Paco García al que conoce desde niño y que ahora es rival y amigo en Brasil. La conversación con Gomis, que tanto le ayudó. Los aplausos en Suiza, ese avión a otro mundo y aquel entrenamiento a doble o nada. La locura en República Dominicana y Venezuela, el cambio de vida en Brasil. La experiencia mística en Mitrovica. Los pabellones con Chaves y Clinton. El hielo, los besos, las risas.

Los amigos del camino. Las anécdotas. Los recuerdos. Y la fama, esa que le negó su tierra y que encontró lejos de casa. “En casi todos los países me reconocen. Bueno, menos en Suiza. Donde más, en República Dominicana donde siempre había alguien gritándome Nowitzki”. Ni más ni menos. El Dirk de los equipos pobres, el Dirk entre los jugadores modestos, muchos de ellos anónimos, que hicieron las maletas para buscar un futuro mejor, que un día tuvieron que decir adiós, que aman y en parte odian la tierra que les vio nacer y que no les dio la oportunidad de triunfar. El Dirk de los valientes que se montaron en un avión.

Escribió una vez Maurice Maeterlinck que, lo mejor de los viajes, es lo de antes y lo de después. Si toda esta historia fue solo del durante, la mochila de Dirk Calvo está a punto de estallar.