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Lalo García, 'one-club man' en Pucela

Lalo García vivió por y para el CB Valladolid, club en el que discurrió toda su trayectoria deportiva. Tras confirmarse su fallecimiento, Javier Ortiz repasa su historia en esta emotiva semblanza

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Redacción, 31 mar. 2015.- Los ingleses lo dicen mucho sobre esos futbolistas que se pasan toda la vida fieles a unos colores, por mucho que les lleguen otras ofertas. Lalo García era un ‘one-club man’, un jugador que no cambió de camiseta en toda su trayectoria profesional. Morado y amarillo de principio a fin, desde que fue captado en edad juvenil desde el colegio La Salle hasta su retirada en el 2001, con apenas 30 años, machacado por las lesiones.

Lalo era Valladolid y Valladolid era Lalo. En un club que tuvo a varios de los mejores jugadores FIBA de la época, desde Arvydas Sabonis a Oscar Schmidt, él se mantuvo como un valor inalterable, solo erosionado por los problemas físicos. Pero su propio estilo de juego invitaba a la identificación que indudablemente sentía la grada del pabellón Pisuerga, cerca de donde ha aparecido su cadáver. A aquel chico bajo para ser escolta (apenas llegaba al 1,90) le gustaba más penetrar que tirar, dividir que dirigir. Su número ‘5’ acabaría colgado del techo para siempre, un honor solo reservado a los que han supuesto algo más que baloncestistas.


Un 30 de octubre de 1988, en el viejo pabellón de Badalona, Pepe Laso le dio la alternativa en la máxima categoría. Le faltaban unos meses para ser mayor de edad y allí estaba, encarando de tú a tú a los hermanos Jofresa, escuchando los consejos de ‘viejos zorros’ como Juan de la Cruz, Quino Salvo o Samuel Puente, disfrutando del momento con otros jóvenes de su generación como Miguel Ángel Reyes.

Así fue como llamó la atención incluso para la selección absoluta, con la que disputó ocho encuentros, varios de ellos dentro de la preparación para los Juegos Olímpicos de Barcelona-92. Era aquel un jugador emergente, de los que no tenía miedo a nada, miembro de una nueva generación mucho más atlética que la anterior y que tampoco renunciaba a jugar con el corazón. El puesto de ‘2’ lo tenía automáticamente reservado en el Forum Valladolid estuviese quien estuviese alrededor.

Aparte de la valentía y la defensa, con el tiempo fue añadiendo más matices a su juego, llegándose a asomar entre los máximos anotadores nacionales durante dos campañas consecutivas, 93-94 y 94-95 (12,9 puntos por choque). Su rango de tiro iba mejorando y se convirtió en un referente ineludible. “Era un líder tanto en la pista como en el vestuario”, relata uno de sus compañeros de aquella época. Siempre con una buena complicidad con el entrenador, su especialidad era ‘remar’ a favor del equipo, fuese el suyo el papel que fuese.

Eso lo demostró de verdad a partir de 1997, cuando sus números se derrumbaron a raíz de unas lesiones que nunca terminó de curar. En las últimas cuatro temporadas (de la 97-98 a la 2000-01) tuvo un protagonismo mucho más limitado y el balón ya le llegó bastante menos. Pero ahí seguía, sin malas caras, siempre como ‘hombre de club’ y capitán, aunque probablemente sentía que el baloncesto se le estaba escapando de las manos siendo todavía joven, sin haber llegado todavía a los 30.

En el 2001, con menos de diez minutos en pista de promedio, optó por la retirada. Inició entonces una nueva vida caracterizada por la falta de suerte y acierto en el mundo laboral y personal que ha terminado de la peor manera posible, a los 43 años. Pero, seguro, no hay que quedarse con eso, sino con el Lalo poderoso y carismático que de forma tan diáfana conectó con su propia gente, la que le había visto crecer y hacerse un nombre en el basket nacional. Descanse en paz.