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El estirón de Conor Morgan

Dar el estirón a tiempo te puede cambiar la carrera. O la vida. El legado de Dave, el base que se tuvo que acostumbrar a la pintura sin dejar jamás de tirar. De Victoria a Badalona, la historia de Conor Morgan

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Redacción, 13 Nov. 2018.- Vuela el Divina Seguros Joventut en la tabla, con cuatro triunfos en sus últimos cinco partidos y unas sensaciones que ya parecían olvidadas. A un lado Laprovittola, la estrella, el referente indiscutible. Al otro Shawn Dawson, los aros temblando mientras su nombre suena más y más en este arranque liguero.

El el otro costado, alejado de los focos, discreto, como si no quisiera un protagonismo que parece inevitable, el chico de Victoria, el hijo de Dave. Se llama Conor Morgan, nació en Canadá hace 24 veranos y un estirón cambió para siempre su vida.

Un base en las alturas

Qué rápidos pasan los días en la Columbia Británica, en esa especie de edén verde de la Canadá más salvaje y auténtica a tan solo un paso de Vancouver. Con solo nueve años, Conor empezó a jugar al baloncesto. Con ese padre... ¡cómo no hacerlo! Dave, viejo conocido en la región, fue hace medio siglo, que se dice pronto, MVP en sus días dorados de instituto.



La pelota naranja le llevó hasta la universidad. Allí era una de esas estrellas totales capaces de ganar un partido en la pista... o en el campo de béisbol, un deporte que se le daba tan bien que a punto estuvo de convertirle en jugador de los San Francisco Giants.

Conor, el heredero, se conformaba con la red y el aro. ¡Qué lejos quedaban desde su pequeña altura! Base en la cancha, el pequeño Morgan, a falta de centímetros, jugaba bajo las órdenes de su propio progenitor en el Mt. Douglas Secondary High School, especializándose en el tiro y alternando en alguna ocasión con posiciones exteriores, sin pisar jamás la pintura. Hasta que todo cambió antes de pasar al grado 11.

En aquel verano de 2010 en el que cumplió 16 años, el físico del canadiense varió sin pedir permiso, como si cumpliera una especie de hechizo que le permitiera crecer y crecer. Un centímetro, cinco, diez. Más de quince en poco más de un año, lo que provocaba que su entrenador pasara a usarle en posiciones interiores, un reto desconocido para él. El baloncesto ya era distinto para él. Y no tenía ni idea de hasta qué punto.



"Mi padre me entrenó como base, por lo que a partir del estirón me vi más grande que mis rivales y con capacidad de tirar desde fuera. El juego se hacía más lento para mí, pero sentía que podía hacer cualquier cosa que quisiera en una cancha de básquet", llegó a afirmar en una entrevista en cusn.ca, en la que ya se le destacaba como uno de los jugadores más prometedores del país, tras promediar dobles figuras en su último año en el centro.

No tardó en ganarse un hueco en el radar de más de un técnico. Un día, Kevin Hanson, entrenador de la UBC (University of British Columbia) fue a verle y acabó con las manos en la cabeza: "Me parecía increíble que no se estuvieran peleando todas las universidades por ese chico. La primera vez que le vi me enamoré de él y acabé proponiéndoles una cena a él y sus padres. Afortunadamente, se cruzó en mi camino. Su papá, además de hacerle jugar de base, le trasmitió su talento. Es un increíble pasador, tiene buena visión de juego, puede tirar, machacar y anotar de muchas formas".

El flechazo fue mutuo. En 2012, semanas después de jugar el FIBA Américas Sub18, regresando de Brasil con bronce, hizo las maletas rumbo a la UBC. La elección parecía sencilla. Vancouver representaba una opción lo suficientemente cercana para no alejarse de los suyos y los suficientemente lejana para sentir que se independizaba y empezaba una nueva etapa, donde tan importante era ganar partidos como aprender a cocinar o a lavarse la ropa.

En la 2012-13, aún notando el cambio por su paso de exterior a interior, firmó 4 puntos y 2,7 rebotes en 13 minutos de media, jugando casi siempre como ala-pívot. La segunda temporada parecía la de la explosión, si bien una maldita lesión en el pie le dejó todo el curso en el dique seco. Era, no obstante, otra forma de forjar su juego. La segunda reconstrucción de Conor Morgan.



El salto de Conor

"La lesión le ha permitido crecer fuera de la cancha y desarrollar madurez en su juego. Es muy importante su evolución", avisaba su técnico antes de comenzar la 2014-15, seguro, por lo visto en cada sesión, de que el salto de Conor iba a ser impactante.

Pronto confirmó las expectativas. 13,1 puntos, 5,5 rebotes, 2,8 asistencias. En unos pocos años, de base tirador a un cuatro abierto y total, brillante en el contraataque, inteligente en el pase, letal desde la distancia. Un escudero de lujo que pedía a gritos más galones, de exhibición en exhibición. No tardarían en llegar. Ya en la 2015-16, sus números se dispararon hasta los 15,2 puntos y 6,5 rebotes de media, quemando a marchas forzadas los pasos necesarios en su segunda reconstrucción.

Y, si había alguna duda, un buen telefonazo a Dave siempre ayudaba. "Una vez estaba falón en el tiro y le escribí a su padre para que le ayudara. Fue a casa en Navidades y volvió diferente tras entrenar con él cada día. Le supuso un reseteo, ganó confianza y se convirtió en un líder. La mejor decisión que he tomado como entrenador fue mandarle ese SMS al padre", comentaba entre risas Kevin Hanson, orgulloso del nuevo ídolo del War Memorial Gymnasium, allá donde jugaba su equipo.

El nuevo pívot de moda en la competición universitaria de Canadá vivió una campaña 2016-17 pletórica, alcanzando los 23,1 puntos y 7,4 rebotes por cita. Cada encuentro un show, una marca, una exhibición, una doble página en el periódico local y una nominación más para la lista: Quinteto ideal y mejor jugador en su conferencia y destacado en el mejor "5" de todo el país.



Por si fuera poco, Conor Morgan disputó con su nación la Universiada en Taipei, aportando su granito de arena (8,3 puntos, 3,7 rebotes) en el oro de Canadá en la William Jones Cup, otro hito en la trayectoria de aquel para el que cada año suponía un récord.

Pudo haberse ido ya. Por la puerta grande, con el título de Kinesiología bajo el brazo, el cariño de su afición y una reputación que permanecería inalterable por los siglos de los siglos en su universidad. Sin embargo, decidió realizar un master en su especialidad y quedarse un año más... a cualquier precio.

"Elige permanecer con nosotros a pesar de que sus opciones de carrera profesional pueden venirse abajo", comentaba su entrenador, explicando que el joven quería ponerle la guinda a su carrera universitaria con un título que se le resistía, después de un inoportuno esguince en el anterior Playoff. Cuando, nada más arrancar la 2017-18, se lesionó el hombro, Morgan tampoco lo dudó un ápice: había acertado en su decisión.



La oportunidad del verdugo

En su año de despedida, Conor Morgan se quedó sin la guinda del título universitario, mas ofreció el nivel de baloncesto más elevado y maduro de toda su carrera. Y es que el ala-pívot consiguió aumentar su poderío en el rebote (9,7 de media) sin disiminuir su inspiración ofensiva, con 23,9 puntos de media.

"Su físico le convirtió en alguien especial y su ética de trabajo en un ejemplo", confesó Kevin Hanson tras la enésima avalancha de premios individuales de su pupilo, repitiendo todos los galardones del pasado curso y finalizando como tercer máximo anotador en la historia de la UBC.

Sin embargo, lo que realmente impulsó su trayectoria profesional no fue su impecable historial universitario, sino los Juegos de la Commonwealth del pasado mes de abril. En Gold Coast, Australia, Morgan se vistió de líder de la Selección Canadiense: 11,5 puntos, 4,8 rebotes y 1,5 de asistencia de media. Nadie jugó más que él. En semis se desmelenó frente a Nueva Zelanda, con 19 puntos que valieron un billete hasta la finalísima. En el banquillo rival, Judd Flavell, miembro del staff neozelandés, quedó prendado de su juego. No tardaría en hacérselo saber.



Conor se conformó con la plata, pero volvió a casa con una oferta de trabajo para arrancar su carrera lejos del abrigo de su universidad. Flavell, de verdugo a valedor, le reclutaba para su equipo. "Voy a jugar contra gente que lucha por poner el pan encima de la mesa para sus familias", afirmaba mientras hacía las maletas en tiempo récord para volver a cruzar el mundo y jugar en las filas de los Zero Fees Southland Sharks del paradisiaco país, en pleno fin del mundo. "Solo sé que allí se rodó Jurassic Park y El Señor de los Anillos", reconocía, antes de caer de pie en su nueva aventura oceánica.

Fueron sus 15,7 puntos de media. O sus 5,9 rebotes. Puede que su visión de juego, con 3,1 asistencias por encuentro. Incluso el 25-16 que se sacó de la manga para meter a su equipo en la final. O, quizá, más bien, fue un compendio de todo, mezclado con el hecho de convertirse tan pronto en esencial en un equipo que acabaría besando el título liguero, vistiendo a Morgan de talismán.

Y es que a finales de julio, tan solo tres meses después del inicio de su periplo, la noticia se hacía oficial: Conor Morgan acababa de firmar por el Divina Seguros Joventut por dos temporadas. Europa esperaba.




El estirón verdinegro

"Los últimos meses han sido una locura para mí, ha llegado todo a la vez. Aterrizo en la segunda liga más importante del mundo tras la NBA. Llegar a España es la gran oportunidad de mi vida hasta el momento, se la juegan por un chico de Canadá", declaraba en su vuelta a casa antes de volver a cruzar el charco.

Consciente, cada día consciente, de que esto, el viajar, el descubrir, el ganarse la vida jugando, era lo que realmente le llenaba: "El dinero está bien, pero para mí no lo es todo. Disfruto cambiando de ambiente, conociendo a gente nueva y, en este punto de mi vida, viajando por el mundo. Vivir en Badalona es una forma muy afortunada de empezar a mi carrera y siempre le agradeceré al Joventut el darme la oportunidad de hacerlo".

Morgan, con pasaporte irlandés, sorprendió a todos por su humildad y sus ganas de aprender desde el inicio del verano, convirtiéndose en pretemporada en el tercer máximo anotador del equipo. Al canadiense le costó arrancar, mas pronto empezó a mostrar el porqué de su llegada. 13 puntos frente al Delteco GBC, 16 contra Cafés Candelas Breogán, 19 en el derbi ante Barça Lassa.




Son solo destellos aún, si bien demuestran que, tras ese jugador humilde y desconocido en el viejo continente hasta hace unos meses, hay presente y futuro. Tercer máximo anotador del equipo (9,5), cuarto en el rebote (3,5), segundo en el triple (1,5, con un sólido 40%). El que más roba (1), el que más tapones pone (6 en este curso), el tercero en valoración. Un pilar badalonés, haga más o menos ruido.

"Tiene algo especial y tiene ahora una oportunidad única", decía Carles Duran en verano. Parece que la está aprovechando. "Aún con imperfecciones, tiene muy buena actitud y ganas de aprender. Es más que rookie, porque se formó en Canadá, con un nivel diferente a Estados Unidos. Tiene energía e ilusión con otras virtudes que no se entrenan. Nos puede ayudar mucho y, además, es muy joven", añadió su entrenador.

El base ya no es base. El tirador sigue siendo tirador. El niño que soñó con la NBA hoy lo hace con Tokyo 2020 en la Canadá de Jay Triano. El estudiante ejemplar del máster ahora ejerce de maestro con los más jóvenes, con todo por aprender aún en su etapa profesional. El legado de Dave -"Lo más grande que me enseñó mi padre es a tirar antes de crecer"- ya no se aburre en la pintura, ya no piensa que el baloncesto es tan lento desde las alturas. La apuesta verdinegra pide su sitio en la sombra, como pieza esencial de un Divina Seguros que ya es 6º, que coquetea sin disimulo con la Copa y que creció de forma tan repentina como años antes lo hizo el de Victoria. Es el estirón verdinegro. Es el estirón de Conor Morgan.