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Stan Okoye: El dilema de Knightdale

Triples ganadores, mates imposibles, una 2ª vuelta salvaje y un hueco en el Mejor Quinteto de Liga Endesa. El alero preferido para prensa, aficionados, jugadores y técnicos amenaza ahora con hacer historia en Playoff. Descubre, de la mano de Daniel Barranquero, la historia del hombre del momento, Stan Okoye

  
  • Pero… Stanley… ¿por qué no quieres jugar en el equipo?

  • Me aburro. No me divierto, no me gusta, no tengo libertad, solo hay sistemas y organización. Prefiero estar en la calle. Me lo paso mejor jugando en el barrio, con mis amigos. No quiero estar nunca más en un equipo.

    Josephine y Edwin no lo sabían entonces, pero su hijo estaba escribiendo la primera página de su carrera. Nigerianos ambos, viajaron a Estados Unidos para estudiar y, una vez finalizaron la universidad, decidieron que ese sería su nuevo hogar. Allí, un 10 de abril de 1991, mientras el mundo miraba las cenizas de la Guerra del Golfo, nacía Stanley Onyekachukwu Okoye. Stan para los amigos. Raleigh, Carolina del Norte. La ciudad de los robles, frío y viento perenne. La casa de los Hurricanes, campeones de la Stanley Cup, qué ironía. Y una tierra con aroma a baloncesto desde el primer día de cuna.

    Volver a la infancia es viajar a aquel salón repleto de familiares y amigos, siguiendo la NBA. El descaro de Iverson, el talento de Bryant. Y su barrio, ¡ay, su barrio! Sus primeros lanzamientos, los amigos para toda la vida, su pista, su balón. Su deporte. De los 8 a los 14 años, Okoye no quiso saber nada más de fichas federativas, hastiado por su corta experiencia a tan tierna edad. Sin embargo, el chico crecía y crecía y, ya al Knightdale High School, lograron convencerle: tenía que jugar en el equipo del instituto.

    Stan, forjado por la ley del playground, acostumbrado además a ser siempre el más alto de sus amigos, se había convertido en un todoterreno. La calle no es para especialistas. La calle se ríe de los roles. Él anotaba, él defendía, él reboteaba, él intimidaba a base de tapones. Con un pequeño asterisco: él… no tiraba. Ni de casualidad. "Como era el más alto, cuando quería lanzar desde lejos todos me decían que lo hiciera, que solo atacara al aro de cerca". Por un lado, le hacía un favor al Okoye actual, transformándole en un 3-4 mucho más completo, si bien ese hándicap marcaría su futuro más inmediato. En realidad, su falta de tiro tuvo un cómplice aún más poderoso: una buena dosis de infortunio.

En su penúltimo año de instituto todo parecía sonreírle: buenas notas, querido y respetado por su carácter humilde y, en la cancha, referente en Knightdale, con sus números de estrella. Tanto viento a favor que acabó por volverse en contra el día que se destrozó la rótula. Meses luchando por volver y, cuando se disponía a tomarse la revancha, en el primer partido de la temporada, se rompe el menisco. Y vuelta a empezar.

  • Hay dos opciones. O te operamos ya y te pierdes todo el año o la podrás acabar pero jugando con bastantes dolores, antes de operarte en verano. ¿Qué prefieres?" le preguntó su médico.

  • ¿Que qué prefiero? Dejarlo todo, terminarlo aquí… abandonar el baloncesto.

    Una locura terapéutica

    Afortunadamente para muchos, entre ellos el Tecnyconta Zaragoza, su idea de dejar el básquet fue pasajera. En el dilema de Knightdale se quedó con el plan B, sin saber que jugaría las últimas 6 semanas de su periplo en el High School con un hueso roto de la mano. Incluso así, le daba para llevar a su equipo al título de conferencia, tras promediar 20 puntos y 11 capturas de media, con exhibiciones de todos los colores y dolores posibles que solo se valoraron en su propia casa. Su nombre parecía invisible para las grandes universidades. La ecuación era simple: les parecía demasiado bajo para ser una garantía interior y no podían confiar, para el exterior, en un alero que no había tirado un solo triple, ni siquiera por error, en su etapa del instituto.

    "Es un tweener", repetían, ese concepto despectivo para aquel que juega en dos posiciones diferentes y no rinde del todo en ninguna. "Soy un tweener", también se dijo a sí mismo cuando Campbell y North Carolina Central, las únicas universidades de la Division I que le pretendían, retiraron sus propuestas de beca. Únicamente le quedó, más allá del universo de la D-II, el cobijo del Virginia Military Institute, con el que se comprometió.



"Llegué sin confianza", reconoció años más tarde, temblando desde el primer día que se dio cuenta del lugar en el que estaba. "El impacto fue traumático, quería huir". Con la idea de derrumbar a los novatos para volverlos a construir de cero, la presión mental y física era insostenible, puro sello de ejército, en una VMI que ideaba días infernales para enseñar disciplina y puntualidad. A las 6:30 tocaba saludar la bandera. Desayuno y estudio hasta las 4, baloncesto hasta las 7, actividad física hasta la cena y a dormir. "Fue una de las experiencias más importantes de mi vida, con muy dura adaptación. Me quedé solo por los otros chicos. Pensaba que si ellos podían aceptarlo, yo también".

Su estrés era también su bendición. "Como no había mucho que hacer, era difícil pensar en otra cosa que no fuera básquet y estudios". En las aulas siempre destacaba en su doble carrera de Económicas y Empresariales, imaginando un futuro lejos del deporte. Empero, cuando pisaba la cancha, le resultaba imposible no verse dedicándose a esto. Su talento encajaba a la perfección en la VMI, el equipo más anotador del país. Eléctricos, veloces, anárquicos, entrenando con 15 segundos de posesión máxima -"¡Tira antes de perderla!"- y con una confianza total en Stanley Okoye, que hasta se animaba a lanzar sus primeros triples con éxito.

Su presencia en el 5 ideal rookie de la conferencia Big South multiplicó su confianza, que no andaba precisamente por las nubes. Su juego y sus números fueron de su mano. En su segundo año, 25 partidos seguidos sin bajar del doble dígito. En el tercero aparecía en los medios nacionales por un mate que encabezó el Top10 semanal. Y hasta el mote, Stan, The Man, tenía gancho. Pequeños premios que atesorar, aunque fueran solo para él. "En Knightdale había superado tantas adversidades que nunca creí que podría llegar tan alto", se convencía. Recital tras recital en las noches de Cameron Hall, con la idea cada vez más firme de que, más allá de sus paredes, su talento seguía siendo invisible.



"Es el jugador más ignorado de la liga con diferencia. Fue el mejor freshman y no le dieron el premio, fue el mejor sophomore y no le votaron. Ahora es el mejor junior y no le meten ni en la lista de candidatos", se quejaba su entrenador. Él asentía. "Me infravaloran bastante, no me tienen el respeto que creo que me merezco desde el primer año, pero lo uso como motivación para trabajar más duro". Ya como alero, crecía más y más en su rol de jugador enérgico, vertical y valiente. Su envergadura suplía sus centímetros. Su tiro, todavía menos constante que el de hoy, era ya una realidad, con noches en las que se fue hasta la media docena de triples. Y sus números le situaban incluso en la órbita del draft NBA, con 21,5 puntos, 9,4 capturas y 2,6 asistencias por partido en su despedida de Virginia Military Institute.

Esta vez sí, en el mejor quinteto de conferencia. Esta vez sí, jugador del año en Big South. Esta vez sí… lo había logrado. Único jugador de la conferencia de todos los tiempos en alcanzar los 2000 puntos (17,4 de media en esos 4 años), 900 rebotes (7,8) y 100 tapones. Uno de los grandes nombres de la historia de los Keydets, 2º máximo anotador y 4º reboteador global. Y una huella imborrable en el lugar donde una vez tuvo miedo. "Le voy a echar de menos, cualquiera extrañaría a alguien que te hace un 21-9 cada partido", confesaba pragmático su técnico, antes de valorarle allende los números. "Es uno de esos tipos que entrenas una sola vez en tu vida, imagino lo orgullosos que estarán sus padres. Un chico modelo: gran jugador, listo, hace y dice siempre lo correcto, además de competitivo. También es vicepresidente de la corte de honor de la VMI, uno de los puestos más respetados, elegido por los propios alumnos. Por ser, hasta ha sido condecorado por el cuerpo por sus méritos académicos, ¿qué más puedes pedir? Todo el mundo le quiere".

Stanley Okoye se iba entre lágrimas, a camino entre el síndrome de Estocolmo, tras tanto sufrido, y el agradecimiento más profundo al instituto militar. "Algunos sueños se transforman en recuerdos. Si no hubiera ido a la VMI… me hubiera vuelto loco". Sin embargo, él es un hombre tranquilo. Ni siquiera se vino abajo tras el primer portazo NBA, en forma de draft. "Lo asumo y sigo hacia delante. Solo quiero tener una carrera en la que pueda decir que la aproveché al máximo, no tiene por qué ser la NBA y no me importa ir al extranjero. Esto es lo que siempre quise hacer: deseo viajar por el mundo, visitar en esta vida cada continente y jugar al baloncesto". ¿Y quién no?



La forja de un líder

Tanta imaginación, tanto soñar, tanto visualizar sus días de aviones de ida y vuelta, sus noches de pasión baloncestística en lengua extranjera, que su primera experiencia en el Viejo Continente no pudo ser más decepcionante. En agosto de 2013 firmaba por el Ikaros de Grecia. Jugó tantos partidos como sistemas de su técnico entendió. La morriña del que parte por primera vez, la soledad del que no entiende nada, la impotencia del que empieza a dudar, justo en los albores de una incipiente carrera profesional, si realmente el baloncesto iba a poder ser su modo de vida.

Su agonía pudo acabar en octubre, una vez dejó el club heleno, con el que ni siquiera tuvo debut oficial. El Maccabi Hod Hasharon sería su siguiente etapa, mas su segunda oportunidad tan solo duró un par de encuentros encuentros. De ahí al Barak Netanya, sin salir del país (¡tres meses… tres conjuntos!), con 8,5 puntos y 7,3 capturas para levantar el vuelo. "No funcionó, si bien aprendí mucho de su cultura, con influencia americana. Pronto comprendí que el negocio en América no era el mismo que el internacional, muchas cosas aquí no están tan garantizadas como pensaba. Quizá, por ello, di tantas vueltas el primer año". No exagera. Tantas vueltas dio que acabó en la otra parte del mundo, fichando en febrero por los Perth Redbacks. Paradójicamente, una escuadra de Australia fue el que le permitió derribar del todo la pesada puerta europea.

28,4 puntos, 11,3 rebotes y 1,8 asistencias de media en sus 30 partidos en la SBL. Elegido mejor extranjero de la liga y, ya tocaba, la confianza en sí mismo pidiendo por fin sitio. "Está claro que no es uno de los campeonatos con más nivel del mundo, aunque fue más sencillo adaptarme a eso que al estilo europeo, que acabé comprendiendo mejor a mi regreso. Tuve una temporada exitosa allí que me abrió las puertas para jugar en Italia". En Varese, ni más ni menos, aquel conjunto de Eyenga y Rautins, hoy sus amigos. En la 2014-15, un histórico del básquet continental, se la jugaba apostando por un jugador que, en el momento de firmar, solo sabía que habría buena comida y vino en su nuevo país… y que el Vaticano quedaba cerca. "Aquí es todo más lento", aseguraba, contagiado de ese ritmo menos acelerado a la hora de hacerse un nombre en Italia. Con 5,4 puntos y 3,9 capturas, en poco más de 15 minutos por choque, no lo tendría sencillo. Quizá mejor tomar carrerilla desde abajo.



Era el verano de 2015 cuando Okoye se comprometió con el Bawer Olimpia Matera, allá donde las casas se excavaban en roca caliza, un regalo para la vista y para el alma con el sello de Patrimonio de la Humanidad que, en su caso, solo duró tres semanas. Y que después de promediar 17 puntos en sus primeros compases con el conjunto de Lega Due, hizo las maletas hasta Trapani, sin por ello abandonar la segunda categoría italiana. 10,8 puntos, 7,5 rebotes y a por un nuevo tren en esa liga, alejado de todos los focos, en la Udine que acaricia Austria y Eslovenia.

Desde luego, no era el glamour internacional que soñó como consuelo tras la noche de draft. Tercer club seguido en la categoría de plata italiana, una realidad mucho más modesta que la élite que se atrevió a dibujar en su cabeza antes del primer avión. Sin embargo, irónicamente, tanto paso atrás seguido le sirvió para coger un impulso sin mesura. Algo cambió en esos dos años, como reconoció en una entrevista con Sportando. "Sabía que necesitaba un lugar en el que poder prepararme y sentirme cómodo. Mentalmente me ayudó mucho para poder controlar los partidos, me permitió ganar confianza".

"La primera categoría es siempre más difícil, pero en segunda el equipo depende de ti. Y eso… me convirtió en un líder".

Un país sobre su hombros

Cuando te llamas Stanley Onyekachukwu Okoye, tus padres son de Nigeria, regresas a tu país cada verano de vacaciones y se te da tan bien el baloncesto, el móvil puede sonar en cualquier instante. En 2013, un largo número empezaba por el +234.

  • ¿Estarías dispuesto a defender la camiseta de Nigeria?
  • Nunca me olvidé de Nigeria. Intento viajar siempre que es posible, sea verano o Navidades. Me siento orgulloso de poder competir con mi país. Por supuesto que acepto.

    Nada más graduarse se montaba en un avión rumbo al Afrobasket 2013. Un par de años más tarde repetía presencia, esta vez con un oro al cuello, en tierras tunecinas. Solo había sumado 3,6 puntos y 2 capturas por encuentro, pero qué importaba cuando se acababa de proclamar rey de África, el momento álgido de su carrera. "Nunca había ganado ningún campeonato anteriormente. Qué forma de ganar el primero, para mí país, con mis hermanos", relataba emocionado por compartir la gloria con los Lawal, Diogu o Al-Farouq Aminu. "Cuando estoy con estos tíos es como ver a familia. Llevas tiempo sin ellos… pero la química nunca se va".

    Héroes nacionales, recepciones oficiales por parte del presidente Buhari y un poquito de esperanza para el país con más personas en situación de pobreza extrema en el mundo, unos cien millones de habitantes. El orgullo de unos genes. "Verme competir con ellos es incluso más importante para mi familia que para mí. Es uno de los honores más grandes que puedes tener en el deporte".

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    Otro de ellos, qué duda cabe, es sentir como tuyo el himno olímpico. Río de Janeiro 2016 le esperaba. "De pequeño veía los Juegos. No solo básquet, también atletismo, gimnasia o natación. Ser parte de esto ahora es increíble, es una locura, todavía me cuesta creerlo. Es algo que le podré contar a mis hijos. Y ellos se lo podrán contar a sus hijos. Mis padres se lo dirán a sus amigos y sus amigos se lo contarán a otros colegas. Lo puedo compartir con todos… porque ya nadie me quitará esto".

    No, nadie se lo quitará. Los tableros rotos por el camino, los minutos en un amistoso contra la Estados Unidos de Irving y Durant o la mágica ceremonia de inauguración de la cita olímpica. Bueno, algún minutito simbólico en el torneo hubiera estado mejor, pero a Okoye el paso por Río solo le hizo tener más ganas de defender la elástica nigeriana por más tiempo. Con un rol más importante en las ventanas FIBA, selló el pasaporte mundialista de su Nigeria con 11 puntos y 5 rebotes.

  • Nigeria Basketball (@NigeriaBasket) 15 de septiembre de 2018


Ahora, como en Zaragoza, a apuntar lo más alto posible. "Me encantaría jugar la Copa del Mundo. Creo que puedo ayudar al equipo y, si me llaman, estaré. Tras hablarlo en vestuario, nuestro objetivo común es conseguir una medalla, algo que jamás logramos y que sería maravilloso para nuestra historia y a de toda África. No estamos satisfechos solo por haber llegado: ahora queremos ganarla".

"La sangre nigeriana es mágica, tío", repite aquel que lleva tatuado en su hombro derecho la silueta y colores de su país. Porque en Carolina del Norte deben entenderlo: Nigeria, simplemente, también es su país.

Una explosión descontrolada

Volvió Stan The Man. El niño que solo quería divertirse, el chaval de instituto capaz de no tirar la toalla, el universitario que resistió el método militar más duro para alcanzar su cénit. Algo de todos ellos había en esa versión de Stanley Okoye, capaz de promediar 17,5 puntos y 6,2 capturas para sacar el billete de vuelta a Varese, nuevamente ya en la élite. "Cuando surgió la oportunidad, no me lo pensé, echaba de menos esto. Realmente hace dos años no estaba listo para esto, mi salto fue tirar a un nivel más alto. La gente dice que parezco diferente a mi regreso. Siempre fue el mismo, solo cambié por mi trabajo duro. Poder volver es el ejemplo más claro de lo que me esforcé para poder crecer. Los dos años entre Matera, Trapani y Udine me hicieron mejor jugador y, además, vengo de entrenarme como nunca este verano en mi casa. Cada vez que salte a la pista voy a intentar darlo todo para recompensar a los que me han dado esta oportunidad y demostrar que puedo ser constante a este nivel".

Qué temporada más redonda. Un vestuario repleto de amigos, su conjunto en la zona alta y Okoye convirtiéndose en uno de los grandes cañoneros de la Lega. Tercero más valorado, merced a 15,1 puntos, 7,5 capturas y 1,5 asistencias, su confianza en el tiro, aquel que no usaba en el instituto, le permitió rozar el 40% de acierto exterior. De jugador de equipo a estrella sin disimulo. "Siento que puedo hacer muchas más cosas ahora que cuando no tenía esa seguridad en mi tiro. Me adapté al ritmo, trabajé en mi lanzamiento, aprendí a leer situaciones con más paciencia. Antes era muy nervioso y, si las cosas no iban bien, me limitaba a hacer lo que podía hacer bien: rebotear y poner mi físico al servicio del club. Hoy puedo decir que estoy más preparado para jugar que hace años. Deseo ser un símbolo de la recompensa del trabajo duro".

El pasado verano, volvió a sonar el teléfono. Nada de segundas divisiones de Israel o Italia, nada de proyectos en Grecia de los que arrepentirse. Al otro lado, una propuesta ilusionante de la Liga Endesa. El Tecnyconta Zaragoza, inmerso en una trayectoria irregular en las últimas cuatro temporadas, confiaba en el de North Carolina como referencia exterior. "Tiene puntos en las manos. Nos dará presencia y consistencia en defensa y ataque", decía Pep Cagol para definir a un jugador sin miedo a asumir galones. "Quiero demostrar que tengo sitio en esta liga. El reto es que se cambie la cultura de luchar por el descenso y que la afición recupere el entusiasmo para volver a disfrutar con su equipo".



"Diría que el 99% de mi juego es mi mentalidad", proclamó una vez. Si es así, su mente no pudo volar más alto en esta 2018-19. Cuántos momentos para el recuerdo, cuántas canastas imborrables, qué cantidad de imágenes icónicas en una sola campaña. Enamorado del juego de Alocén, cómodo en la pizarra de Fisac -"Su mente es muy abierta, podemos sugerirle cosas en los sistemas"-, integrado desde el primer día en una plantilla que comparte canciones y bromas y adaptado a una competición que define como la mejor de Europa. Su primer triple ganador en La Laguna, allá por la Jornada 6. Su paso al frente tras la lesión de Barreiro. Su nominación como Jugador de la Jornada 13, tras merendarse (27 de valoración) al Herbalife Gran Canaria. Sus 8 triples frente al UCAM Murcia, para igualar el récord histórico del club maño. La gran remontada, siempre de su mano, contra el Unicaja, el día en el que él y su equipo se convencieron de que, puestos a soñar, había que apuntar muy alto. Los primeros cánticos de MVP, la avalancha de autógrafos y fotos.

"Hay momentos en los que te vuelves loco, pierdes el control y solo ves el aro", aseguró al recibir su segunda nominación como Jugador de la Jornada (25). "Fue uno de esos instantes en los que pierdes el control y sientes que es otro el que juega por ti", confesaba en el Periódico de Aragón al día siguiente de endosarle 30 puntos (32 val.) al Unicaja. "Lo que estoy viviendo en Zaragoza es lo que siempre soñé. Estoy disfrutando de algo muy especial para mí. Es el mejor momento de mi carrera deportiva, si bien debo seguir trabajando porque en cualquier instante las cosas pueden cambiar", reconoció en el Heraldo de Aragón.



El mate del año, contra el Barça Lassa, una de las imágenes más plásticas y salvajes vistas jamás en una Zaragoza acostumbrada a los héroes, ante la impotencia de Singleton y Claver, con Radovic llevándose las manos a la cabeza mientras bajaba a defender. O, quizá por encima de todo, su triple imposible en Andorra, metáfora perfecta de la fe del equipo de las remontadas, para ganarle un encuentro al MoraBanc de la forma más heroica posible. "Estoy sin palabras. Nunca te rindas… este conjunto nunca lo hace. No sé cuántas veces lo he visto ya repetido", confesaba tras una noche sin dormir de tanta adrenalina.

"No, no tengo ningún miedo. No soy de los que se esconden. Hay que tener valentía y personalidad. Mis compañeros confían ciegamente en mí". ¿Cómo no hacerlo? Tercer máximo anotador de la Liga Endesa (14,9), 5º en triples (2,41, con el 15º mejor porcentaje, un 43,3%), 8º en minutos (25:45), 9º en robos (1,19), 14º en rebotes defensivos (3,91, con 4,9 en total), amén de 2,1 asistencias y 13,7 de valoración media. El mejor alero de la competición para aficionados, el mejor alero para la prensa. Y, también, para jugadores y técnicos. Casi nada. De las batallas en la Lega Due al Mejor Quinteto de la Liga Endesa en un par de primaveras. "No tengo palabras para describirlo. Me gustaría agradecérselo a mis compañeros, creí en ellos y ellos creyeron en mí".

"No soy un tipo que hable mucho. Incluso en la cancha no soy un líder hablando: el ejemplo lo intento dar con mi actitud". Imposible no contagiarse. Imposible no creer en el Tecnyconta Zaragoza si va de su mano, como demostró en el primer partido de cuartos de final contra el KIROLBET Baskonia, en el que dio la campanada (81-91), con 22 puntos, 5 triples, 7 rebotes, 2 asistencias, 2 robos, 1 tapón, 4 faltas recibidas y 28 de valoración del hijo de la orgullosa Josephine. La historia mira. La historia espera.

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Una cicatriz feliz

"Aquí la barrera no fue tan complicada. Mucha gente con la que hablo puede usar el inglés. Me gusta la ciudad, es cómoda y tiene muchas cosas que hacer. Jugar aquí me convirtió en un jugador más paciente. Hay muchos tíos con experiencia y cada día intento aprender de ellos", aseguró en una entrevista con ACL Sports. Stan ya es un maño más, con su propio salón de peluquería nigeriano -Justiz, déjate convencer- y cautivado por la Aljafería y el Pilar, su catedral y sus fiestas. El internacional nigeriano se atreve con todos los platos típicos intentando encontrar algo que le guste tanto como la paella o el plato de su madre que más le gustaba: egusi, una especie de sopa con unas semillas de melón amargo como elemento estrella.

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De Zaragoza solo se quejó del frío cada mañana de invierno en la que pasear a su perro, célebre en Italia por su hilarante perfil de Instagram. "De tanto que me preguntaban mis amigos por él, le hice una cuenta". Y es que Okoye lo tiene claro. Amante de los documentales de historia -"Me sigo educando a mí mismo"-, adicto a los viajes y a las series de televisión, es de los pocos jugadores que reconocen que no se les dan bien los videojuegos. "Ni siquiera el NBA 2K", lamenta.

Su inconformismo apunta a su propia tierra de nacimiento. "¿Será alguna vez Estados Unidos 'nosotros'?", se preguntaba filosófico. Comprometido y en lucha contra los casos de discriminación racial, crítico de las políticas de Trump y muy afectado por la muerte del rapero Nipsey Hussle, Stanley necesitaba más y más canciones nuevas para evadirse, para sentirse reflejado.

"When I count my blisters, I count my blessings" ("Cuando cuento mis ampollas, cuento mis bendiciones"), canta Nancy C, una de esas canciones que siente como propias. El día que cumplió 27 años, subió una foto de su infancia, nostálgico, escribiendo que siempre se plantea que, si hubiera hecho solo una cosa diferente, no hubiera llegado hasta allí, apreciando por ello mucho más los momentos malos que le convirtieron en lo que es hoy. "Vive la vida que quieras, comete tus errores y aprende de ellos", reza su frase de cabecera en Twitter.

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El trotamundos de los clubes humildes, forjado lejos de las cámaras y de los titulares de prensa, el eterno infravalorado con el extraño don de ser invisible tantas veces para cualquier radar de básquet. El nigeriano nacido en el frío de la ciudad de los robles. El niño que anteponía su barrio y sus amigos a cualquier equipo o sistema. El líder callado, el todoterreno, el héroe de pocas palabras, el tirador que tenía prohibido tirar triples. El 'tweener' que nunca fue, el jugador sin confianza que aprendió a valorarse, si es que nadie lo hacía. El de las lesiones que le hicieron decidir.

A veces, imposible no hacerlo, Okoye regresa a aquella conversación con el doctor que le preguntaba si prefería operarse o jugar con dolor, cuando él lo único que deseaba era tirar la toalla. Todo cambió en el momento en el que supo dar respuesta a su propia disyuntiva, en el instante en el que intentarlo tenía sentido. Hoy, con el techo aún lejano, con las semifinales a un paso y la historia en sus manos, solo siente orgullo de que aquel dilema de Knightdale fuera moneda y resultara cara:

"Para ti será una mierda... pero mi madre piensa que lo logré".