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El Triple de Ansley: 25 años de un cuento eterno
La final más mediática, el triple que no fue, la derrota más celebrada. 25 años después, recordamos la mística vivida aquel 18 de mayo de 1995 en Ciudad Jardín, en un tiro que paró el tiempo. La leyenda del triple de Ansley sigue muy viva
  

Cuando Salva Díez falló el segundo tiro libre, Ciudad Jardín sintió como nunca que aquel sueño estaba a punto de hacerse realidad. Ya no era una ilusión, ya había dejado de ser un simple cuento de hadas. Eran, más bien, las 23:15 de un 18 de mayo de 1995, una realidad tan tangible como que la gloria, la más absoluta, apabullante e imprevisible de las glorias, quedaba tan solo a una posesión de distancia. 77-79, veinte segundos por jugar. El rebote, para Miller. El balón, para Ansley. En sus manos el baloncesto parecía más sencillo.

Un bote, dos, todo el pabellón de pie. Tres botes, cuatro, nadie ya permanecía sentado en el banquillo. Mike se pasó por primera vez el balón entre sus piernas en el quinto, aún en propia pista, mientras su mirada ya buscaba desesperadamente a Middleton para mandarle, al intuir su temor, un mensaje que años más tarde se atrevió a confesar.

  • Te voy a machacar en la cara.

Pero no, en su cabeza no había espacio para vuelos imposibles, mates sobre la bocina o prórrogas heroicas que forzar. En su cabeza no había más futuro que esa jugada a doble o nada. Seis botes, siete, otra vez de una mano a otra, al tiempo que Darryl le replicaba que ya sabía que Mike iba a tirar para ganar. Rojo o negro, la única certeza.

Ocho botes, nueve, otra vez de su mano derecha a la izquierda, mientras la línea de 6,25 ya se intuye en el horizonte, con 6.576.000 espectadores viendo por televisor la escena con ese extraño pellizco que solo aparece cuando sabes que ese presente será, dentro de pocos segundos, pura y simple historia.

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Babkov a su izquierda, Rodríguez a la derecha. Ambos preparados para recibir el pase, mas tan conscientes como el propio Middleton que el tiro pertenece a Ansley. Nadie lo duda, ni en la pista ni en el banco, menos aún en la grada. Ese balón, para bien o para mal, es suyo, debe ser suyo. El de Alabama parecía tener un idilio especial con las canastas ganadoras y hasta el más escéptico hubiera claudicado con solo mirar su estadística en ese instante: 36 puntos, 13/13 en tiros libres, 7/11 en tiros de 2 y 3/5 en triples. Casi nada.

"Cien veces que se produjera la jugada, cien veces le daría el balón a Mike", cuenta Imbroda en cada efeméride. Cien veces que se repitiera, cien veces que se jugaría el triple, de tan fatigado que se notaba para cinco minutos más de prórroga, de tan seguro que se sentía de acariciar la red con esa bola.

Diez botes, once, cada cual con una mano tras pasarlo entre sus piernas en pleno ritual hipnótico mientras el tiempo se hacía más y más lento. Restan ocho segundos y la decisión ya está más que firmada. Dos botes más tarde, a falta de media docena de segundos para el bocinazo final, Ansley arma el brazo sin levantar demasiado los pies del suelo, nunca le hizo falta. Es la imagen icónica de la final. Es y será para siempre, entre o no, el Triple de Ansley, con esa mayúscula que solo merecen las acciones capaces de parar el tiempo.

¿Acaso no se detuvo en aquel instante en Ciudad Jardín?

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"El mejor 4 de Europa"

Michael Antonio Ansley. Un nombre de estrella de culebrón y mil versiones por el camino. El Mike adolescente de Birmingham, la ciudad mágica del acero. Los años de estrella en Alabama con Derrick McKey y Buck Johnson. La elección en el draft maldito del 89 por los Hawks, los días felices en los Orlando Magic. Ese Ansley más delgado y físico, capaz de marcarse un día un 20-13 y al otro un 24-16. Un Ansley alero, con minutos importantes en su estreno (8,7 puntos y 5 rebotes en su año rookie) antes de la ronda de sinsabores. De más a menos, lastrado por la llegada de Dennis Scott y perdido definitivamente en su siguiente oportunidad en los Bucks.

Ni en sus Birmingham Bandits, ni siquiera en los Sixers de la 91-92. Si había algún sueño que cumplir por el camino, ese estaba al otro lado del charco. Jacinto Castillo pareció vislumbrarlo cuando convenció a los dirigentes del Mayoral Maristas para que apostaran por él para los últimos siete partidos de esa 91-92. Aún se emocionan los integrantes de esa plantilla recordando que el de Alabama aterrizó, viajó a Granollers y, casi sin entrenar, se presentó en sociedad con 38 puntos y 13 rebotes. Merecía la pena seguir.

En la siguiente campaña, ya como integrante del Unicaja Mayoral tras la fusión, formó un trío de quilates junto a Tony Massenburg y Chris King. Con el último, además, un dúo estelar en la noche malagueña, como relata entre carcajadas cada vez que rememora su etapa cajista. Su romance verdimorado pudo haber terminado cuando se fue en el verano del 93 al Hapoel Galil Elyon, vigente campeón de Israel, si bien un año más tarde Ansley se encargó de demostrar que, a veces, segundas no es que sean buenas. Es que, simplemente, son aún mejores.

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Qué año aquel, Mike. Sus 16,9 puntos y 6,9 rebotes de media en pista, sus aventuras y desventuras en los bares de la ciudad. De propinas generosas a exhibiciones en el parqué, de canastas ganadoras y sonrisas de todos los colores en pista. De alegría, de provocación, de pura rabia. Un niño grande con personalidad, rico en carisma y chulería, de magnetismo y verbo afilado. "Soy el mejor 4 de Europa", aseguró una vez, asumiendo la sentencia como lema, como frase de guerra para jugar aún mejor desde entonces, como si quisiera transformar la risa de algún incrédulo en reconocimiento a base de evidencia y evidencia.

Nadie creía más en Mike Ansley que Mike Ansley. Líder absoluto y ganador sin mesura, carente de centímetros y con cuerpo rollizo que auguraba falta de aliento tras cuatro carreras. El aliento lo perdieron otros. Su físico despertaba unas dudas que su juego disipaba con varios destellos seguidos. Inteligente en la lectura de cada situación, anotador compulsivo en las duras y las maduras, con visión para el pase y un don para exprimir su cuerpo y sacar un torrente de faltas a sus rivales. Un tipo que le echaba la bronca más grande a su mejor amigo en pista para luego abrazarle e irse a cenar en Nochevieja con él. ¿Cómo no contagiarse de alguien así?

Ese Unicaja consiguió lo más difícil: creerse su propia historia. El corazón de Rodríguez, la defensa de Romero, los mates de Miller, los triples de Babkov. Crecían Ávalos y Ruiz, emergían Bosch y Reyes, con Guillén y Serrano esperando su momento. Un 25-13 de balance al final de la regular, con vuelta al ruedo por la histórica segunda plaza.

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2-0 al Estudiantes en cuartos y recibidos como héroes en el aeropuerto. 3-0 al TDK Manresa y a la final, algo que no había logrado hasta ese momento ningún equipo más allá de Real Madrid, Barça y Joventut. Ovacionados antes del primer partido en el Palau, Imbroda rechazaba cualquier felicitación por haber llegado: ellos solo querían ganarla. 77-84 en el primer asalto. 93-92 en el segundo. 88-87 el tercero, ya en Málaga.

Los malacitanos, que habían roto su maldición -doce visitas blaugranas, doce victorias visitantes- se encontraban a solo una victoria más de ser campeones de la ACB. Nunca pareció tan pequeño el pabellón de Ciudad Jardín en unos días en los que los malagueños hubieran llenado La Rosaleda sin demasiada dificultad para ver ese cuarto encuentro.

Hasta tiempos de coronavirus, jamás un jueves noche las calles de Málaga se sintieron tan vacías. A las 21:30 de aquel 18 de mayo no había más hueco en la plaza de toros para seguir el acontecimiento a través de la pantalla gigante. Tampoco en las instaladas en Echevarría de El Palo, el Parque del Oeste o la mismísima plaza de la Constitución. Niños con la cara pintada, mayores con el corazón en un puño. Decenas de miles y miles de personas pendientes de una pantalla, de un televisor, del último capítulo de aquellos héroes que Pedro Barthe llamó una vez Celtics de Málaga.

Cruce de declaraciones en la previa, ambiente infernal desde mucho antes de que el balón volara. Ruido, sordera, incidentes de todo tipo, un clásico instantáneo que nadie hubiera pronosticado una semana antes. 39-39 al descanso. Un golpe malacitano (47-41, m.23), un par más duros de respuesta barcelonista (54-64, m.34). Reacción final malacitana de mano de Ansley y el balón de la Liga en sus manos, como si la justicia poética fuera otra regla más del baloncesto.

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Toda su carrera en su triple. Toda Málaga en su triple. En Barcelona contenían la respiración. "Cuando tiró, lo viví como si fuera cámara lenta elevada a la enésima potencia", declaraba Montero hace unos días al micrófono de Cope Málaga. "El tiempo no acababa de pasar, durante la trayectoria del balón hice hasta la crónica del partido: Hemos perdido y ahora qué c... le vamos a decir a los medios".

Que levante la mano algún aficionado del Barça o del Unicaja que no sintiera lo mismo en aquel instante en el que el balón volaba buscando ser eterno. Un guionista nacido en la calle Larios hubiera desviado ese balón para mayor gloria y uno más objetivo hubiera acabado justo ahí la película para que el espectador hiciera cábalas con su final mientras la pantalla fundía en negro. Empero, el epílogo tuvo color blaugrana, con un episodio más, el de Epi y su última toma, feliz como su carrera, antes de los créditos finales.

Con el tiempo ya otra vez en marcha, en mitad de uno de esos silencios que hasta duelen por profundos, cuando ese tiro rebotó en el aro, acababa de nacer la leyenda. Aquel triple fallado ya era el Triple de Ansley.

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La derrota más celebrada

"No sé si ha habido otra final con esa carga tan grande de emoción. Uno de los recuerdos más bonitos de mi carrera fue jugar aquellos días en el Palau y el mítico Ciudad Jardín", escribió en una ocasión por Twitter José Luis Galilea, que respiró de alivio cuando los suyos se quedaron con el rebote. No hubo tiempo más que para mover el marcador hasta el 78-80 definitivo, mientras unos se volvían a casa seguros de rematar en tierras catalanas y otros se consolaban pensando que su afición se había echado igualmente a las calles al grito de 'Campeones'.

El quinto fue una realidad, con 73-64 para el cuadro catalán. 4.787.000 de audiencia y el 31,9% de share, con casi siete millones en los últimos minutos, más que en cualquier otra retransmisiones de clubes en la historia del baloncesto español. Un boom, una revolución, un movimiento sísmico de Barcelona a Málaga.

Epi despidiéndose con sus últimos puntos de un Palau entregado y fiesta total de un Barça que disfrutó más del trofeo por el mérito de su oponente. No hay mayor elogio en el deporte que hacer sufrir a un campeón. Pero... ¿quién iba a convencer con clichés heroicos de victorias morales a un ganador sin título? Ansley no deseaba ni volver a Málaga, planteándole a su técnico regresar a Estados Unidos directamente desde la Ciudad Condal por vergüenza de reencontrarse con la afición malagueña.

Los que estuvieron en aquel aeropuerto jamás olvidarán la escena. Tres o cuatro mil aficionados que actuaban como si su conjunto retornera con trofeo. ¿Se habían vuelto locos? ¿O el loco era Mike? "Le pregunté a Nacho Rodríguez si habíamos ganado algo porque la gente nos recibió como héroes. Fue increíble, no me lo esperaba". Sin darse cuenta, Ansley pasó de la mayor de las decepciones a, ¿quién dijo tópico?, dar pases de torero con Kenny Miller antes de festejar con la afición malagueña el subcampeonato más celebrado de la historia de la ACB. "Cuando vi gente con lágrimas en la cara de felicidad pensé que eso es lo que se siente cuando eres campeón".

Al americano le quedaban aún unos cuantos capítulos más por protagonizar. Su año europeo con Unicaja, del marisco al fast food. La reválida cacereña, en la que pisó una final de Copa por méritos propios, siempre cómodo en el papel de David frente a Goliat. Su trienio en el Darussafaka, la decepción orensana, descenso incluido. Cuando Ansley aterrizó en Polonia, ya con 34 primaveras cumplidas, nadie hubiera imaginado que le quedaban aún nueve años de carrera, quizá el otro gran trofeo simbólico de su vida profesional. "Mi mayor éxito ha sido jugar tanto tiempo... ¡25 años! Quise jugar hasta los 45, pero no pude", le confesó a Javier Ortiz en Endesa Basket Lover. Se fue a los 43 y meses antes aún asombraba anotando en un partido 37 puntos, ya es casualidad, en la primera competición polaca. El sueño de Alabama se estiró hasta Varsovia.

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25 años de un triple eterno

En 2014, el Unicaja quiso homenajear a Mike Ansley, que volvió a ser el niño grande de veinte años atrás nada más pisar la Costa del Sol, relatando todo lo que significaba ese triple para él y cuánto trascendió en su vida mucho más allá del baloncesto. "Fue el tiro más importante de mi carrera, ese tiro cambió mi vida. Es histórico y por todos los sitios me lo recuerdan. ¿A cuánta gente conoces que sea famosa por fallar un lanzamiento? No sabía que podía cambiar la historia del baloncesto en Málaga. Unió a la ciudad y, a la vez, fue el mayor error de mi carrera. Todavía tengo pesadillas con ese tiro fallado, pienso en qué pude hacerlo mejor. A Middleton le superé durante todo el partido y sabía que podía meterla. Imbroda me dijo que hiciera lo que sabía. Después me sentí mal y tuve hasta depresión. Pero me hizo más fuerte", aseguró entonces entre lágrimas en una emotiva rueda de prensa.

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"Estoy superado, sin palabras. Tenía muchas ganas de volver a casa, Málaga es increíble. Desde el fondo de mi corazón quiero decir gracias. No quiero llorar... pero me siento como un niño el día de Reyes. Si me lo pide el público, volveré a lanzar ese triple". Lo volvió a fallar. "Mejor así", quizá pensó mientras se arrodillaba para besar el parqué del Carpena, la herencia de Ciudad Jardín.

Han transcurrido media docena de años más y la patria de Ansley solo entiende de proyectos e ilusiones, instalado ya de forma permanente en el barrio de Bielany de la capital polaca, en la ribera occidental del río Vístula. A su lado Anna, la mujer que le enamoró. Hoy entrenador, tranquilo, paciente y de metodología clásica, con charlas en inglés en la escuela de basket más importante del país y en los campus que organiza cada verano. Los idiomas nunca fueron lo suyo. Los recuerdos, sí.

Hace unos días, por el aniversario de la fecha, charlaba con Manolo Rubia rememorando ese instante del que hoy se cumple un cuarto de siglo. "Si tuviera la oportunidad lo tiraría de nuevo y lo metería otra vez. Sigo siendo el mejor 4 de Europa de 53 años. Una vez fuiste el mejor, ya siempre lo eres. Por cierto, han pasado 25 años, ¿dónde está mi dorsal retirado? ¿Aún no lo habéis hecho?" Genio y figura.

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Un triple que no fue, un símbolo, un antes y un después. Un icono y un germen para ser más grande. "Nunca se recordó tanto a un subcampeón", exclama Imbroda para hablar de todo lo que representaron aquellos días de locura y magia en Ciudad Jardín. Ningún palmarés se llena solo con gestas, pero hay segundos puestos que llenan la memoria colectiva, como recordó Dani Romero en La Opinión de Málaga. "Si Mike hubiera metido el triple... ¿hubiese cambiado algo? Creo que el fallo incluso creó una mística que lo ha hecho todavía más bonito". Poulidor y su perpetuo segundo cajón del podium, el Penalti de Djukic y su capítulo posterior... ¿hubiera entrado el triple de Garbajosa sin aquel previo de Mike?

25 años después, Unicaja celebra su derrota. El Triple de Ansley sigue parado en el tiempo.