acb Photo / V. Salgado
© acb Photo / V. Salgado
Álex Abrines: nuevas alas para volar más alto
Talento precoz como pocos, la celeridad de su estrellato le abocó a una huida buscando refugiarse del baloncesto. Tuvo la valentía de verbalizar y hacer visible lo que otros rehúyen y ahora, con la pausa propia de la madurez, disfruta nuevamente de ese deporte que tanta feliz le aporta.
  

Y sentirse libre. Ver que las cadenas se rompieron, que los lazos que retenían tu esencia se deshilaron y la carga emocional que soportaban tus hombros perdía peso hasta hacerte creer que podías volver a volar.

El sentimiento de libertad es único e incomparable. Nada como encontrar el equilibrio personal y profesional para sentirse un ser completo, una versión completa de uno mismo que impulsa a nuevos desafíos para seguir creciendo.

La vida de Álex Abrines, como su juego, ha ido a una velocidad superior, casi sin pausa. Eso es una virtud a la hora de zafarse de rivales sobre el parqué, pero también es necesario respirar y demorar tiempos para no ser preso de la voracidad que posee la sociedad actual.

acb Photo / E. Cobos
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Criado entre los cuidados familiares de esa enorme cantera que es el baloncesto balear, Álex recogió la pasión familiar formulando sus propios deseos. “Desde que nací me aficioné. No tenía conciencia y ya tenía el balón en las manos”, le confesó a Dani Barranquero en un reportaje acb.

Le descubrimos como un astuto y hábil escolta que con espigada figura se desvanecía delante de defensores culminando jugadas espectaculares. Un anotador como los de antes, recogiendo el testigo de los grandes exteriores del baloncesto español, pero con el valor añadido de un físico propio del Siglo XXI. Una gracia y virtuosismo que le llevó a Málaga donde derrumbó la puerta de acceso a la acb como solo lo pueden hacer los gigantes del baloncesto.

Fue una bocanada de aire fresco cuando el talento nacional comenzó a sentirse escaso. Ser MVP del Europeo Sub18 que España conquistó en 2011 le convirtió un heredero directo en la escala sucesoria de los Epi, Villacampa o Navarro. El hombre sobre el que tantas miradas se posaron respondía a los retos y a las expectativas con una frescura y desparpajo como pocas veces se había visto. En su meteórica ascensión era inevitable que otros clubes le tentaran con suculentas propuestas y el Barça quiso hacer suyo un crecimiento imparable. Álex vivía sueños futuros en tiempos presentes.

Con el conjunto blaugrana conquistó todos los títulos nacionales, fue ganando cuotas de protagonismo entre los adultos de la canasta y, una vez consagrado en el baloncesto terrenal (bronce con España en los JJOO de 2016 y Eurobasket de 2017), subió un peldaño más en su crecimiento imparable hasta alcanzar la NBA.

Era inevitable que aceptara el ascensor que más alto te lleva en el baloncesto, aunque eso lleve a firmar un contrato donde la letra pequeña no se lee y las cláusulas del día a día se oscurecen por el fogonazo de los flashes. Fueron tres temporadas en Oklahoma como socio de grandes como Russell Westbrook o Carmelo Anthony; actor secundario de unos Thunder que fueron presa aspiraciones sobredimensionadas por falta de fundamentos colectivos. Quizá no el grupo alcanzó los objetivos propuestos, pero para él fueron días felices aprovechando los minutos para exhibir su juego y colándose entre el glamuroso mundo NBA.

Y entonces la cruda realidad golpeó al joven Álex sin quizá la suficiente armadura para amortizar su impacto. La presión de ser perfecto durante mucho tiempo, la necesidad de responder a las expectativas de un mundo exterior que desconocía sus anhelos interiores, quizá la reminiscencia de su carácter introvertido en la infancia o, simplemente, la celeridad de un tiempo implacable con el error resquebrajaron su amor por el baloncesto.

Lo que más quería se convirtió en lo que más le hería.

Es un dolor diferente. El dolor físico es algo que se ve y se nota más fácilmente, sobre todo desde fuera, y el dolor mental desde fuera, sobre todo, no se ve... no se trata de igual manera que si te rompes una rodilla y debería tratarse porque al final lo que manda es la cabeza”, relató en un video sobre la depresión que sufrió.

Las espinas del profesionalismo hicieron sangrar sus sueños, los ogros del negocio secuestraron su pasión y pasaron los días instalándose en un bunker personal, donde el baloncesto quedó apartado en el redil del instinto básico. "Los deportistas somos personas normales y estamos sometidos a una presión fuera de lo normal”, afirmó. Lo propio le era ajeno

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Fue valiente su declaración pública de que es humano caer y de que tras una sonrisa impostora también puede haber un lamento. Reconoció su debilidad personal para curarse, pero también para ayudar a otros a visibilizar lo que todos ven, pero pocos reconocen. “No contarlo y quedártelo para ti mismo es lo peor que puedes hacer”, aseguraba.

Mostró al mundo su vulnerabilidad y éste a cambio le ofreció tiempo y ánimo para reencontrarse con la paz interior. Su valerosa actitud evidenció, a su vez, que los primeros pasos para su regreso ya habían sido dados.

Y para hacerlo nada mejor que hacerlo allí donde más feliz se sintió, en el hogar de los brazos queridos, junto a los consejos de quien le quiere por ser persona y no personaje. Y regresó a la acb. Fue un duro año, con pocas crestas y valles más prolongados de los deseados, mas nunca hubo camino de regreso fácil.

Mientras, su otro mundo, el personal, crecía y le devolvía cuotas de felicidad hasta recomponer por completo su puzle emocional y dar paso al momento donde muchas de las creencias quedan desnudas para mostrar lo que de verdad importa… cuando el yo pasa a ser nosotros.

Y así hasta hoy, momento donde todo vuelve a tener sentido, donde el baloncesto dejó de ser un laberinto, donde las enredaderas cayeron y limpiaron la pista para que Abrines volviera a despegar. El Álex capaz de encadenar minutos de excelencia, el que enamora con su pulsión anotadora se hace hueco en el rutilante proyecto del Barça y nos recuerda a su mejor versión, a la que era libre de ataduras. En su estreno esta temporada realizó su partido más completo alcanzando 29 créditos de valoración frente a Hereda San Pablo Burgos y en la actualidad promedia 9/16 en triples, 17,3 puntos y 18,3 de valoración, topes en su equipo.

Álex Abrines está a punto de celebrar sus 200 partidos en acb en su versión 2.0, uniendo lo mejor del joven que deslumbró con 18 años, pero con la experiencia que le ha dado una madurez acelerada. Conoce el camino del éxito, pero también los pasillos oscuros que se esconden en su edificio. Ha visto las dos caras del deporte profesional y reconoce dónde quiere estar y quién quiere ser. “Felicidad: sólo quiero eso”, reconocía en una entrevista al club.

Le sobra impulso para llegar lejos, muy lejos. Tan lejos como su talento y su felicidad le hagan llegar.