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Leyendas del Playground (XVIII)

Formó junto a Joe Hammond la mejor pareja de jugadores del baloncesto de asfalto, siendo difícil determinar cuál de los dos era mejor. Pee Wee Kirkland fue un precusor en su modo de jugar pero, como sucediera con otros nombres, no logró triunfar como profesional y terminó en la cárcel donde, de nuevo, el baloncesto fue su apoyo. Tras 11 años de condena el mundo había cambiado y él había perdido la juventud, pero supo adaptarse a las nuevas circunstancias convirtiéndose en todo un ejemplo

Tiny Archibald fue para muchos el gran rival de Pee Wee Kirkland
© Tiny Archibald fue para muchos el gran rival de Pee Wee Kirkland
  

Con una solidaridad pasmosa, más propia de un thriller de bajo presupuesto, se empeñó el destino en reunir en la misma ciudad (Nueva York), en el mismo sector urbano (Harlem), en el mismo vecindario (en torno a la 124), en la misma cuadrilla y en el mismo equipo (Milbank Pros), a Joe Hammond y Richard Kirkland, la pareja de grandes talentos más genuina y peligrosa que haya dado nunca la Streetball en los Estados Unidos. Ya dedicamos a Hammond las entregas IV, V, VI y VII y sobrevolamos entonces a nuestro protagonista de hoy. Cuando la realidad se empeña en superar a la ficción, resulta difícil imaginar un guión (ni la serie 'SHAFT' lo habría planteado mejor) donde agrupar a una cuadrilla de secuaces semejante a la formada por Hammond, Kirkland, Manigault, Cobb, Knowings, Fly, Matthias, Thomas, Ford... y otros anónimos niggers de un microuniverso tan desfavorecido como aquel. Unos murieron pronto, otros pudrirían parte de su juventud a la sombra y casi ninguno pudo eludir en alguna noche perdida el rencor de algún disparo.

En los primeros setenta, muchos años antes que Jordan y Pippen mostraran al mundo NBA que un dos contra cinco era posible en términos ofensivos, Hammond y Kirkland ya lo habían demostrado en el baloncesto de asfalto, en una época donde las finales de la Rucker (1970 y 1971 en especial) seguramente habrían rivalizado en calidad con las profesionales de la ABA y la NBA. Sólo que en el caso de esta pareja nunca se pudo dirimir rigurosamente quién era el mejor. En 1968, cuando formando pareja Kirkland con Bobby Dandridge, Norfolk State alcanzó el título de la CIAA, Sports Illustrated escribió sobre él: 'Kirkland is the fastest man in college basketball and probably the fastest player in basketball ever'. Años después Tiny Archibald, el rival que el destino elegiría para Kirkland igual que Hammond hizo con Dr J, subrayaría: 'He was the best all-around player to come off the playground. (...) Pee Wee was for real. He was as flashy as anyone, but he could control a game and he never lost sight of the big picture or the point of basketball putting the ball in the basket and winning games'. Compañero suyo en Norfolk y reverendo hoy de la zona, Bernard Branch, consciente de la odisea que tocó padecer años después a Kirkland, señalaba: 'He was a very agile player and I use to wonder how he dressed so well. All that does not matter now because I am so happy to know God has a definite purpose in his life'. Walt Frazier reconoció haber caído erotizado al fino estilismo de Kirkland: largos abrigos, hombreras generosas, amplios sombreros de medio lado, colores chillones, cuellos de pico, campanas al suelo, el afro intacto, elegancia al uso o 'prodigious style' como subrayaba la SLAM especial del pasado verano añadiendo: ''many players tried to copy his game because he had the substance', la 'substancia' de la rebeldía prevalente en la Golden Era. Hablando del juego como tal, nadie como Bob McAdoo resume mejor sus modos cuando sentenció que 'Kirkland was running Showtime twenty years before the Lakers knew what it was'. Y es que hablamos de uno de los más grandes jugadores anónimos de todos los tiempos, de un anotador compulsivo, un increíble dominador del balón que descubrió al mundo del baloncesto el 'crossover-dribble' como gesto técnico, igual que Maravich hizo con el 'behind-the-back-dribble' o Monroe con el 'shake-and-bake', pulsiones íntimas que sólo el paso del tiempo terminaría disociando de la pura galería.

Pioneros. Esa es la expresión adecuada. Los impulsos de libertad derramados en todas las esferas de la vida en la primera mitad de los años setenta tuvieron en la sangre neoyorquina a sus figuras más representativas. El mismo Kirkland declaraba recientemente en nombre de un estado, de una ciudad y de un modo de entender el Baloncesto que Nueva York es aún hoy un santuario único en el mundo: 'We need players that already possesse in their minds the ability to create'. Así nativos como Cousy, Archibald, Mark Jackson ('It's poetry, something that should be bottled and shipped all around the country'), Kenny Anderson, Stephon o el mismo Kirkland fueron en cada época el fiel reflejo de ese impulso que convierte a las calles de la NYC en una cantera inagotable de talento libre. 'This is New York, the Big Apple city so nice we named it twice'.

Estrella en Norfolk State donde terminó como máximo anotador del país en 1968, ni siquiera la presencia de un prestigioso entrenador como Ernie Fears (147-31 entre 1962 y 1969) le granjeó crédito suficiente para eludir la mala fama de ciertas joyas procedente de la suburbia neoyorquina. Y así, fruto de la recelosa óptica oficial, cayó en el draft de 1969 hasta la 13ª ronda y una humillante 172ª posición a manos de Chicago Bulls. La franquicia, sorprendida por sus actuaciones en los primeros trainings del campus, le ofreció un contrato de un año por 40 mil dólares (10 mil menos que los Lakers a Hammond), pero Kirkland no podía aceptar nada que no le situara donde su talento real merecía: un puesto en el cinco titular, igual respeto al de sus parejos Weiss, Sloan, Haskins y Walker, y un trato justo por parte de Dick Motta, el técnico con quien para colmo mantuvo la discusión definitiva. Tras el incidente Kirkland abandonó el rookie camp aduciendo la misma razón que Hammond en L.A. dos años después: 'Gano más dinero en la calle que el que nunca me podáis ofrecer aquí'. Y así regresó Pee Wee a su Harlem natal, donde no era uno más sino uno de los más grandes, un verdadero dios de la zona.

Explicar quién era en términos generales Pee Wee Kirkland es superar el universo entre los aros. Como indicamos en la sexta entrega de la serie, un personaje de calado similar al de Joe 'The Destroyer' Hammond: 'La gran mayoría de leyendas truncadas respondieron siempre al vago perfil de la delincuencia menor, buscándose la vida por una miserable dosis ('The Goat' no hacía más que pequeños servicios de entrega rápida) o dando en una mala noche que les condujera a la sombra, pero en el caso de Hammond hablamos de uno de los narcos más importantes del este de Harlem en los años setenta. Joe, su tío Willie, y varios secuaces (donde Kirkland aparece en una especie de triunvirato) formaban una banda que controlaba una vasta zona de manzanas entre la 95 y la 155 y que abastecía a millares de clientes'. Hay para colmo más certeza en Kirkland que en Hammond de que portaba un revólver en cada partido (su bolsa en el suelo estaba férreamente protegida) y terminaron pillándole antes que a nadie. La mala suerte se cebó con él y en 1971, días después que Red Holzman le invitase a una prueba con los Knicks que le habría dado paso definitivo a profesionales, fue arrestado por un chivatazo. Durante el interrogatorio Kirkland no diría una sola palabra, no acusaría a nadie. Mientras Hammond se quedaba así con todo aquel pequeño imperio, Kirkland sería condenado a 15 años de prisión acusado de narcotráfico, tenencia ilícita de armas, evasión fiscal y obstrucción a la justicia. El lugar poco importaba pero sus pasos dieron finalmente en la Penitenciaría Federal de Lewisburg.

'Me tuve que adaptar y lo hice. Eso es algo que siendo joven puedes hacer. Harto y aburrido de comprobar día a día la rutina de la pobreza y el fracaso, terminas convenciéndote de que la vida criminal, en muchos sentidos, merece la pena. Pero mirando hacia atrás compruebas que no, que jamás puede merecer la pena. Si alguna decisión me ha llevado cuarenta años corregir, es precisamente ésa', declaraba recientemente en una amplia entrevista al New York Sports Express ('PWK: Fundamentalist', by Dave Hollander). Kirkland concentró los primeros años de su pena en las dos canastas del patio de la prisión hasta el punto de acabar formando allí un solidísimo equipo de presidiarios. Astuto y decidido, resolvió negociar con la Dirección del Penal el acceso del equipo a la Anthracite Basketball League, un circuito semiprofesional de contrastada calidad que enfrentaba a equipos de prisioneros procedentes de distintas cárceles del país, al más puro estilo de 'La Gran Evasión'. Su tarea infatigable dio finalmente resultado. Hay que concebir que alguien que había liderado la anotación de la Rucker en 1970 y 1971 tendría muchos boletos para mostrarse muy superior al resto; pero nadie podía imaginar que una especie de Chamberlain cercano a los dos metros tendría una especie de encarnación penal. En la temporada de 1972 Richard 'Pee Wee' Kirkland promedió un sobrenatural registro de 70 puntos por partido y a la excepcional visita a la prisión de un equipo lituano el resultado final habla a las claras: 228 a 47. Su vendetta anónima al mundo quedaría reflejada en su anotación individual aquel día: 135 puntos. Poco después de la debacle americana en Munich el verano de aquel año 72, Kirkland señalaba en tono jocoso: 'Hey, si alguien necesita derrotar a los rusos que me llamen'. Y en la entrevista del Express se reafirmaba muy seriamente: 'Sin duda. A mí y a un montón de fellas de la calle porque esos eran los grandes jugadores, los que no gozaban de una sola oportunidad'.

Cuando por fin terminó condena, once interminables años después, Knowings había muerto, Manigault atravesaba sus peores días, y Hammond y Fly ahogaban su vida entre rejas. Volvió a pisar en solitario el Hemingway Park en Norfolk, su escenario de glorias pasadas, y ninguno de los rostros le eran ya conocidos. Su generación se había diluido como el humo. El mundo había cambiado y esta vez, con la juventud perdida, se vería igualmente obligado a adaptarse. Y lo hizo a las mil maravillas, como muy pocos lo han conseguido. Se comprometió férreamente con la comunidad: terminó los estudios hasta cumplir el Doctorado, realizó después un prestigioso Master y creó el 'Ambassador' y el 'School of Skillz', programas ambos para la escolarización de niños de zonas desfavorecidas, que encontraron rápido patrocinio por parte de Nike y el gobernador George Pataki. Los programas fueron acogidos a nivel nacional y hoy en día, quién lo diría, Richard Kirkland es un prestigioso conferenciante que ha escrito con asiduidad en Sports Illustrated, Financial Times y varias publicaciones de corte religioso, además de compartir mesa con el prestigioso Peter Jennings en su World News Tonight. El 27 de febrero del año 2001 en un lujoso hotel de Raleigh, el North Hilton, Kirkland abría la conferencia tal que así: 'The purpose in my life now is allow young people to see the worst nightmare in looking at my past experience and a better future in the choices I have made since living prison with two felonies' like going to get a Master's Degree and pursuing a Doctorate Degree'. Se suele decir que la gente no cambia nunca: pues he aquí un ejemplo extraordinario.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM