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Tom Payne: Cuando el baloncesto es odio

“Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien”. Martin Luther King luchó por mantener el odio apartado del corazón de los de su raza, pero no siempre lo consiguió. El odio engendra más odio, y Tom Payne, el primer jugador negro de la historia de la Universidad de Kentucky, lo sabe mejor que nadie. Payne era considerado el nuevo Kareem Abdul Jabbar, pero hoy sólo es un hombre marcado por la cárcel y el crimen. Más de 30 años lleva en prisión por repetidos delitos de violación. Antes el basket, el odio, el cine y el boxeo. ¿Un violador porque es un desalmado o porque el odio racial que sufrió como jugador le marcó para siempre?

Tom Payne se convirtió en el primer negro en jugar con el equipo de la Universidad de Kentucky
© Tom Payne se convirtió en el primer negro en jugar con el equipo de la Universidad de Kentucky
  

Louisville (Kentucky) era, a mitad del siglo pasado, territorio hostil para los de raza negra. El más grande nacido en aquella tierra, de nombre de esclavo Cassius Marcellus Clay y de nombre de leyenda Muhammad Ali, había sufrido el odio de los blancos y lo había canalizado en la lucha y la rebeldía. Nacido ocho años antes que Tom Payne, su historia no sirvió de guía para todos. Y es que cuando Payne empezó a destacar en el Shawnee High School como el mejor pívot del país (25.8 puntos y 29 rebotes de media en su año señor) y “Sports Illustrated” escribió sobre él, se le podía aventurar una carrera exitosa en el baloncesto, lo suficientemente buena como para hacer sombra a la de Ali en el boxeo. Todas las universidades del país le llamaron, pero él eligió la Universidad de Kentucky. Se quedaba en casa e iba a ser entrenado por Adolph Rupp, el legendario entrenador universitario. Rupp es una figura para el recuerdo, pero no siempre, como dicen los americanos, por X’s y O’s.

Rupp, el entrenador racista

La figura de Adolph Rupp ha despertado más controversias que ninguna otra en la historia del basket universitario. En 1991, un reportaje de “Sports Illustrated” ponía nombres y apellidos a su ganada fama de racista: ligaba sus actividades a las del Ku Klux Klan. Gente cercana a él ha negado categóricamente las habladurías sobre sus pensamientos segregacionistas, pero lo cierto es que Kentucky fue la última universidad de las cinco grandes (el llamado Phat 5, junto con North Carolina, Duke, UCLA y Kansas) en incorporar a un jugador de raza negra. Unos dicen que fue una evolución natural y lógica, otros citan (literalmente) que el entrenador dijo que si estaba obligado a tener a uno de “ellos” sería sólo “uno” y “grande”. Los más críticos afirman que Rupp escogió a un chico potencialmente inestable para demostrar que tenía razón al no reclutar jugadores negros.

Todo eso queda en el terreno de la habladuría y la leyenda, y la única realidad es que Tom Payne se convirtió en el primer jugador negro en vestir la camiseta del equipo de baloncesto de la legendaria Universidad de Kentucky. Su año freshman no jugó con el equipo ni fue becado, pero sus padres pagaron los 2.000 dólares del curso sin problemas: Payne no era un negrito pobre del ghetto; provenía de una familia seria, equilibrada y acomodada. De hecho, con los años sus ocho hermanos menores llegaron a sumar 14 licenciaturas universitarias. Hoy todos son profesionales respetables. Sus padres, un sargento del Ejército norteamericano y de una licenciada en Biología, crearon una familia recta y casi modélica.

Todo se torció el primer día que se puso la camiseta de los Wildcats. Jugaba en Tennessee y cuando salió a la pista el público le abucheó. Le gritaban “mono” y “nigger”, algo que le ocurriría en cada pabellón en el que jugara. La SEC (South Eastern Conference) de la NCAA abarcaba los estados más racistas de la Unión. Todos, incluidos los propios fans de su equipo, le repudiaban por el simple hecho de ser negro.

El odio, parte uno

Se dice que amigos de Rupp le presionaron para que no hiciera jugar de titular a Payne. Él decidió que lo fuera desde el primer día, una decisión baloncestísticamente inapelable: 34 puntos contra Georgia, 39 y 19 rebotes frente a Louisiana State, 30 ante Auburn. Una máquina de un físico prodigioso, magníficamente musculado para mover sus 2.17 metros con soltura. “El nuevo Lew Alcindor”, decían las crónicas.

Pero el odio crecía contra él. Su hermano Darrell, hoy su abogado, lo cuenta de una manera muy gráfica: “Recuerdo partidos de UK en los que mi padre y yo éramos los únicos negros del pabellón. Estar ahí sentado y escuchar todos esos insultos racistas era horrible. Imagina cómo se siente un padre cuando escucha eso sobre su hijo. Pero lo más importante era lo duro que se hacía todo para Tommy”. El propio Tom lo corrobora: “¿Imaginas lo que es que 18.000 personas te griten “nigger”? ¿Qué efecto crees que puede tener eso contra una persona negra?”. A mediados de diciembre de 1969 pidió que lo transfirieran a otra universidad. Donde fuera, pero lejos de ese infierno. La rabia comenzó a apoderarse de él. Cuando hacía una buena jugada empezó a levantar los puños. Su propio público le gritaba aún más, pues creía que era el saludo del “Black Power”. Tenía roces con sus compañeros, hasta el punto de apartarse de ellos y vivir en su propio mundo, escudado siempre en sus gafas de sol. Empezó a ser rudo con todos: “Tú eres blanco y yo negro. Yo no te gusto y tú no me gustas. Si puedo darte un codazo en una lucha por el rebote, lo haré”, le dijo a un compañero.


Plantilla de la Universidad de Kentucky en la temporada 1970-1971


A pesar de haber vivido en el sur de los Estados Unidos, donde las banderas confederadas y las cruces ardiendo en el jardín de casa no eran un paisaje desconocido para los negros del lugar, su infancia se desarrolló en diferentes bases militares (incluida una en la Alemania liberada del nazismo por hombres como su padre), donde la integración era total y el racismo estaba fuera del diccionario. Por eso, el impacto de todas las humillaciones que sufrió fue mucho mayor que para otros. Demasiado odio, demasiado sufrimiento. No era el único: Henry Harris, el primer jugador negro de la Universidad de Auburn, se suicidó tirándose de un edificio de Nueva York al acabar su carrera universitaria. Todo lo sufrido le había hecho explotar. “He luchado toda mi vida contra el terrible daño emocional que viví como universitario. Fue un proceso difícil. Afortunadamente lo conseguí y no soy un hombre destrozado”, declaró hace poco Perry Wallace, el primer jugador negro de la Universidad de Vanderbilt. ¿Suficiente como para comprender a Tom Payne, un hombre que ha violado en repetidas ocasiones a mujeres blancas? “Antes de ir a la universidad, nada en mi vida hacía presagiar que iba a ser un criminal. Todo cambió cuando fui a UK. Aquello me hizo demasiado daño. Mi rabia y odio hacia la sociedad blanca apareció, y decidí atacarlos”, se justifica Payne tras más de tres décadas en prisión. ¿Suficiente? ¿Atenuante? ¿Cómo merece Tom Payne que lo recordemos? Sigamos con su historia para tratar de comprenderlo todo.

El odio, parte dos
Al acabar su primera temporada, Payne sólo pensaba en largarse de la Universidad de Kentucky. Sus 16.9 puntos y 10.1 rebotes y la aparición del Hardship Draft (un invento de la NBA para incorporar a jugadores no graduados con dificultades para obtener las notas necesarias para seguir estudiando) le aseguraban un buen contrato. Los Atlanta Hawks lo escogieron con el número dos y le firmaron un contrato de 750.000 dólares. “No me pensé ni un segundo salir de allí y coger la pasta”, dice Payne.

Ese verano de 1970 comenzaron sus problemas. La policía había coleccionado demasiadas infracciones de tráfico de su Cadillac, que resultó estar a nombre de un vendedor de coches de Pennsylvania. Se dijo que había sido un pago fraudulento de los Pittsburgh Condors de la ABA para reclutarlo. Poco después, una mujer lo acusó de haberla violado, pero su testimonio era débil y nunca fue procesado por ello. Ella lo describió como un tío de 1.90 metros, cuando medía mucho más. Posiblemente aquella mujer no supo cuantificar bien lo que medía el gigante que la atacó, y también es probable que aquélla fuera la primera violación del delincuente Tom Payne, sólo que de ésta se libró. Se iba rumbo a Atlanta.

Tom Payne tuvo que sufrir el odio de sus propios aficionados
© Tom Payne tuvo que sufrir el odio de sus propios aficionados
Su año de rookie en la NBA no dio para mucho. Jugó 29 partidos promediando 7.8 minutos, 4.1 puntos y 2.4 rebotes. Pero fuera de las pistas, un monstruo llamado Tom Payne seguía actuando. En mayo de 1972 era arrestado y se le imputaron tres violaciones. Pasó sólo cinco años en prisión en Georgia, de los cuales dos y medio los vivió aislado por participar en un motín. Entre tanto, en Kentucky se le descubría otra violación consumada y dos más en grado de tentativa. Coleccionó otros cinco años en la cárcel de LaGrange, hasta que en 1983 le fue concedida la libertad condicional.

Con 33 años y aún más musculado, intentó volver al baloncesto sin mucho éxito jugando con los Louisville Catbirds de la CBA. Entonces se fue a vivir a Los Angeles, donde comenzaría una breve carrera en el boxeo. Intentó participar en los Golden Gloves, el legendario torneo americano de boxeo amateur, pero no le permitieron hacerlo por ser demasiado alto. Luego lo intentó como profesional, y debutó contra Víctor Serrano (un sparring cuyo único combate fue éste) el 23 de junio de 1984, con victoria por KO. Tras tres combates más (todos contra rivales que no boxearon más de tres veces como profesionales) y dos derrotas, se dio cuenta de que el boxeo no era lo suyo. Luego le llegó el turno al cine, y ahí su carrera sí que prometía. Actuó en varios anuncios (incluyendo uno de McDonald’s), hizo una aparición en un capítulo de “Juzgado de Guardia” y su mayor trabajo fue el papel de Cundo Rio en “Stingray”, un telefilme basado en una serie creada por Stephen J. Canell, el cerebro de “El Gran Héroe Americano” o ”El Equipo A”. “Si soy honesto, diría que Payne podría haber ganado un millón de dólares en 1986”, declaró su agente cinematográfico, Lule Baker. “Era todo lo que se podía desear: enorme, encantador, guapo. Las mujeres se volvían locas por él”, dijo Paul Jabara, productor musical. Parecía que, por fin, todo le sonreía.

Pero el 14 de febrero de 1986 fue pillado in fraganti cuando intentaba violar a otra mujer. La reincidencia era doblemente grave: un nuevo crimen que añadir a su horrible historial y haberse saltado la libertad condicional. ¿Qué clase de monstruo era Tom Payne? La justicia lo tenía claro: uno que iba a pasar muchos años sin la libertad que no merecía. Fue directo a la cárcel y en 2000, cuando cumplió su pena, fue reclamado por el estado de Kentucky para cumplir 15 años más de condena por haber violado la libertad condicional de su delito de 1971.

La redención de un hombre acabado

Tom Payne tiene 56 años y sigue en la cárcel. Su vida está arruinada. Intentó que le fuera concedida la condicional una vez más, pero para los casos de agresores sexuales es virtualmente imposible conseguirla. Dice que ha cambiado. Que ha conocido la religión y que es otro hombre. En un reportaje de la WAVE 3, una televisión local de Kentucky, de 2005, hablaba de sus actividades en la cárcel. Tiene un programa de TV en circuito cerrado en el que trata de guiar por el buen camino a los presos más jóvenes. Dice que ha tenido encuentros con mujeres que han sufrido asaltos sexuales para ayudarlas. También afirma que quiere mantener un vínculo con una hija que tuvo en una relación esporádica. Ha escrito varios cuentos infantiles de inspiración cristiana. Afirma, en fin, que merece otra oportunidad. Es posible que sea verdad, pero es difícil decir que Payne no tuvo ya muchas oportunidades.

Lo que tampoco se puede afirmar es que el hostigamiento racista que recibió en una cancha de baloncesto y en un campus universitario no haya influido de verdad en una vida marcada por el odio. Un odio que recibió y que decidió repartir. El baloncesto, el vehículo de tantas cosas bonitas, fue para este gigante el lugar donde perdió el alma.

Uno de sus libros infantiles se llama “El Ángel Mimi y el Gigante”. Sus primeras palabras parecen querer resumir su propia vida: “Érase una vez un Gigante que no sonreía ni se reía, y que siempre iba con el ceño fruncido. Cuando caminaba, a su paso pisoteaba pueblos enteros”. Tom Payne causó mucho dolor. Como si destrozara pueblos enteros a su paso. Hizo mucho más daño al mundo que el que el baloncesto le hizo a él.