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Serge Ibaka: una estrella, un niño

Pocas veces somos conscientes de la parte más dura de ser una estrella del baloncesto; o aún peor, un proyecto de estrella. Compartimos con Serge Ibaka el emotivo, pero duro regreso a su ciudad natal, Brazzaville, donde era querido, idolatrado... y exigido

Serge Ibaka reza en la pista en la que aprendió a jugar a baloncesto (Foto ACB.COM)
© Serge Ibaka reza en la pista en la que aprendió a jugar a baloncesto (Foto ACB.COM)
  
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  • Me encuentro envuelto en una muchedumbre de gente, rodeado de auténticos desconocidos que gritan una melodía pegadiza de letra incomprensible para mí. Es de noche y no hay apenas luces en la calle. Con la mirada persigo la silueta de Serge Ibaka, asaltado por admiradores, jaleado por amigos y prácticamente en éxtasis. Sigo a Joan, cámara de TV3, y su foco, en busca de algo que nos aclare la situación.

    Saco fotos a todo lo que veo, intento comprender. De repente, todos se callan. Abren un pequeño hueco alrededor de Serge, que se arrodilla y reza. Estamos en la cancha de baloncesto en la que aprendió a jugar y él, con el máximo respeto por parte de los que hace unos segundos parecían haber tomado la calle, le rinde homenaje.

    Vuelve la euforia descoordinada de un caos organizado cuando Serge se levanta y el jefe de policia local (que nos escolta durante toda nuestra estancia) no tiene más paciencia y nos ordena volver a la furgoneta. Aunque la sensación es de absoluta familiaridad, no puedo evitar que el corazón me vaya a cien por hora y que me sienta como una estrella de rock, perseguido por los fans. También Serge se siente así, él con motivo, por lo que entra en el vehículo con los sentimientos a flor de piel: casi llorando, casi sin poder dejar de sonreir.


    Las emociones a flor de piel gracias al recibimiento de los suyos


    La experiencia en Brazzaville es mágica desde el primer momento. Es un lujo viajar al lado de Serge y de su padre. Es un amigo, es un crío, pero también es una estrella del deporte. Con él y protegidos por la autoridad local, nos sentimos como en casa nada más llegar: abandonamos Kinshasa con cierta inquietud en el cuerpo (los restos del miedo que nos invadió ante un ambiente en apariencia hostil, por desconocido) y arribamos a Brazzaville con un recibimiento VIP. Eso significa que allí nos espera el Coronel Nkabi, amigo de la familia, otros políticos y, sobre todo, un grupo de unas 30 personas que vienen a recibir a Serge tras su estancia de un año y medio en España.

    Lucen camisetas blancas con una foto de Serge en la parte delantera (curiosamente, la que hice para ACB.COM en octubre) y repiten hasta la extenuación la misma melodía una y otra vez. Dentro del caos ordenado que descubrimos que se repite allí donde vamos y al que ya nos estamos acostumbrando, hacemos las presentaciones y empezamos a seguir la muchedumbre, que portea a Serge como si de una nube se tratara. Le siguen a pie, cantando y celebrando con pura felicidad su regreso. Él no consigue controlar los sentimientos y finalmente se monta en la furgoneta incapaz de articular palabra. Es una estrella, pero también es un niño. Viajamos al hotel por las calles ordenadas y tranquilas de la capital mientras sus seguidores nos siguen montados en taxis. Esto, definitivamente, es otro mundo.

    El peso de la fama

    Un empleado del hotel en el que nos hospedamos, me para en medio del pasillo y, bastante enfadado, me pide una camiseta o una gorra. \"He visto que tenías, tú eres amigo de Ibaka\", dice olvidándose de las formas que ha mantenido cuando me ha tratado como cliente los últimos dos días. \"Yo no tengo nada, las camisetas son de Serge\", respondo. Entonces grita y me recrimina que Serge se haya olvidado de él en concreto y de los suyos en general. \"Ha cambiado\", me dice como si alguna vez lo hubiera conocido. Con mi francés claramente insuficiente intento explicarle que él no conoce a Serge, que hasta que vio que llevaba camisetas ni siquiera sabía quién era y que Ibaka no hace otra cosa que entregarse a los suyos. Pero el hombre no atiende a razones e incluso se enfada más.

    \"Es todo el rato lo mismo. Todos quieren un poco de mí\", dice el jugador de L\'Hospitalet, afligido. El problema no es que no quiera dar, el problema es que no puede dar a todo el mundo. Es imposible, porque todos, conocidos y desconocidos, esperan algo. Salimos a comer al restaurante de la esquina y por el camino regala la gorra que lleva a un chaval que esperaba en la puerta. No lo conoce, pero le da su gorra de marca sin pensarlo. Por la noche, en un club, el grupo musical que toca en directo le dedica una canción y vuelve a tocar dedicar sonrisas y saludos.


    Los amigos, admiradores y curiosos siguen a Serge allí donde va


    Su máxima preocupación durante estos días es ser el anfitrión perfecto, demostrar que ya no es un adolescente y que sabe estar a la altura. Quiere tratarnos bien (a Ardèvol y a Gallego por todo lo que han hecho por él y a la gente de TV3 y a mí porque sabe que le necesitamos para poder transmitir fielmente su realidad) y, con una educación interiorizada de la forma más natural, quiere devolver a los suyos lo mucho que le han dado. Es una constante que se dirija a Joan para decirle que grabe esto o lo otro, para asegurarse de que todo se verá reflejado en el documental que prepara la televisión autonómica.

    Es habitual también que dé vueltas y más vueltas, a cómo y qué puede dar. Encerrados en el despacho de las oficinas de la Residencia Militar, ordenamos una gran cantidad de ropa y material deportivo cedido por Adidas dentro del contrato publicitario que tiene con Serge. Apuntamos en un papel cuantos chandals, cuantas camisetas, cuantos calcetines deben ir aquí y allá; sus amigos, su antiguo club, la Federación, las autoridades... Puede parecer un momento sin importancia, puede que dentro de unos años parezca ridículo que una estrella hiciera esto, pero la realidad es que nos implicamos todos en conseguir el mejor reparto posible. No para quedar bien, sino para ser justo y no olvidarse de nadie. Esto, más que cualquier otra cosa, preocupa a Serge.

    La familia

    En Barcelona, Serge siempre contaba que su casa no era una chabola, que allí tenía DVD y todo, como respuesta al constante prejuicio desde el que imaginamos África. Nos costaba hacernos a la idea de cómo vivía en su país de orígen. Por eso fue una experiencia impactante visitar junto a él la casa de su abuela, donde se crió, y la de su padre. La casa, en efecto, tenía DVD, pero nos sorprendió. Situada en una calle embarrada y maltrecha, el edificio se elevaba un solo piso juntando una serie de viviendas de la que empezó a salir gente. No había mucho espacio, los olores se mezclaban con el calor y las paredes parecían cansadas. Es una casa de nivel medio en Brazzaville, aunque a nsootros nos impacta por su humildad; nos cuesta pensar que alguien pueda vivir allí y sentirse orgulloso. Una vez más, los prejuicios.

    Serge nos presenta con orgullo a toda su familia y conocidos. Todos tienen algo que decir y con una hospitalidad sincera, nos invitan a pasar. Todo es orgullo y felicidad: están encantados de poder enseñarnos lo que tienen, aunque a nuestros ojos pueda parecer muy poco. Vemos niños pequeños solos por la calle, vemos gente que vaga y alguna mirada desafiante; vemos caras tristes, pobreza y falta de recursos, pero también hay mucha alegría; lo que no falta es la identidad y la confianza. Estamos en su mundo y nos gusta porque acabamos viéndolo a través de sus ojos.


    Todos colaboraron para que la grabación saliera perfecta


    TV3 entrevista al padre de Serge, Desiré, dentro de su casa y al propio jugador en medio de la calle, en una imagen impactante que consigue resumir en una sola toma las sensaciones que tuvimos esos días. Las dificultades técnicas son superadas con facilidad gracias a la colaboración de la gente. Unas 40 personas toman la calle y consiguen lo que parece imposible: un silencio absoluto y que nadie cruce por donde no debe. Todos entienden que la entrevista, en ese momento, es lo primero. Una vez más, el caos organizado.

    Nos vamos y nos agradecen una y otra vez nuestra presencia, quieren salir en las fotos y te piden que les grabes, que les preguntes. No es servilismo, sino todo lo contrario. Ellos tienen algo que decir, tienen algo que contar: esa es su realidad y quieren que la conozcamos. Los hermanos, los hijos, los padres, los tíos, los amigos. Todos forman una comunidad orgullosa de serlo y de que Serge consiga representarlos jugando tan bien a baloncesto.

    \"¿Esto saldrá en internet? ¿También las fotos? ¿Lo leerá mucha gente?\" Esa era la pregunta constante de Ibaka. Esperemos que la repercusión de ACB.COM sea suficiente para conseguir, al menos, que los españoles sepan que la República del Congo, el Congo Brazzaville, existe y que allí viven así.

    A pesar de los medios precarios, el baloncesto está arraigado en Brazzaville (Foto ACB.COM)
    © A pesar de los medios precarios, el baloncesto está arraigado en Brazzaville (Foto ACB.COM)
    Aprender

    Anicet Lavodrama siempre sabe de lo que habla. Y si no sabe, no habla. Por eso era habitual que, a todas horas, charlara con Serge en privado para aconsejarle, guiarle o simplemente ayudarle a darse cuenta de cada situación. Ejerce de tutor, intenta que se anticipe a los problemas que tendrá por su condición. Anicet, sobre todo en este caso, sabe de lo que habla. Sabe lo duro que es salir de África, ser respetado, rendir al máximo siempre, manejar tu carrera fuera de la pista... Lavodrama sabe que ante todo hay que ser una buena persona y ser honesto. Y en eso el talento no tiene nada que ver.

    Por eso habla con Serge constantemente; como le pasa a casi cualquier adolescente, él ya no quiere ser un niño, quiere ser mayor de golpe y no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Por eso Serge se queja e imposta la cara de rebelde entre risas. Pero necesita a Anicet; lo necesita porque solo no podrá, porque su padre, por desgracia, no puede hacer ese papel. El padre de Serge es un ex jugador de baloncesto internacional, pero que nunca jugó fuera de su país con ningún club. Aunque ama el baloncesto, su trayectoria vital no le ha dado el bagaje suficiente para poder ayudar a su hijo debidamente. El padre quiere ejercer de manager encubierto, como todo padre de estrella, me temo; no por afán de protagonismo ni por avaricia, sino por sentido de responsabilidad y por ganas de proteger a tu hijo.

    En África, como en cualquier parte del mundo, el padre no es la persona más adecuada para tomar las riendas de la carrera de su hijo. Por eso Serge se discute con él, sobre cómo gestionar la situación. El adolescente se rebela contra su figura paterna, igual que se rebela contra el mentor, pero por pura inercia pueril. Algo inevitable, seas o no una estrella del baloncesto.

    Yo nunca he sido buen jugador de baloncesto; nunca he estado ni remotamente cerca de encontrarme en una situación parecida a la de Serge, pero al convivir con él unos días empatizo con sus dificultades; se masca la ansiedad. Entiendo que haya carreras prometedoras que se vayan al garete por el entorno, por no saber estar fuera de la pista... o sencillamente por haber puesto las expectativas demasiado altas. Desde dentro, se comprende perfectamente.

    Me pongo en su situación y entiendo que hay que tomar muchas decisiones muy importantes; hay que escuchar a los agentes, a los padres y a gente como Anicet, pero al final quien toma la decisión y acarrea con las consecuencias eres tú. Serge debe mejorar su baloncesto, debe aprender a jugar en equipo, debe aprender a leer el juego colectivo, debe aún mejorar su defensa táctica, por ejemplo, pero el mayor reto le espera fuera. Al fin y al cabo, tiene un don para jugar a baloncesto... pero no para todo lo demás. Eso sí debe aprenderse.

    Lo peor de todo es que estás solo, rodeado de la multitud. Siempre tienes que ser correcto, siempre sonriendo, sin poder cometer ningún error. No deben verte hacer eso ni lo otro y debes saber aguantar las críticas. También debes ser consciente de que todo esto acabará y en, quizás con suerte, 15 años ya no serás un jugador. Y todo eso, solo. Por eso con el tiempo, muy pronto, apreciará tener al lado gente como Lavodrama o como Pere Gallego, un agente que piensa tanto en el jugador como en la persona. Desconozco si siempre es así, pero lo es, sin duda, en este caso.

    Triunfar

    \"Yo me enganché al baloncesto viendo a Michael Jordan. Ese tiro en suspensión para atrás... Elegante, bonito... Yo siempre he querido jugar así\", dice con puro placer en el rostro y ejecutando el movimiento en el aire. \"Pero a ti se te da bien el mate, el tapón a tablero...\", intento meter baza. \"Sí, pero yo quiero tener ese tiro y jugar como él, esa es mi motivación\".

    Serge Ibaka adora el baloncesto, vive para él. En los trayectos en la furgoneta de un lado para otro de la ciudad no paraba de hablar de L\'Hospitalet, de sus compañeros, de sus rivales... Reconoce que le encanta la ACB, que nunca hubiera sospechado que equipos como el TAU, el DKV Joventut o el Real Madrid fueran tan y tan buenos, elogia a Aíto y su confianza en los jóvenes, nos explica anécdotas divertidas de los entrenamientos... No se calla, sólo habla de baloncesto. Bueno, y de chicas, pero eso, teniendo 18 años es casi una obviedad.

    Él está convencido de que será una estrella, porque tiene mucho talento... pero porque está dispuesto a trabajar hasta donde haga falta. Se crece ante el reto porque se muere de hambre de triunfos. Ya ha sido capaz de dejar atrás a los suyos (\"lo que se echa de menos es a la gente más próxima, a los amigos... pero luego piensas que estás haciendo esto por ellos y eso te ayuda a seguir\") e incluso de aprender varias lenguas nuevas (odia que se le mezclen sin querer expresiones españolas cuando habla en francés).

    \"Lleva el baloncesto en las venas, será un gran jugador\", dice su padre. Incluso para un experto es difícil de decir hasta dónde llegará, porque hay demasiadas variables que influyen. Es imposible hacer un pronóstico, pero lo que es seguro es que su experiencia vital no tiene precio, igual que es seguro que luchará por cada balón sea cual sea el objetivo, el equipo o la liga; luchará por cada balón con el mismo orgullo con el que muestra su casa, el orgullo de lo que has conseguido construir con tu esfuerzo. Lo hará solo, pero con muchos corazones detrás.