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El tobogán de Marty

Kaunas, 1986. Predestinado, Marty nace en el momento más mágico para el Zalgiris. Se deja seducir por el basket, es visto como el nuevo Sabonis y crece con aroma de Top5. Del cielo a la tierra, un golpe pudo quitarle la vida y le obligó a empezar desde el suelo, subiendo desde abajo el tobogán de su vida y volviendo a ilusionar en Alicante

  
Redacción, 21 Abr. 2010.- Corrían vientos de revolución en Lituania. Las únicas armas, unos cuantos balones de basket y la mejor generación de jugadores que jamás viese la tierra. El Zalgiris canalizaba esas ansias de cambio. Un golpe al poder establecido, una bocanada de aire fresco. Canastas reivindicativas, victorias de patriotismo. Esta vez, la revolución sí fue televisada. El conjunto lituano se atrevió a plantarle cara al CSKA, arrebatándole la corona de campeón durante tres años seguidos (85-87). Al infierno las dictaduras. Puro simbolismo. El potente equipo moscovita era, a la vez, el monstruo soviético para los lituanos, el enemigo común, el rival perfecto a batir. El mejor guiño a la independencia, que llegaría cuatro años más tarde. Una vez superado el CSKA, el único techo para el cuadro de Kaunas se encontraba allende sus fronteras. Europa les esperaba.

Fue 1986 un año mágico, único. Liderado por Sabonis, Homicius y Kurtinaitis, el Zalgiris le robó el corazón al viejo continente por su baloncesto valiente y sin complejos. Sus argumentos le valieron para ser la gran revelación de la Copa de Europa y llegar al último partido de su grupo con opciones incluso de ser primero, lo que se sellaría su pase a la histórica final. Para ello, había que ganar en la cancha del Real Madrid de los Martín, Corbalán, Robinson, Townes, Iturriaga y Romay. El encuentro, programado para el 14 de marzo paralizó Kaunas, paralizó Lituania. Y Martynas no se lo quiso perder, llegando al mundo justo un día antes, a tiempo para poder vivir desde la cuna el mayor éxito en la historia del equipo hasta ese momento, con un 92-95 que les dio el billete hasta la gran final europea.

Más de 200.000 personas recibieron al Zalgiris en el Aeropuerto Karmelava. Se había declarado el estado de locura colectiva y Andriuskevicius parecía que había nacido en el lugar y el momento adecuado como para dejarse contagiar por la fiebre de basket que se extendió por Lituania. Era imposible abstraerse y no importó que la Cibona de Petrovic cortase de raíz el sueño del título continental en una final cargada de tensión. El pequeño Marty estaba ya predestinado a enamorarse para siempre de este deporte.

Era todavía un crío cuando iba a la añeja pista de su barrio para ver jugar a los chicos más mayores. Cuando ellos descansaban, él se metía en la pista y tiraba. “Aún no tenía ni fuerzas para llegar pero me lo pasaba muy bien tirando”. Ya en el colegio, sus cualidades llamaron la atención a los cazatalentos. Cuando estaba en primer grado, una entrenadora de la Academia de Baloncesto de Arvydas Sabonis, su ídolo de la niñez, quiso cogerle para la escuela, pero cuando se enteró de que era un año más joven de lo que se requería, tuvo que posponer su sueño. Al año siguiente, se repitió la situación y, esta vez, la desmemoriada entrenadora no se creía que Martynas –que ya parecía mucho más mayor por su altura- fuese del 86, aunque cuando se convenció de la realidad, apostó firmemente por él. Llegaba a una escuela que ha visto crecer a los Jankunas, Maciulis o Gustas. “Mereció la pena, empecé a entrenar allí y me lo pasaba muy bien. Este es realmente el inicio de mi carrera”.

Todo encajaba. Con 11 años, su tío le regala los recortes de revistas y periódicos que había coleccionado con los momentos más importantes en la historia del basket lituano. “Era increíble. Los 80, los 90, las gestas de Sabonis, los grandes partidos del Zalgiris. Fue un gran regalo. Ahora, la que colecciona recortes es mi madre, y todos sobre mí”. Dos años más tarde, el Zalgiris de los Edney, Stombergas, Zukauskas, Aboimatis, Zidek y Bowie, se alza con el entorchado europeo. Otro acicate para alimentar el sueño de Martynas. Definitivamente, él quería vivir todo aquello.


El centro del mundo

Estaba escrito. De Kaunas, nacido el día antes del partido más importante del Zalgiris en muchos años. Altura infinita, familia amante del basket –hasta su abuela se apuntó a la moda de los recortes-, hambre y talento. Martynas se incorporó a las filas del Zalgiris y, en 2002, empezó a llamar poderosamente la atención en Europa. Al año siguiente, deslumbró en el Torneo Junior de El Corte Inglés en Barcelona, ganando el título al Maccabi con 12 puntos, 8 rebotes y 6 tapones con su firma para un total de 27 de valoración. Aunque sería 2004 su año más explosivo. Gustó en el Reebok Euro Camp de Italia, dominaba en la liga con el segundo equipo del Zalgiris (17-10 de promedio) y comenzaba a destacar como internacional junior. Un día hacía un triple doble (32 puntos, 16 rebotes y 11 robos en un encuentro de clasificación), al otro sorprendía por su tiro lejano y al siguiente descubría que también sabía pasar.

Entre todas sus virtudes, su mejor carta de presentación para los que le seguían desde el otro lado del charco era la confianza que Sabonis, su ídolo de la infancia, había depositado en Marty, dándole incluso clases particulares, entrenando con él para convertirle en una estrella. “Sólo tuve un año realmente para aprender de él ya que era mayor pero sentí que fue algo maravilloso. Es una gran persona, me hizo sentir muy bien. Para mí es el pívot más dominante de la historia y era un reto saber lo que tenía que esforzarme para ser sólo un 40% de lo que él fue. Me encantó.” Su aval parecía garantizado y, en los mock draft, su nombre subió como la espuma. Todos le miraban. Él era el centro del mundo.

De nombre eterno e impronunciable para los norteamericanos, llamaba mucho la atención un jugador que, pese a no haber demostrado hasta ese momento nada al máximo nivel, reunía altura y talento para poder ser, en unos años, un jugador útil en la mismísima NBA. Tanto era así que, en los meses previos, se especulaba con la posibilidad de que fuese un lottery pick e incluso se apunta como número 1 en el inminente draft, aunque el más interesado en sus servicios parecía ser Phoenix Suns, con la séptima elección. A pesar de oler a Top10, Martynas prefirió quedarse otro año más en Europa. ¿Asegurándose un puesto en lo más alto?

“Pensaba que no estaba preparado, que todavía me faltaba jugar un año entero con el primer equipo del Zalgiris. Resultó una decisión difícil, nunca sabes lo que va a pasar, escuchaba las predicciones del Top10 pero también podía caer en la segunda ronda, era una lotería”, confiesa hoy, aún sin tener muy claro acerca de lo acertado de su decisión.


La losa de las dudas

Todo lo que sube baja y Martynas no fue ninguna excepción. En el Europeo Junior de aquel verano de 2004 firmó unas cifras impresionantes (16,9 pt, 13,4 reb, 3,9 tap) pero la sensación general fue que no había dominado pese a sus condiciones físicas, mostrándose algo blando e inconstante. Zaragoza, más que encumbrarle, había abierto la veda de críticas y dudas. Más aún cuando no pudo meter a su Lituania en cuartos. ¿Se podían haber generado demasiadas expectativas antes de tiempo?

Su temporada en el club de sus amores no le ayudó a disipar la incógnita. A la sombra de Tanoka Beard, su presencia en el primer equipo era testimonial, con medias que a duras penas rozaban los 4 puntos y 2 rebotes de media , con muy pocos minutos de juego. No era un factor halagüeño con el draft a la vuelta de la esquina. 365 días después del anterior draft, nada parecía haber cambiado.

Andriuskevicius seguía siendo un diamante en bruto. Con uno de los techos más altos de todo el draft en cuanto a potencial, pero probablemente aún demasiado lejano como para arriesgarse con él. Brazos infinitos, alto, coordinado, corría con soltura, exhibía buena muñeca (“No será el próximo Sabonis, sino el nuevo Nowitzki”, decían los scouts más optimistas) y una delicia de técnica. Empero, como si el tiempo se hubiese detenido en el anterior verano, seguía muy delgado, aún por formar físicamente, verde e inexperto. Parecía obligado que se quedase por lo menos un par de campañas en Europa para poder ir con garantías y, además, el ejemplo de Tsikishvili estaba muy reciente, por lo que la noche más esperada tuvo un cierto sabor amargo. La losa de las dudas pesó demasiado.

Ni Top10, ni Top20, ni primera ronda. Martynas cayó hasta la posición número 44, escogido por los Magic para ser traspasado a continuación a los Cavaliers. “La gente se creía que estaba enfadado por no ser Top10 pero mi verdadera alegría era llegar a Cleveland”, dijo entonces, con mucho desparpajo, añadiendo en la rueda de prensa de su presentación, cuando le preguntaron si conocía a LeBron James, que en Lituania también había periódicos. El año se le presentaba como un curso intensivo de aprendizaje, mentalizándose para esperar su oportunidad.

“De aquella noche recuerdo lo larga que se me hizo hasta que me escogieron, lo raro que fue que me seleccionase un equipo que no estaba interesado sino que me traspasó y la alegría de llegar a Cleveland, donde podría jugar con otro lituano, Ilgauskas. De él aprendí mucho. En aquella temporada, mi objetivo era mejorar mi físico y lo logré, gané mucho más peso y me hice más fuerte”. Debutó en la NBA, jugando de forma prácticamente fantasmal en 6 partidos (0,7 pt de media), aunque nunca fue para él una obsesión la liga norteamericana, como confesaría años más parte: “Cumplí el objetivo de ser profesional por lo que no me arrepiento pero no era un sueño llegar a la NBA o ser una estrella. Sólo quería jugar contra rivales fuertes. Mi objetivo no ha cambiado”.

Después de pasar por la NBDL para jugar con los RimRocker de Arkansas (7 pt, 4,2 rb), el lituano fue traspasado a cambio de Basden a Chicago. Como Jordan, otro ídolo de la niñez -¿y de quién no?-, podía gritar a los cuatro vientos que era todo un Bull, en una ciudad con un importante número de lituanos donde parecía que podría hacerse un hueco, tras dar destellos de su clase en pretemporada. Una vez más, el sueño se desvaneció, derivando en la peor de las pesadillas cuando fue enviado a los Dakota Wizards, de la Liga de Desarrollo.


Un golpe que cambió su vida

Maldita la mañana en la que Awvee Storey se cruzó, literalmente, en su vida. Era un entrenamiento más, pura rutina, hasta que los ánimos empezaron a encenderse cuando el norteamericano se quejó de que Martynas usaba demasiado los codos a la hora de proteger el rebote. Las palabras fueron a más y Storey se encaró con el pívot, pasando de los empujones iniciales a un infausto puñetazo en la mandíbula de Andriuskevicius, que cayó mal al parqué, golpeándose la cabeza y quedando inconsciente.

Aquellas fueron horas traumáticas. El pívot, desvanecido, con convulsiones y los médicos del hospital de Dakota sin poder dar ningún guiño al optimismo. El mal golpe no era un problema en su trayectoria, unas semanas de baja o unos días con dolor de cabeza, no. Iba mucho más allá. “Dijeron que podía morirme o incluso quedar inválido para siempre”. Los doctores incluso dudaban de su capacidad para recuperar el habla y, obviamente, lo menos prioritario para ellos en esos momentos el baloncesto. “Para mí, peor que el golpe, fue el momento en el que me dijeron que probablemente no podría jugar, que tenía más de un 80% de posibilidades de tener que abandonar este deporte”.

El suceso tuvo un fuerte impacto en Estados Unidos, con los medios conmocionados por su situación y sus compañeros en Chicago volcados en su recuperación. “Es la típica persona que todo el mundo quiere tener cerca”, confesaba Ben Gordon, consciente de la gravedad del jugador tras oír a su representante decir que tenía suerte “de no estar muerto”.

No obstante, el de Kaunas se mostró extremadamente fuerte en esta situación, con su fe alimentada con cada paso en su evolución y tras las palabras de un médico que le confirmó que las secuelas no le acompañarían toda la vida. Estimaron en dos meses su plazo para recuperar el habla y, a las dos semanas, ya era capaz de murmurar frases. Entonces… ¿por qué no ganarle también la partida a la predicción que le alejaba de las canchas?

“Tenía que realizar todo lo posible por recuperarme. ¿Qué iba a hacer entonces si no era jugar al basket?”. Fuese al 60% o al 100%, su reto era volver, costase lo que costase. “Me dijeron que tendría una recuperación muy larga y a los dos meses ya me encontraba mejor, por lo que lo único que quería hacer era regresar a las pistas. No pensaba en qué vendría después o el equipo en el que jugar. Sólo en volver. Si me recuperaba, jugaría, punto”. Tal vez por ello, el último de sus pensamientos cuando abandonó aquel hospital de Dakota fue su verdugo, Storey, contra el que no presentó cargos pese a la investigación policial. “Era muy duro todo. Estar tanto tiempo sin poder ni siquiera hablar con la gente me hizo pensar mucho y había muchas cosas que me importaban más que poder demandarle. La más importante era volver, no deseaba meterme en un proceso eterno”. Sin rencores.


El retorno silencioso

Lejos de los ojeadores y de los medios que tanto habían seguido cada uno de sus pasos en sus prometedores años en Kaunas, Andriuskevicius volvió a dejarse hipnotizar por un balón de baloncesto cuando salió del hospital. Tocaba cambiar el chip, empezar de cero. Dicen que sobrevivir a una situación límite te cambia la vida. Con Martynas se cumple el manido tópico. Misma sonrisa pícara, idénticas condiciones para triunfar, pero una nueva escalera por subir, desde el primer peldaño, ahora con otra mentalidad, con diferentes sueños, con renovadas expectativas.

En julio de 2007, convencido ya de que su etapa NBA había finalizado por el momento, a Martynas no se le cayeron los anillos por cruzar de vuelta el Atlántico, con su casco de protección a cuestas. ¿Destino? Badalona, sin contrato garantizado y con un examen contra sí mismo para demostrar que podía ser lo que nunca logró ser antes de abandonar Europa: decisivo. Aterrizó diciendo que esperaba no desaprovechar su oportunidad y convencer a todos, aunque sus palabras volaron con sus ilusiones y, el DKV Joventut, tras fichar a Hernández-Sonseca, desechó la posibilidad de incoporarle. “Entiendo que no me cogieran porque cuando volví de Estados Unidos no tuve demasiado tiempo para recuperarme como yo creí tener. Jugué un poquito pasado de peso, seguía siendo fuerte pero no corría tan bien, no demostré demasiado en la pista ni pude hacer que el entrenador confiase en mí. Cuando te lesionas, todo es diferente”.

Su siguiente parada, la última hasta el momento, toda una sorpresa, Alicante. El cuadro levantino estaba en LEB y parecía tener el juego interior definido, aunque decidió apostar a última hora por el gigante lituano. En dos años había pasado de ser carne fresca y objeto de deseo antes del draft a volver con sigilo a Europa, para jugar en un equipo de la segunda categoría española donde tampoco tenía asegurado el hueco. “No importaba, hay que ser profesional en cualquier parte y aquí estoy bien, en un buen equipo, muy feliz”.

Y eso que su estreno no resultó sencillo. Incapaz de ganarse minutos con Quim Costa, que le pedía un “mayor equilibrio mental”, lo que frustraba al jugador, con 1,7 pt y 0,7 reb. por encuentro en esa primera etapa. “Hay momentos en los que me he llegado a preguntar qué hago aquí, ahí necesitas trabajar duro para no dejarte atrapar por el desconsuelo”.

Su situación personal en el club cambió de rumbo con la llegada de Óscar Quintana, que confió en sus posibilidades desde su llegada. “Mejora continuamente pero es muy joven. Los ‘siete pies’ como él florecen mucho más tarde, a partir de los 25 o 26 años. Su trayectoria es ascendente”. Tanto, que no sólo da un paso al frente en los momentos decisivos de la temporada sino que su explosión es tal que equipos ACB como el Cajasol incluso estudian su fichaje. El Lucentum logró retenerle y, con él, a uno de los pilares del ascenso, en una campaña 2008-09 muy productiva donde promedió 10 puntos y 5,8 rebotes por partido.


“Siempre lo digo, para lo mí lo más importante es jugar. No puedo ser siempre quien quiero ser. Quim Costa no confió en mí, Óscar Quintana sí me dio la opciones de demostrar cosas y probé que podía ayudar mucho a mi equipo”. Identificado con la ciudad y su gente, enamorándose más de su novia en los paseos por El Palmeral, exprimiendo cada rayo de sol y cada tregua del termómetro en el idílico clima mediterráneo, Andriuskevicius bien podría pasar por llamarse Andrés y ser de Alicante de toda la vida si su acento no lo delatara. Empero, sus ganas de triunfar y de hacer felices a sus aficionados son más acordes con alguien de la tierra que sabe lo que significa cada gesta para el club.

Todo empatía. “Hay muchos jugadores que no comparten los sueños de la ciudad en la que juegan. Yo sí. Sé que es muy importante el ascenso por muchas cosas”, confesaba en la prensa local poco antes de cumplir el sueño de abrazar la ACB. “Fue muy especial subir. Cuando volví al basket, veía las cosas de una forma muy diferente. Antes, cuando algo bueno ocurría, era como si yo mismo esperase que pasaran pero un momento así, un instante tan duro en mi carrera, te cambia los esquemas. Todo era bueno ya. Y el ascenso fue algo increíble, me encantó que los seguidores disfrutasen tanto, di todo mi corazón por este club y es una sensación maravillosa el haber pasado por ello”.

Trepando hasta la gloria

Renovado por el Meridiano el pasado verano, Martynas se encuentra cada vez más cómodo en la ACB, coqueteando incluso con algunos tops estadísticos en la competición, como en mates (7º, con 0,83 de media), tapones (14º, con 0,7) y porcentaje en tiros de 2 (11º, con un redondo 60%). Cada vez más enchufado y más fiable debajo del aro, el de Kaunas ha encadenado 27 rebotes y 44 de valoración en los últimos dos encuentros, exhibiendo el nivel de juego más ilusionante desde su retorno a Europa. Pero quiere más. “No es el mejor año todavía , tengo muchos aspectos que mejorar aún. Incluso cuando hago un partido muy bueno me salen bastantes cosas que podría haber hecho de otra manera. Sí, soy muy ambicioso, incluso en los entrenamientos, y siempre me repito que puedo hacerlo mejor”.

Ahora, vive con las mismas ansias la lucha por la permanencia que en la pasada temporada el reto de recuperar la categoría, aunque sigue sin fiarse pese a la privilegiada situación de su Meridiano, a un paso de la salvación. “No quiero lanzar las campanas al vuelo, tenemos aún opciones de descenso y necesitamos conseguir al menos un partido más para poder respirar, porque aún estamos nerviosos. Lo intentaremos ganar como sea”. Es el reto más inmediato para alguien muy agradecido que desea compensar a la afición los momentos la constante tensión con el abismo esperando: “A veces me siento mal por la derrota y ves que siguen creyendo en ti, aunque perdamos te siguen animando y te dan fuerzas para hacerlo bien. Me encantan. Sé lo importante que es para ellos y vamos a dar todo para devolverles esa confianza y los momentos tan especiales e inolvidables que he vivido a su lado”.

Con 10,3 puntos de valoración media pese a que hay cinco jugadores en el equipo con más minutos que él, Andriuskevicius acepta su rol y no disimula su alegría por compartir vestuario con Katelynas. “Somos dos lituanos, dos balcánicos… pero no hay grupos, ni peleas ni nada. Todos jugamos juntos, nos llevamos muy bien los unos con los otros”. Con esa utópica micro-sociedad alicantina rozando el objetivo de la temporada, a Marty le cuesta no mirar al horizonte y soñar, una vez más, por qué no, con su próximo reto. “Sueño jugar con la selección de Lituania, es mi prioridad número 1. Soy consciente de que tengo fuerte competencia pero me voy a esforzar. Estoy en buena forma, sé que los entrenadores me están siguiendo por estar haciéndolo bien en ACB. Me encantaría”.

Sería otro viraje de 180º, a sus 24 años, para una carrera que recuerda a una montaña rusa o, quizá, más bien a un tobogán en el que Martynas se atrevió a subir desde pequeño. Peldaño a peldaño, cada vez más arriba, sintió el vértigo de la altura, y no el de sus 2,16, para empezar a caer. Con él, las comparaciones con Sabonis, las opciones de reinar en un draft o de hacerse un nombre en la NBA. Vertiginoso descenso. Un cobarde puñetazo le bajó del todo al suelo mas el lituano, desde la cama del hospital, supo transformar la venganza en hambre y el hambre en ilusión. Muy lejos de sus días de fama, no tan lejanos, supo ser humilde para empezar a construir una nueva historia. Y aquí los golpes los da él. El primero, en la mesa, con un ascenso. El segundo, de efecto, ilusionando en ACB. En sentido inverso, el camino por la rampa del tobogán es mucho más duro. Si vuelve a llegar arriba, habrá merecido la pena.

Próximamente...
Y para acabar, algo que te puede sorprender. La foto de portada... ¡se la hizo él mismo! Sí, también es un crack de la fotografía. Sus 216 centímetros están llenos de inquietudes y de cosas que contar. Tras conocer su intensa carrera, no te pierdas en próximas fechas una entrega sobre Marty, la persona. El otro lado del basket.