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Alexander Belostenny, adiós a un clásico rascacielos

Pasará a la historia como el primer jugador de la entonces Unión Soviética en desembarcar en la ACB. Con un palmarés digno de admiración, su interminable figura será recordada por todos los aficionados que pudieron disfrutar de su juego. Ahora que nos ha dejado, Javier Ortiz glosa su carrera

Con la selección soviética, Alexander Belostenny lo ganó todo (Foto Gigantes)
© Con la selección soviética, Alexander Belostenny lo ganó todo (Foto Gigantes)
  

Hubo un tiempo en Europa en el que los auténticos gigantes siempre venían del Este, en el que superar los 2,13 estaba casi en el “ADN bolchevique”. Esta semana se nos ha ido uno de ellos, que además estuvo entre nosotros durante una temporada, pasando a la historia por ser el primer jugador de la entonces Unión Soviética en desembarcar en la ACB. Alexander Belostenny, de 51 años, descansa en paz después de librar mil batallas bajo los tableros en los 80. También dejó su impronta en un CAI Zaragoza que fue campeón de Copa. Un gigante con corazón.

El fenómeno era Arvydas Sabonis. La mole icónica y "freak", Vladimir Tkachenko. El jugador más feo de la historia, Víctor Pankraskin. El chico tímido con el destino torcido, Valery Goborov (muerto en accidente de tráfico en 1989 a los 24 años). Y en medio de ellos, para completar una batería de pívots escandalosamente interminable, allí estaba Belostenny, con su pinta de oficinista del aparato del Kremlin, si no fuera por esos 2,14 que se hacían interminables cuando levantaba los brazos. No ha podido superar un cáncer de pulmón y a la tumba se lleva su visión desde las alturas de un baloncesto irrepetible, desarrollado en pleno desangramiento de una idea agotada de estado, la URSS. Pese a ese agotamiento, antes de que lituanos, ucranianos y demás nacionalidades decidiesen divorciarse de los rusos, el baloncesto del "gigante rojo" alcanzó un enorme vigor durante los años en los que Alexander era un fijo en el juego interior.

Nació soviético (24 de febrero de 1959, Odessa, a orillas del Mar Negro) y ha muerto ucraniano, aunque viviendo en Alemania. De su significación en el basket continental basta decir que siempre acudió con la URSS desde 1977 a 1990, con la única excepción del Eurobasket de 1987. Lo ganó todo a nivel de selecciones: una Olimpiada (Seúl-88, pegándose con David Robinson sin tapujos), un Mundial (Colombia-82) y tres Eurobaskets (Italia-79, Checoslovaquia-81 y Alemania-85). Suma además un bronce olímpico (Moscú-80), tres platas mundiales (Filipinas-78, España-86 y Argentina-90) y una plata (Bélgica-77) y dos bronces continentales (Francia-83 y Yugoslavia-89). Ahí queda eso: la única vez que no se fue para casa cargado de metal un verano fue en el 84… y por el boicot a los JJ OO de Los Ángeles. Además, tuvo un papel testimonial en el Equipo Unificado que compitió en Barcelona-92 sustituyendo apresuradamente a la ya extinta Unión Soviética y que perdió el tercer y cuarto puesto frente a Lituania.

También vivió otros momentos gloriosos: los partidos en los que la URSS superó a los Hawks en 1988 (espléndidamente glosados por José María Ávila) o el primer Open McDonald’s, un año antes en Milwaukee. Siempre honesto, siempre renunciando a su lucimiento personal, siempre adaptándose a lo que le pedía un entrenador que casi siempre era su tocayo Gomeski.

Pero Belostenny era algo más de lo que pueda recopilar la Wikipedia. Sobre todo para los españoles, que le tuvimos que sufrir ante nuestros siempre más canijos pívots. Sobre todo no le olvidarán los maños. Después de ganar su quinta liga con el Stroitel de Kiev (las cuatro anteriores habían sido con el CSKA), en el verano de 1989 recibió luz verde para emigrar y ganar más dinero del que podía soñar por entonces, cuando las fronteras soviéticas estaban cerradas para los deportistas.

Él abrió el camino que poco después seguirían Sabonis, Valdemaras Homicius y Valery Tikonenko. El CAI Zaragoza apostó por él, apreciando sus cualidades principales: su envergadura le permitía ser un excelente reboteador y, sobre todo, un taponador insaciable. Tampoco tenía mala mano desde 3-4 metros, pero eso era un poco lo de menos en un equipo que, teniendo a gente como Mark Davis, los hermanos Arcega o Zapata, necesitaba más músculo que pólvora.

La Copa, el gran momento

Alexander Belostenny acompañó a su hijo Michael durante la Liga de Verano de Alcoi en 2002, en la que sería su última visita a España
© Alexander Belostenny acompañó a su hijo Michael durante la Liga de Verano de Alcoi en 2002, en la que sería su última visita a España
La temporada no empezó muy allá. El CAI Zaragoza perdió más partidos de la cuenta y Moncho Monsalve tuvo que dejar su puesto a un entrenador de la casa, Chuchi Carrera, que sorprendió a todos llevando al equipo hasta la final de la Copa del Rey de 1990 en Las Palmas. De aquella victoria ante el Joventut (69-76) todos recordamos los 44 puntos de Davis, pero no que Belostenny fue el único jugador del resto del equipo que alcanzó los 10 y, sobre todo, que en 39 minutos en pista sometió a los dos peligrosos pívots verdinegros, Reggie Jonson y Lemone Lampley. “No he podido comenzar mejor aquí. Me siento orgulloso de todos mis compañeros, que han jugado a un gran nivel. Davis culminó el esfuerzo que se hizo en defensa”, manifestó después del segundo torneo copero ganado por los aragoneses.

Sus promedios finales ligueros (11,3 puntos y 8,4 rebotes) no explicaban del todo su enorme contribución al equilibrio de un equipo que alcanzaría las semifinales. Particularmente a Davis le resultaba especialmente fácil enganchar sus clásicas suspensiones gracias a los constantes bloqueos de su “5”, que en los ratos libres daba clases particulares a Santi Aldama. Sus ex-compañeros guardan buenos recuerdos de él: muy familiar y algo reservado, pero intentando esforzarse con el idioma.

Su adaptación siempre fue positiva, tanto en lo personal como en lo deportivo: “No he notado mucha diferencia con respecto al baloncesto que se practica en mi país. Aquí el nivel de los clubs es superior, en especial por la presencia de jugadores extranjeros, pero no me ha costado demasiado acostumbrarme al ritmo de esta liga. Tengo que agradecer la colaboración de mis compañeros, que me ayudaron desde que llegué”, afirmó a Gigantes del Basket. Pero a un extranjero entonces se le pedía más torrente estadístico y el CAI siempre aspiraba a subir un escalón. Muchos se acordaron de él cuando el “megafichaje” de Mel Turpin en su lugar acabó siendo un completo fiasco.

Después continuó su carrera en el TBB Trier alemán, donde jugó sus tres últimos años a un nivel algo inferior al que había caracterizado su carrera, pero siendo importante también. Tan cómodo se sintió allí que se quedó a vivir, abriendo un restaurante. El veneno del baloncesto seguía fluyendo por sus venas, aunque estaba bastante alejando del mundillo.

En el 2002 se le pudo ver Alcoi en una liga de verano de la ACB, acompañando a su hijo Michael, entonces jugador universitario, que probó con Unicaja. Fue la última vez que disfrutó de un país en el que se sintió a gusto.