Artículo

Quinton Hosley: El heredero de Harlem

Enamoró al parqué de Rucker Park, hipnotizado antes por su padre allá por los 80. Ahora su heredero, Terminator 2, quiere conquistar Badalona. VIaja desde Harlem por su vida con Daniel Barranquero

A Quinton le costó alcanzar el éxito
© A Quinton le costó alcanzar el éxito
  
"Si pudiera desnudarse al Baloncesto de todo cuanto lo grava en la alta competición, de cuanto lo somete a Regla y Táctica, puede que aquellas interminables tardes de verano en la Rucker continúen representando aún hoy, la prueba más auténtica del juego en estado puro que probablemente haya dado nunca el Baloncesto en el mundo".

Gonzalo Vázquez, en "Leyendas del Playground".


La leyenda de Terminator


Las calles pueden ser las mejores compañeras de viaje mas unas consejeras de las que siempre has de dudar. Lo saben todo de ti. Como el terapeuta que te oye, callado, ante el cual te desahogas, expresivo, y te conoce mejor que tu propio espejo. Jamás le reveles un secreto al cemento desnudo, aquel inerte testigo de tu vida que estará para contar quién fuiste cuando pase tu momento.

Aún retumban las canastas de Rucker Park recordando a Ron. Maldita sea, cómo no iban a estremecerse si el mayor pecado de los miles de aficionados que peregrinaron a ese templo al descubierto, hubiera sido no temblar al unísono. De boca en boca, de calle en calle, Nueva York siguió temblando. Así nacen las leyendas. Exageradas, eternas, mágicas, necesarias.

La de Matthias es la de aquel anotador compulsivo que un día voló en la calle sobre el 2,24 Rik Smits en uno de los mates más salvajes que jamás vio Rucker Park. Y la calle no entiende de confidencias. Ni de límites. El talento incontrolable y espontáneo que ardió con 107 puntos en 32 minutos durante 1983 en esa liga callejera de nombre Upward Fund tan citada para recordar, hace meses que los 105 de Corey Fisher no fueron récord. “Y lo hizo sin que hubiera aún línea de triples”, comenta uno. “Aquel día hizo 15 mates”, replicaba otro. “Ni siquiera reclamó el tiro libre adicional tras la falta que le permitió sumar una cifra impar”, explica un tercero, en clave de epopeya.

Con el tren de los contratos millonarios y la fama en la NBA perdido a causa de problemas extradeportivos, Ron le regaló durante años su talento a una calle que sigue presumiendo de sus hazañas. Aquella vez que anotó 86 puntos en la BRC Bronville Recreation Center, ese verano en el que lideró en anotación la Palm Beach con 36 puntos por partido, aquel día en el que llegó hasta los 68 en el Rucker, esos 63 puntos casi sin fallos poco después... y el mito creció.

De ”Destroyer” -como Joe Hammond, el único que le puede hacer sombra en Nueva York- a ”Terminator” y de ahí, a ”Term”. Ganador atormentado, furia sin control en la pista al que ni los árbitros ni los gritos de la calle domesticaban, Ron forjó su historia a base de fugaces instantes de éxtasis y una prolongada apuesta por demostrar que, con el sol o la luna como único techo, no había nadie capaz de ganarle. Ni siquiera aquellos que ganaban mucho más dinero que él en el firmamento NBA. “Term” aún ostenta el tope de títulos en Rucker Park –9-, su regularidad sobrehumana –nadie le presentó el concepto de “partido malo”- le hacía vivir instalado siempre por encima de los 30 puntos y sus canastas pesaron más que cualquiera de aquellas con aroma oficial que convirtió en CBA o USBL, donde también se aburrió a base de récords.

Héroe callejero en los 80 con sus Evander Chidls High en Brooklyn, Top50 histórico del streetball en un hipotético y contradictorio Hall of fame que no debería entender de paredes, mito en Nueva York y leyenda en el Rucker, donde los sueños son un poquito más reales. Las calles hablaron, sí, y lo hicieron para gritarle a Quinton las batallas de su padre. Imposible no escuchar cuando las ciudades se dirigen a ti.

Tras los pasos de mamá

“Es muy famoso en mi ciudad, una leyenda. En cada esquina de Estados Unidos o del propio mundo se habla de él y tuvo una gran influencia”. El actual jugador del DKV Joventut Quinton Hosley saca pecho rememorando los días de gloria de su progenitor, cuya inspiración no entró en letargo hasta mediados de los 90. Algunas se las contaron. En otras... sus ojos fueron los testigos más fiables. “Recuerdo cuando mi mamá me llevaba a verle. Ni te imaginas, había mucha gente, que incluso se subía en los árboles para poder ver cualquier partido. Resultaba algo maravilloso”.

Los genes le invitaban. Su tierra hizo el resto. Nacido en Harlem, aquel lugar donde se juega el mejor baloncesto del país, según reza la imborrable leyenda pegada al colegio que acaricia Rucker Park, Quinton podía haber sido uno de esos bases explosivos con aroma a playground que salen de las calles neoyorquinas, aunque su altura le condenó a encajar en otro prototipo con sello de denominación propia. Interior bajito o, mejor aún, exterior físico, abrumadoramente atlético y polivalente.

Quizá por ello, hoy Hosley no duda en citar el ”Empire State of Mind” de Jay Z y Alicia Keys, pieza alegórica en honor a la Gran Manzana, como la canción que más le hace latir.

”Soy el nuevo Sinatra y si lo conseguí aquí... puedo conseguirlo en cualquier parte”. Quinton nació en Harlem y con el parqué y el balón entremezclados con su sangre, únicamente tardó 6 años en coger un balón que lleva sin soltar dos décadas. Y no sólo Ron fue su guía. “Realmente fue mi madre la que me introdujo al baloncesto”. Hazel ‘Smooth’ Hosley’, jugadora universitaria de éxito en su época, pronto se convertiría en su gran referente vital, en su ídolo más cercano. “Ella jugaba y cada día iba a verla. Uno tras otro, uno tras otro... Hazel me enseñó a jugar y, para mí, ganarle suponía un gran reto. Tendrías que ver su tiro en suspensión...”. Incluso su dorsal 14 es un homenaje a ella.

“Pasé una infancia feliz”, afirma contundente. Y eso que tuvo que vivir la separación de sus padres, algo que llevó al neoyorquino convencido a muchos kilómetros de distancia. Denver, su destino. “Me resultó bastante duro el cambio, principalmente por dos motivos. Por una parte, era demasiado joven aún para entenderlo y, por otra, el cambio cultural resultaba enorme, demasiado grande. Colorado era muy diferente aunque, mirándolo ahora con perspectiva, creo que fue positivo para mí adaptarme a un mundo tan distinto con gente tan diferente”.

En el Lincoln High School se convirtió en un sólido jugador, muy diferente, por otro lado, a aquello en lo que acabaría derivando. “Soy un tirador puro”, gritaba a los cuatro vientos en su último año de instituto aquel cuyo camino se vería limitado en los años posteriores por la irregularidad de su lanzamiento exterior. Alejado del mito que envolvía la figura de su padre, los terrenales anhelos de Quinton pasaban por llegar a la División I de la NCAA, aunque ninguna universidad importante le reclutó para ello.



Hosley acabó jugando en Lamar Community College, de la JUCO, donde completó dos años redondos. En el último condujo a su equipo a un registro histórico de 25-8 merced a sus 20 puntos, 10 rebotes y 4,6 asistencias por choque que le permitieron estar en el equipo ideal de la competición. Las puertas de la NCAA se le abrían. O eso parecía.

El precio de la NCAA

Una pequeña maldición parecía perseguirle a la hora de cumplir su objetivo universitario. Baylor se fijó en él y el de Harlem se desplazó unos días para ver cómo era el programa deportivo que le ofrecían. Cuando estaba a punto de dar el sí, una tragedia sacudió el país. Un jugador del equipo era asesinado por otro compañero. Y Quinton les conocía muy bien. “Fueron los que me acogieron cuando yo estuve allí, yo salía con ellos. Ambos parecían grandes tipos y de repente me entero que uno desaparece y muere y que el asesino era el otro amigo. Definitivamente, fue una gran sorpresa para mí, un gran shock”. Y un motivo, más tras las sanciones de la NCAA una vez que se descubrieron muchas irregularidades en el centro a la hora de tirar la manta, para buscar otro sitio.



“St John’s era el destino perfecto, pero una vez alcancé un acuerdo con el entrenador, lo echaron sin avisarme y quise ir en una dirección diferente”. Estuvo a punto de ir a Providence pero la opción se evaporó en el último momento por motivos académicos y, después de tres intentos fallidos, la llamada de Fresno, sonó realmente seductora. “Miré todas las propuestas y resultaba la mejor para mí, mi primera opción en la D1. A veces las cosas ocurren así y hay que aceptarlas, aunque disfruté mucho durante esos dos años”.

En su primera temporada, encandiló con 18,6 puntos y 9,2 rebotes por partido, llamando la atención de muchos ojeadores NBA por su juego. Defensor incansable, facilidad insultante para el rebote a pesar de jugar de 3 (e incluso de 2), brazos infinitos y excelente envergadura, primer paso desequilibrante, tiro a media distancia amenazador, útil posteando en la zona contra defensores más pequeños y excelente finalizador, con gran cantidad de mates en transición. Por encima de los números y de sus propias cualidades, se remarcaba en negrita su ética de trabajo, su compañerismo y su capacidad de esfuerzo, encomiable.

Al Bulldog le comparaban, los más optimistas, con Bruce Bowen o y se le veía como una versión sin pulir de Boris Diaw. Sus características físicas, tan poco disimuladas y propias de la NBA, parecían abrirle las puertas del firmamento, mas su segunda temporada despertó más dudas, ya que sus cifras descendieron hasta los 13,9 puntos y 8,9 rebotes por partido, quizá, en parte, por la explosión de su compañero Dominic McGuire, hoy en Charlotte, al que los aficionados de Fresno State no consideraban por encima del propio Hosley.

Los más críticos achacaban al alero lagunas en su tiro exterior, amén de incidir en que debía mejorar su visión en la pista, pase y manejo del balón. Su ausencia en el Porsmouth Invitational Tournement y su lesión en Orlando en los entrenamientos previos al draft sumado al hecho de que no venía de una universidad afamada, menguaron sus opciones en la que se convirtió en una de las noches más amargas de su vida.


Tristeza y estrellato

Los mock drafts le colocaban entre los 40 primeros de aquel draft de 2007 pero la realidad fue mucho más cruel para el neoyorquino, que aún sigue esperando escuchar a Stern diciendo su nombre para ingresar en el Olimpo de los Elegidos. “Fue muy decepcionante para mí... y mucho más para mi madre. Sinceramente, esperaba salir al final de la primera ronda o al comienzo de la segunda. Simplemente, no ocurrió. Lo más duro fue ver que mis amigos me llamaban y yo no sabía ni siquiera qué decirles”.

Considerado uno de los reyes entre los undrafted, Hosley apuró ese verano sus opciones NBA y llegó a rozar el ganarse un hueco, tras brillar en la pretemporada de los antiguos Sonics. Sustituyendo al lesionado Kevin Durant, anuló en defensa a Rudy Gay durante un partido y finalizó con 22 puntos y 7 rebotes un partido. No importó. Su sitio... de momento, estaba al otro lado del charco.

“Necesitaba salir de ahí, de esa tristeza, hacer lo que tenía que hacer y las cosas acabarían por salirme bien al final”. El jugador fue ofrecido al Maccabi por 70.000 dólares anuales, probó en Grecia y acabó en Turquía, en el modesto Pinar Karsiyaka. “Estuve en tierras griegas probando una semana con un equipo”. Tan poco le gustó que no se acuerda ni del nombre. “No lo sé, sólo recuerdo que el técnico quería extenderme el periodo de prueba de una a dos semanas pero no estaba seguro si querían echarme tras eso. Así que cuando me llamaron los turcos, acepté”.

Formando una tripleta de ensueño con Sean Marshall y el ex ACB Gary Neal, Quinton causó un impacto total en Turquía. El alero reboteaba más que nadie y encaraba el aro con la misma facilidad con la que su padre dominaba en el cemento de Rucker. Un día firmaba un 28-11, al otro un 24-15 y al siguiente le hacía 43 puntos y 19 rebotes al Fenerbahçe en el encuentro más completo de su carrera. “Funcionó. Cobraba poco y vivía solo, sin que nadie me dijera lo que tenía que hacer. La gente me animó a aceptar esa propuesta, a jugar en el extranjero, y salió bien la cosa”.

A los pocos meses ya había sonado para media Europa. Que si el Baskonia ofrecía 250.000 euros por sus servicios en mitad de temporada, si el Maccabi se arrepentía por no haberle probado o si el Efes Pilsen suspiraba por ficharle para el próximo año. Ajeno al boom, Hosley siguió a lo suyo, sumando y sumando hasta promediar unos excelsos 22,9 y 11,7 rebotes por choque, pareciendo el jugador total, liderando ambas estadísticas y metiendo su nombre en los Tops de robos (3º), asistencias y faltas recibidas. Como consecuencia, un MVP que sumar al ya obtenido durante el All Star. Este pesaba más.



Cuestión de roles

En el verano de 2008, Quinton Hosley fue presentado como flamante fichaje del Real Madrid. En tres años había pasado de mendigar una oportunidad en la NCAA a ser una de las apuestas extracomunitarias de un aspirante a todo. Empero, no fue como el sueño imaginado por el hijo de “Terminator”.

Su trabajo de pretemporada y sus 17 puntos en la Jornada 2 parecieron un espejismo para un jugador que no terminaba de arrancar y que sólo volvería a los dobles dígitos en anotación en tres partidos ACB más, con porcentajes bajos –especialmente en el triple, un 22%- y escasa presencia en pista. “No sabía mucho del baloncesto español y del propio club cuando llegué. Aprendí muchísimo pero el precio fue lo que me costó adaptarme. En Turquía era todo distinto, jugaba más minutos, era el líder y todo era anotar. Aquí Plaza me pedía muchas pequeñas cosas y no terminó de salir bien todo. También era dos años más joven que ahora y menos maduro”.

Costoso peaje el de un alero usado como defensa todoterreno con cualquier exterior rival al que en ataque sólo se le necesitaba para lanzar el contraataque o como finalizador. Demasiado cambio tras dominar a su antojo en Turquía, tirando desde todos sitios y siendo siempre la primera opción en ataque. Sin embargo, la afición, si bien esperaba más de su juego y de sus números, no la tomó con él por su compromiso constante y el esfuerzo que trasmitía en la pista, aunque su salida del club fue precipitada y precedida de polémica. Eliminados en la Copa del Rey, los medios hablaron de un chicle lanzado por Quinton a su técnico al ser sustituido, aunque el jugador corrió a pedir perdón por un malentendido que pudo aclarar: “No iba dirigido a nadie. Simplemente me lo quité de la boca y lo tiré”.



Con ese mal sabor de boca abandonó Hosley el equipo en febrero, cortado por la llegada de Kennedy Winston, y con un origen similar al de su procedencia, Turquía, para jugar en el Galatasaray hasta el final de temporada y en el Aliaga Petkim en la 2009-10, donde promedió 18,1 puntos, 8 rebotes y 4 asistencias.

Sin embargo, su éxito en la pista no iba acompañado de la alegría fuera de ella, como confesó en una entrevista en su país en la que dijo que en Turquía su vida se dividía en tres áreas: casa, parqué y supermercado. Todo muy diferente a sus idílicos meses en Madrid, con más amigos y alternativas en su opinión.

En el pasado verano, se revalorizó al obtener el pasaporte comunitario, jugando bajo la bandera de Georgia, tras superar una especie de “casting” con 25 candidatos entre los cuáles sólo él y el jugador del Gran Canaria 2014 Taurean Green obtuvieron la nacionalidad. ¿Cómo surgió la oportunidad? “Conozco a mucha gente”, contesta riéndose. “La verdad es que también me da la oportunidad de jugar en una selección nacional, lo cual es un gran honor para mí. Fue una buena decisión”. Con el pasaporte bajo el brazo, no le faltarían ofertas. Ninguna podría con la del DKV Joventut, sinónimo de reválida ACB. Desde el 15 de julio, su vida se escribe en verdinegro.

Compromiso se escribe con Q

Han pasado sólo 8 jornadas y la temporada, como él bien aprendió en Europa, es una carrera de maratón, mas a buen seguro que el Real Madrid fichó a Hosley hace un par de año visualizando lo que hoy sí está haciendo en la Penya. A los valores mostrados en el club merengue de entrega y ética de trabajo se unen una gran regularidad en su juego, que le permite ser una de las piezas claves de Pepu Hernández en el arranque liguero.


Con 12 puntos y 6 rebotes por encuentro, lleva cinco choques consecutivos por encima de los 13 y está explotando su faceta de todoterreno en pista. Una jornada coge 11 rebotes, al otro da cuatro asistencias, y los robos nunca faltan. Fuerza faltas al rival, está más acertado desde el 6,75 (40%), asegura 13,5 puntos de valoración y lo mejor es la sensación de ser capaz de sobrevivir a la dictadura de los números.

No parece que vaya a sorprender con actuaciones por encima de los 20 o de los 30, pero su regularidad intimida, cometiendo muy pocos fallos y condicionando las defensas rivales, por su polivalencia al jugar de 4 o su imparable físico, que obliga a defenderle con un alero fuerte, si actúa como 3. El Madrid lo intuyó. El DKV lo disfruta. “Hay grandes diferencias respecto a hace dos temporadas. La primera, que ahora juego muchos más minutos. El Real Madrid suponía mi primera experiencia en España, ahora sí sabía realmente a qué atenerme y, con más oportunidades en la cancha, puedo hacerlo mejor”.

Franch, Jelinek, Tomàs, Llovet..., la Baby Penya ilusiona y él disfruta jugando rodeado de “niños”, dándose la paradoja de que, a sus 26 años, parece el veterano y el mentor para los más jóvenes. “Me gusta jugar con ellos, es algo que me permite tener más madurez y convertirme en un líder en la pista. A mí ellos me hacen madurar y crecer más aún”.

Enamorado de la ciudad, sus aficionados, el club y su técnico -“Todo está saliendo fenomenal, adoro mi situación actual”-, el estadounidense está muy implicado y tiene muy claros sus objetivos para esta campaña: “Queremos ser el mejor equipo posible, alcanzar nuestro límite. Definitivamente, deseamos ir a la Copa y al Playoff. A partir de ahí, a mejorar cada día dentro y fuera de la cancha”. Testarudo, suele cumplir sus retos.



Terminator II: El regreso

En ocasiones, el futuro es ese pastel vacío por dentro que nos impide disfrutar del caramelo en la boca del presente. Por ello, Hosley no se obsesiona con su sueño NBA. “Siempre estará en mi mente pero estoy muy contento aquí como para tener más planes en mi cabeza. La situación ha cambiado mucho y soy parte de este club”. Discurso sereno y coherente del que poco pide porque todo tiene: buen proyecto en un histórico europeo y halo de leyenda al otro lado del charco.

Porque Quinton no es Quinton en su tierra. Ni siquiera Hosley. “Terminator 2” (“T2”) es su nombre de guerra en la calle, donde la libertad y el placer se mezclan para acariciar la esencia de este deporte. “El baloncesto callejero es muy especial para mí. Nací rodeado de eso y me marcó., desde que mi madre me llevaba a las pistas. Ayer yo observaba con admiración a los mayores. Hoy son un puñado de chicos, que comienzan a tirar a canasta, los que me miran para aprender. Yo les enseño lo que puedo hacer y si les ayuda, a mí me llena. ¿Cómo no me va encantar jugar allí? Siempre estoy impaciente, esperando a que el verano llegue para hacerlo”.

Neoyorquino de molde, convencido y orgulloso, ni siquiera su traslado a Denver le impidió pisar en cada verano de su adolescencia las canchas de NY, aquellas chivatas de inerte apariencia que cuentan que, un día, su padre fue el más grande en el centro del mundo, en el centro del basket. Carácter casi religioso el de un deporte en el que la meta final, encestar, es la única similitud con el baloncesto convencional.



Aquellas canchas capaces de alejar a la droga y la inseguridad de cada barrio durante cada torneo, en el que el mundo se paraba por momentos para ver a unos héroes que jugaban en el mismo nivel, tuvieran contratos millonarios en la NBA o fuesen auténticos anónimos salidos de la nada, cautivaron por completo a Hosley, que se propuso seguir los pasos de Ron Matthias, haciendo regresar a las pistas el mítico sobrenombre de “Terminator” y luchando con los mismos argumentos: energía y pasión.

“Lo más importante es obtener un respeto en la calle como el que él tiene. Da lo mismo si juegas en Europa o en la NBA mientras la calle te respete”, diría en un completo reportaje de la revista Crossover. “Nunca me asusto. Cuando todos los ojos están puestos sobre mí me siento bien, nunca noté la presión, ya tiren objetos o digan cosas. Y es que ese ambiente no lo encuentras en ningún lugar del mundo”.

El Misterio del Baloncesto se ha revelado desnudo en el corazón de la calle porque sólo allí puede inflamarse el Baloncesto espontáneo como pulsión vital, escribía Gonzalo Vázquez en aquel sueño plasmado en letras llamado “Leyendas del Playground”, una opinión que Hosley firmaría como suya propia. “Me cuesta describir lo que significa para mí pero sí, en mi opinión creo que es la más verdadera forma de baloncesto que existe”.



Quizá ahí, precisamente ahí, se vio al Quinton más real, al T2 más puro. No estaba Rik Smits ya para esos trotes, pero su mate sobre High Rizer acrecentó su mito. “Es un monstruo, es un monstruo”, repetía el speaker exaltado, mientras los aficionados invadían la pista de la emoción.

Quinton colecciona títulos y galardones de MVP de los torneos prestigiosos de Nueva York (Entertainer Basketball Classic, Dyckman...), aunque le marcó particularmente el logrado en el Nike Tournament of Champions, donde se reúnen los equipos más fuertes de la ciudad. Ya sólo le quedan otros 8 más en Rucker para alcanzar a su padre, aquel al que sólo pudo ganar una vez (“En mi época de instituto, porque él ya estaba cansado”) y que ahora ejerce de árbitro, para desgracia del pobre Quinton: “No me pita una falta a favor ni de casualidad”.

Tri-State, Kingdome... Terminator 2 relata sus torneos favoritos deteniéndose en el de Dyckman, donde a pesar de haber conocido las mieles del éxito en un par de ocasiones, aún tiene una espina clava que se quitará en verano... o los duelos contra el CAI. Porque allí, en el cuadro maño, juega Darren Phillip, otro clásico del streetball, que arrebató al “Take no Prisoners” de Quinton el título en el verano de 2009, MVP incluido, pese a los 42 puntos del jugador de la Penya. En Zaragoza echarán chispas. En la calle, aún más.

La crema, siempre arriba

”Nueva York, jungla de hormigón donde se forjan los sueños, no hay nada que no puedas hacer”. Sigue sonando una y otra vez esa canción mitad recuerdos mitad motivación para Hosley, con una cabeza amueblada y una forma de expresarse y de hablar de su carrera más cercana a la de un veterano a punto de colgar las botas, por su madurez y experiencia.

”Bienvenido al crisol de culturas...”. Idéntica a la tolerancia del chico que aprendió en la calle, más pendiente del talento que de la raza o color de piel de su rival. Mente abierta de un diplomado en Estudios Africanos, amante de los puntos de vista diferentes –“No sólo los hay entre EEUU y Europa, también entre países en este continente. Y me gusta”- que gracias a su carrera conoció más acerca de sus orígenes. “Me encantó aprender mi cultura, saber de donde veníamos, conocer gente diferente en la comunidad americana. Seguí mis raíces familiares y vi que eran de una comunidad africana de América, que ellos también venían de África”. Además, Hosley se involucró durante sus años universitarios en un proyecto de voluntariado con unos niños en el Hospital de Fresno State, algo que marcó su paso de niño a hombre más que cualquier canasta conseguida. “Pasaba tiempo a su lado, jugaba con ellos y me hacía sentir bien. Es decir, era algo bueno para mí mismo. Deseo repetir la experiencia, lo volveré a hacer pronto, me apetece y disfruté muchísimo”.


”La vida empieza cuando se acaba la iglesia. Jugadores, estrellas del rap, adictos al primer plano... la ciudad nunca duerme. Farolas, grandes sueños de bello aspecto. Estás en Nueva York”. Jay Z y Alicia Keys siguen cantando y estremeciendo al alero, al que una vez, en un mal momento, su padre le dijo que en un buen pastel la crema siempre está en lo más alto. “No te preocupes, tú eres crema... acabarás arriba”. Y lo está consiguiendo el chico de Harlem amante de la cocina y de los viajes cuyo sueño más preciado le convierte en terrenal, incluso en el propio playground: “Deseo ser el mejor jugador posible, estar en un grande europeo o llegar a EEUU pero, por encima de todo, anhelo la felicidad, el máximo tiempo posible, esté donde esté”.

”Las grandes luces te inspirarán, no hay lugar en el mundo que se le pueda comparar. Estas calles te harán sentir nuevo”. Con Quinton lo consiguieron. Él ama a la calle y las calles, la mismas de Nueva York que le susurran al mundo con voz melosa que un día vieron jugar a Ron ‘Terminator’ Matthias, le respeta a él. Quizá la saga continúe y algún día ‘Terminator 3’ deba escuchar las leyendas de su papá. De “hijo de” a ser conocido por sus propias hazañas. Sabor neoyorkino, aroma a Harlem, sello de Rucker... el heredero asoma en Badalona.