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Martin Rancik: La fortuna del superviviente

Ni su rodilla, ni sus problemas de corazón, ni siquiera el caprichoso olvido pudieron con él. Tras un año en blanco y tres contratos en 10 jornadas, Rancik ilusiona en Alicante. Repasa su historia de superación

Martin Rancik, estrella en la LEGA (Foto Legabasket)
© Martin Rancik, estrella en la LEGA (Foto Legabasket)
  
”El genio se descubre en la fortuna adversa. En la prosperidad, se oculta”. ¿Imaginaría Homero que su “Odisea” tendría tanta vigencia casi 3.000 años después?

Las lesiones marcaron a Martin Rancik desde el inicio. Incluso, a veces, de forma indirecta. “Mi padre jugaba al balonmano y mi madre, al baloncesto. Como él tenía problemas de espalda, hombros y rodillas, mi madre me dijo que no, que nada de balonmano. Y acabé decantándome por el otro deporte. Es por eso por lo que me dediqué al basket”. Irónica paradoja la que toma el avión para llegar más rápido y se topa con las cancelaciones.

Feliz infancia entre el esquí invernal, los chapuzones en el lago de verano y los piques al basket contra su hermano. Todo con fecha de caducidad. Y es que a los 16 años, a Martin le tocó hacerse mayor sin más transición que la propia urgencia. A través de un contacto en América, surgió la oportunidad de cruzar el charco. “Fuimos a cenar con él y en dos o tres semanas estaba metido en el avión”. Sería el primer viaje de una larga lista, siempre con el baloncesto como excusa.

Sueño americano

Su madre no estaba muy convencida y para Martin suponía todo un reto el convertir su hobby en el centro de su vida, sin poder ni siquiera chapurrear inglés. Los Page allanaron el camino. “Fue la familia que me acogió el primer año. Ellos eran dos profesores, de matemática e historia, que me ayudaron muchísimo a estudiar y a aprender inglés, ya que yo no hablaba nada”.

Un año más tarde, los Sathe se convertirían en su nueva familia, en una bonita relación que le marcó aún más que la lujosa casa con sala de billar y piscina en la que le tocó vivir. “Cuando estoy por allí, hablo más con ellos. Les considero como a mis padres y a sus hijos, como mis hermanos. Estamos muy unidos”.

Lejos del lujo y del glamour, ya quedaba poco del niño que abandonó su Nitra natal para convertirse en un hombre a marchas forzadas. Su facilidad para empaparse de un idioma solamente podía compararse a su don para evolucionar día tras día en el parqué, por lo que pronto su actitud y su aptitud tuvieron premio. Bobby Knight intentó reclutarlo para su Universidad –años más tarde, su compañero en Bilbao Luke Recker le diría que hizo bien en evitarlo- mas fue Tim Floyd el que ganó la puja. “Tenía más propuestas pero Floyd cogió un avión, se fue a Eslovaquia para hablar con mis padres y convencerles a ellos que Iowa State era la mejor universidad para mí. Lo tuve claro”.

Si bien tardó en recoger sus frutos, el balance fue muy positivo. En su primera campaña, compartiendo minutos con el ex ACB y antigua estrella universitaria Marcus Fizer, promedió 5,7 puntos, doblando su cifra anotadora (10,3) en su segundo año, a pesar de que en verano pintaban bastos. “Floyd se marchó a los Chicago Bulls y yo lo pasé muy mal. Había ido por él y quería marcharme de Iowa St. Sin embargo, entre el propio Tim y el entrenador nuevo me convencieron para que me quedara, me dijeron que sería importante y todo eso”.



No le habían mentido, aunque en su tercera temporada las lesiones se cruzasen por primera vez en su camino, impidiéndole jugar varios partidos, lastrándole físicamente y minimizando sus minutos precisamente un año en el que su equipo se quedó sólo a un paso –sólo Jerome Moiso y su UCLA lo evitaron- del sueño de la Final Four.

No obstante, no se vino abajo tras haber descendido sus guarismos hasta los 5,5 puntos y 3,8 rebotes y, ya recuperado, ofreció su mejor versión, pudiendo abandonar por la puerta grande de la NCAA, con una media de 13,2 y 5,5 en su año de senior, bello epílogo a una etapa que disfrutó. “Resultaron cuatro años muy bonitos. El equipo ganaba, llegamos a vencer en nuestra conferencia dos años seguidos y durante los dos últimos años y medio, nadie pudo ganar en nuestra pista, nos convertimos en uno de los equipos más importantes de toda América. Era muy muy divertido. Estaban futuros NBA como Tinsley, jugadores que han pasado por la ACB como Paul Shirley y Marcus Fizer e incluso uno que juega ahora en Huesca, Stevie Johnson”. Y él fue capaz de destacar entre todos ellos.

Dulce etapa italiana

Ni el buen sabor de boca de su brillante campaña, ni el haber impactado por su rendimiento en el Portsmouth Invitational Tournament le sirvieron para oír su nombre en el draft de la NBA, aunque Martin a punto estuvo de conseguir su particular sueño americano por otras vías.

“Jugué en las ligas de verano para los Timberwolves y para los Suns. Con Phoenix, en Sant Lake City, hice una summer league realmente buena. El General Manager del Olimpia Milano me vio jugando y me ofreció de inmediato un contrato por dos años. Aunque yo esperé un poquito apurando, para ver qué ocurría con mis opciones NBA”. Y surgieron, vaya sí surgieron, aunque no de la forma que Rancik esperaba.

“Necesitaban a un base y se centraron en Charlie Bell. A él le ofrecieron un contrato parcial garantizado y a mí uno parcial no garantizado. Preferí no aceptarlo, ya que tenía un contrato por dos temporadas sobre la mesa. Acepté la llamada del Milán y no me arrepentí”, afirma, reconociendo que la aclimatación no resultó sencilla. “Me costó un poco adaptarme. Por un lado, la ciudad al principio no nos gustó mucho ni a mi mujer ni a mí y, por otro, la vida profesional era muy diferente a lo que yo había vivido”.

Curiosa forma de disimular los problemas de adaptación aquel que, en las 9 primeras jornadas de la LEGA, ya se había ido en un par de ocasiones por encima de la treintena de puntos. Agresivo, intenso, intimidatorio en defensa y generoso en el esfuerzo, acabó en su temporada de estreno con 13,9 puntos y 6,3 rebotes de media, una buena línea que prolongó en el curso siguiente (14’6, 5’8), que parecía su adiós a Milán. Paradojas del destino, sería un hasta luego.

¿Sabías que…
  • … su hermano también es jugador? Se llama Radoslav, hace un par de temporadas jugó en la Benetton y en la pasada campaña deslumbró con el Galatasaray, rozando los veinte de media en puntos y valoración.


  • … no le gustan los aviones?


  • Vidorreta siempre le pedía calma? ”Quiere siempre hacer cien puntos y coger cincuenta rebotes”, decía bromeando


  • … quiere que digan bien su nombre? “No es Rancichhh, sino Ranshic”, afirmaba en una entrevista de Tirando a Fallar


  • … conoce 6 idiomas? Habla español e italiano, entiende perfectamente inglés, serbio y eslovaco, además de comprender el polaco.


  • … su padre es un árbitro histórico de balonmano? Muy famoso hace años, ahora trabaja en la Federación Europea de Balonmano, en Viena.


“Fue divertido. Lauretana Biella tenía un enorme interés en mí y yo les dije que vale, que fichaba por ellos. Al día siguiente vuelve el Milan y me hace una oferta nueva. Como teníamos amigos y el piso allí, le dije a la Lauretana que no y acepté la otra propuesta. Lo más gracioso es que a los tres partidos jugamos en Biella, con todo el público silbándome y diciéndome cosas. Pero ganamos y les respondí con 19 puntos”, comenta entre risas y demostrando su buena memoria, ya que efectivamente esos fueron sus números.

Prolongando su regularidad (13 pt, 5,7 reb) y tras haberlo demostrado todo allí, tocaba dar un salto allende la Piazza del Duomo. Su próximo destino, una especie de All Star de la LEGA con nombre y apellidos: Fortitudo Bolonia. Allí enamoraban los Basile, Lorbek, Mancinelli, Bagaric, Vujanic, Pozzeco, Belinelli, Smodis o Douglas. Allí enamoró él.

Pese a que su rol no fue tan importante como el que su excelso arranque liguero pareció indicar, encontró su hueco y celebró, precisamente contra su ex, Armani Jeans Milano, el título de LEGA en el que él puso más que un granito de arena, con 8,6 puntos y 3,8 rebotes de promedio. “Era una plantilla muy fuerte, con 10 jugadores maravillosos. Disfruté mucho, ganamos el campeonato tras un buen año mío y me llegó la oportunidad del Olympiacos”. ¿Cómo suponer, en pleno éxtasis, que el caramelo tendría un sabor tan amargo?


Demasiado corazón

Maldito aquel 7 de marzo de 2005 en el que el Climamio Bolonia informaba que, durante las pruebas al jugador, se le había encontrado una arritmia cardiaca. “No fue fácil. El corazón no es como una rodilla o un tobillo, es algo más serio”, diría años más tarde en una entrevista con Pablo Malo de Molina.

Únicamente estuvo seis semanas sin competir en Bolonia, aunque en Grecia comenzaría su verdadero calvario. “Hasta ese momento mi carrera estaba subiendo año a año. Acababa de fichar por un par de campañas con uno de los mejores conjuntos de Europa. Más alto no podía estar, pero ahí comenzó todo el dío con mi problema de corazón. Mi carrera se detenía”.

Un médico del conjunto heleno insistía en su problema y no le daba el permiso a Martin para jugar. Nada sirvió para hacerle cambiar de opinión. Ni siquiera la ayuda de su cardiólogo en Milán, que viajó expresamente para certificar que sí podía regresar a las pistas. “Es lo mismo que había tenido en Bolonia y en Italia me decían que no era grave pero el doctor griego no estaba convencido”.

El Olympiacos no se fiaba y la situación se eternizaba, para impotencia de un jugador que, por primera vez, no se sentía dueño de su destino. Con su mujer embarazada –finalmente dio a luz en Grecia- y él sometiéndose a pruebas y más pruebas, tras varios meses puso fin a la incertidumbre de la peor forma posible. “No lo entendían y tuve que salir de Atenas”.

"Demasiado corazón", que escribiría años más tarde Cortizas citando a Willy De Ville. Martin Rancik cogió sus bártulos y se fue con su mujer a su casa, en Eslovaquia, con sesiones largas de entrenamiento que le ayudaran a recuperar el tiempo perdido y recuperar pronto la forma, algo más sencillo que recobrar la ilusión. “Resultaba un golpe bastante duro. Tras estar en lo alto, tuve que bajar de inmediato de ahí. Y surgió lo del Bilbao Basket”. La ría le hizo renacer.


El ídolo de La Casilla

No había margen para el riesgo. El cuadro vasco fue muy prudente antes de su contratación, Martin Rancik aceptó volver a entrar en el carrusel de exámenes médicos y, finalmente, un cardiólogo independiente dio el visto bueno. Acababa de aterrizar en la ACB de manos de un equipo que se enamoró un año antes de su juego, tras los 16 puntos que le anotó como jugador del Bolonia en la presentación de los bilbaínos en La Casilla.

Ya en su debut, con un -4 como una casa, demostró que estuviera más o menos acertado, se “pegaría” con cualquier pívot rival y regalaría hasta la última gota de su sudor al parqué. Esta vez, tras tanto intangible, realmente había algo. Al cuarto partido, ya se había metido a toda la afición en el bolsillo tras comerse al juego interior del Barça con 23 puntos y 29 de valoración. “¿Una exhibición ante pívots de nivel europeo? Es verdad, pero yo también me considero uno de ellos”, afirmaría contundente. Golpe en la mesa.

El reencuentro con La Casilla fue dos semanas después, para repetir show frente al Real Madrid (22 puntos). Sumaba puntos con facilidad, parecía capaz de defender a cualqueira, reboteaba mucho más de lo que sus años universitarios hacían presagiar, se animaba cada vez con más acierto a tirar desde lejos y su conexión con la grada era absoluta, por lo expresivo de sus gestos, por la pureza de sus celebraciones, por el talento desnudo liberado sin mesura delante de sus ojos.

Entre exhibición y exhibición –la última, 21 puntos para amarrar la permanencia- el público ya se preguntaba si era el mejor jugador en vestir la elástica del Bilbao Basket en ACB, mientras que la directiva se afanaba por convencerle para la renovación. Lo consiguió. Dos temporadas, un importante esfuerzo económico y una afición encantada por mantener a su estrella, a su nuevo ídolo.


De la mano de Rancik, el conjunto vasco inició un viaje de las catacumbas de la zona baja al soleado valle de los puestos de Playoff, esa zona prohibida hasta que Martin selló el pasaporte para soñar. Los frutos llegarían más tarde. En la 2006-07, no sólo mantuvo el ilusionante nivel del pasado curso sino que, a pesar de una dura lesión de inicio, incluso pulió sus números (de 12 puntos, 3 rebotes y 10 de valoración a 13, 5 y 12 respectivamente) y su juego. Todo sin dejar de mantener su influencia y peso en un equipo en crecimiento, capaz de alcanzar el sexto puesto y la fase de la lucha por el título en la siguiente campaña, con aroma a su tercer año en Iowa State. Arrancaba su trienio más complicado.

Bajón, lesiones y olvido

No fue la despedida que Martin hubiera escrito en un guión con final feliz. De héroe a complemento y de imponente a lesionado en cuestión de meses. Si bien al eslovaco le costó arrancar, cuando parecía ir arañando minutos y retomando sensaciones, tuvo una grave lesión en Copa, que le mantuvo alejado del parqué media docena de semanas.

Después de acortar su periodo de recuperación, a finales de marzo llegó la lesión más importante. Si ya hacía un año Pietrus le lesionó al llegar tarde en un mate suyo –aún tendría tiempo de volver a la pista aquel día para acabar con 27 de valoración-, esta vez, en otro partido contra el Unicaja, volvió a ver viejos fantasmas. “No fue por adelantar mi regreso. Habíamos consultado el tratamiento con Mikel Sánchez, uno de los mejores especialistas de rodilla en este país, y todas las pruebas salieron bien. Simplemente, tuve mala suerte. Salté a taponar un triple de Haislip, mi rodilla se giró un poco y parcialmente se rompió el cruzado”. Cinco meses de baja. Adiós a la temporada y un adiós a Bilbao que el tiempo transformó en mero “hasta luego”.

“Fueron dos años y medio muy buenos. Me costó adaptarme porque yo tenía al principio en mi cabeza que tenía que jugar en un equipo grande y tal, pero estuvo muy bien. En Bilbao tengo muchos amigos y, dentro de España, siento a esa ciudad como mi casa”, confiesa emocionado.


Su talento, su trayectoria y su ambición pesaron más que su lesión y sus 7 puntos, 3 rebotes y 6 de valoración de media para un Estudiantes que confió en él en verano de 2008. Su apuesta no tuvo premio. “Resultó duro porque no me sentía bien al principio, volví a tener problemas de corazón. Ellos no estaban convencidos de que yo estuviera bien y yo igualmente me sentía raro. El Estu tuvo una paciencia increíble conmigo esperándome, pero quizás regresé demasiado rápido”.

Trece minutos en pista en la Jornada 5 como debut y otra vez a esperar, esta vez por su rodilla. “Me costaba mucho coger ritmo de juego, adaptarme al sistema de Casimiro y no jugué bien. No fui el jugador que ellos esperaban y no estaba contento”. Rancik, que aún bajó levemente los puntos de la gris temporada anterior, sólo pudo demostrar su talento en contadas ocasiones, en puros chispazos de clase, esporádicos y aleatorios, como cuando sumó 14 puntos y 21 de valoración en 8 minutos contra el CB Granada o cuando le hizo un 15-9 al CAI en la segunda vuelta. Poco más. Tocaba borrón y cuenta nueva.

El último tren

”Cuando todo va mal, no debe ser tan malo probar lo peor”, escribía el filósofo inglés Francis Herbert Bradley a comienzos del siglo pasado. Y nada peor, para aquel que siente, que renunciar a un amor. Al menos, temporalmente.

“Estaba muy cansado de todo lo que me había pasado”, comenta, resumiéndolo en una frase mucho más castiza e ilustrativa. “Tomé la decisión de descansar, tanto física como mentalmente. Lo necesitaba”. ¿Fue duro? “Eso te lo responderá mejor mi mujer”, replica, reconociendo que fue la más compleja de todas las aclimataciones, el adaptarse al no competir. Y es que ”no hay dolor más grande que el de acordarse del tiempo feliz en la desgracia” (Dante), un auténtico tormento para Martin. “Me costaba mucho ver a otros equipos jugando y yo fuera, alejado de las pistas”.


Aparcando su pesar, el de Nitra se entregó a unas sesiones infinitas, que podían ser de hasta seis horas, para volver a ser él. Simplemente… volver a ser él. “He trabajado muy duro, bajando hasta seis kilos de peso. La gente se quedaba sorprendida, me preguntaba cómo había cogido el ritmo tan rápido. En febrero, cambié a mi agente italiano por José Cobelo y Gorka Arrinda. Sentí que tenía que hacer cambios en mi vida”. Y funcionaron.

Una nueva puerta se le entreabrió el pasado mes de agosto. Probablemente, la que más ilusión le hacía. Probablemente también, su último tren si aprovechaba la oportunidad. “José me llamo a principios de agosto. No tenía ofertas porque ya sabes, los equipos no sabían cómo estaba físicamente, algunos tenían dudas por mis lesiones y demás. Me dijeron, ¿por qué no vienes, entrenas y haces la pretemporada con nosotros? Hacían falta jugadores. Banic y Hervelle estaban con sus selecciones y yo aproveché mi opción. Ha salido muy bien”. Tras la lesión de Axel , el eslovaco firmó un contrato por 15 días con el Bizkaia Bilbao Basket, con el que sorprendió a propios y a extraños recordando al Rancik más salvaje en la segunda jornada liguera, en la que anotó 18 puntos con 8/9 en el tiro para merendarse al Power Electronics Valencia. Bendito temporero. “Me lo merecía pero no fue sólo ese partido. En algunos igual no anoté pero en defensa, lucha, estar positivo y ayudar a los demás sí me sentía útil. Katsikaris estaba encantado conmigo”.

Tras, ahora sí, despedirse por la puerta grande de “su casa”, le llegó la opción de firmar por el vigente campeón de liga. Él no lo dudó. “El Caja Laboral era una oportunidad fabulosa para mí. Me llamó Querejeta para decirme que me querían por un mes porque Haislip estaba lesionado y, al día siguiente, estaba en Vitoria”.


En su corta etapa baskonista, encandiló en Euroliga -con grandes partidos frente a Maccabi y Zalgiris-y se ganó el respeto de compañeros y afición por su profesionalidad, amén de la sorpresa de ver a un jugador haciéndolo tan bien después de una campaña en blanco. “Siempre creí en mí mismo. Es la gente que no me vio jugar durante ese año la que no estaba segura pero yo no me sorprendí. Sabía que si estoy bien físicamente puedo jugar con los mejores de Europa. Y así ha sido”. Como para no seducir al resto de equipos…

Héroe al aterrizar

De gran olvidado a gran demandado. Todos los equipos en busca de pívot se lanzaron a por Martin Rancik tras salir del Caja Laboral, aunque fue el Meridiano Alicante el que se llevó a una de las perlas del mercado.

“Me gustó la opción alicantina porque mi prioridad era estar en ACB, la mejor liga de Europa. Conozco a gente, hablo el idioma y encima está Vidorreta. Cuando Txus me llamó supe que sería una transición mucho más fácil. Entiendo perfectamente su filosofía, cómo es tácticamente y qué quiere de sus jugadores. Lo veo como un desafío, un auténtico reto ayudar a este equipo a mantenerse en la liga”, afirma pleno de ilusión y totalmente convencido en que es posible darle la vuelta a la situación del Meridiano.

No pudo comenzar mejor su andadura en el Centro de Tecnificación. Enfrente estaba el Unicaja, aquel testigo de sus lesiones de antaño, que sufrió en sus carnes la venganza del eslovaco. El Meridiano caía cuando entró en pista a falta de seis minutos para el final. A partir de ahí, recital.

Un tapón, un rebote en ataque y una canasta seguidos para empatar, otro enceste para poner a su equipo por delante, un tiro libre para abrir brecha y tres rebotes en ataque en el último minuto para certificar la fiesta alicantina. Sus 14 puntos y 8 rebotes, una anécdota al lado del liderazgo, carisma y fe que trasmitió a sus aficionados, que con él y Hasbrouk creen en la salvación. “No soy un héroe, soy sólo uno entre 12. Simplemente he venido para mejorar las cosas y empezar a ganar partidos. El domingo dimos un paso importante. Mi afición debe saber que lucharé todo lo posible por ganar vencer todos los encuentros. No será fácil pero lo dejaré todo en la cancha”. “¡Siempre!”, exclama.

Diez jornadas y tres contratos diferentes. Tres equipos, tres entrenadores, tres pabellones, tres aficiones, tres plantillas, tres filosofías, tres mundos… ¿cómo no volverse loco? “No es nada fácil. Siempre mantuve la cabeza limpia, pensando en lo positivo y creyendo en mí mismo. Es clave. Creí que llegarían momentos mejores y así ha pasado”. El esfuerzo mereció la pena.


La fortuna del superviviente

El físico le responde y la cabeza, aún más. Hace unas semanas reconocía en El Correo que antes tenía “otro ego”. Conocer el infierno gira el rumbo de tu perspectiva. “He cambiado bastante mi mentalidad, soy mucho más tranquilo ahora y pienso en positivo. No soy agresivo o nervioso como en el pasado. Sí, sigo jugando con intensidad y carácter pero gasto energía en tonterías, me lo tomo todo de forma más serena. La verdad es que estoy disfrutando del baloncesto de un modo muy, muy bonito”.

“Es una etapa preciosa para mí”, apostilla, para sacar su vena de genio a la pregunta de si el dinero está ahora en un segundo plano. “Este año sí, pero voy a intentar jugar muy bien porque también quiero cobrar, ¡eh!”, bromea entre risas aquel que se ve, como mínimo, capaz de aguantar hasta los 35. “Me siento muy bien tras bajar el peso. Si, físicamente, sigo sintiéndome así y mi pasión no decae, seguiré más años”. Y hasta se marca un objetivo: “Sueño con volver a la Euroliga. Se me había olvidado lo bonita que es, me gustó disputarla con el Baskonia, me dio mucha alegría. Es un objetivo personal repetir”.

Inteligente, amante de su familia y apasionado de su mujer y su hijo. Mucho más tranquilo de lo que la pista parece indicar, si bien extrovertido y hablador como pocos, Martin Rancik hace balance sin desechar los sinsabores que le hicieron más fuertes: “Algo quiere decir cuando una persona que se cae muchas veces siempre vuelve a salir hacia arriba. Pienso que tengo un carácter fuerte y tengo las cosas muy claras en mi cabeza. No siempre me tomé bien todo lo que me ha pasado pero el hambre por volver a levantarme era aún mayor”.

Si como afirmaba Indira Gandhi ”es un privilegio haber vivido una vida difícil”, Rancik puede sonreír con más motivo tras tres años de penurias profesionales. Vuelve la luz de Iowa State, las ilusiones de Milán, el cielo de Bolonia, el romance bilbaíno. Vuelve Rancik, el Meridiano resopla, Homero sonríe.

Sereno, con un español perfecto, huyendo siempre de la falsa modestia sin traspasar la línea de la prepotencia y con mucho aún por decir y realizar, este auténtico superviviente del basket podría robarle una cita a Freud para gritarle al mundo tras su odisea, desde el mismísimo Castillo de Santa Bárbara alicantino, una frase lapidaria:

¡He sido un hombre afortunado… nada en la vida me fue fácil!