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El Partizan de Fuenlabrada

La guerra les obligó a jugar en el exilio y acabaron siendo campeones de Europa. El Partizan vivió en Fuenlabrada una historia increíble que se estrenó en Informe Robinson. Cortesía te Canal+, te la presentamos

  




















El aplauso a José Quintana en el Hala Pionir. Miles de aficionados en pie, ovacionando al presidente de un club a las afueras de Madrid. En Belgrado.

“Savovic me comentó sobre la posibilidad de jugar en Fuenlabrada, una población cercana a Madrid”. Un ofrecimiento de un ex pívot del Puleva Granada, Milenko Savovic, a un buen amigo, Zeljko Obradovic. “Ellos estarían dispuestos a acogeros”.

Es difícil abstraerse de una guerra. No, es imposible. Hacer una vida normal en una atmósfera bélica es inviable, porque hace que te arranquen de forma virulenta parte de ti. Y si nos ceñimos al deporte, del clamor de tu gente sin ir más lejos. Por razones de seguridad, al Partizan le prohibieron disputar sus partidos de casa en su majestuoso pabellón, el Hala Pionir. Y como la Jugoplastika o, como se llamó aquella temporada, Slobodna Dalmacja, fue acogida en La Coruña o la Cibona de Zagreb en Puerto Real, porque su alcalde era un profundo admirador de Drazen Petrovic, José Quintana encabezó aquel “apadrinamiento” del Partizan en su cancha. Del “Partizan de Fuenlabrada”.

Solamente volvieron para disputar los cuartos de final frente a la Knorr Bolonia. Aquel equipo volvió a recuperar el clamor de su gente. Volvió a recuperar parte de sí mismos. Y de ese clamor fue también protagonista José Quintana, que tan orgulloso como avergonzado, saludó.

Aquel joven equipo, sin mucho talento, exceptuando sus barbilampiños internacionales Alexander Djordjevic y Pedrag Danilovic, no contaba mucho para casi nadie. En aquel equipo hubo un mocetón de 2,10 que no supo de su hermano, en el frente, durante cuatro meses. De un croata en tierra serbia. De un jugador que iba convocado para la selección en Roma’91 y de repente, se vio como entrenador de aquel Partizan…

Esta historia es la otra cara de un jugador impotente, con la cabeza gacha, apoyada en el soporte de la canasta, intentando asimilar una increíble derrota. Juan Antonio Morales plasmó con aquel gesto, el dolor de toda una afición… 20 años después. Un tiempo que bien merece mirar al otro lado del cristal. La de aquellos chicos que viajaron con humildad a Fuenlabrada “a intentar agradar” como posteriormente confesaron.

Historias increíbles, intensamente humanas, algunas tapadas por una prudencia que ya han cogido demasiado polvo como para no ser expuestas. Con el gusto y el toque de INFORME ROBINSON. Señores, ¡que lo disfruten!