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Aduga Ba, Milt!

Al ritmo de Bob Marley, con sangre y honra beliceña corriendo por sus venas durante 470 partidos NBA, el jugador del Blusens Monbus desea retirarse en España contruyendo un equipo de Playoff. Repasa con Daniel Barranquero la carrera de Palacio, el Milutine de Belgrado, el orgullo del garifuna

ACB Photo / J. Marqués
© ACB Photo / J. Marqués
  

Redacción, 1 Mar. 2012.- La última mirada, la más complicada. Nadie nace sabiendo decir adiós a su tierra. Emigrar, la valentía. Renunciar a un paraíso, el precio más cruel.

La cálida Belice, tropical, aún no emancipada, despedía con emoción a los Palacio, quizás sin saber aún que pocas familias harían más por esa tierra. Comenzaban los 70 y la música reggae, el turquesa del mar y la promesa del sol no eran suficiente. Con 55 dólares al mes, los milagros no existían. Los niños no se alimentaban de olas.


Clifford y su mujer Rita cambiaron arrecifes por rascacielos sin abandonar jamás el mar, emigrando a Los Ángeles, buscando ese cachito de fortuna que alguien parecía haberles robado. Allí ambos, profesores de profesión, podrían echar raíces sin renunciar jamás a las suyas. Tanto que, naciesen antes o después de aterrizar en Estados Unidos, cada uno de los 9 hermanos Palacio, saben de donde vienen y exhiben con orgullo sus orígenes.

Nacido en febrero de 1978, cuando en España se debatía sobre la inminente Constitución y en Belice se anhelaba dejar a mamá Guatemala a un lado, Milton Sigmund se creció en un ambiente muy diferente a aquel paradisiaco de sus padres. En Gardena, sucumbir a la tentación resultaba sencillo. Sus padres, severos, intentaban alejar a sus hijos de los malos hábitos de un vecindario conflictivo, aunque para el pequeño Milt la mejor forma de huir de la droga y de la delincuencia era pasarse horas absorto deleitándose con la magia de Johnson y sus Lakers del showtime.

“Magic estaba siempre en casa, yo era su mayor fan. ¿Qué mejor forma de resistir en un barrio tan duro que el baloncesto? Empecé pronto, con unos 9 años. Jugaba al fútbol americano y también probé con el béisbol, pero me gustó más esto”. De niño a adolescente sin soltar el balón, Palacio destacó en la Junipero Serra High School de Gardena, en la que después brillaría el hoy verdinegro Pooh Jeter, antes de pasar por Midland Junior College y ganarse un hueco en Colorado State.

Con los Rams, pasó de promediar 7,9 puntos la primera temporada a alcanzar los 18,4 en su tercera y última, aderezados con 5,1 rebotes, 4,3 asistencias y 2 robos por encuentro. Brillante en la defensa, en el control del tempo del partido y en el pick & roll, su explosión anotadora tardó en llegar. Sería una tónica en su carrera.

“Se me daba bien defender y me hacían jugar solo con ese rol. Tenía un técnico que era bueno pero rígido en su sistema, del que no podía salir. En mi temporada de senior, con cambio en el banquillo, sí me dejaron libertad y gané mucha confianza al rendir al más alto nivel”. ¿Suficiente para llegar a la NBA? En el draft no pensaron lo mismo. Su nombre jamás sonó.

Foto EFE
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"Miracle Milt"

El draft, juez sin toga, es capaz de marcar la vida de cualquier que escuche su sentencia. Jugadores prometedores perdidos, otros reencontrados. Y vuelta a empezar. Con Milt no fue el caso. Ni para bien ni para mal. Ni siquiera para lo regular. Simplemente, no pasó lo que no se esperara que pasara. La sorpresa llegaría después. “No fue una decepción el draft porque tampoco tenía expectativas. Como mucho, el último año empecé a pensar en ganar un dinero dedicándome al basket pero tampoco me lo creía tanto”. Aquel verano cambiaría su vida.

Internacional con Belice, a la que representaba con orgullo, y brillante en los campus de verano, probó con varias franquicias hasta que una le abrió la puerta de un firmamento que parecía ficticio. “Recuerdo como ayer el día en el que el GM de Vancouver me dijo que me había ganado un puesto en el equipo”, comentaba en una entrevista con FIBA.COM.

“Probé, me salió bien y me cogieron”, resume con templanza hoy, como si entrar en la NBA fuese tan sencillo como estar en el lugar adecuado en el momento idóneo.

Empero, nadie le puso ninguna alfombra roja en su camino. Tendría que disfrutar cada segundo en la pista porque podría ser el último. Con solo 7,4 minutos de media, aportando 2 puntos y 1 rebote por choque, su carta de presentación podía condenarle al olvido eterno del monstruo de las tres letras, mas un año más tarde, nuevamente Milt supo montarse en el único tren en marcha hacia un futuro mejor. Después de firmar un contrato por diez días con los míticos Celtics, una fecha, el 28 de diciembre, terminó por marcar su carrera.

Aquel encuentro contra los Nets parecía perdido. Quedaban solo 1,8 segundos, el rival mandaba por 2 y sacaba de banda a media cancha. Aquello no tuvo explicación. Que apareciese de la nada, robase, tirase un triple cayendo, agonizando, y el balón acabase besando la red para darle la victoria a Boston, tenía aroma a milagro. “Miracle Milt”, lo llamaron para la eternidad.

“Pase lo que pase ya en su carrera, Milt siempre será conocido por esta canasta”, relató la crónica de la ESPN aquella noche. La inocentada más descollante.

La heroicidad le valió a Palacio estar año y medio en los Celtics, con los que rozó los 6 puntos por partido –jamás olvidará el día que, de verde, le anotó 19 a los Wizards de Jordan-, antes de pasar por Phoenix y Cleveland, donde rozó los 25 minutos de media. En la 2003-04, hizo las maletas rumbo Toronto, donde firmó sus números más completos (5,8 puntos, 3,5 asistencias, 1,7 rebotes) para finalizar sus días NBA en Utah, en los que llegó a ser titular en 18 partidos y a sumar 6,2 puntos, 2,7 asistencias y 1,9 rebotes por choque. El respeto de Jerry Sloan, que le definió como “trabajador increíble y buena influencia para su plantilla”, mejor que cualquier cifra.



Fueron, en total, 7 temporadas, 470 partidos, 2243 puntos, 1194 asistencias, 831 rebotes y 302 robos. Cada ciudad, cada equipo, cada registro estadístico, una anécdota para sus nietos. “En Vancouver me dieron la oportunidad, en Boston viví mis dos mejores años NBA porque el equipo estaba muy unido, Cleveland es la mejor ciudad en la que he estado, en Toronto conocía a mi mujer y a Utah lo dirigía el mejor entrenador para el que he jugado, Sloan”.

Contra su voluntad, Milt abandonó los paseos por Salt Lake Park en el verano de 2006 para dirigirse a Seatle, para jugar en verano con unos Supersonics a los que nunca terminó de convencer. Cortado antes de comenzar la temporada, sus días NBA perecían al ritmo del “Waiting in vain”, de Bob Marley, canción favorita de Milt y banda sonora de su año más difícil.

De Milt a Milutine

De carácter plural, mente abierta y con inquietudes allende el parqué, cambiar su carrera y su propia vida no suponían ningún reto para él. Triunfar en un baloncesto muy diferente a las puertas de la treintena, sí. Y en 2007, el hijo de los inmigrantes emigró, de una manera muy diferente a la de Clifford y Rita. Con un contrato bajo el brazo, modesto pero no mucho menor que aquellos temporales y no garantizados firmados en la NBA, y con Belgrado como destino, tras frustrarse su fichaje por el Avellino italiano.



El Partizan no podía imaginar que aquel jugador al que firmaban por su defensa y su dirección de juego, escondiese a un artillero que, desperezado de su letargo ofensivo, explotó con descaro y estruendo en el viejo continente, en el que llegó a ser por momentos, el rey de todos los bases. MVP en marzo de la Euroliga (20 puntos, 4 rebotes, 2 asistencias de media), se erigió uno de los líderes de un equipo que fue campeón de la Liga Adriática, que hizo doblete en Serbia con Copa y Liga y que incluso llegó a rozar la Final Four.

De Milt a Milutine, como le llamaban con humor en serbio, como si hubiese nacido a la orilla del río Sava. Con 12,5 puntos, 3,9 asistencias, 2,3 rebotes y 1,4 robos de promedio, se ganó un hueco en el corazón de los aficionados al Partizan. El flechazo, mutuo. “Oh, tío, fue increíble lo de Belgrado. La gente, los aficionados, su baloncesto… todo maravilloso, la mejor etapa de mi vida”.

Cotizado en Europa, sonó para los principales equipos del continente, aunque fue el ambicioso proyecto del Khimki ruso de Scariolo el que le firmó, con un jugoso contrato. En Rusia no exhibió la misma soltura y libertad ofensiva que en tierras balcánicas, mas su peso y su veteranía contaron tanto o más como sus 5,7 puntos y 3,9 asistencias por encuentro. “Era un equipo más potente, con jugadores de la talla de Garbajosa o Delfino. Yo allí tenía otro rol y como estaba en un grande, intenté ayudar en lo que más falta hacía, la dirección de juego”. Una experiencia en todos los aspectos fría, algo a lo que jamás se podrá acostumbrar alguien con raíces tropicales.



El orgullo de Belice

La Belice de sus padres. Aquella que gritó independencia un 21 de septiembre de 1981, aún hoy bajo el abrigo de Isabel II. Con una población similar a la de Valladolid, con 313.698 habitantes, crisol de culturas y monumento al mestizaje, las paradisiacas playas del país no podían imaginar ver un día en la NBA a uno de los suyos, un jugador de sangre beliceña que, además, llevara con tanto orgullo sus orígenes. Y su bandera.

Milt Palacio, desde muy joven, decidió que poner a Belice en el mapa baloncestístico era un desafío apasionante y su compromiso con la selección fue total. Recibido como un auténtico héroe en la tierra de sus padres, con miles de ciudadanos en las calles que presumían de sus andanzas baloncestísticas y aún hoy siguen con detalle cada uno de sus partidos, de sus hazañas y hasta de sus gestos.

En un discurso ante centenares de niños, basó el guión de su vida en 5 letras, las que forman en inglés la palabra “Pride” (Orgullo): actitud positiva, respeto, inteligencia, sueños y esfuerzo combinado con educación. Ejemplo vital y modelo a imitar para los locos de la pelota naranja, que cada vez son más. “El baloncesto está creciendo mucho allí”, exclama. Plata en el campeonato COCABA de 2009 tras caer contra México en la final, la FIBA admitió que el equipo, más que de nacionalizados dudosos, está repleto de jugadores con ascendencia del país, entre los que destaca un Milt que ejerce de líder para las generaciones que tomarán el relevo. “Somos un equipo muy joven. Intento ayudar a los chicos, para que aprendan y crezcan. Ellos quieren medallas ya pero hay que crear cultura de basket y ayudar a la gente. Me encanta jugar con la selección. Notamos que el país está al 100 % con nosotros e intentamos representarlo lo mejor que podemos”, apunta. Para él, hasta enfundarse la elástica de Belice es una cuestión familiar, al encontrarse en el combinado nacional con Kyron Stokes, un sobrino al que pudo conocer gracias al propio baloncesto.

Aquel verano, Palacio se comprometió con el Partizan para regresar a la puerta grande al equipo que le dio nombre en Europa, aunque el incorporarse tarde a la gira americana del cuadro serbio le costó romper el acuerdo y acabar en el campeonato heleno, defendiendo los colores del Kavala, en los que hizo 10,3 puntos, 2,6 rebotes y 2,6 asistencias por encuentro. A partir de ahí, otro giro inesperado en su carrera, firmando por el Caja Laboral, con el que disputó el Playoff 2010.

(ACB Photo)
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Como base baskonista aportó su granito de arena en una de las mayores sorpresas de la historia del Playoff, en aquel inolvidable 0-3 del Caja Laboral al que parecía imbatible Barça. “Increíble, jamás olvidaré la forma de conseguir ese título”. Serio en la dirección, él se sintió campeón y el cuadro vasco también tuvo esa percepción. Tanto que habría segunda parte.

Atrapado en el tiempo, el Día de la marmota llevó al veterano jugador a Grecia para volver a jugar en el Kavala, en el que encandiló con los mejores números de su etapa profesional: 15,6 puntos, 3,8 asistencias, 2,7 rebotes y 1,4 robos. El déjà vu fue absoluto cuando, tras caer en la lucha por el título, el Baskonia llamó otra vez a su puerta como refuerzo de Playoff. “Es un orgullo que Dusko haya pensado otra vez en mí. Me siento el talismán”.

El listón estaba alto y Milt, con menos presencia que el año anterior, no pudo volver a saborear la miel del campeonato en 2011, si bien ese par de chupitos vitorianos le han dejado un fantástico sabor de boca. “Es una experiencia que no olvidaré y que podré contarle a mis hijos, porque el Caja Laboral era un gran equipo. Cuando firme la gente me decía que Dusko era muy duro y era cierto, sí, pero también es uno de los mejores técnicos de Europa. Sigo pensando que aterrizar en Playoff y ganarle al Barça aquel año fue realmente increíble”. Palabra de todo un campeón liguero.

Construyendo un equipo de Playoff

El Blusens Monbus, en su regreso a la ACB, marcó en negrita su nombre. Resultaba el base ideal para dirigir la nave santiaguesa y no hubo demasiadas dudas, pese a que la lista de aspirantes no era pequeña. Todo encajaba. Veterano curtido en mil batallas, director de juego, completo, profesional y con ganas de compartir su experiencia. No podía ser otro. Y no lo hubo.

ACB Photo / Jorge Marqués
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“Es un ‘1’ clásico, un excelente pasador, un base que antepone el bien colectivo al suyo”. La definición de Moncho Fernández ilusionó a una afición que, con los meses, ha aprendido a valorar su incidencia en el juego por encima de los números.

Más o menos acertado, Milt Palacio nunca se esconde. De menos a más, ya es el tercer más valorado del equipo (8,8), el segundo en asistencias (2,9) y el mejor en tiros de 3 (41%). Tira poco, pero controla el tempo a su antojo y ha sido una pieza esencial en la brillante racha de un equipo capaz de ganarle, en las últimas semanas, a tres de los gallitos de la tabla: Unicaja (10 asistencias), Caja Laboral y Lucentum Alicante (13 valoración). El descenso queda más lejos. Y él incluso mira hacia arriba.

“Al principio del año pagamos la novatada. Yo dije que podíamos ser un equipo de Playoff y se pensaban que estaba loco. El inicio ha sido duro pero nuestros chicos saben jugar, el entrenador es bueno y en esta segunda vuelta hemos aprendido mucho. Creo que hemos construido un equipo de Playoff. Evidentemente habría que ganar muchos partidos para llegar, aunque es un gran reto de futuro y tenemos dos años para conseguirlo”, confiesa radiante. No puede ocultar que en Santiago lo difícil es no sonreír. “Estoy muy feliz aquí”.

Su idilio con España es total. “Me gusta este país. Había jugado contra los grandes solo, pero ahora, conociendo más España, te digo que es un país que me encanta. Me gusta la gente y además, en Santiago, todo el mundo te saluda, todo el mundo te ayuda. Me apasiona acabar mi carrera aquí”. Especialmente, rodeado por una afición que, sin bengalas pero con la misma pasión, le ha hecho sentir lo que creyó que solo podría vivir en Belgrado: emocionarse en una cancha de baloncesto. “Los del Obradoiro son los mejores seguidores de la Liga Endesa. El día del Caja Laboral remontamos gracias a ellos, así te lo digo. Y me gustaría mandarles un mensaje. Por favor, que sigan apoyando porque detrás de una gran afición siempre habrá un gran equipo”.

ACB Photo / Miguel Henríquez
© ACB Photo / Miguel Henríquez


El “11” del Obra –el “5” clásico en su carrera lo tenía ya Andrés Rodríguez-, afirmó hace semanas que el objetivo del club era que, al final de temporada, sus aficionados estuvieran orgullosos por juego y resultados. Con tanto trabajo, todo es posible. “Mi mujer siempre me dice que no paro. Incluso en verano, cuando se supone que debo sentarme y relajarme, me levanto para jugar. ‘Tienes 33… relájate’, me comenta. Pero no puedo. Me divierto mucho jugando a esto y es lo que siempre quise hacer”, relató en la mencionada entrevista con FIBA un Milt que se debate entre dos destinos cuando cuelgue las botas: entrenador o profesor. El gusanillo de enseñar corre por sus venas.

Papá Garifuna

La familia Palacio no tiene parangón. Con ADN que les marca para el éxito, sea cual sea el ámbito en el que se muevan, Milt no es el único triunfador de la familia. Entre los 9 hermanos hay de todo, desde un afamado pintor que exhibe obras en Los Ángeles a cantantes, pasando por futbolistas y expedientes académicos intachables. De tal palo tal astilla, que dicen. Y es que sus padres son, aparte de excelentes educadores, bien conocidos en Belice e incluso entre los emigrados a Los Ángeles por su defensa incondicional del garífuna.

Descendientes de los hijos de los indígenas caribeños y los africanos llegados a San Vicente en el siglo XVII y que sobrevivieron a la esclavitud y al colonialismo. Expulsados, mediante limpieza étnica, y repartidos entre Nicaragua, Guatemala, Honduras y Belice (4,6 % de la población del país). Con su cultura y sus tradiciones heridas por el paso del tiempo y el olvido, aunque unidos por una memoria colectiva y un lenguaje común. Son más de medio millón, hoy viven en Centroamérica o emigran a Estados Unidos, abrazados siempre a sus raíces y a esa lengua arawak patrimonio de la humanidad que sus jubilados padres, casados desde hace casi 60 años, tanto protegen.



Tanto Clifford, auténtico lingüista, autor de reglas gramaticales y pronunciación del garífuna y padre de una escuela de tal idioma en Los Angeles –incluso hizo un cameo en la serie “The Eleventh Hour” haciendo de sí mismo- y su madre, premiada escritora hija de un crisol de culturas, han sido reconocidos por su labor en la defensa de un idioma que siempre acompañó a Milt. “Siempre crecí rodeado de libros. Esa es la cultura que defienden mis padres, están muy orgullosos de su cultura. Yo no lo hablo pero el garífuna lo entiendo muy bien. Comprendo las cosas que aprendí siendo más joven”.

En el garífuna, toda palabra debe pronunciarse despacio, haciendo énfasis en cada componente silábico. Es curiosa la similitud entre la regla de un idioma del que es hijo y su forma de jugar al baloncesto. Grande para su posición, menos veloz que algunos de sus rivales, Milt Palacio es capaz de jugar a cámara lenta, anunciar sus movimientos sin sorpresas y ejecutarlos a la perfección para impotencia de sus rivales.

El estrés, para otros. Para algo sus raíces están en Belice, donde el sol no entiende de prisas. Para algo busca en cada partido estrenarse con una bandeja sencilla en lugar de con un triple, que ni es su especialidad ni relaja tanto. Y si los nervios llegan, siempre acude Bob Marley al rescate. “Puedo estar de mal humor, lo escucho y disfruto. Cuando la gente me pregunta por qué no estoy jugando bien les respondo con el ‘Everything’s gonna be all right’… ¡cuánto me relaja!”

”En la vida sé que hay mucha pena, pero tu amor es mi alivio”, parece decirle al oído a su amor naranja, recitándole las líneas del Waiting in Vain de Marley. Amante del fútbol americano, del reggae y de la lectura, apasiado de las obras de Jerome Dickey y familiar, Milt tiene muy claras sus prioridades cuando el balón no está en juego. “Además de leer, lo que más me gusta es estar con mis dos hijos, niño y niña, y disfrutar el tiempo con ellos. Me dan mucho trabajo pero me gusta. Mi mujer vive conmigo, su experiencia en Santiago está siendo muy buena y me siento un papi muy feliz”.

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Sereno siempre, con la misma ilusión que le hacía disfrutar cada minuto de su paso por la NBA y el mismo orgullo con el que levanta la bandera de Belice, Palacio se siente en la cima del mundo como jugador del Blusens y busca nuevos sueños para su vida, una vez cumplió los de su carrera. “Mi sueño era el de estar en la NBA y lo cumplí. Ahora espero que cuando me retire la gente, cuando piense en mí, me recuerde como un tipo duro, profesional y que jamás puso excusas”.

“Aduga Ba, Milt!”, replicarían sus padres en garífuna. Lo lograste, sí.