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Curtis Borchardt: Yo, jugador

"Creí que no podría jugar al baloncesto". Pero lo ha vuelto a hacer. Repasa la silenciosa lucha de Curtis por volver a sentirse jugador. Logrado este, su nuevo reto viste de morado

ACB Photo / J. Marqués
© ACB Photo / J. Marqués
  
"A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar”.

Kafka


Redacción, 29 Mar. 2012.- La rozó. La acarició. La disfrutó por segundos. Qué diferente hubiera sido la semana en Valladolid si el Blancos de Rueda hubiese culminado su gesta contra el Barça Regal, al que tuvo contra las cuerdas como pocos equipos en España y el continente le han puesto esta temporada. Qué ilusionante sería todo con una victoria inesperada. De las que lucen, de las que te hacen creer.



Fran Vázquez evitó la machada en Pisuerga y en la prórroga Navarro impuso su ley, mas en mitad de la tristeza, y con la situación plagada de urgencias, una lucecita verde se encendió en Valladolid. Borchardt ha vuelto. Y eso puede pesar tanto como una victoria para los que sueñan con la permanencia. “Estoy haciéndolo mejor, trabajando muy duro e intentando ayudar lo máximo posible al equipo y recuperar mi timing. Intento competir por cada rebote, especialmente en ataque, para darle más posesiones a mi equipo y tener tiros fáciles. Es mi trabajo más importante ahora mismo. Empiezo a sentir que puedo proteger mi zona y aportar cosas en ataque. Cuando me encuentre más cómodo tiraré más veces. Me siento mejor y mejor, definitivamente superando las sensaciones que tuve en mi llegada. Estoy emocionado por formar parte de esto y, lo más importante, no tengo dolores”.

Dolores, dolores… malditas compañeras de viaje. Quién le iba a decir a él, hijo de estrella del fútbol americano, futbolista en su niñez, que sería ídolo a miles de kilómetros de su tierra por su habilidad con una pelotita de baloncesto. Delgado en cuerpo pero no en esperanza -¡85 kilos en su Universidad!-, alto como la luna y dotado para el baloncesto, Curtis explotó en el instituto e ilusionó en Standford, para llegar a la NBA por la puerta grande (nº 18 del draft), siempre de la mano de quién nunca le dejó solo: el infortunio.

Lesiones y más lesiones para aquel que se habituó a vivir entre algodones. En las primeras se asustó, llegando a poner que las fracturas por estrés que rompían su progresión en Standford, acabarían con su carrera. Las siguientes le enfadaron, como cuando se perdió 148 de 164 partidos en sus dos primeros años en Utah, donde jamás pudo triunfar por sus constantes lesiones. Tampoco en Memphis, última estación antes del destino donde sería más feliz, Granada.

En la Ciudad de la Alhambra hicieron un plan específico para él. Entrenamientos solo tres días por semana y no más de 70 minutos por sesión. Riesgo constante y el filo de la navaja acechando. Merecía la pena. Al primer día hacía un punto y dos rebotes. Al segundo, 26 de valoración. Al quinto, 35. Y hasta el final, hasta su último día en Granada, jamás bajó el pistón.

Nadie le movía de allí. Ni media Europa tentándole, ni las dichosas lesiones, que volvieron a cruzarse en su vida. Cinco meses de baja en la 2006-07 al resentirse del hombro, una bursitis subacromial dejándole en el dique seco en la 2007-08… Una vez, en la 2008-09, tuvo una lesión menor, que le dejaría sin jugar tres o cuatro semanas. Él lo contaba sonriendo, como feliz por la noticia. Cuando le preguntaron por qué, explicó que acostumbrado a lesiones de medio año como mínimo, superar esta era pan comido para él.

Quizás lo que nunca espere alguien con tantos por el camino, es que el destino aún le guardase más obstáculos para avanzar. Qué ilusionante parecía debutar por fin en Euroliga, de la mano del Asvel Villeurbanne. ¿Quién demonios hubiese imaginado que solo iba a jugar un partido? 20 puntos, 7 rebotes, 28 de valoración, sí. Sello Borchardt en su único cara a cara con Europa, pero una despedida precoz y fugaz con aroma a definitiva por otra ronda de lesiones.



“Tuve problemas con mis caderas, con ambas. Con la primera, resultó un éxito la operación pero cuando estaba a punto de volver, tuve otra en diciembre de 2010, en la derecha, y esa no salió bien, lo que hizo que necesitase una recuperación muy larga, de casi un año. Creí que no podría jugar al baloncesto”, explica resignado. Solo él y los suyos saben por lo que tuvo que pasar.

Dicen que el verdadero dolor es el que se sufre sin testigos. Curtis jamás estuvo solo. Regresó a Estados Unidos con su inseparable mujer Susan, tan querida como él en Granada, y sus tres hijos. Con el baloncesto muy difuso en el horizonte, tocaba empezar una nueva vida. “Tuve miedo. Pensé que estaba acabado, que no podría recuperarme de la última operación y decidí volver a acabar mis estudios. Me preparé para continuar mi vida sin el baloncesto, por lo que ahora me siento aún más afortunado por volver a jugarlo al más alto nivel en una competición así”.

Es paradójico. Son sus mayores enemigas, el mayor motivo por el que no tuvo una carrera larga NBA o un dominio aún más prolongado en el viejo continente, pero, también, se vistieron de esperanza para continuar. Porque si a Curtis algo le salvó, eso fue la experiencia. Las lesiones de ayer le permitieron superar las futuras en cada punto de su carrera. Y eso va en el carácter. “Desde la universidad, las lesiones han sido parte de mi vida. Muchas muy duras, siempre con recuperación a largo plazo, y es algo que jamás pude controlar. Por eso cuando estoy bien me concentro, porque eso sí está en mis manos. Con salud puedo controlar cómo hacerlo en la pista. Trabajar contra las lesiones no es nada difícil para mí”.

Pero… ¿qué le impulsó a seguir? ¿Qué tiene el baloncesto que le animó a volver a luchar contra un monstruo de tantas cabezas, asumiendo dolores y molestias como peajes para una nueva oportunidad? “Es difícil de explicar”, responde. “Cuando sientes mariposas en tu cuerpo para seguir haciendo cosas especiales en una cancha de basket pero no tienes salud para hacerlo. Tenía más baloncesto dentro de mí y cosas que demostrar. Lo que me permitió continuar fue que tenía motivos en los que enfocar mi vida: mi mujer, mis tres hijos y los estudios me hicieron tener la mente ocupada. También continué trabajando para darme a mí mismo la oportunidad de regresar a la élite. El baloncesto me ha dado mucho e intento devolverle todo lo que puedo”.

Once meses después del mayor reto de su carrera, el de volver a sentirse jugador, Borchardt se sentía cómodo, sin resentirse de ningún dolor, y entonces se dejó seducir por los cantos de sirena de un Blancos de Rueda que le quiso como esperanza para la permanencia. “Supuso uno de los primeros equipos que vinieron a por mí y me alegró mucho volver a España porque fui feliz aquí”.

ACB Photo / C. Minguela
© ACB Photo / C. Minguela


Ahora todo es diferente. Con Susan y sus hijos al otro lado del charco, el hacerles sentir orgullosos de su trabajo es su mayor desafío. No resulta sencillo. “Estoy ahora en Valladolid con mi hermano porque mi mujer tiene un trabajo con el equipo feminino de la Universidad de Stanford y no podía dejar su trabajo por mí, como ya hizo en Granada. Ella tiene a los tres niñas, ayudadas por una niñera y por mi madre y la suya. Como era solo media temporada se ha dado esta situación, pero si vuelvo a jugar en la próxima campaña, pienso que podremos estar todos juntos”.

En Valladolid, su vida es tan tranquila, pese a llevarlo todo para adelante. Entrenamientos, estudios –dos horas al día entre sesión y sesión- y conversaciones por Internet con los suyos, que le dan fuerzas desde el ordenador. “Estoy muy ocupado todo el día, aunque más lo estaba allí. Sin niños se duerme mejor”, bromea. “Hablamos todos los días por el Skype y me enseña a los niños. Cada día están más y más grandes, es increíble. En poco tiempo tendremos tres jugadores de baloncesto”. ¿Seguro, Curtis? El pívot asiente. “Les animaré a ello aunque pueden hacer lo que les apetezca. Ni siquiera las lesiones me quitaron las ganas por este deporte. También mi mujer las tuvo, pero son parte del juego. Hay cosas increíbles en el basket”.

De debutar con 0 de valoración a alcanzar la regularidad en pocas semanas. Con la excepción del mal día frente al UCAM Murcia, Curtis ha superado los 15 de valoración en 5 de los últimos 6 partidos. Números de antaño, como los 19 puntos y 9 rebotes que martirizaron al Barça Regal. Como si jamás se hubiera ido. Y él sonríe. El morado le gusta. “El Blancos de Rueda era una gran opción para mí. Puedo hablar español, estoy muy cómodo con la lengua y la cultura, conocía la Liga Endesa y a muchos de sus jugadores. En el club todos se han portado muy bien conmigo y me han ayudado. Fue una gran decisión y estoy muy contento”.

El norteamericano se congratula por la llegada de Songaila, y espera que la pareja pueda funcionar para salvar al equipo en la recta final del campeonato. “Ojalá se aclimate lo más rápido posible porque puede ayudar muchísimo, me emociona tener por fin la oportunidad de jugar con él. Nos podremos ayudar mutuamente. El equipo puede ser mucho mejor, especialmente ahora con él, y todos debemos trabajar duro, competir y salvar la situación, que es lo más importante ahora mismo”.

Contento por el clima en Valladolid tras los meses iniciales de niebla y frío, Borchardt asegura que sus sensaciones están creciendo a la misma velocidad que la temperatura. Sabe la fórmula. “Los dolores están limitados, sé cómo tengo que cuidar mi cuerpo y lo que tengo que descansar. Si siento algo, paro”. No es un problema que trasladar a la cancha. “Cuando juego partidos intento olvidarme de todo y, simplemente, salir y competir como un jugador más, sin pensar si voy a sentir dolores y cosas así. Yo me siento con salud, a más cada día, y estoy emocionado por haber vuelto”.

ACB Photo / Ángel Martínez
© ACB Photo / Ángel Martínez


“Estoy mejor y creo que puedo hacer diferencias en este equipo y en la Liga Endesa. El futuro es ilusionante”, concluye, sacando el orgullo que mostrará en pista en las 8 finales que le quedan a su Blancos de Rueda para poder seguir en la élite la próxima temporada.

Si la felicidad es solamente la ausencia del dolor y el dolor es la ausencia total de esperanza, Borchardt hoy es, simplemente, feliz, tras llegar a ese punto del que hablaba Kafka, en el que ya no hay marcha atrás. Después de tantas horas, siempre lejos de los focos, luchando contra esos demonios burlones disfrazados de lesiones, ahora toca disfrutar sobre la cancha. Simplemente, vuelve a ser jugador de baloncesto. Qué simple y qué complicado fue.