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José Luis Supervía: El base rockero

Baloncesto y rock. Rock y baloncesto. Algunos han creído ver una conexión entre ambos universos: el ritmo, la atracción por las estrellas, la actitud. Un concierto multitudinario es como una gran final. El parquet es el escenario. “¡La hora de los guitarristas!”, solía chillar Andrés Montes cuando un ‘clutch player’ cogía el balón en los momentos calientes para decidir. En José Luis Supervía se funden canastas y música. ¿Algún otro ex de la Liga Endesa que se dedique con éxito al ‘heavy’?

  

Redacción, 8 Ene. 2012.- ‘Súper’ –así le llamaban sus compañeros en la pista-- contiene una historia alucinante. Formado entre el Colegio Compañía de María y la cantera del Club Baloncesto Zaragoza, internacional en categorías inferiores de la selección española, firmó en 1994, con apenas 17 años, por el Peñas de Huesca, que apuraba su tiempo como ‘equipo simpático’ en la entonces denominada Liga ACB. “Me dijeron que comenzaría en el filial y que poco a poco me incorporarían en la dinámica del equipo ACB. Fue tan rápido que en apenas dos meses de mi llegada me hicieron entrenar con la primera plantilla y con un par de entrenos debuté con el León”, recuerda. Como suele pasar en estos casos, fueron apenas unos segundos (19) en un partido ya decidido (derrota por 79-56), pero hay cosas que nunca se olvidan: “Para mí fue mágico, porque además los rivales me felicitaron por ello, y eso con 18 años recién cumplidos marca”.



Medía -y mide- 1,90, aunque a menudo, en los ‘registers’, aparezca con 1,82 (“No sé por qué me han puesto siempre tan bajito”). Lo que ha cambiado es una figura más robusta. A veces ha lucido un pelo muy largo, muy ‘a lo heavy’. Quizás Montes le hubiera encuadrado entre sus ‘jugones’. “Yo me consideraba un base anotador, buen tirador de tres puntos y con una marcada personalidad. Reconozco que en algunos momentos me aceleraba un poco, pero bueno, eso con los años lo fui ‘limando’. También al ser zurdo creo que tenía una cierta ventaja y sobre todo me basaba mucho en mi técnica individual para romper defensas y sobrepasar contrarios”, se define.

De la mano de Andreu Casadevall disputó un par de partidos más, aunque no llegó a lanzar a canasta ni a anotar. Eso lo dejó para la siguiente temporada, la 95-96, en la que volvió a partir como tercer base por detrás de Iván Pardo y el fallecido Alphonso Ford. Acertó con un tiro libre ante el Ourense en el que sería el último partido ACB de su carrera. No había cumplido los 20.

USA, Portugal, Irlanda, Alemania…

Empezó entonces un curioso peregrinar. “No me terminé de asentar en ningún sitio un poco por mis ganas de conocer mundo”, asume. Deseoso de completar su formación, en 1997 se marchó a un ‘junior college’ a Iowa. En Indian Hills, en un equipo que fue campeón nacional de NCJAA, coincidió con uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto australiano, CJ Bruton, y ‘un tal’ Pete Mickeal (“era un gran apoyo para mí; nos hicimos muy amigos”). Pero quería jugar más y voló a Arizona, a Scottsdale, donde las normas universitarias le obligaban a esperar para poder saltar a la cancha. Decidió no hacerlo.

Era momento de regresar a Europa, donde la ‘sentencia Bosman’ abría muchas posibilidades a profesionales valientes como él, dispuestos a buscarse la vida en otras ligas. Su primer destino fueron las islas Madeira, en Portugal, con el Levi’s Store. “No me gustó mucho porque no se respiraba un ambiente bueno en el equipo. Siendo una liga bastante fácil de jugar, se me hizo muy cuesta arriba, ya que estábamos en una constante espiral de partidos perdidos y eso hacía que no hubiese un equipo serio ni con ganas de luchar”, indica.

En la 2000-01 fue bastante mejor. “Estuve en Irlanda del Norte, en el Tyrone Towers de Dungannon –su técnico era otro español, Carlos Frade-, y ese fue el gran año, donde hay un antes y un después tanto deportivamente como personalmente en mi vida. Fui el mejor jugador comunitario de la competición firmando unos números espectaculares y me hice un nombre, aparte de como jugador importante, como entrenador de niños, siendo nombrado también como mejor entrenador del país, debido a que entrenaba en mis ratos libres a niños de todo el Ulster, daba conferencias en los colegios y colaboraba con un proyecto llamado Graduball de la Unión Europea cuyo fin era unir católicos y protestantes a través del baloncesto”, cuenta.

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Rechazó continuar pese a lo que asegura que fue “una oferta encima de la mesa para renovar de por vida” porque, asegura, le pudo la intención de seguir viajando y conocer otros países. “Aparte tenía la espina clavada de triunfar en España”.

Su regreso a casa no tuvo los frutos esperados. Firmó por el Alaior de Menorca (Liga EBA), “Cobraba cinco veces menos que en Irlanda, pero lo que quería era triunfar. Al principio fue sensacional, hasta que el ambiente en el equipo y más concretamente con el entrenador fue degenerando no por problemas deportivos. No acabé como esperaba, aun cuando la gente de la isla estaba completamente volcada conmigo”. Volvió a volar entonces, esta vez al Nördlingen, en Alemania, “pero tras dos meses allí me comunicaron que no podrían pagarme tal como acordamos y me fui una temporada a otro equipo alemán de la segunda división, pero no consiguieron dinero para pagar mi ficha, con lo que decidí dejarlo y tomar las riendas de las empresas familiares”.

El salto a los escenarios

Era el verano del 2002. Con apenas 26 años ‘murió’ entonces el baloncestista (“el nivel amateur no me decía nada”) y ‘nació’ el rockero. Su primer grupo, formado en su pueblo natal, Epila, se llamó ‘No-cosa’. “Me centré en otras actividades que me llenaran, comenzando con las artes marciales y la guitarra eléctrica. De manera autodidacta empecé a tocar y tuve cierta soltura. Cuando el baloncesto me dejó más tiempo, me centré por completo, componiendo sin parar y aprendiendo todo lo que podía, llegando a tocar en varios grupos y siendo ahora mismo lo que más me llena en la vida. Tengo suerte de que sea así. Me considero muy apasionado de todo lo que hago. En su momento solamente respiraba baloncesto las 24 horas del día y ahora respiro guitarras y rock, aunque tengo el gusanillo de retomar la actividad del deporte en plan hobby”, cuenta. La próxima campaña puede que vuelva a las pistas en un Primera Nacional en Aragón. “Me llamó un entrenador mío de la infancia por si me apetecía y estuve un par de días entrenando. Me sentí genial, aun estando muy fuera de forma y pasado de kilos”, añade.

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Ahora la música es su prioridad y está metido en varios proyectos. Probó el pop con ‘La Estación’, fue bajista en ‘El traje’… En los últimos años los esfuerzos han fructificado en un grupo de rock duro llamado ‘Ariday’. “Empezó en el 2007, cuando encontré los engranajes que necesitaba. En nuestra corta carrera podemos decir que a nivel underground somos de las bandas de ‘metal’ más consideradas en Aragón, haciéndonos un pequeño hueco a nivel nacional”. El ‘pequeño hueco’ es haber grabado tres discos –titulados ‘10.000 kilómetros’, ‘Cruda realidad’ y '¿Qué nos queda?'- con sus respectivas giras, una de las cuales llegó hasta México. Ahora quieren más. “¡Esperamos dar un salto importante a nivel nacional e intentar cruzar el charco nuevamente!”, exclama. La voz la pone una mexicana, Yadira Monreal.

Supervía ha compuesto para más músicos. Preso de una energía contagiosa, no para de moverse. “Ahora sale un proyecto acústico llamado ‘Bea&Super’ con una muy buena amiga mía. Como tengo tantísimos temas, me da pena que caigan en el olvido. Para quien me conozca le van a impresionar, ya que suelo tocar distorsiones cañeras y esto es todo sentimiento y dulzura”.