Crónica

Los Reyes visten de blanco (79-71)

6 años después de su último título liguero y 20 después de levantar el último título ante los suyos, el Real Madrid se proclamó campeón de la Liga Endesa al ganar por 79-71 al Barça Regal, con Reyes vestido de MVP Orange

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Redacción, 19 Jun. 2013-. El Real Madrid, campeón de la Liga Endesa. El cuadro blanco levantó su 31º trofeo liguero, recuperando un trono que buscaba desde 2007 tras batir a un Barça Regal que jamás bajó los brazos.

El 10-0 inicial de los blancos tuvo respuesta por parte de un Barça Regal que, sin grandes alardes, se reenganchó al partido (20-18, m.10) pero que no volvió a apagarse al final del segundo cuarto para encajar otro 10-0 letal con el que se llegó al descanso: 41-32.

Rudy Fernández lideró a los madridistas en el tercer periodo, acabando con su gafe en el triple con un acierto que parecía definitivo (50-33, m.25), pero el empuje de un Ingles inmenso, los de Pascual se metieron en el partido (55-48, m.30) y no se rindieron hasta el último minuto.

El último cuarto fue un gran duelo entre dos viejos rockeros, Reyes y Jasikevicius, que se decantó para Felipe, MVP Orange, clave en la victoria blanca (79-71) y héroe para una afición que celebró en casa, 20 años después, su gesta.

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Una aspirina llamada Sarunas

Un 7 de abril de 2002, Manel Comas hizo debutar, precisamente contra el Real Madrid, a un chaval de 16 años que se hacía llamar Rudy. Aquel día, su Penya perdió de 26 puntos pero, en la rueda de prensa, aseguró que algo importaba más que el resultado. "Este junior dará muchas alegrías en el futuro", prometía. Once años después, aquella predición de Manel luce hoy de blanco y, en su primera final liguera, Fernández se sentía obligado a marcar el camino de los suyos. Se lo debía a Comas. Se lo debía a Laso.

Su mate inicial, contagioso, puso los cimientos de unos minutos calcados a los del arranque del segundo partido. Aún más perfectos si cabe. Carroll, eléctrico, encendió al pabellón con un 3+1 apoteósico y Llull redondeó el 10-0 de salida con robo y contraataque. Tiempo muerto y euforia desbordada en una grada que no podía, no sabía y no debía entender de mesuras en todo un quinto partido del Playoff Final.

Fue Ingles quién cortó la sequía anotadora con un triple aunque el que realmente rompió la dinámica barcelonista fue un Tomic que despertó cuando Begic machacó en su cara. A partir de ahí, Ante se vistió de Ante y niveló el partido. Un palmeo por aquí, un par de rebotes ofensivos por allá, otro par de lanzamientos desde la personal, un tapón. Él solito había impedido la marcha de su rival. Empero, como aquel ciclista que se resigna a ser atrapado, el Real Madrid volvió a atacar. En mitad de un carrusel de personales y tiros libres, un coast-to-coast de Llull volvió a amenazar con el despegue (20-10, m.8), si bien la verdadera amenaza salió desde el banquillo.

Un tal Sarunas Jasikevicius, de esos que nacieron ganando, viven ganando y morirán ganándole a la misma muerte. Una aspirina contra el mareo. El lituano, silencioso, creó un escenario nuevo en solo dos minutos. 6 puntos surgidos desde su picardía lideraron un parcial de 0-8 para los visitantes que, a remolque y sin sensación de sentirse comodos en ningún momento, se veían con solo 2 puntos de desventaja al término del primer cuarto: 20-18. Y eso valía casi a una batalla ganada.

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Por la vía más directa

A pesar del empate inicial de Tomic, el segundo cuarto volvió a cambiar las tornas. Darden parecía omnipresente. Aparecía cortando en la zona, amenazando con el triple, penetrando o en el rebote. Asistía e impulsaba. Creía e ilusionaba. Con un 6-0, el Real Madrid volvía a recuperar el mando. O eso creyó ilusamente.

Lorbek convertía el 2+1 y Carroll le contestaba con un triple. Ingles volvía a silenciar el pabellón desde el 6,75 y Rudy, en pleno trance y maldición en el lanzamiento exterior, ya no encontraba réplica. El contraataque barcelonista, otra vez con el australiano de estilete, provocaba el primer vuelco en el marcador de todo el partido: 31-32 (m.17).

El Barça Regal, a mitad del camino entre la serenidad y la anarquía, la coherencia y la precipitación, llevaba el partido a su terreno y empezaba a sentirse él mismo en ambas partes de la cancha. Sin embargo, cuando Ingles parecía Navarro, cuando el rebote no era otra vez una batalla perdida y cuando la intensidad blanca del inicio parecía flaquear, llegó un apagón aún más inoportuno que de los albores del partido.

Porque el Real Madrid encontró una vía y la explotó hasta la saciedad. Balones a la zona, balones a la zona. Y una sangría de puntos. Daba igual si era Mirotic el que se inventaba un gancho o Begic el que hacía fácil lo complicado. Qué importaba si Darden posteaba como un pívot o Draper se sintiese con 40 centímetros más para campear a sus anchas bajo el aro rival. Los puntos del base hicieron mucho daño al Barça Regal que, ¡una vez más la paramnesia!, veía con impotencia cómo se repetía el guion al descanso: 41-32. Otra sequía. Otro 10-0. Otra vez a remontar.

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Y al vigésimo... descansó

Alguien dijo alguna vez que prefería los sueños del futuro a la historia del pasado. Quizás esa frase, tan sencilla y simple, explique nuestra misma vida, nuestro propio mundo. El pasado es leyenda, el pasado es glorioso... pero el pasado es pasado. El ambicioso no entiende de títulos de antaño, el hambriento no se consuela con los momentos felices del ayer. El Real Madrid, gigante, no podía mentar más su palmarés. Los flashes de 2007 parecían ya en blanco y negro.

Con esa filosofía, Rudy Fernández regresó de vestuarios con colmillos afilados. Sus mordiscos dinamitaron el partido. Nuevamente se encargó de inaugurar el marcador del cuarto con semi mate. A continuación -dos robos, dos contraataques- se colgaba para poner a los suyos 13 arriba (45-32, m.21). Suya fue la frase más coherente de toda la serie, para explicar su gafe desde el exterior. "Si supiera que me pasa, no llevaría un 0/16". Y 17. Y 18. Y 19.

Al vigésimo, 182 minutos después, el mundo se paró mientras el balón entraba. Apoteósis en el Pabellón de la CAM. Suponía la máxima (50-33,m.23) y parecía el golpe definitivo al Barça Regal. Rudy Fernández señalaba al techo, como si hubiera un cielo, y alzaba sus brazos gritando "ya era hora", cual creyente esperando algún gesto divino cómplice que le explicase qué ocurrió. Y qué importaba ya.

Un minuto más tarde, a Llull le llegó la bola. Lo acarició, lo mimó, se lo pensó, se preparó y lanzó. El balón no quiso entrar y de haberse puesto 20 arriba al despertar barcelonista liderado por el Joe Ingles más salvaje, más insultantemente superior. El de Australia, el de Granada. El del Happy Valley, qué idílica debe ser su tierra. El que se echó a su equipo a la espalda consciente de que un campeón nunca se rinde. Y el Barça Regal, hasta hoy, ejercía como tal. Una canasta de tres, otro enceste. Un guiño de Jasikevicius, otra mirada a canasta. Un triple más. Un 5-18 de parcial, de monólogo, de orgullo, raza y amor propio para convertir el triple de Rudy en algo terrenal. Para entrar, e iban unas cuantas, por enésima vez en el partido: 55-48.

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Felipe tiene tres letras

Escribía Slaughter, el domingo, que quería ganar para dedicárselo a su hermano. Era su cumpleaños. ¿Quién no entregó alguna vez un regalo con retraso? Aliado con un Darden cuya importancia creció geometricamente con el paso de los partidos, Marcus parecía otro. Saltaba más, se sentía mejor. Su palmeo volvía a impulsar a su conjunto, que volvió a sentirse en el cielo tras sendas canastas de Fernández y Rodríguez (66-51, m.34).

A partir de ahí, y hasta el final del choque, el partido se coloreó de sepia. Aquellos años dorados, aquellos viejos rockeros. Felipe Reyes y Sarunas Jasikevicius. Sarunas Jasikevicius y Felipe Reyes. Inmortales. No era un partido de baloncesto sino un combate de boxeo. En lugar de puñetazos, había canastas, a cada cuál más simbólica, a cada cuál más valiosa. Tantas batallas por el camino, tanta grandeza concentrada. La melancolía y el recuerdo eran uno. Eran presente.

Reyes emergió en el periodo final con otro recital de rebotes ofensivos y puntos trabajados y sufridos, de los que se disfrutan más. Jasikevicius, poseído, como si 2003 jamás hubiera acabado para él, como si su costilla rota no le doliera, era el principal sustento barcelonista. Y casi el único. El lituano puso al Barça Regal a 10 (72-62) a falta de dos y medio pero, en la siguiente jugada, Felipe volvía a ser el más listo para hacerse con el rebote en ataque, hipnotizar a todo el pabellón y ganar el partido: 74-62. Porque lo acababa de ganar él.

Y eso que el Barça Regal, inmenso su corazón, luchó por última vez por su sueño del doblete (Copa-Liga Endesa). Por su sueño del triplete (2011-13). Un triple de Jasikevicius, otra vez él, y cuatro puntos de Oleson fueron su última palabra (76-71, m.39) en el partido decisivo, en la final de las finales. Porque cuando Slaughter robó a continuación, el público empezó a chillar para no callar más.

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Porque habían callado mucho tiempo. Porque desde 2007 soñaban con algo así. Porque desde hacía dos décadas no celebraban un título de los suyos en casa. Porque aquel Madrid de los Sabonis, Biriukov, Simpson, Brown, Antúnez, Antonio Martín y Lasa, el del 93, allá cuando Mirotic ni gateaba, ya tiene sucesor. Porque también Laso encontró recompensa a su propuesta, a su manera atractiva de concibir el baloncesto. Y porque Reyes, el eterno capitán, simbolizaba todo el sentimiento del madridismo con unos últimos segundos soñados.

Los gritos de MVP cuando lanzaba tiros libres. El rebote final, a sus manos, como un imán, como si balón supiera cuál era el dueño de este Playoff Final, cuál era el MVP Orange, el más laureado, el más legendario de los que vestían de blanco. Índice al cielo el de Reyes para celebrar el 79-71 final. Y tres dedos más tarde, como letras tiene su premio de MVP Orange, como ligas blancas ha conquistado.

31 para su equipo. 31 motivos de orgullo. Y confetti. Y redes rotas. Y alegría madridista, sobre todo alegría, de esa que cuánto más se gasta, más queda. Y un recuerdo, de Laso y del mundo del basket, a Comas, que una vez fue blaugrana, sí, pero también siempre, siempre, siempre, amante de este juego, de esta locura llamada basket. Allá donde esté, parece imposible que no quiera seguir comentando muchas finales como esta. Por siempre.