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Leyendas del Playground (IX)

G Vázquez continúa en esta segunda entrega la triste historia de Raymond Lewis para sumar otra historia en la lista de las Leyendas del Playground. Tras dejar atrás una infancia muy complicada e incluso peligrosa, Lewis se enfrentaba a una serie de errores y asuntos turbios con la Universidad y administración que acabarían definitivamente con su carrera. La tentación del dinero pudo más que lo estrictamente deportivo y le cerró a la postre las puertas de la NBA

Desde su elección en el draft del 73, Raymond no volvería a sonreír jamás
© Desde su elección en el draft del 73, Raymond no volvería a sonreír jamás
  

La entrega anterior fue el prolegómeno a una historia desoladora. Terminamos en el preciso instante en que Lewis, en la primavera del 71, abandona para siempre el instituto. Todo lo ocurrido con él a partir de ese momento conviene cogerlo con pinzas y hay que hilar verdaderamente fino para establecer una razón aparente a una secuencia de errores, aun a día de hoy, difícilmente entendibles. De hecho, tres décadas después la historia de Raymond Lewis continúa sumida en una serie de sombras de un alcance deportivo muy paralelo a lo que a la política supuso el caso Kennedy. Universidades, franquicias NBA, altos cargos deportivos del país' mucha gente caería arrastrada por la verdad si algún día se aclarase todo lo sucedido, cosa ya del todo improbable. Este es el motivo por el que su caso se ha silenciado con fuerza hasta caer sepultado en el más profundo olvido. Hammond eligió el narcotráfico antes de ser rechazado, al igual que Manigault lo sería después, pero el caso de Lewis resulta escandalosamente especial. Multitud de diálogos ocultos en los despachos apenas si duraban entonces unos pocos segundos:

-A nigger of a guetto?
-Yeah, he's good, really good.
-No, no'
-Why?
-No more problems, man. Let him for the ABA.

Los grandes jugadores fueron siempre elegidos por las distintas universidades; el resto tuvo que aguardar al oportuno hueco de una de ellas. Pues bien, en el caso que nos aborda deberíamos abrir una tercera categoría: la de Raymond Lewis. De entrada no vale acusar a su entorno (como tantísimos casos) para ninguna de sus decisiones. Raymond actuaba solo, demasiado solo. Así por mera dejadez no contempla ni el prospecto de la prestigiosa USC y antes de que haga lo propio con la poderosa UCLA (inmersa en la más gloriosa dinastía universitaria de todos los tiempos), sucede algo imprevisto que a Raymond le tiene sin cuidado. John Wooden rechaza rotundamente su nombre. Y lo hace a sabiendas de que en la lista de sus ojeadores el chico aparecía en primer lugar por delante de Les Cason. La razón será estrictamente académica. La máxima del viejo era implacable: si no eras muy bueno en clase darías problemas para trabajar a sus órdenes. Y a decir verdad la hoja académica de Lewis no era en absoluto agradable. Daba lo mismo. La distancia entre Raymond y UCLA era más grande que todo el ancho del país. 'Qué quedaba entonces?

Quedaba para empezar quien más cuidado puso en su frágil figura: Jerry Tarkanian y su golosa Long Beach State. Tarkanian ya se había acercado varias veces al domicilio de los Lewis y aquel verano parecía existir un acuerdo tácito entre el chico y Long Beach. Pero de pronto el pacto fue más allá de las palabras y puede que aquel asunto se le escapara de las manos al propio Tarkanian. Porque no había razones muy claras para que de repente un chico del guetto apareciese por las instalaciones de la Universidad conduciendo alegremente un ¿1973 GTX' negro valorado en varios miles de dólares. Nadie se hizo demasiadas preguntas. Pero la cosa no terminó ahí. Gracias a aquel coche Raymond escapó unos cuantos kilómetros más allá. 'Destino? El campus de Los Angeles State, dirigida por el ambicioso Bob Miller. Tampoco nadie supo muy bien cómo en apenas dos semanas Raymond cambiaría de coche. Ahora conducía un lujoso 'Corvette Stingray' rojo. De cómo fue aquello posible es algo que probablemente nunca se sabrá. Que el lector concluya con facilidad la maniobra porque lo único claro de aquel grotesco episodio es que la familia Lewis lejos andaba de permitirse lujo alguno. 'Qué fue lo que ocurrió?

Nos apoyamos dando un oportuno salto en el tiempo. A orden de la revista SLAM el periodista Paul Feinberg trató de dar en 1995 con el difícil paradero de Lewis (sepultado en el olvido) para la elaboración de un reportaje sobre su figura que se pretendía definitivo. Titulado 'The Phantom (ya veremos por qué): The best that never was', Raymond hizo estas sorprendentes declaraciones: 'No fui a Long Beach por dinero. No te voy a mentir. Yo adoraba a Tarkanian, fue un hombre muy especial para mí. Vino antes que nadie a por mí para incluirme en sus planes. La verdad es que me dolió rechazarle pero la idea del dinero era la que ganaba por encima de todas porque lo único que yo quería era salir de allí (de la miseria del guetto de Watts) cuanto antes y creí que hacía lo mejor'. Siendo apenas un niño Lewis entró así en un juego peligroso que le convirtió en presa fácil de las tretas del poder, algo que terminaría pagando después mucho más caro de lo que podía imaginar. Es curioso cómo entonces, en 1995, habiendo pasado tantos años y perdido cualquier esperanza, aún mantuvo la férrea compostura de no dar ni un solo nombre, ni una sola acusación concreta. 'La razón por la que digo todo esto es porque yo sé cómo los college hacen millones de dólares pero sin pagar a los chicos ni un solo centavo. Y yo sólo pedí hacer una excepción conmigo'. Aquel jovencísimo Raymond ignoraba a tal punto el modo en que se manejaban instituciones y personas muy ajenas a su vida anterior que a lo peor pensó que entraba ya en un mercadillo de subastas donde él se sabía la pieza mayor. Y nadie le dijo nada: tan sólo' le compraron. Y Raymond, en el colmo de la ingenuidad, sólo añadió una condición al coche: la presencia de su gran amigo Dwight Slaughter. No jugaría sin él.

De ese modo tan lamentable (traicionando al hombre que más cuidado puso en él) terminaron los dos jugando en la LA State de Bob Miller para el curso del 72. Hay ocasiones en que los números hablan solos tan a las claras que con un dato basta: siendo freshman lidera la tabla de anotadores de todo el país con 39 puntos de media. Era tal su ansiedad por acabar pronto el college y ser profesional que nunca negó el hecho de que su paso universitario le resultó un doloroso trámite para llegar donde verdaderamente pretendía: la NBA. Antes de terminar una temporada conjuntamente mediocre (el college era un sparring) endosó a UC Santa Bárbara la friolera de 73 puntos. Al año siguiente terminaría con 34 segundo en la tabla de anotadores tras otro loco del playground ('Fly' Williams de Austin Peay), cosa que ocurrió por un imprevisto partido de suspensión por, cómo no, motivos disciplinarios. Bob Miller le venía pequeño, el equipo también, el college, la NCAA entera' había que salir de allí cuanto antes. Aquella segunda campaña estuvo marcada por dos encuentros y los dos curiosamente contra la Long Beach de Tarkanian. En el primero el equipo de Lewis perdió sin excusas pero en el segundo, celebrado en el gimnasio de Long Beach, Raymond se tomó el partido como una mezcla de revancha deportiva y demostración personal ante quien había confiado tanto en él. Tarkanian intentó todo para detenerle: le colgó como marcador a uno de los mejores defensores del país, Glenn MacDonald (héroe en la 3ª prórroga de aquel quinto de las '76 NBA Finals en el Boston Garden), logrando prolongar la agonía hasta una doble prórroga. Pero no hubo nada que hacer. Tarkanian perdió aquel choque y la estrella de Los Ángeles anotaría 53 puntos.

El viejo, que siempre se comportó como un padre con sus chicos, no estaba dolido sino todo lo contrario. Al término del partido declaró que se alegraba muchísimo por Raymond porque parecía que las cosas le estaban saliendo bien. Y Lewis se tomó tan en serio aquella actuación, una más, y aquellas palabras de ánimo, que se juró no volver a pisar una pista universitaria tras dos años de íntimo dolor. Queda claro que Raymond Lewis sólo fue a la Universidad como forma de prepararse para los 'pros'. Era el momento de largarse.

Dice Feinberg en su reportaje que es difícil saber dónde termina la vida y dónde empieza la leyenda de Raymond Lewis. Es posible, pero si hubiéramos de disipar dudas ante un momento concreto, urge escoger aquellos últimos días de la primavera del 73, cuando Raymond, solo como siempre, se declaró elegible en el 'hardship draft' (igual que hizo Hammond), una lista de 'malditos' que por sí sola ya presuponía un segundo plato para las franquicias NBA. El equipo de Philadelphia venía de arrastrarse en la peor temporada de todos los tiempos (9-73). La primera y última elección de primera ronda recaería sobre ellos. Por una mera cuestión académica, por un rango primario de prestigio, los Sixers dieron aquel número 1 a Doug Collins, all-american en Illinois State y anotador de los puntos 49 y 50 en la dolorosa final olímpica de Munich. Vaya por delante la excelente trayectoria universitaria de Collins (29.1) pero igualmente cabe destacar aquella velada mentalidad que trataba aún de premiar de algún modo a los sufridores de aquella final olímpica y sobre todo, la ignorancia real sobre el potencial deportivo, estrictamente deportivo, de Raymond Lewis, el mejor jugador de largo de aquel draft del 73 y apurando, uno de los diez mejores jugadores del mundo entonces. Así que Philadelphia escogió a Collins como número 1 cerrando Lewis la primera ronda como número 18. Con todo, ningún 'hardship' había alcanzado jamás una elección tan alta. Quedaron por detrás nombres como D'Antoni, McGinnis, Caldwell Jones, Larry Kenon o el mismísimo Cosic pero daba igual. A Raymond no le gustó nada ser segundo plato de alguien sobre quien se consideraba muchísimo mejor jugador. Aun así, había cumplido su sueño' 'o no?

Gonzalo Vázquez
ACB.COM