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Leyendas del Playground (X)

El año 1973 fue el de la llegada a la NBA de Raymond Lewis. Su elección en el draft, los problemas a la hora de negociar su contrato y los enfrentamientos con Doug Collins terminaron pronto con su carrera profesional, tras desaprovechar las distintas oportunidades que le fueron surgiendo. Aún así, todavía tuvo tiempo de demostrar su enorme calidad y su gran capacidad en el tiro

The Phantom en el campus de verano de los Clippers en 1978
© The Phantom en el campus de verano de los Clippers en 1978
  

1973: la peor Philadelphia de la historia consumó así su doble opción en primera ronda con una primerísima elección para Doug Collins y una última (18ª) para Raymond Lewis. No había entonces en el mundo más de cinco personas (con Tarkanian y Bob Miller a la cabeza) que verdaderamente supiesen que se había colado en aquel draft (vía 'hardship') el mejor anotador puro de menos de 1.90 que hubiera dado el baloncesto americano jamás. Pero Raymond no entendió muy bien aquella elección. Cuando más satisfecho debiera haberse sentido al ver cumplido su sueño de alcanzar la NBA, fue gradualmente corroído de rabia por haber sido elegido no ya después de Collins sino de otros tantos 17 jugadores.

Así fue a firmar el contrato sin sonreír a aquellos tipos extraños; unos secos saludos de manos, la firma y sin mediar mayores tratos se largó de allí. Cuando cayó la noche Raymond, de apenas 20 años, se encontraba encerrado en un pequeño motel de Philadelphia, a miles de kilómetros de su único hogar, el guetto de Watts. En la dolorosa soledad de aquellas horas empezó a sentirse humillado por aquella elección que veía como una injusta limosna. A la mañana siguiente y sin haber logrado conciliar el sueño corrió a las oficinas de los Sixers y, visiblemente alterado, exigió renegociar de modo fulminante su contrato. Los allí presentes se vieron sorprendidos por la extraña actuación de aquel chico, al que desconocían por completo. Cabe imaginar la desagradable escena de aquella mañana. Un buen número de agentes le habían estado merodeando desde sus últimas glorias de instituto pero a Raymond no le gustaba ni un pelo aquella gente, blancos de corbata y maletín que, sintió, le trataban con sucia arrogancia. Por eso Lewis nunca tuvo representante. Él se representaba a sí mismo y sin entrar a valorar sus formas, siempre se pudo puede apreciar su profunda ignorancia ante los modos de conducta útiles en la ciudad. Ni el fondo ni la forma gustaron en absoluto a los altos cargos de la franquicia, a cuyos oídos llegó aquel episodio de forma seguramente sucia e impersonal. Así Philadelphia hizo oídos sordos a la petición de Lewis pero en un primer momento actuaron con cautela, prolongando la negativa diplomáticamente para mantener por encima de todo las apariencias.

El encargado de tomar cartas en el asunto fue Donald DeJardin, el entonces mánager general del equipo. Cuando Feinberg realizó en 1995 aquel monográfico para la SLAM no fue fácil hacer hablar a DeJardin, un tanto molesto por un incómodo asunto sepultado en el olvido. ¿Pasé mucho tiempo al teléfono con su padre, muchas explicaciones, un posible acuerdo y' tampoco. Otra vez a empezar. Lo único que querían era un mejor contrato para Ray'. Sin querer tratar directamente con el arriesgado atrevimiento del joven, los directivos sixers recurrieron al viejo Lewis para hacer entrar en razón a Raymond pero fue casi peor: 'Eh, oigan, si mi hijo pide un nuevo contrato sus razones tiene. Ustedes no saben lo bueno que es'. 'Pero qué hacían astutos oficinistas de ciudad hablando por teléfono con un veterano hombre del guetto tan sólo diestro en la supervivencia de su familia en la jungla? Eso fue lo que debieron pensar los cuellos blancos de Philadelphia porque verdaderamente estaban alucinados.

En esa delicada situación dejaron correr los días hasta que dio comienzo el 'Sixer Rookie Camp' de verano. También elegidos, McGuinnis y Caldwell Jones continuaron en la ABA pero un variopinto grueso formado por Collins, Bristow, Minniefield, Royals, Freeman, Catchings, Wright y un largo etcétera fue el primer entorno profesional que rodeó a Raymond Lewis. Y como era de esperar Raymond literalmente se salió en aquellos primeros choques. El viejo Lewis tenía razón: nadie sabía lo increíblemente bueno que era su hijo y tampoco nadie pudo imaginar que enseguida aquel campus se convertiría en una especie de lucha fratricida entre Doug Collins y él. Lo que estaba ocurriendo con el número 1 del draft era de algún modo humillante. Y esta situación empezó a molestar a Collins.

Después de endosar Lewis nada menos que 52 puntos al equipo rookie de los Lakers en una demostración de lo que era capaz rescatamos oportunamente una brevísima reseña de la Sports Illustrated de entonces que rezaba así: 'Collins wasn't as impressive than Raymond Lewis, on the other hand... was in a class by himself'. Sin embargo, la aparente conformidad del nuevo entrenador Gene Shue (llegado tras el despido de Rubin y Loughery por el desastre del año anterior) con su discípulo Collins no corría paralela con la de Lewis, con quien parecía mostrarse muy prudente, como receloso. Y la intensidad del duelo entre ambos llegó a ser tan escandalosa que el propio Shue hubo de detener en más de una ocasión algún entrenamiento. Raymond era tan visceral que asumió aquellas sesiones como una 'vendetta' personal que demostrase que era mucho mejor que todos y especialmente que el 'blanco número 1'; así que exigió otra vez renegociar su contrato en base a su valor real. Phila se negó en redondo y esta vez sin tapujos. Y Raymond, loco de ira, comenzó a ausentarse de los entrenamientos apareciendo y desapareciendo a su gusto, consiguiendo únicamente dos cosas: una, colmar la paciencia de los Sixers y dos, granjearse el sobrenombre que le acompañaría siempre, 'The Phantom'.

La franquicia no aguantó más y tomó una decisión fulminante: suspenderle de empleo y sueldo durante todo el año. La combinación de factores fue la peor posible para Raymond. Philadelphia venía muy quemada de la temporada anterior, Gene Shue venía a poner orden y todo aquello pudo no ser más que una demostración de autoridad ante todos y en especial, ante un nigger de un guetto del otro lado del país. Esa fue la terrible encrucijada en que se vio aquel joven que sólo exigía justicia' a su modo.

Ser rechazado le dejó tan abatido que lo dejó todo y volvió al guetto de Los Ángeles, a su casa, donde se encerró profundamente deprimido. No podía creer que todo su talento no sirviera para nada. Pero lo peor estaba aún por venir. Ante la desaparición de Raymond, los Sixers decidieron suspenderle definitivamente por cada uno de los tres años que su contrato le garantizaba. Al comenzar la temporada del 74 a punto estuvo de ser incluido en la plantilla de los Stars de la ABA justo antes de un partido ante los Nets de Erving, pero esta maniobra llegó a oídos de los dirigentes de Philadelphia, que amenazaron con llevarles a pleito porque legalmente Lewis aún pertenecía a su disciplina. No jugaría, pues, ni con los Sixers ni con ninguna otra franquicia profesional. Su destierro era absoluto.

En 1975 Pat Williams sucedió a DeJardin como mánager general en Philadelphia. Williams era hombre de política más relajada y abierta (llegaron Dawkins del instituto y Free como junior) y trató de rescatar a Raymond del olvido para darle una oportunidad. Pero el odio había entrado ya en las venas de 'Phantom' dos años después de su castigo, durante los que mantuvo a pleno pulmón su forma donde se había cuajado como jugador, en los aledaños de las Watts Towers. Tenía muy claro que no aceptaría otra vez ninguna limosna contractual. 'Quise dar un nuevo arranque a su carrera animándole a integrarse en el equipo, pero creo que Ray había perdido ya todo el enfoque de su caso porque cada día que estuvimos juntos fue un constante litigio de nuevo'. Y Philadelphia se negó definitivamente a darle ningún tipo de cobijo deportivo.

Sin haber plena constancia de ello cabe la posibilidad de que el período posterior a aquella tercera negativa y especialmente a la muerte de la ABA (como alternativa para él) en 1976, estuvo marcado por una fortísima depresión que llevó a Raymond a hundirse en el abuso de las drogas. Con todo nunca dejaría de jugar, solo que en lugar de buscar esa competencia que nunca tuvo pasó a enseñar baloncesto a los nuevos chicos que iba alumbrando el guetto de Watts. Y así fue hasta que una minúscula reseña en una Sports Illustrated de 1978 firmada por Bruce McDermott venía a informar de algo extraño, extrañísimo, que era cierto. DeJardin y Gene Shue habían tomado aquel verano las riendas de unos Clippers a la deriva y pretendían rescatar a Raymond Lewis para su proyecto de la campaña 78-79. Shue le incluyó en el campus de verano. La competencia en su puesto era dura, durísima. Nada menos que W.B. Free (qué grandiosa pareja habrían formado juntos), Randy Smith (MVP del All Star aquel año), Freeman Williams (sobre quien anota Raymond en la fotografía) y Brian Taylor. 'The Phantom' sorprendió en tal grado a quienes le vieron jugar que comenzaron a preguntar de dónde había salido aquel desconocido que era' tan superior al resto. Raymond tuvo cuatro actuaciones por encima de los 50 puntos y en dos de ellas consiguió ganar el partido con dos bocinazos ¡desde el medio campo! DeJardin le volvió a ofrecer un contrato y lo hizo por el mínimo, como a cualquier agente libre sin ninguna experiencia en la Liga. Por enésima vez Raymond consideró aquello un insulto y en cuanto exigió una legítima renegociación, un escueto papel en la recepción del hotel de San Diego le venía a decir que no querían volver a verle por allí. Sus oportunidades' se habían acabado.

A partir de ese momento y sin ninguna certeza documental cabe la seria posibilidad de que Raymond Lewis encabezase por derecho propio una Lista Negra que, con él como único nombre, se extendió como un virus por todos los círculos deportivos del país. Ese sería el gran secreto y la terrible maldición que caería sobre él. Su final, mucho más atroz de lo que cabe imaginar, tendrá lugar en la próxima entrega.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM