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Viaje en el tiempo en Novi Sad

Hubo otro tiempo en el que los yugoslavos eran los mejores del planeta en todas las categorías y en el que los norteamericanos peleaban por cada balón; un tiempo en el que España tenía potencial... pero nunca alcanzaba la gloria. Antonio Rodríguez vivió un amago de flashback en su viaje a Novi Sad, donde no sólo el baloncesto parecía haber viajado en el tiempo hace tiempos remotos. Suya es ésta más que personal crónica de lo sucedido en el Mundial Sub19, en el que Serbia volvió a ser el equipo campeón de siempre y en el que el talento reapareció incluso por vía genética. Y si no que le pregunten a Adrian Hollis...

Los jugadores serbios celebran el título de campeones del Mundo Sub19 (Foto FIBA.COM)
© Los jugadores serbios celebran el título de campeones del Mundo Sub19 (Foto FIBA.COM)
  

Alguien yendo al trabajo en bicicleta, un viejo "Lada" esperando en el semáforo. Una mujer entorno a los cuarenta de piernas inacabables, cruza la anchísima avenida, sello de antiguos vestigios comunistas, tras esperar paciente la luz roja que la permite cruzar, a pesar del escaso tráfico. Vida cotidiana en Novi Sad a las siete de la mañana. Y no me atrevo a decir de madrugada, puesto que un país en el que amanece a las cuatro y media, con más de dos horas de luz, todos están ya muy "vivos y coleando".

Era el paisaje de mis últimas horas allí. Saborear el encanto de una ciudad vetusta, con olor a carburantes mal quemados, cuyos habitantes consiguen que sea coqueta. Paseos nocturnos a orillas del Danubio, terrazas veraniegas abiertas hasta que el último cliente decide irse a casa, con tranquilidad, sin temor a inseguridades ciudadanas que allí ya no existen. "Aquí, en Vojvodina, somos distintos a los de Belgrado". Maneras de vivir diferentes. Los interminables campos de maíz y girasoles que enmarcan la ciudad, suavizan su carácter.

En este "Érase una vez en tierras muy lejanas", con la desgracia de tener que soportar una ola de calor que superaba los 40º de forma permanente (los mismitos dentro del pabellón, oiga), se vivió el 7º Campeonato del Mundo Junior (o como ahora se dice, sub-19). Serbia, campeón. España, a la cabeza de "los del hoyo", que exceptuando Lituania, que no hace más que girar la cabeza preguntándose qué demonios hace él ahí, los demás, revisen clasificación: Canadá, China, Mali, Corea del Sur, Líbano o Nigeria. O los más segundones, o como decíamos antes, los que vienen a aprender. No sé si nuevos tiempos, o vuelta a las andadas.

Víctor Claver mostró su talento... pero no fue suficiente (Foto © FIBA)
© Víctor Claver mostró su talento... pero no fue suficiente (Foto © FIBA)
O si no, por favor, me expliquen. España decepciona (no le llamaría fracaso), con un equipo sin nada que se parezca mínimamente a un pivot puro y con aleros bajos (es como ver a los Alfonso Martínez y Emilianos), Contando con una de las estrellas de la competición, Victor Claver, que el cansancio le hizo ir poco a poco a menos, y con un aguerrido y brillante por momentos Xavi Forcada, pero con demasiadas carencias todavía, como para tomar el protagonismo de la forma en que lo hacía, no se preveía llegar a metas muy altas. Contaría también el tiro exterior bastante mejorada de Quim Colom. Y los demás, con un grado de importancia mucho menor. Tan menor en ocasiones, sobre todo en ataque, que me pareció intuir un resquebrajamiento de estos dos grupos tras perder con Australia. Esa derrota dolió mucho, porque el daño, ganando, es menos daño que perdiendo de esa manera tan agónica. Nuestro seleccionador, Mateo Rubio, se lamentaba de nuestra defensa en la segunda mitad del partido de cuartos frente a Francia. A lo mejor es que algunos se dieron cuenta que más que ser actores de reparto, cosa que no veían mal, llegaron a verse como simples extras en la película. Y el termómetro de nuestra defensa, que lo daban ellos en su mayor parte, con sus ganas, acabó por descender. Y el ascensor bajó desde un hipotético cuarto puesto -ganando a Australia, estaba convencido que Brasil en cuartos era nuestra-, hasta un octavo. Una pena, porque si la meta era competir, más que buscar puestos, la sorpresa de ver un discreto torneo, en el que se podía llegar a semifinales perfectamente, nos creó ilusiones a todos.

Milan Macvan, cuerpo y alma del conjunto serbio (Foto FIBA.COM)
© Milan Macvan, cuerpo y alma del conjunto serbio (Foto FIBA.COM)
Serbia quedando campeón, dominando con talento baloncestístico y tiradores, ante un público volcado con ellos. Cuyo mejor jugador de su selección -y posteriormente nombrado del torneo-, Milan Macvan, alguien gordito, con escasísimas condiciones físicas, dominando desde la más absoluta pureza del baloncesto, espoleado por unas zapatillas que calzaba, que eran las mismas que vestía Larry Bird, probablemente el ídolo del chaval, devolvieron el sello Yugoslavia. O como tiempos mandan, Serbia. Repito: ¿nuevos tiempos? Porque compárenlo con lo que estamos viviendo estos días ¿No parece más el "flashback" de una película de hace más de 30 años? Claro, uno sale del pabellón, ve los edificios, los coches, y se pregunta en qué año vive.

Continuamos. Los serbios jugando como sus ancestros. Fueron el equipo que menos 2x2 utilizaron de todo el campeonato. Buscaban más espacios, penetraban y doblaban balones exteriores. Crear a partir de ventajas: Slavnic, "Kicia", Delibasic y Cosic ya lo hacían así. Aquí tuvieron una joya, un alero llamado Mladen Jeremic, mucho más jugador que cuando lo ví en Manheim hace un año. Ya no es solamente el tirador, que también lo es, y más mortífero. Muy peligroso penetrando, porque en cualquier posición podía levantarse para la suspensión. Junto a él, tiradores, como hubo siempre: Dusan Katnic, Stefan Stojacic, con la compañía de pivots: Miroslav Radulica, con sus 2.11 y un cuerpo, que como oía a algunos agentes, "tiene las condiciones para que me guste". Pero no acababa de hacerlo. Muy blando a pesar de ser la envidia física de todos los pivots del torneo. Y este Macvan acompañándole. O mejor sería decir, guiándole. Porque éste guiaba a todos: a qué lado el pase, a quien, cómo anticiparse al otro en defensa, aspavientos dirigidos al público, hablaba, era el requerido por el entrenador, era al que el entrenador sentaba un par de minutos antes, para llevarse la ovación. Y nacido en 1989. Definitivamente, el líder nace con tal condición. Ah! Y el entrenador. Es curioso que para este torneo fuese Miroslav Nikolic, con mucho más prestigio que el de la selección absoluta. Soberbio, con una dirección de los partidos magnífica, sobre todo en la final, anulando a los dos pequeños USA, su gran amenaza. Y para Nikola Loncar, el mejor entrenador que ha tenido allí. A propósito, permítanme una pequeña reseña a mi colega y las muestras de cariño que recibió: se abrazó y besó a cientos de personas, pero desde la humildad en ocasiones, del "ese jugó conmigo, no sé si se acordará de mí", e instantes después, era abrazado. Repartió saludos a miles, firmó autógrafos a niños, bajo el requerimiento de sus padres. Niko, creo que tú fuiste alguien en este país.

En Novi Sad, y a orillas del Danubio, hay montada una playita de arena, flanqueada por uno de los puentes que subsisten tras la guerra. Y uno ve a los niños corriendo y jugando, y uno entiende la materia prima que tienen allí: niños altos, muy delgados, con extremidades interminables, y con la hiperactividad típica del niño (lo de obesidad infantil, aquí suena a sorna). Y por tal motivo, Serbia es campeón, derrotando a un gigante de cientos de millones de habitantes.

Johnny Flynn fue el cerebro de Estados Unidos (Foto FIBA.COM)
© Johnny Flynn fue el cerebro de Estados Unidos (Foto FIBA.COM)
Vale que éste no era el mejor equipo USA que pudieran traer. Pero a los Mundiales nunca lo han hecho, y en ocasiones, han quedado campeones. Y este conjunto perfectamente lo podía haber sido. Tenían un sello muy marcado: el de su entrenador Jerry Wainwright. El sello añejo, casi olvidado, de los que aspiran a todo con motivos. Juego disciplinado, con recursos (sabían defender en zona e incluso atacarlas), con paciencia. Grandes atletas, buenos pivots y tiro exterior. Junto a Serbia y Francia, estaban muy por encima del resto. Como recursos tácticos, notable. Hace muchos años que no veía una selección USA jugando así. El liderazgo era cosa de sus dos pequeños bases, que jugaban juntos. Patrick Beverly y Johnny Flynn, sobre todo el primero, que jugaba como un veterano y era un peligro constante, creándose no más de un metro para lanzar de exterior con seguridad. La misma veteranía que le faltaba a su ala-pivot (aunque acabará siendo un "3" nato), Michael Beasley, el jugador que más expectación había levantado. Tiene un físico extraordinario, un control del cuerpo en el aire como pocos, que le hace entrar con gran seguridad con ambas manos, siendo zurdo -aún más ventaja-, y con una media vuelta en suspensión imparable. Pero sus problemas de faltas llevaron a su equipo por el mal camino en ocasiones. Se autoanuló tanto en semifinales como en la final. Aún debe recorrer camino. Junto a él, el pivot de North Carolina, Deon Thompson, con su juego de pies de bailarín, pero un físico limitado que muy probablemente le haga buscarse la vida en tierras europeas en un futuro. Complemento estupendo para cualquier conjunto. Que eso eran. Un bloque que les pudo llevar al éxito. Sus mejores momentos partían de esa unión. Y así ha sido siempre. O si no, ¿de qué Larry Krystkowiak, Buck Johnson y Kenny Walker podrían superar a Sabonis, Volkov o Tikhonenko? Todo está escrito.

Y parecían ser los campeones tras derrotar a Francia en semifinales. Los franceses. Mis grandes favoritos. El equipo que lo había ganado todo desde el cadete en Amaliada del 2004. El equipo que quizás tenga más futuribles NBA de este torneo. Pero no supieron utilizar la guillotina en el momento adecuado. Cuando Estados Unidos estaba sentenciado, con el cuello bajo el filo metálico, se revolvió y consiguió vivir. Rebajaron su desventaja casi permanente de 10 puntos, y defendiendo una posesión con la desesperación del moribundo en los últimos minutos. Diot no encuentra jugada, le entrega a la mano a Nicolas Batum, también muy defendido. Queriendo zanjar el asunto, decide entrar a canasta. Supera a su par, pero no a la ayuda, con la que se tropieza y cae al suelo, perdiendo el balón. Bandeja USA y el banquillo dando saltos de alegría. Aún estaban a remolque, pero ese banquillo, la cara de Batum, en el suelo, mirando sin saber dónde, pidiendo casi clemencia a los árbitros por una falta que no hubo, mostraron a las claras que Francia no ganaba ese partido. Con Ajinca en el banquillo, de forma increíble, con un entrenador descentrado (Richard Billant, que en este "match", el de la verdad, estuvo muy por debajo del nivel de su colega y también de la calidad de jugadores que tenía), con Batum que nunca evidenció madera de líder, tan sólo un Antoine Diot exhausto, buscó el triunfo con ahínco, lanzando tiros forzados que no llevaron a nada. La alegría por el bronce del día siguiente, no fue más que el intento de olvidar un mazazo de una selección que muchos pensábamos que era imbatible en su categoría.

Y no esperaba menos, porque contaban con los interminables brazos de Alexis Ajinca, y sus tapones imposibles; con su compañero de fatigas interiores, Adrien Moerman (el Nocioni interior de sus inicios), contando con la gran ayuda de Ludovic Vaty, su mejor pivot en ataque, y volviendo a ser importante en esta selección, y un ala-pivot, Kim Tillie, sin mucho protagonismo aún, pero con detalles exquisitos. De Antoine Diot, piernas NBA (aguantaba a los mayores atletas en el uno contra uno defensivo), para un futuro NBA. Y Nicolas Batum, la teórica estrella, que nos dejó tan fríos como es él. Un atleta de éstos que salen en Europa cada 15 años, que todo lo hace con gran sencillez, pero que su competitividad no estuvo a la altura de la semifinal. En definitiva, un gran conjunto, un puñado de fenómenos de los que se hablará mucho de ellos en años venideros.

Por lo demás, el gran dominio del pivot brasileño del Unicaja Paulao, máximo anotador y reboteador de la competición, que el explosivo base turco Dogus Balbay, o muestra que sabe tirar de fuera o no aguantará mucho en la élite, que el otro pivot dominante del torneo, el australiano Andrew Ogilvy, sigue creciendo y veremos donde tiene el límite, fueron las notas destacadas de un torneo un tanto decepcionante en general.

Y para finalizar, a última hora de la noche del último día, cuando los jugadores entraban y salían de su hotel, camino de una fiesta que montó para ellos la organización, me acerqué a uno de ellos: el estadounidense Adrian Hollis.

- "Adrian, ¿cómo se llama tu padre?"
- "Essie, -con un tono como si no fuese la primera vez que se lo preguntaban-" Le dí la mano con la emoción casi de tener a su padre delante. Una excusa perfecta del por qué enamorarse de este deporte cuando uno lo vio en su infancia.
- "Chaval, tu padre fue el Dr. J en Europa". Tras comentar que facialmente sí se parecían, y el chico decía que por suerte, no se parecía en la mecánica de tiro, nos despedimos. "Un gran honor conocerte".

El broche perfecto para finalizar una gran experiencia bajo los efluvios de un "flashback" que me hipnotizaron todos estos días.