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G Vázquez: La ABA (V): La rica liga pobre (I)

Una vez superado el relato cronológico de la historia de la ABA, nos adentramos en la esencia de sus circunstancias. Siempre a la sombra de la NBA, la Liga adoleció de grandes presupuestos, de recursos e incluso de planificación. Con el cinturón apretado, con más puntos que espectadores en algunos encuentros y con el boca-oreja como sistema para capturar y relatar las mejores jugadas, las penurias unieron a sus protagonistas que consiguieron, a pesar de todo, seguir innovando

Las impresionantes gradas del Astrodome recibían a poco más de 200 espectadores por partido
© Las impresionantes gradas del Astrodome recibían a poco más de 200 espectadores por partido
  

Cuando la ABA dio inicio ni siquiera se había reparado en la cuestión de las estadísticas. Unas semanas antes de comenzar, y según cuenta Lee Meade, el primer relaciones públicas de la liga, aquella mañana neoyorkina estaba especialmente fría y, paseando despreocupado, pensó que no sería mala idea resguardarse en la oficina mientras tomaba café en compañía. Las cifras de bolsa del Times debieron arrojarle a la cara la idea estadística y fue así que se decidió una apuradísima cantidad de mil dólares para cubrir los gastos y que cada equipo enviase por correo a la oficina los 'box score' de cada partido.

Y de nuevo la divergencia entre iniciativa y recursos, porque con el mejor de los sentidos posibles las novedades estadísticas presentadas no fueron poca cosa, y a ellos las debemos hoy día:

  1. Rebotes defensivos y ofensivos. La NBA recogía el montante completo, nunca separado.
  2. Rebotes totales de equipo. A pesar de que ya la NCAA lo hacía así, la NBA no.
  3. Pérdidas de balón individuales. Llamaron a esta 'errors', otra que la NBA pasó por alto.
  4. Robos. Nadie en la otra liga había reparado en que una pérdida de balón podía venir motivada directamente por la defensa al hombre' y ser esto susceptible de registro.
  5. Tapones. Aquella singular acción tan frecuente en aquella liga no veía reflejo en los papeles de la NBA tampoco.

    Se puede establecer con todo esto el hilo con que continuar aquella primera entrega donde las reuniones tenían un carácter cuasi vecinal en forma y fondo, porque como bien dice Dick Tinham, el motor se puso en marcha sin ninguna dirección definida. 'Estuve con Indiana aquel primer año y puedo asegurar que lo único que teníamos en común todos allí eran dos cosas; una, competir con la NBA, y dos, que ninguno de nosotros tenía ni remotamente un plan concreto. No teníamos ningún plan. Empezamos a andar sin saber muy bien adónde íbamos ni cómo seguir andando. El caso es que no paramos. Si veíamos una cosa que no estaba muy bien, o la cambiábamos o la ignorábamos, pero si alguno tenía una idea, aunque no fuera gran cosa y ninguno la entendiéramos, la poníamos en práctica seguro' Lo nuevo no se discutía'.

    Parte del legado de la ABA, parte de esa grandeza que con el tiempo parece ir añadiéndose como por inercia histórica, viene dada por todo aquello que allá se veía, de acuerdo, pero tanto más por lo que no se veía¿ y la ABA fue en mayor grado invisible. 'En la era de la imagen y la TV 'indica Bob Costas-, aquella liga significó la última aventura del deporte en una competición llena de misterio porque' 'cuánta gente vio jugar a Julius con los Squires?'.

    Nunca se insistirá lo suficiente en la escandalosa falta de recursos con que tuvo que sobrevivir la ABA. Y como quizá no haya razón más poderosa para actuar en esta vida que la falta de lo necesario, algunos casos concretos que ofrecer en esta y sucesivas entregas, hablan mucho más a las claras que cualquier posible análisis de fondo del que escaparemos en esta entrega. Vamos a abordar tras el registro histórico algunos aspectos diversos que pueden ofrecer una idea general de con qué escuálidos medios hubo de jugárselas aquella digna iniciativa, pobre de recursos pero rica en contenido.

    Supongo que el lector alcanzará a imaginar el status de vida de cualquier jugador NBA de hoy día. Pues bien, Mel Daniels, una de las grandes estrellas de aquella liga, sabe muy bien de los cientos de horas que mal dormitaban en el autobús para llegar a territorio perdido. Tal era así que al pisar tierra firme no era el baloncesto el primer arranque ni mucho menos, sino el brutal sopapo humano del hambre. 'Nos daban siete dólares para comer así que lo más importante era que el hotel, o cualquier otro lugar que pudiera acogernos a nosotros y nuestro presupuesto, estuviera cerca de un McDonalds o un Kentucky Fried Chicken'. Como cabe imaginar, el control de peso bajo programas diseñados para una sofisticada configuración muscular de los tiempos actuales, brillaba entonces por su más feroz ausencia. Si viésemos hoy en pista al Memphis Lloyd King, llegaríamos a creer que el cuerpo de O'Neal es ciertamente estilizado.

    'Por encima de todo, habitar en esa liga era toda una aventura cada día' o cada noche', relata Charlie Wiliams. Jugando él para Pittsburgh su primer partido de exhibición contra los Americans, cayeron estos en la cuenta justo antes de empezar que todos sus uniformes habían desaparecido. El tremendo respeto que sintieron siempre los protagonistas por los pocos presentes y la eterna negación colectiva de que todo podía acabar en cualquier momento, provocaron para poder jugar, una presurosa colecta de camisetas blancas de calle con el número y nombre pintados a la espalda, gracias milagrosamente a un 'Magic Marker' que corría por la mesa para titular las actas. 'Pero lo peor no fue eso, no 'cuenta Williams-, lo peor es que algunos tenían pantalones cortos y otros no, así que algunos jugaron con los de calle, que eran los mismos con que habían venido y se marcharían. Al ver todo aquello, nunca en mi vida me he sentido más orgulloso y satisfecho de contar con un uniforme para jugar'.

    Poco después, jugando él en New Orleans, el partido se paró durante hora y media 'esto era muy habitual- por un problema eléctrico en el segundo cuarto. 'Jugamos casi a oscuras' pero jugamos, que era a lo que íbamos todos y por lo que teníamos una tremenda ilusión'. Pese a los miles de obstáculos, a la general desdicha con que tuvieron siempre que lidiar, nunca nadie quiso detenerse' porque sabían lo que esperaba de haberlo hecho. 'Todos teníamos ese sentimiento de comunidad de estar en el mismo barco y ser leales a pesar de todo para que no hiciera aguas', concluía Gene Littles, por aquel entonces en los Cougars de Carolina.

    Siguiendo con las indumentarias, ¡ay' esos uniformes cargados de barroco color! no escondían sin embargo bajo su apariencia sideral otra miserable realidad. En 1971, Alex Hannum dejó San Diego para fichar por Denver y con enorme ilusión por el nuevo proyecto, decidió homenajear al estado de Colorado con una nueva equipación en que se combinaba el azul púrpura y el chillón dorado, los colores de la bandera del estado. La idea era muy noble, pero después de la rueda de lavados en tintorería barata y sin, por supuesto, disponer de repuesto durante dos años, los uniformes tornaron en un solo color inerte, un embarrado gris en que apenas se distinguía ya nada. El verano del 73 y después de que cada encuentro suyo fuese una sucesiva rueda de pausas para aclarar qué jugador había anotado o cometido falta, se decidió por fin elaborar una nueva cosecha de tirantes y cortos, esta vez con mayor previsión, igual mala calidad y menor vida de color.

    Y tampoco nadie sabe muy bien si el motivo de que aquella camiseta del Larry Brown de los Squires al inicio de la 71 fuese motivo de una broma pesada por supuestas malas relaciones con círculos internos de Virginia. El caso es que pese a ser una estrella allí, liderando las asistencias durante las tres campañas previas con New Orleans, Oakland y Washington, alguien quiso mofarse de él cosiendo a brocha gorda su nombre en la espalda con un infame 'Broun'. Larry jugó mucho tiempo con aquella camiseta' no había otra.

    Muchos analistas coinciden en que el gran problema de la ABA, más allá de vivir de puñados de dólares sucios arrugados en el bolsillo, fue carecer de un contrato, uno solo, para su despliegue por Televisión. Así que algunas, casi todas, de las cosas que allí pasaban tenían una curiosa forma de darse a conocer. 'Como la ABA nunca tuvo un contrato con la TV 'indica Bob Costas-, ni con la ESPN ni con la CNN ni cualquier otro canal por cable, no había nada que mostrase lo que allí ocurría; así que la única forma que había de saberlo era la tradición oral, como sucedía en otros siglos'. Pero la Televisión era el último eslabón de la cadena, casi un lujo para la verdadera relación que tenía la prensa con aquel circo remoto. 'Todos nos sentíamos como si estuviéramos en la sombra 'señala Dave Twardzik-. Cogías la Sporting News y allí había buenos y extensos reportajes sobre cualquier cosa de la NBA, cualquier cosa, y a lo mejor una columnita marginal sobre la ABA. Si ibas por ejemplo a Chicago podía ser un milagro encontrar una sola reseña de nosotros y no te digo nada ya las estadísticas de los partidos o la liga. En las ciudades de equipos en la ABA, había una buena cobertura de medios como mucho del condado' así que era un hecho por todos nosotros conocido que no existíamos'.

    Curiosamente esa misma prensa, ese cuarto poder social que es quizá el primero por dar cuerpo de realidad a cualquier cosa, se hizo cruel eco en febrero de 1969 de una estadística oficial muy dolorosa para la supervivencia de la ABA. El Houston Chronicle publicó entonces una breve reseña en referencia al promedio de aforo que seguía al equipo en la liga. Antes de llegar a ella, vamos a mostrar unas cifras para mejor entender aquella información.

    El 14 de enero de aquel año Indiana vence a Houston por 116 a 113. Se da la circunstancia de que los 229 puntos superan al número de espectadores, 212, que asiste al partido en el gigantesco Astrodome, con capacidad para 45 mil personas. El 24 del siguiente mes los locales pierden con Miami por 128 a 114. De nuevo el resultado es mayor que la suma de espectadores, 207. El Astrodome, un desfase intolerable para aquel simpático equipito de Texas, paga hasta tres veces más en luz y mantenimiento de lo que ingresa por taquilla. Dos semanas después, contra New Orleans, la caja la vertebran 167 personas y la cadena local de televisión obliga a todas ellas a situarse frente a la única cámara que registra el choque, la tv local, para evitar mostrar el desolador desierto circundante. Esto sería tónica habitual en aquel grandioso coliseo.

    Pero no solamente ellos eran nada en su propia ciudad. El 26 de marzo de 1973 la victoria de Dallas sobre Carolina por 112 a 110 la presencian 130 personas y tres años atrás, el 30 de marzo, Carolina vence a Kentucky por 86 a 81. Se da entonces la insólita circunstancia de que en los últimos minutos el aforo llega a decuplicarse hasta los 18 mil espectadores porque a continuación Tennesee y Kentucky disputan su noche en los college. Cabe pues imaginar la tremenda desolación de quienes, luchando el tricolor, asisten casi como estorbo a la fiesta a la que no parecen estar convidados.

    Aquel pequeño recuadro del Chronicle, decíamos, informaba de que el promedio de aforo al Astrodome era de 378 cabezas por noche. De marzo a abril de aquel año 69, la cifra desciende a los 333 y el gran colmo de la humillación, el que puede ser oficialmente partido más desolador de la historia del Baloncesto, tiene lugar el 2 de abril de 1969 en aquel mismo universo desierto. Houston derrota a New York por 149 a 132. El partido se disputa bajo un tercio de la iluminación debido a que lo presencian nada menos que 89 personas, personal técnico y deportivo incluidos. El speaker del campo, tras contar a dedo a aquel cálido grupillo familiar, no pudo evitar proferir a los presentes como si estuviera en el salón de su casa: 'Bien, amigos, hoy somos ochenta y nueve'. Houston disputaría aquella noche su último partido allí' como cabía esperar.

    Toda esta desdichada serie de circunstancias, tiene que hacer entender que aquella marginalidad a que parecía estar condenada la ABA, inflamó entre todos sus protagonistas un hondo sentimiento de comunión general y altruismo salvaje del que quizá no sea posible encontrar parangón en competición alguna. 'Todos participábamos de un sentimiento comunitario de lucha 'señala Julius Erving- para sobrevivir como fuera ganándonos así el respeto. Cuando la NBA o cualquier otro nos criticaba, todavía hacíamos más piña si cabe. Estábamos estigmatizados por no ser la NBA, pero todos sabíamos que ellos y nosotros veníamos del mismo sitio'.

    La profunda miseria en que vivía sumida la liga espoleó de tal modo la imaginación y picaresca de su entorno que a ello dedicaremos sucesivas entregas.

    Gonzalo Vázquez
    ACB.COM

    La ABA (IV): 1973 - 1976