Repasar la trayectoria reciente de Grecia en los grandes torneos permite encontrar un patrón que la aleja de una identidad hoy casi devenida en tópico. Con el Olympiacos a nivel de club manteniendo viva la llama de ese estereotipo, la selección comprobaba ,a cambio, que ni siquiera la sucesión de grandes técnicos le sacaba de una dinámica marcada por buenas preparaciones con juego alegre, una trayectoria descendente y decepción final en el momento decisivo de cada torneo. Ocho años después de la última medalla, Grecia anhelaba volver a la élite y lo hacía con un argumento de incuestionable peso: la presencia de Giannis Antetokounmpo, probablemente quien iba a ser el jugador más sugerente de todo el torneo. Finalmente unos problemas en la rodilla dejaban fuera del torneo al jugador de los Bucks, lo que unido a las ausencias previas de Dorsey, Koufos o Auguste aplaza el cambio de pulsión de una Grecia que ahora debe reinventarse sobre la marcha. Tras proclamar su querencia por un juego vistoso, Kostas Missas deber encontrar ahora la tecla para cambiar de estilo sobre la marcha. Mimbres al menos tiene para ello. La solvencia en la dirección de Calathes y Mantzaris, la polivalencia de Sloukas y una notable rotación en el puesto de tres se unen a una buena pareja interior como la que conforman Printezis y Bourousis. Encuadrada en un grupo muy duro de inicio y con problemas claros de solvencia ofensiva, Grecia habrá de buscar en la pérdida identidad su tabla de salvación.