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Wayne Brabender, el ídolo humilde

Wayne Brabender ha sido uno de los extranjeros que más huella han dejado en el baloncesto español a lo largo de su historia. Tanta que acabó nacionalizándose y conduciendo a la Selección a la plata histórica de Barcelona’73. Pudo no haber sido así, de no haber viajado Ferrándiz hasta Minnesota para verle jugar o si los directivos del Real Madrid hubieran tenido menos paciencia con aquel espigado americano que apenas metía canastas en sus inicios. Pero confiaron y Brabender respondió con 16 años de éxitos con la camiseta blanca y una adaptación total a una vida española a la que hoy sigue contribuyendo como profesor de Educación Física en un colegio de Getafe

Fundación Pedro Ferrándiz
© Fundación Pedro Ferrándiz
  

“Nosotros estábamos acostumbrados a que Ferrándiz trajera un “armario” de Estados Unidos. Y veíamos aquel chico de poco más de 1.90 que además, tampoco las metía”. Sí, esos son los recuerdos de Vicente Paniagua, antiguo jugador del Real Madrid, compañero de nuestro personaje y actual presidente de la Federación de Castilla La Mancha. Pero pudieran ser los de cualquier componente del Real Madrid… Así de discretos fueron los primeros pasos en nuestro baloncesto de Wayne Brabender

Duros comienzos en España

Por la “Casa Blanca” han pasado americanos como Douglas Britelle, Tim Muller o Jim Signorile… de los que ya nadie se acuerda. Y sí, Brabender pudo ser uno de éstos que engrosaron una lista que pasó sin pena ni gloria. “Brabender vino solo, no como otros americanos, y además era muy joven. Yo incluso lo traje aquí, a Alcázar de San Juan -población de la que es natural Paniagua- cuando algún fin de semana venía a casa. Pero claro, tampoco sabía español”.

Brabender llegó como extranjero para jugar tan sólo competición europea, puesto que Miles Aiken ocupaba la plaza liguera. Y eso no era fácil. “Era muy duro entrenar en el pabellón, tú solo, cuando tus compañeros estaban de viaje, y mantener un mínimo de intensidad”. Esta sentencia de Wayne podría trasladarse unos cuantos años después a otro mito, Drazen Dalipagic, gran fiasco en el Real Madrid.

Pero Brabender trajo a España unos conceptos del juego que aquí eran muy lejanos aún, para un jugador exterior: intensidad defensiva, deseos de anular a la estrella rival, bloquear siempre en el rebote defensivo… eran situaciones que tenía grabadas a hierro y fuego de su Minnesota natal. Brabender recuerda cómo “Pedro (Ferrándiz) ponía en los entrenamientos mucho énfasis en la defensa. Podíamos estar entrenando la defensa hora y media durante una sesión. Y estoy convencido que me quedé en el equipo aquellos primeros meses por esto”. Famoso fue su marcaje a la estrella del Maccabi Tel Aviv, el estadounidense Tal Brody -posteriormente nacionalizado-.

“Pero resulta que llegó el Torneo de Navidad, y Wayne anotó como 30 puntos en cada partido. Y poco después, viajamos a jugar la Copa Intercontinental en Philadelphia -un Mundial de Clubes que murió con la década de los 80-, y siguió con la misma media de puntos. Sí, todos cambiamos de opinión sobre él. Era un gran jugador”, dice ahora un convencido Paniagua.

Pedro Ferrándiz, el aventurero

“Pedro (Ferrándiz) era un aventurero”, afirma nuestro protagonista nostálgico. En el verano del 67, Wayne Brabender fue elegido en el “draft” (número 145, por Philadelphia 76ers), saliendo de la NAIA, competición para universidades muy minoritarias -nada que ver con la NCAA- y “a Pedro, los de Philadelphia le hablaron de mí. Estuvo no sé cuantas horas en avión hasta llegar a Minneapolis, y luego otras 4 ó 5 en autobús, hasta Morris -lugar donde jugaban los campamentos de verano-, para verme. Yo estaba en una gran condición física, y metía muchos puntos en todos los partidos, porque gran parte del juego pasaba por mí”. Sobre las historias que cuenta Ferrándiz sobre su fichaje, él dice no saber nada, aunque mítica es aquella en la que dice que preguntó por su hermano mayor, puesto que era mucho más grande el Brabender del que le habían hablado. “Pero me gustó y me lo traje”, dice Ferrándiz vanagloriándose de uno de sus mayores aciertos, una vez más.

La selección y una lesión, y otra, y otra

En el Eurobasket de Barcelona de 1973, la Selección Española consiguió un hito inédito hasta entonces -hablando de baloncesto moderno, claro-: una medalla de plata. Todos los aficionados y los no aficionados de este país quedaron hipnotizados delante de los televisores, viendo las evoluciones de aquel equipo. Y uno de los soportes más importantes fue Brabender. “Teníamos un equipo tremendamente competitivo. Sí, creo que no nos amedrentábamos ante nadie”.

Wayne vivió sus primeros momentos verdaderamente brillantes con la Selecicón en aquel evento. Pero ya había debutado con la sleección cuatro años antes, gracias a la legislación de antaño, en la que por méritos deportivos contraídos alguien podía nacionalizarse español. “Llevo 38 años aquí, y creo que no me ha ido mal, ¿no?”, dice él, que pese a sus difíciles primeros días quedó prendado de España e incluso acabó contrayendo matrimonio con la profesora de la que recibía clases de español. Sus años de gloria en el Real Madrid transcurrían de forma sucesiva, pero debutar con el equipo nacional fue una ilusión especial. Y lo hizo en Mataró, en el Preeuropeo de Nápoles. En el tercer partido, frente a Bélgica, “recibí un pase largo de Juan Martínez Arroyo, y cuando iba a hacer un mate en el contragolpe, es como si el pie se me quedase clavado en el parquet. Acabé en el suelo, como 4 metros más alejado de la acción”. Su rodilla estalló y los ligamentos se rompieron, en la clásica acción para este tipo de lesiones. “Sólo de pensarlo ahora me dan escalofríos todavía. Estuve 65 días con escayola hasta la cadera. Me dijeron que hiciera una especie de fondos, levantando la pierna unas 20 veces al día. Lo hacía a cada momento. Cuando me la quitaron, la pierna estaba más blanca que el propio yeso”.

Fundación Pedro Ferrándiz
© Fundación Pedro Ferrándiz

La cuestión no era que esa pierna no tuviera ningún tono muscular. El problema es que “no podía doblarla ni un solo grado. El doctor Eduardo Pedraza, que rechazó irse de vacaciones para poder atenderme, prefirió que la doblase poco a poco. El club me dijo que tuviese toda la paciencia del mundo, que ellos preferían que me recuperase perfectamente, tardase lo que tardase”. ¡Seis meses para poder flexionar 90 grados la rodilla!, con duras jornadas de rehabilitación. “Pero aquello no era aún suficiente. Para poder correr creo que se necesita una flexión de 110 grados”. Estuvo casi un año completo recuperándose, y no sólo de la rodilla. “Cuando por fin pude debutar, viajamos a Sofía, en un partido frente al Académica. Era ideal, puesto que su parquet tenía una cámara interior, que haría que no sufriera mi rodilla. Pero ya en el hotel, intentando quitar los somieres metálicos de las camas para poder dormir, puesto que eran pequeñas, se me cayó en el dedo gordo del pie y me produje una fractura” que le mantuvo aún más tiempo en el dique seco. Fue en las últimas jornadas de aquella liga 69-70 cuando regresó a las pistas. Pero con la Selección tuvo que esperar, puesto que no jugó el Mundobasket de Ljubljana en el verano de 1970. Y en el 71 llegó aquella pesadilla llamada Essen, población alemana en la que se disputó el Campeonato de Europa. “No sé qué pude comer, todavía no me lo explico, que tuve una gastroenteritis durante aquel torneo, que me obligaba a vomitar más de 10 veces al día. El Doctor Guillén que allí estaba, me atendía constantemente, sin explicárselo tampoco”.

Después vino el maratón del verano del 72, con una sucesión de partidos interminables, con dos fases de clasificación hasta que se consiguió el billete para los Juegos Olímpicos de Munich, que tampoco fueron mucho más brillantes, excepto una notable actuación ante Estados Unidos. Con la vuelta a la Federación de Raimundo Saporta, se volvió a encauzar el camino a todos los niveles, para culminar en el éxito de la plata de Barcelona.

Su calvario de lesiones no acabó ahí, ya que una fractura en su mano le impidió jugar el mítico partido frente a North Carolina en el Torneo de Navidad de 1970, la primera vez en la que el equipo de Dean Smith se pasó por Madrid y por el que lógicamente nuestro protagonista tenía gran ilusión por jugar. Y a todo esto no añadimos sus problemas en la espalda al final de su carrera en el Cajamadrid - ya llevaba muchos saltos a cuestas.

La continuación de días gloriosos

Con el segundo lustro de los 70 continuaron los éxitos en el club blanco, aunque no en una Selección Española en la que se inició una etapa de transición y de “vacas flacas” donde jóvenes como Juan de la Cruz o José María Margall empezaron a ser parte importante del combinado de Díaz Miguel… hasta que en 1979 dio cancha a la “generación del 59” y todo cambió. Pero, entre tato, en el Real Madrid apareció en el verano del 73 un auténtico fenómeno llamado Walter Szczerbiak. Con este jugador de apellido innombrable –en España, para los narradores, acabó siendo “Walter”- se dio un salto de calidad como no se conoció en el equipo desde hacía muchos años. Era un tirador infalible, excepcional. Con los rebotes de Luyk o Rullán, aquellos contragolpes conducidos por Cabrera acababan en suspensiones a 4-5 metros, imposibles de parar (“yo he tenido la suerte en toda mi carrera deportiva, de contar en mis equipos con grandes bases, y no sólo por su calidad, sino por su imaginación”). El sello de identidad de los equipos, primero dirigidos por Ferrándiz y luego dirigidos por Lolo Sáinz, el contragolpe, tuvo su máxima expresión en aquellos años. “Imagina, por el lado derecho a Walter y por la banda izquierda, yo. ¡La de espacios que dejábamos a los pivots que venían de atrás!”. En verdad era una delicia verles evolucionar en la pista: “Recuerdo que en una ocasión vino la Universidad de Indiana a jugar frente a nosotros, y Bob Knight, su entrenador, decía que a su equipo nadie era capaz de anotarles más de 80 puntos. Les ganamos por 20 puntos o algo así, y creo que rozamos la centena. El enfado de Knight fue increíble”.

Un estudioso constante del juego

Este juego le enamora. Lleva ligado a él desde los 6 años, y siempre se fijó en los mejores en pequeños detalles. En la mecánica del tiro veía cómo utilizaban la mano algunos de los genios, por ejemplo “cuando llegó Mirza Delibasic me fijaba cómo el utilizaba para el tiro 3 dedos, para finalizar su ejecución. Y también recuerdo cómo Antonello Riva utilizaba todos los dedos para tener más contacto con el balón”. También en sus últimos años como blanco, ante la llegada de pivots como Romay o Fernando Martín, trabajó las diferentes gamas de pase al pívot para usarlas más a menudo. De hecho, aquella suspensión que él usaba, levantando mucho el codo del brazo ejecutor, para elevar lo más posible los brazos, era un gesto muy calculado para que fuese más difícil ser taponado.

Hoy día, todo aquello que aprendió, lo aplica a los niños del colegio Aristos de Getafe, donde unos afortunadísimos chavales son enseñados por todo un mito. “A los chavales, cuando les hacemos ruedas de tiro, les premiamos con puntos por cada canasta que anota, y por cada tiro que lancen correctamente. Y si levantan el codo como yo hacía, más nota”, admite entre risas. Muchos de sus pupilos no sabrán quien es Wayne Brabender. Para ellos será tan sólo un profesor de Educación Física, titulado en la universidad en la que cursó sus estudios, Minnesota-Morris, sin ver la leyenda que fue.

Porque lo que ha quedado claro a lo largo de este tiempo es que estando a un nivel de grandeza en la que se le pudiese perdonar ciertos ramalazos de vanidad -con muchos, lo hacemos. Se lo perdonamos, porque se lo han ganado-, Brabender es una persona humilde como pocos, que se ruboriza cuando confiesa que saltaba 90 centímetros en sus tiempos universitarios, y que cuando acabé de charlar con él, con aires de disculpa me dijo “creo que he hablado mucho de mí, ¿no?”.

Wayne, de eso se trata. Pero bueno, contó la última de otro jugador. “En el verano del 81 vino un combinado estadounidense a jugar frente a nosotros”. No eran unos cualquiera: Mike Dunleavy, Grez Ballard, Reggie Theus, Dan Rounfield, Kevin McHale, Mark Olberding o Artis Gilmore, entre otros, formaban lo que rezaba en sus camisetas, el Sanyo All Stars, jugando en Valladolid frente el Miñón, y posteriormente en la Ciudad Deportiva. “Ganaron de no más de 9 puntos, y cuando acabaron, el entrenador, mencionó a Mirza Delibasic, diciendo que ese chico sabe pasar. Podría jugar en la NBA”.

Ficha del jugador

Nombre completo: Wayne Donald Brabender Cole
Lugar y Fecha de nac: Montevideo, Minnesota, 16/10/1945
Posición | Altura: A | 1.93 m

Trayectoria deportiva:

  • 1967-68 : Real Madrid
  • 1968-69 : Real Madrid
  • 1969-70 : Real Madrid
  • 1970-71 : Real Madrid
  • 1971-72 : Real Madrid
  • 1972-73 : Real Madrid
  • 1973-74 : Real Madrid
  • 1974-75 : Real Madrid
  • 1975-76 : Real Madrid
  • 1976-77 : Real Madrid
  • 1977-78 : Real Madrid
  • 1978-79 : Real Madrid
  • 1979-80 : Real Madrid
  • 1980-81 : Real Madrid
  • 1981-82 : Real Madrid
  • 1982-83 : Real Madrid
  • 1983-84 : CAJAMADRID
  • 1984-85 : CAJAMADRID

    Palmarés deportivo:
  • Campeón de Liga con el Real Madrid en las temporadas 67-68, 68-69, 69-70, 70-71, 71-72, 72-73, 73-74, 74-75, 75-76, 76-77, 78-79, 79-80 y 81-82.

  • Campeón de Copa con el Real Madrid en los años 70, 71, 72, 73, 74, 75 y 77.

  • Campeón de la Copa de Europa con el Real Madrid en las temporadas 67-68, 73-74, 77-78 y 79-80.

  • Con la Selección Española consiguió la medalla de Plata en el Eurobasket de Barcelona’73, quinto puesto en el Mundobasket de Puerto Rico’74, y cuarto puesto en el Eurobasket de Belgrado’75, Juegos Olímpicos de Moscú’80, Eurobasket de Checoslovaquia’81 y Mundobasket de Colombia’82.