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La encantadora humildad de Jonathan Barreiro
Alejado del ruido mediático que su precoz estrella provocó y ajeno al desmoralizador golpe de las lesiones que sufrió, Jonathan Barreiro ha sabido construir una sólida carrera que, a sus 24 años, le convierte en referente y jugador histórico de Casademont Zaragoza.
  

Hay jugadores de baloncesto que lo son sin saberlo, cuando son niños y la pelota es un mero objeto de diversión. Aun cuando sus cuerpos están por desarrollar, uno intuye que dentro de ellos hay una carrera cercana al parqué porque su físico y, sobre todo, gnosis baloncestística conjuga en futuro por más que delante solo haya un imberbe presente.

Este es el caso de Jonathan Barreiro, un niño que comenzó practicando natación y fútbol, pero al que su altura le tenía reservado otro camino. “Era un chico alto que sacaba varias cabezas a los compañeros y un día en el recreo me dijeron que si quería intentarlo. ‘Bueno, ¿por qué no?’, pensé yo. Los primeros días me sentía raro, porque cuando empiezas en un deporte nadie nace sabiendo y me preguntaba si el baloncesto sería lo mío. Pero, bueno, al final empecé a llevarme muy bien con los compañeros, disfrutaba jugando y, como era un niño, era perfecto porque hacía amigos y me lo pasaba bien. Además, según me iba gustando más veía que iba mejorando y eso me enganchó hasta hoy”, asegura. Sus progresos fueron tan gigantescos como sus zancadas y pronto comenzó a pulirse el diamante con entrenamientos colectivos en Xiria y sesiones extras que tenía con un entrenador personal en Coruña para mimar su coordinación y técnica individual.

Fue tal el desarrollo del joven aprendiz de jugador que rápidamente conocimos vida y milagros de su infancia casi como espectadores del Show de Truman. De él se escribieron decenas de artículos y centenares de expertos pusieron los ojos sobre su precoz figura buscando la noticia… persiguiendo a la futura estrella. El 'nuevo Ricky Rubio', el 'Magic gallego' titularon los principales medios tratando de captar la atención del lector con pomposos titulares sin preguntar por el efecto que ello podía dejar como residuo en un chico de 13 años. Ahora, y recordando aquellos días, Jonathan extrae una valiosa lección que todavía le acompaña en su andar profesional: “Ni cuando juegas bien eres tan bueno, ni cuando jugas mal eres tan malo”.

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El halo de sus actuaciones brillaba en un cielo formativo donde su talento y exuberancia física le hacía ser una rara avis, un unicornio con domicilio postal en Cerceda que se acostumbró a eludir incómodas preguntas e intereses ajenos vestidos de vacuas promesas con la misma naturalidad que regateaba a rivales sobre la cancha. A Galicia llegó la invitación para participar en la Minicopa, el gran torneo de canteras acb. Englobado dentro de la Copa del Rey, el evento es el mejor escaparate para mostrar el joven talento, pero a un niño de su edad solo le interesa hacer nuevos amigos e intentar ganar. Lo hizo en 2010 con el Joventut de Badalona y se quedó a las puertas con el Barça al año siguiente. Por entonces, el fenómeno Barreiro estaba presente en la prensa especializada y se elucubraba sobre su futuro con quiméricas proyecciones.

Por suerte, él siempre tuvo una sabia voz que escuchar y un hombro sobre el que reflexionar. La presencia de sus padres le alejó de cualquier afán de ensueño y le aportó el siempre necesario poso de tranquilidad que hay que tener cuando llegan tentaciones externas. “Es cierto que hubo una repercusión, pero yo, por suerte, tengo una familia que siempre me ha inculcado valores de humildad y trabajo, y siempre estuve con los pies en el suelo y la cabeza muy fría. Es cierto que, con la repercusión que hubo, fue complicado, pero siempre he estado bien acompañado en mi camino y afortunadamente mis padres me ayudaron a llevar todo ello con más calma”, confiesa.

Con el punto de serenidad que aporta la distancia en el tiempo, Jonathan reflexiona sobre aquellos años y recalca que “todo ese revuelo que viví cuando era pequeño lo viví con mucha paciencia. No es lo habitual, porque de un momento a otro pasé de jugar en Galicia a tener ofertas de clubes acb y no me lo esperaba. Sin embargo, mi familia y yo lo llevamos con mucha tranquilidad”.

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LO QUE NO SE VE

El deseo familiar de rodearle de cariño y buenos consejos le retuvo hasta que su madurez personal le proveyera de armas y argumentos frente a la soledad de la distancia. El momento abrir la ventana y arriesgarse a volar llegó con el segundo de año cadete cuando, y tras debatir las diferentes propuestas de reclutamiento, su particular rosa de los vientos le indicó el camino hacia el Real Madrid. Amor eterno prometieron muchos clubes a una musa del baloncesto que tomó la decisión tras ver el sencillo, pero honesto gesto que tuvo el club hacia la persona que habitaba en el jugador. “El Real Madrid es un gran club, nos gustó mucho su propuesta y, al final, lo que nos impulsó a aceptar su oferta fue que, en uno de los torneos donde participé con ellos, Alberto Ángulo le dijo al tutor de estudios que fuese al pabellón. Para mis padres y para mí el tema académico siempre ha sido muy importante, así que llevar al tutor y que nos explicase cómo iba a ser todo fue un gesto que, junto al proyecto deportivo que tenían, nos ayudó a tomar la decisión”, reconoce.

La cara A de la experiencia blanca contará que tuvo años espléndidos donde disfrutó del éxito colectivo de una gran generación que lideró Luka Doncic pero donde también brillaban Dino Radoncic, Santi Yusta, Emanuel Cate o Felipe dos Anjos. Con ellos tiranizó la categoría júnior en España y conquistó el Adidas Next Generation Tournament. Sin embargo, entre los versos del alegre cantar vencedor también escuchó el llanto que en el alma competitiva causan las lesiones. Estas no entienden de buenas personas o abnegados trabajadores; son crueles y no hacen distinciones.

"Tanto cuando era joven y tuve las lesiones, como cuando llegué a Zaragoza y no jugaba, en ningún momento pensé: ‘no voy a llegar’, al revés, me dije: ‘quiero llegar. No sé si voy a llegar, pero quiero’."
Jonathan Barreiro

La primera llegó en su primer año, en el momento más crítico pues era la primera vez que salía de casa y el dolor físico se mezcló con el anímico. “Físicamente te recuperas bien, yo no tengo la más mínima secuela, pero mentalmente cuando eres joven sí que se pasa un poco mal porque estás fuera de casa, te lesionas y no tienes a tu familia cerca. Sin embargo, tanto el club como los servicios médicos se portaron muy bien. Era una lesión de menisco que podía estar en un mes o mes y medio y estuve cinco meses. El club quiso recuperarme bien para que no tuviese secuelas en el futuro”, cuenta Barreiro. De aquellos días no hay huella física y sí mucha gratitud a gente del club y a compañeros que, como él, vivían fuera de casa y crearon una segunda familia. Esa que se cuida y se arropa en la necesidad, y que evitó que la morriña gallega nunca llegase a tentarle con marcar el prefijo 981 en busca de una llamada de auxilio. Días grises hubo, sí, pero Jonathan tenía claro su destino. “Morriña sí, pero querer volver, nunca”, asevera con seguridad. “Para mí era una oportunidad a la que tenía que sacar el máximo provecho. Muy pocas personas tienen la oportunidad de formarse en un club como el Real Madrid y yo sabía que la tenía que aprovechar”, añade.

Las lesiones le impidieron estar en el oro del Europeo U16 de 2013 y en el Mundial del año siguiente, pero lo importante, además del presente era, sobre todo, el futuro. Ese tiempo que todavía no es pero va a ser y donde todos le ubicaban entre la élite nacional. Ninguna urgencia debía poner en riesgo su carrera y por ello se trabajó con cuidado en su recuperación. Sus años de juniors fueron de mucho trabajo oscuro en donde el paso de los entrenadores cinceló su baloncesto alejándole de las prematuras etiquetas y creando a su alrededor el mejor hábitat posible. Aquel que le ayudara a desarrollar sus habilidades ahí donde más daño podía hacer al rival y de la manera que más le permitiera crecer. Entre medias del infortunio físico llegó la noticia que siempre consagra la formación de cualquier jugador: su debut en Liga Endesa.

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LA FUERZA DE LA DETERMINACIÓN

“Cuando empecé a jugar al baloncesto nunca pensé que un equipo acb me invitase a jugar con ellos. Para mí era una afición, me encantaba el baloncesto, pero mi sueño cuando era niño e iba a ver al Xiria era jugar en EBA. Yo los veía y pensaba: ‘Ojalá en un futuro yo pueda jugar ahí’”. Visto así, ahora el deseo de Jonathan de Barreiro parecería que fue fácil de cumplir… pero el camino no estuvo exento de altibajos.

Su estreno con los mayores llegó en Euroliga, pero más le emocionó hacerlo en Liga Endesa pues fue en Fontes do Sar, en su tierra y con muchas caras amigas siguiéndole. Toda la experiencia previa y posterior seguro que fue más excitante que los 26 segundos que estuvo en pista, pero hoy nadie le borra la cara de felicidad que tenía ese día.

Luego llegó la segunda lesión, una temporada brillante en Júnior aunque sin oportunidades en el primer equipo y una posterior cesión a Ourense. La progresión se había frenado, pocos le hablan del que fue y más de una vez escuchó el runrún de la duda que generó su evolución. Mas él nunca atendió a quienes no sintieron su dolor y su esfuerzo. “Tanto cuando era joven y tuve las lesiones, como cuando llegué a Zaragoza y no jugaba, en ningún momento pensé: ‘no voy a llegar’, al revés, me dije: ‘quiero llegar. No sé si voy a llegar, pero quiero’. La palabra, muchas veces, es querer. A veces no tienes la oportunidad, y a veces la tienes y no la sabes aprovechar, pero cuando uno quiere y le dan la oportunidad como a mí me han dado en Zaragoza, las cosas acaban llegando. En mi cabeza tenía muy claro lo que quería y como lograrlo, así que me lancé a por ello”, asevera. En momentos amargos, la paciencia ofrece una dulce recompensa y Jonathan Barreiro, si algo siempre tuvo, fue paciencia. Él sabía que iba a llegar y solo tenía que esperar… y no dejar de trabajar.

Su primer paso fue comprender el baloncesto en su dimensión profesional y para ello necesitaba recibir las necesarias lecciones que no se aprenden en un entrenamiento o en palabras de un entrenador. La LEB Oro es una excelente escuela de jugadores y ahí Jonathan comprendió que el salto al profesionalismo tiene más espinas que rosas. “Da respeto porque muchas veces la mentalidad cambia. Al final eres junior, compites y sabes la responsabilidad que tienes por llevar la camiseta del Real Madrid, que es mucha porque es obligado dar el 100%, pero cuando llega el paso a senior es un cambio tremendo, tanto en juego como en físico, y debes tener un proceso de adaptación que a veces te lleva un mes, a veces un año o dos años… Es muy diferente porque en júnior te acostumbras a no perder con el Real Madrid y en senior cambia bastante el panorama”, nos cuenta.

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Por mucha promesa que fuera, por muchos titulares que hubiera generado en edad formativa, en el vestuario de un equipo eso sirve de poco, y Jonathan pasó de ganar títulos a tener que competir con jugadores y luchar por sus minutos “Nadie te va a regalar nada, es duro, tienes que aprender a ganarte las habichuelas y a conseguir lo que quieres. Por suerte, en Ourense coincidí con Gonzalo García de Vitoria que me dio su confianza desde el minuto uno. Me dijo: ‘sal a jugar y equivócate porque te voy a ayudar’. Eso hizo un poco más fácil la adaptación”, recuerda. El año de aprendizaje le sirvió para captar la atención de Casademont Zaragoza, quien quiso atraer el potencial de su juego y completar la formación de un joven que llamaba a las puertas de la Liga Endesa.

Sin embargo, la puerta quedó entreabierta y Jonathan supo que ese año le tocaría seguir viviendo el proceso de adaptación al profesionalismo. Fue un año complejo, con un equipo veterano y mucha gente compitiendo en su puesto que le dejaron escasez de oportunidades. Ahora ese recuerdo forma parte de su formación como persona y deportista, aunque reconoce que “mi llegada a la acb siendo tan joven fue complicada… pero mantenerte es aún más complicado. Cuando llegué a un vestuario veterano, me resultó complicado el poder jugar con jugadores tan asentados en la liga porque, además, tenía a grandes jugadores en mi posición como Robin Benzing. Como a cualquier joven, me costó ganarme mis minutos, pero en ningún momento me vine a bajo. Me dije a mí mismo: ‘quiero jugar en acb, es mi sueño, así que no queda otra que seguir trabajando’”. En su debut como rojillo solo disputó 57 minutos en toda la temporada. Lo mejor estaba por venir.

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SU LUGAR EN EL MUNDO

Todas las personas necesitamos tener el sentimiento de protección. A veces éste viene de un abrazo, se escucha de una voz y, generalmente, en el baloncesto llega con la confianza del entrenador. Jonathan Barreiro tuvo que esperar a su segundo año en Zaragoza para sentir ese afecto… aunque el premio fue doble porque descubrió que toda una ciudad le estaba esperando para ofrecer sentida gratitud.

Durante meses esperó su oportunidad y cuando esta llegó, no la dejó escapar. La paciencia cocinada en largas sesiones de entrenamiento y en improvisadas lecciones de compañeros comenzó a cobrar todo el sentido, y su juego alcanzó una nueva dimensión que le acercaba más aún al gran anhelo. “Con Jota Cuspinera empecé a jugar minutos, además, minutos importantes. Él me conocía del Real Madrid de cuando subía con el primer equipo, e incluso en el primer partido con él me puso de titular, algo que no esperaba para nada. Con él tuve confianza y, poco a poco, fui ganándome los minutos. A partir de ahí fue un proceso donde cada año iba mejorando un poco más hasta que me fui asentando en la liga. Pero, bueno, esto no para y cada año tienes que dar un paso adelante para ganar en confianza”, afirma Jonathan. En su segundo año, además, encontró la recompensa añadida de debutar con la Selección Española. Con intermitencias, pero también ahí lleva años haciéndose un hueco que cada vez es más grande.

En su quinta temporada en Zaragoza, ya nadie cuestiona al chico que llegó. Su baloncesto tiene muchas virtudes y una gran fortaleza: la polivalencia que su juego ofrece al equipo. Puede alternar varias posiciones sobre la pista, aceptar varios roles y cumplir con todo ello con abnegada disciplina. Para Barreiro “al final todos los jugadores juegan en varias posiciones: tres, cuatro… ahora se buscan jugadores polivalentes que alternen posiciones. Yo no cambio mi estilo de juego cuando juego de alero o de pívot. Depende del partido y de quién me defienda para sacar más ventajas. Empecé jugando de tres, luego cambié al cuatro; con lo cual son posiciones que conozco y que no me importa alternar en un partido para ayudar al equipo”. Entonces… ¿descartamos ya lo del 'Magic gallego'?. “Bueno, si el entrenador me pone de base, habrá que jugar de base…”, bromea.

No ha perdido la timidez con la que llegó, pero sobre el parqué se transforma y saca la garra que reclama el escudo y la afición. “En la pista nunca he sido el máximo anotador o el máximo asistente, pero una cosa que tengo clara es que tengo que dar el 100% en cada partido. Sea como sea el partido, vaya ganando o perdiendo de 20 puntos. Tienes una responsabilidad con este club y es la de dar el 100%. Hay que darlo todo y eso la gente lo sabe apreciar. Te puede salir bien o mal el partido, pero cuando lo das todo, la gente lo ve y te da su cariño. Al final eso es lo que quiero hacer aquí”, asegura.

"La humildad siempre la debes tener porque hoy juegas bien y eres muy bueno, pero mañana juegas mal y ya no eres tan bueno."
Jonathan Barreiro

Puede ser que Jonathan Barreiro responda al prototipo de jugador que antepone la farragosa tarea del esfuerzo defensivo sobre el lucimiento ofensivo, pero su polivalencia alternando posiciones, su entrega en pista y la notable virtud de seleccionar bien sus lanzamientos le convirtieron ya el pasado verano en pieza cotizada del verano acb. Volvieron a salir rumores: Málaga, Valencia… pero fue Zaragoza quien se llevó la alegría de verle renovar por tres años. Él confiesa que fue una decisión familiar. “Al fin y al cabo, yo en Zaragoza estoy muy a gusto, estoy contento y me siento muy querido”.

Tal es el cariño que Jonathan nos da dos pinceladas del cotidiano afecto que recibe de los que son vecinos en su segundo hogar. “El otro día, una mujer me paró por la calle cuando iba a entrenar, ella justo acababa de hacer la compra y me dijo: ‘¿Qué tal Barreiro? ¿Todo bien? Os habéis clasificado para la Final a Ocho…Toma, te voy a dar unas rosquillas para que te las comas’. Yo pensé: ‘qué bien, cuánto cariño’. Y a los dos días otra señora me preguntó dónde vivo porque me veía siempre por la zona. Yo le dije dónde vivía porque somos vecinos y le había visto varias veces. Pues bien, ella me preguntó que cuándo podía visitarme porque me iba a llevar croquetas para coger fuerzas y ganar partidos. Siempre estoy recibiendo muestras de cariño de la gente. Al final, cuando juegas bien es genial, pero también cuando juegas mal te gusta recibir ese cariño que yo siento aquí en Zaragoza. Ir por la calle y recibir estas muestras de cariño me hace pensar que soy un afortunado”, cuenta. Ojo, que si sigue progresando, pronto Jonathan tendrá que ampliar la despensa.

En esta vida nadie regala nada y si Jonathan Barreiro recibe cariño es porque él ofrece a cambio su honesto esfuerzo sobre el parqué, y una personalidad tranquila y humilde. Valores que aprendió de la vida en edad temprana y que siempre le inculcaron en casa. Ya sea como virtud o como necesidad, Jonathan sabe que “la humildad siempre la debes tener porque hoy juegas bien y eres muy bueno, pero mañana juegas mal y ya no eres tan bueno. Al final, siempre estás expuesto a los comentarios y las críticas, y por eso tanto la humildad como tener los pies en el suelo son muy importantes para seguir tu evolución… sobre todo, no hay que creérselo y saber todo el camino que queda por delante. Eso debe estar siempre en tu mentalidad”.

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A sus 24 años, parece que Jonathan Barreiro haya vivido un par de vidas. Su talento baloncestístico aceleró su infancia, tuvo que tomar decisiones que el tiempo suele demorar y vivió las dos caras del baloncesto cuando no tenía edad legal para ello. Su rostro y voz retratan al joven que es, pero su voz y reflexión muestran una increíble madurez al recordar el camino recorrido. “Lo importante son las personas que te saben apreciar y que, en mi caso, son mis padres que siempre me ayudaron a recorrer mi camino y a los cuales les estoy muy agradecido. Todo es un proceso donde hay altibajos, pero lo importante es seguir adelante con tu ética de trabajo y humildad. Lo que tenga que llegar siempre acaba llegando si sigues bien tu camino”, nos confiesa.

El hoy se tiñe de rojo. Su identificación con el club y la ciudad es tal que siempre tiene un gesto de gratitud a quienes confiaron en un chico que hace unos días entró en la historia del club al convertirse en el jugador con más partidos en Liga Endesa. “Con 24 años tener récords en un club acb es muy, muy complicado. Llevo aquí cinco años y poder batir récords es un orgullo. Me emociona pensar que llegué aquí siendo un chaval sin apenas jugar mucho y ahora me he convertido en un jugador con peso en el equipo. Es un orgullo que este club haya apostado tanto por mí. Por mi parte, solo me queda devolverle el favor dándolo todo sobre la pista”, señala.

Del mañana prefiere ni hablar. Todo lo vivido al menos le dejó la constatación de que solo importan el hoy y el ahora. Nunca fue de pensar muy lejos, pero su mindfulness baloncestístico esconde una reflexión mayor. “Después de tantas cosas que he vivido, no me pongo metas a largo plazo. Siempre he ido, temporada a temporada, intentándolo hacer lo mejor posible para ir subiendo escalones. En cualquier caso, con 24 años formar parte de un gran club como es Zaragoza es un orgullo”, dice.

Ha pasado una década desde su paso por la Minicopa y ya sólo en las hemerotecas resuena el eco del 'nuevo Ricky Rubio' o el 'Magic gallego'. Jonathan rasgo el corsé de las comparaciones y rompió con las cadenas del pasado para volar libre, volar siendo Jonathan Barreiro... Y eso ya es mucho.