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De Terrassa a Harlem (V): Mi amigo Joe, el Destroyer

Las leyendas también son personas, por eso el tiempo las humaniza. Una leyenda es lo que buscaba Rubén Alcaraz en NY y un amigo es lo que encontró. He aquí cómo conoció a Joe Hammond, el afable Destroyer

Joe Hammond es una auténtica leyenda de la Rucker League
© Joe Hammond es una auténtica leyenda de la Rucker League
  

Lo admito, estoy nervioso. No todos los días se tiene la oportunidad de entrevistar a la mayor leyenda viva del streetball, Joe ‘The Destroyer’ Hammond. ¿Que quién es? A bote pronto se puede decir que es un tipo que endosó 50 puntos a Julius ‘Dr.J’ Erving en un partido de la Rucker Pro en el año 1970. Lo más impresionante es que había llegado a la cancha al descanso...

Se trata de un hombre que provocó que Los Angeles Lakers vinieran expresamente a New York a ficharlo como la solución a la por entonces invencible dinastía de los Boston Celtics. Hammond rechazó los 50 mil dólares que le ofrecieron por una temporada, ya que tenía debajo del colchón de su cama 200 mil, conseguidos a través de la droga que traficaba.

Pero, ¿cómo una persona como yo conoce a una persona como él? Tras pasar toda la mañana de un frío domingo en un evento en Times Square de compra-venta de zapatillas (sí, soy un sneaker-head, por si alguien no lo sabía), volví a casa a descansar de una semana movidita. En el metro de vuelta a Harlem, decidí pasarme a echar un vistazo por la Pelham Fritz 38 and Over, liga de veteranos a partir de 38 años de bastante nivel. La semana anterior había asistido a su All Star y había podido disfrutar de leyendas como Future, Master Rob, y Gus Williams, otrora campeón NBA. Esta liga se disputa en la calle 127 entre la Quinta Avenida y Madison Avenue, a apenas cinco bloques de donde vivo.

Al poco de coger asiento reconocí una cara familiar a apenas diez metros de mí. Le pregunté a un viejo aficionado si ese hombre era Joe Hammond, The Destroyer. “Yes, he is” fue su respuesta. ¡Guau! ¡Por fin encontraba a ‘mi leyenda’! (Digo esto, porque estoy trabajando en un proyecto que espero vea la luz muy pronto, y deseaba conocer y entrevistar a una vieja gloria del streetball). “He was awesome!”, exclamó de repente el mismo aficionado que estaba sentado a mi lado, un minuto después de su anterior respuesta.

Pero antes de decidir presentarme, Joe cogió su bastón, y cojeando salió del pabellón. Esperé que volviera con la esperanza de que hubiera ido al lavabo…pero no fue así. Después de diez minutos decidí irme a casa con una sensación agridulce. Al salir de nuevo a la calle, allí estaba Joe apoyado en un árbol, y recogiendo limosna de algunas personas que entraban al edificio. Me dirigí a él y me presenté: “Hi Joe, I’m Ruben a writer from Barcelona”. Me miró con desconfianza, y se quedó callado. Le expuse lo que quería de él, hablar un rato, preguntarle cosas. “Eso te va a costar dinero”, me espetó. “Vamos hombre, que salí en el primer número de la revista Slam, ¡la revista Slam!. Ocho páginas hablando de mí”, empezaba a animarse. Tras negociar, le di 20 dólares por su tiempo y una de las camisetas que estaba vendiendo. Le hablé de las historias que había leído sobre él y de Vincent Mallozi, el periodista que mejor ha explicado la vida de Hammond. Gracias a los magníficos artículos de Gonzalo Vázquez y el reportaje que había leído en la revista Slam Streetball pude demostrarle que sabía bastante acerca de él. Joe empezaba a sentirse más confiado, y a hablar con una sonrisa. “Me recuerdas a Vincent, y me transmites confianza, te ayudaré a escribir algo muy bueno. Te voy a explicar cosas para que escribas cinco libros”, me dijo ante mis oídos emocionados y mi cerebro carburando al 200%. Tras darme la dirección de su casa, que se encuentra a apenas 300 metros de la mía, quedamos en vernos el martes en su casa.

Una leyenda viva

Tras preparar a conciencia cámara de fotos, grabadora (comprada el día anterior regateando más que Onésimo) y una pauta mental de preguntas, salgo a la calle donde la temperatura es de -10 grados y todavía hay un grosor de nieve considerable a pesar del soleado día. Puntual llego a su casa y llamo al timbre. Me siento como el joven Jamaal Wallace delante de la puerta del gruñón escritor William Forrester en la película Descubriendo a Forrester. Llamo una segunda vez. Y una tercera. Pero nadie abre la puerta. Lo mejor que puedo hacer es irme a desayunar y volver de nuevo. Así lo hago y nada más llamar al timbre aparece Joe y me hace un signo de que espere. Al momento sale una mujer y me invita a pasar al recibidor y esperarlo allí. Joe se está acabando de poner la chaqueta, y me presenta a la mujer que resulta ser Joy, su hija mayor.

Rubén Alcaraz y Joe Hammond, un encuentro entre leyenda y escritor
© Rubén Alcaraz y Joe Hammond, un encuentro entre leyenda y escritor
Salimos a la calle y empezamos a caminar sin saber, al menos yo, adonde nos dirigimos. “Vamos al local de un amigo, allí podremos hablar”, comenta. Durante el camino Joe es saludado por varias personas. “Mucha gente me conoce”, explica. Estoy paseando por Harlem con una leyenda, pienso emocionado. En un par de ocasiones se detiene a hablar con los que le han saludado, y me presenta ante ellos. En una ocasión lo hace diciendo que soy su sobrino. ¡Wow!

Llegamos helados a la barbería regentada por su amigo Polo Greene. Típica barbería neoyorkina al más puro estilo El príncipe de Zamunda, que transmite un clima ideal para charlar amistosamente. Más que una entrevista, lo que hablamos es de su vida: su juventud, su época de jugador, y su actual situación. Joe recuerda todos los detalles de su vida, y repite constantemente: “Siento como si hubiera sido ayer”.

Seguramente se ha recordado a si mismo sus días de gloria, y su oportunidad desaprovechada de fichar por Los Angeles Lakers. Pero no tenía otra opción. Lo volvería hacer, su vida se encaminó a no tener elección. Siempre ha vivido en Harlem, un barrio que no era ni la sombra de lo que es ahora. Se desmitifica a sí mismo en algunas historias. “Me dijeron que el partido empezaba a las tres, y cuando me llamaron diciendo que había empezado a la una, un amigo que conducía limusinas era el único que podía llevarme en ese momento hasta Rucker Park”, explica sobre el más famoso partido jugado en la historia del streetball.

“Hace poco te vi en el documental The Real, que habla sobre las leyendas del Rucker Park” le informo. “¿Oh sí? Esa gente aún me debe dinero\", responde pensativo. “Hace poco me grabaron para otra cosa y anoté 17 tiros consecutivos”, explica Joe. Le comento que he visto ese vídeo en Youtube. “¿Ganan dinero con eso?”, pregunta inmediatamente. “No lo creo, tampoco sé cómo funciona eso del youtube”, intento desviar la conversación.

Joe utiliza en su vocabulario constantemente las muletillas “man”y “bro”, y transmite cercanía conmigo en todo momento. Me explica que tuvo cuatro hijas y ningún hijo. Y que a nadie le había explicado antes la muerte por neumonía de Beverly, el amor de su vida, y todo el sufrimiento que había pasado viéndola morir en el hospital. Hay un momento en el que tengo la sensación de que sus ojos se van a humedecer más de la cuenta. Hammond está ya en los 60 años, pero su sonrisa delata que le queda mucha cuerda y mucho baloncesto por enseñar. “¿Recuerdas la camiseta que te di domingo? Pues un amigo, Fred Brown, hacía un clínic para niños y me dijo si quería ayudarle. Por supuesto que lo hice sin pedirle nada. Pero luego utiliza mi nombre para atraer a más niños, y no recibo nada a cambio”, comenta decepcionado. Tengo la sensación de que todo el dinero que no consiguió jugando, lo intenta conseguir ahora. Como comentaba minutos antes uno de sus amigos en la calle: “Joe nunca jugó por dinero. Jugó por amor al juego. ¡For the love of the game!”.

Me pregunta si conozco a Norman Nixon. “Of course, man. Jugó en Lakers y Clippers, y está casado con Debbie Allen, la profesora de Fama”, le respondo inmediatamente. Joe le pregunta a Polo si tiene las copias de la foto que se hicieron con Nixon hará pocos meses en ese mismo lugar. Cuando trae la foto, Joe dice: “Es para ti Ruben. Aquí tienes una foto exclusiva que no tiene nadie”. Y con una sonrisa empieza a dedicármela en el reverso. “…\". Obviamente, me quedo sin palabras.



Cuando recupero el habla intento seguir con preguntas pero me corta diciendo: “Ya está bien por hoy”. Quedamos en vernos el siguiente domingo en la liga Pelham Fritz, y promete traerme más fotos que nadie más posee.

Salimos a la calle donde le hago entrega de la cantidad que habíamos pactado anteriormente. Se sorprende al ver que saco los billetes de diferentes bolsillos de mis pantalones. “Estoy solo aquí Joe, y nunca se sabe lo que puede pasar. Es solo un poco de precaución, no tengo miedo”, le explico. Medio enojado me contesta: “Estás con Joe Hammond. La gente de la calle te ha visto paseando conmigo, nada malo te puede pasar”.

Continua haciendo mucho frío y he olvidado abrocharme la chaqueta. Joe se detiene y empieza a abrochármela: “Te puedes resfriar. Pareces el hijo que nunca tuve.” Detalles como este hacen que no considere a Joe Hammond como The Destroyer, la leyenda, sino como mi amigo Joe.