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Leyendas del Playground (XII)

Brooklyn, una de las arterias profundas de la Gran Manzana, fue cuna de muchos de los talentos de la historia del Basket. Uno de los personajes más grotescos salido de aquellas calles fue James ´Fly´ Williams, todo un supertalento, un gran jugador que mejoraba cada día. Tras su paso por el instituto, fueron varios los colleges que fijaron sus ojos en él, aunque los más prestigiosos le rechazaron por la mala fama que le precedía

Fly Williams aparece muy destacado en la obra
© Fly Williams aparece muy destacado en la obra "Heaven is a Playground"
  

En 1989 y sobre una idea original de Woody Allen aparece una película titulada 'Historias de Nueva York' vertebrada en tres mediometrajes: Allen, Coppola, Scorsese; el mejor de los tres, dirigido por este último, exhibía crudamente la incomprensión de un artista (Nick Nolte) ante (según palabras del crítico Javier Castro) 'la imperiosa necesidad de expresarse, la pasión arrebatada con que se puede coger un pincel y machacarlo contra el lienzo, la necesidad de escapar del mundo que le rodea refugiándose en una paleta de colores, el aislamiento que impone la creación artística'. Entre arrebato y arrebato, Nolte desahogaba sus impulsos con una canasta y un balón en una inmensa buhardilla a modo de estudio. El Baloncesto aparecía así como un velado trasfondo cuando en realidad se le estaba sacralizando como otra forma salvaje de expresión artística. El único trasfondo válido era pues Nueva York pero... 'tres historias tan sólo? Eso era demasiado poco.

De modo que a raíz de aquel filme Michael W. Robbins dedicó toda una década a recopilar historias reales con Brooklyn como único escenario. Terminada la tarea aparecía al inicio de 2002 una obra de casi 500 páginas (y un espléndido álbum fotográfico) titulada 'BROOKLYN: A State of Mind - 125 Original Stories from America's Most Colorful City'. Norman Mailer, Mel Brooks, Jackie Robinson, John Gotti, Spike Lee... decenas de personajes de la más variada fauna componían el brillante cuadro final. Demasiadas historias como para pasar por alto el Basketball, una realidad que como la sangre fluye por una de las arterias profundas de la Gran Manzana. Dentro de aquel volumen, el redactor del Daily News Roger Rubin comenzaba así su relato de dos páginas: 'Si tan sólo importara el talento desnudo, puede que Fly Williams haya sido el más grande jugador de Baloncesto nunca visto'. Puede que Rubin exagerase para glorificar a su hombre y enganchar aprisa al lector pero sería después mucho más fiel en su desarrollo, describiendo con acierto a su protagonista como 'la personificación de Brooklyn, creatividad y expresión, inteligencia y movimiento, bravuconería y condiciones físicas para triunfar de verdad', toda una alegoría deportiva sobre aquel personaje en la cinta de Scorsese. El título de la historia era 'Of hoop dreams dashed'. Y no pasaban ni tres párrafos cuando Rubin justificaba el fracaso de Williams al demostrar en su vida 'how erratic a personality he was'. Y tenía razón. Más allá de su condición técnica, James 'Fly' Williams figura a día de hoy como uno de los personajes más grotescos que ha dado la historia del Baloncesto, protagonista de escenas más propias de un sainete de ficción que de una mínima cordura. El histriónico caso de Dennis Rodman no es ni mucho menos único en su especie; hubo grandes precursores en los años setenta y sobre todos ellos quizá, la figura que abordamos ahora en la serie: James 'Fly' Williams.

De entrada no está nada claro el origen de su sobrenombre. Una de las explicaciones de mayor peso le atribuye 'Fly' como 'mosca que revolotea y está en todos los sitios casi a la vez'; otra se lo aplica como mero 'insecto de color negro' por su escuálido físico de extremidades muy largas, e incluso 'Fly' como sustantivación de un verbo que eternamente correrá asociado a los voladores de este deporte ('Let it flow', susurraba al saxo Grover Washington Jr. a Julius Erving). Sin embargo, puede que el verdadero origen del apodo resida en un singular apócope del adjetivo 'FLamboYant' (vistoso, extravagante, resplandeciente), como el propio Williams adoraba definirse. 'I was flamboyant, yeeahh; it was the style. Clyde (Walt Frazier) had Clyde, and I was Fly. I was Fly before Curtis Mayfield was Super Fly' (todo ello con una dicción que arrastraba los ecos). El error en la pronunciación de un viejo profesor de escuela convirtió a Manigault ('mani-gout') en 'The Goat'; en el caso de Williams la voluptuosa pronunciación 'nigger' de 'flamboyant' ('flay-imboyant') pudo granjearle definitivamente ese mote que hacía además justicia a todas las cualidades anteriores. Y así cuando apenas era un niño James Williams dejó de serlo para convertirse para siempre en Fly Williams.

Nacido el 18 de febrero de 1953 en la miseria del barrio de Brownsville, al este de Brooklyn, el pequeño Fly asumiría desde muy temprana edad que su existencia tan sólo tendría sentido en el marasmo de la calle, al aire libre. Y aprendió aprisa a manejarse en la ley de la jungla acompañando a los muchachos mayores en sus peligrosas correrías. Una de las ventanas de casa daba de bruces con el '66 Park', lo que le condenó a ser otro hijo de los aros, y allí fue testigo de excepción de fauna como Hammond, Knowings o Manigault y compañero de World B. Free o Vinnie Johnson. Cuando le llegó el turno por edad, allá por los 15 o 16 años, no hubo nada ni nadie que evitaran hacerle destacar. 'El sí que fue una leyenda 'cuenta Free- dotada de un supertalento. Estuviera como estuviera siempre acababa anotando un chorro de puntos'. Nacido una manzana más allá, Ronnie Jones fue amigo suyo desde la infancia y compañero después en el instituto: 'Desde muy pronto todos supimos lo bueno que era, sí, pero es que de repente creció muy rápido. Recuerdo que medía 5'9'' y en menos de un año se puso en 6'3'' o 6'4''. Igual que creció en estatura lo hizo también como jugador. Era mejor cada día'. Roger Rubin acertaba al comenzar su relato en nombre del talento a secas. Puede que de todas las figuras de la serie, esta sea la de mayor grado de expresionismo desnudo y ya veremos cómo enseguida el universo entre los dos aros se le quedó pequeño. Así Rick Telander, autor de la auténtica Biblia del asfalto, 'Heaven is a Playground', escribió: 'En realidad puedo decir que tenía todos los movimientos de Jordan antes de Jordan. Era como si anotara por desahogo, como si le fuera la vida en ello. Una vez le pregunté a Vinnie Johnson, vecino suyo, si me lo parecía a mí solamente o es que de verdad aquel chico era tan extraordinariamente bueno. Y me dijo que sí, que era mucho más que bueno'.

Fly alcanzó pronto su metro noventa y seis. Físicamente recordaba muchísimo al Roger Brown que hacía estragos en los Pacers de la ABA, a Charlie Scott, y más actualmente, a los primeros Pippen y McGrady por su figura estilizada de extremidades finas y largas. Amante de las acrobacias en el aire su talento para el juego en solitario parecía inagotable. Llegó a ser All-American en la dura Madison High School cuando consiguió promediar unos asombrosos 28.2 y 21 rebotes por partido. Pero aquel amor hacia el baloncesto era por contra un rotundo rechazo a la docencia. Como indica Rubin 'ni estaba preparado para los estudios ni nunca pudo obtener una graduación digna'. Y en palabras del propio Williams: 'A mí me encantaba perseguir a las chicas y la verdad, casi nunca iba a clase'. Así tuvo que terminar el instituto en una escuela especial, la Glenn Springs Academy bajo el mando de Rodney Parker, un maestro que Telander inmortalizó en su libro por su milagrosa facultad de enmendar rotos y colarles como fuese en alguna universidad. Durante aquel año Fly se fue hasta los 33.9 y el equipo de la escuela registró un 33-2 a su favor. Pasó entonces a convertirse en diana de varios college, pero como suele ocurrir, los más prestigiosos renegaron siempre de la mala fama y Fly la tenía toda ella en su contra.

Al término del instituto es momento de rescatar la sufrida figura de Leonard Hamilton (años después técnico universitario en Oklahoma St. y Miami además de los Wizards), quien en 1972 debutaba como asistente en la pequeña Austin Peay (en Clarksville, Tennessee). Hamilton había recibido la orden de su técnico Lake Kelly de conseguir reclutarle evitando que Fly recalara en Marquette, Houston o UCLA. Adentrarse en el corazón negro de la urbe era algo que cualquier blanco de aquella universidad iba a eludir y por esa razón enviaron al joven Hamilton, novato de raza negra. 'Aquel era mi primer año fuera del colegio 'cuenta Hamilton- y no tenía por ello ningún crédito especial así que puse todo mi empeño en cumplir el objetivo. La verdad, yo no sabía gran cosa de los chicos de New York pero había oído hablar varias veces de él y decidí adentrarme en la ciudad y buscarle hasta dar con él. Cuando llegué al domicilio era muy tarde y pensé que por lo menos le encontraría... pero me equivocaba'. Como de costumbre, el chico no estaba en casa y casi mejor que Annie, la madre de Fly, le hiciera pasar porque no eran horas ni lugar para que un desconocido con traje merodease por allí. Hamilton se esforzó con las habituales triquiñuelas de los hombres de college ('Verá, traigo un futuro para su hijo...') y fue invitado por ello a una cena ligera y después, ya entrada la noche, a aguardar al joven en una escuálida silla en la salita de casa. Los Williams se acostaron después y Hamilton pasó una de las noches más difíciles de su vida. Ya de madrugada y completamente solo no hacía otra cosa que mirar nervioso el reloj... y a través de una ventana que inesperadamente le devolvió más de una escena inquietante. Cuando finalmente el chico regresó a casa se encontró a un hombre completamente dormido en una silla de la que a punto estaba de caer. Eran las siete de la mañana...

Pero todo salió a pedir de boca después. 'Hablamos y a él no le pareció mala idea. Terminamos llevándonos muy bien'. Alrededor del mediodía llegaron a un acuerdo. Así que a partir de ese momento Fly Williams jugaría con los Govs de la pequeñísima Austin Peay, donde nadie ha conseguido todavía igualar su legado. Lo abordaremos en la próxima entrega, en la que haremos mayor hincapié en sus escenas de calle y playground (esperpento sin parangón) en la etapa que perfilaría definitivamente su verdadera leyenda.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM