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Leyendas del Playground (XIII)

Gracias a su gran talento ofensivo, James 'Fly' Williams dominaba cualquier partido que disputase. En las calles de Brooklyn, nadie quería perderse sus actuaciones que, con el tiempo, pasaron a ser verdaderos 'shows'. Cuando fue reclutado por la universidad de Austin Peay no sólo no bajó su rendimiento sino que hizo historia. Otro tema bien distinto, que afrontaremos en la siguiente entrega de la serie, fue su carrera como profesional

James Williams pidió expresamente que olvidaran su nombre
© James Williams pidió expresamente que olvidaran su nombre
  

Al caer cualquier tarde de verano en Nueva York los rascacielos de la Avenue regalan una agradable sombra al Foster Park, en el mismísimo corazón de Brooklyn. Allí se apiñaba el gentío buena parte de los setenta para contemplar el plato fuerte de cada jornada, que solía comenzar entre las siete y las ocho, cuando el calor aflojaba. Aunque en realidad la sagrada hora, además del sol, la marcaba la presencia de los más fuertes, los mejores, los que limpiaban la pista de chiquillos para dar paso a los hombres. Pura selección natural.

Pero aquella tarde el carnaval arrancó sin una de sus joyas. Lloyd 'The World' Free, Phil 'The Thrill' Sellers, Vinnie 'The Bronx Bull' Johnson y Ronnie Jones entre otros, aguantaban el tirón como podían contra aquellos tipos de la 98 (hoy esencialmente portorriqueña). De pronto, cuando la muchedumbre alcanzó su mayor número se escuchó el rechinar de unos neumáticos sobre el asfalto. Parecían venir de Lots, la avenida principal desde la que una de sus calles se colaba hasta el parque, la zona prohibida. Era un Rolls a toda velocidad. Todos lo pudieron ver. El enorme coche, de un dorado que dañaba la vista, derrapó en un brusco giro y fue a detenerse cruzado en mitad de la calle, fuera del vallado del parque. Del vehículo salió aprisa una curiosa figura ataviada con un larguísimo abrigo de visón, un gran sombrero de gaucho blanco y unas gafas de sol que le cubrían la mitad del rostro. No podía ser otro. Era Fly, el más loco de todo Brooklyn (puede que testigo años atrás de la misma escena de Hammond que relatamos en la quinta entrega e igualmente erotizado por un rocambolesco estilo de vestir que había hecho célebre a otro mito allí, Pee Wee Kirkland). En cuanto fue reconocido, toda aquella gente acostumbrada a sus locuras rompió a gritar, reír y aplaudir. No se veía a menudo un coche como aquel. Fly les brindó un poquito de pasarela por la banda y con toda la tranquilidad del mundo pasó luego a quitarse el abrigo, bajo el que tan sólo calzaba camiseta, calzón y unas viejas Taylor de tela negra. Y sin mediar palabra entró después a escena.

(La anécdota aparece relatada con leves diferencias en diversas fuentes; Anthony McCarron, autor de un monográfico sobre Fly Williams en 1998 aparecido en SLAM, la resume muy brevemente para el especial de esa revista en 2003 que comenzaba así: ¿Everyone knew when Fly from the 'Ville arrived at a pickup game in Brooklyn. How could you miss him?' . El Baloncesto en las calles de Nueva York ha dado decenas de miles de jugadores anónimos. Puede que el criterio más acertado para separarlos de las Leyendas sea ése que apunta veladamente McCarron: que nadie quería perdérselos cuando iban a jugar).

Sudando Fly de lo lindo y con su equipo ya por delante, no se había llegado al descanso cuando una patrulla de policía en coche cruzó despacio el anillo que rodeaba el parque. Al poco se detuvo. El gigantesco Rolls Royce hacía casi de muro en plena vía. Uno de los agentes salió del coche y merodeó lentamente el Rolls con cara de pocos amigos. Se escucharon entonces los primeros gritos de auxilio al brotha': 'The car, Fly, the car!', y Fly siguió jugando como si nada. Pero los tipos de la 98, honradamente, hicieron un amago de parar puede que para evitar que la cosa fuese a mayores y el partido al garete. Cuando uno de los policías preguntó a gritos de quién demonios era aquella pieza, Fly presumió con un golpe en el pecho señalando (con cierto tono burlón):

-Mine, agent, mine, of course.
-Park it! 'repuso el policía en seco.

Cuentan que pavoneándose, Fly acudió bajo canasta donde había dejado el abrigo, cogió las llaves de un bolsillo y se las arrojó al policía diciendo: 'You park it!' con toda la naturalidad del mundo. Cuando toda aquella muchedumbre, como en un partido de tenis, dirigió en silencio la mirada al policía (que había atrapado las llaves a vuelo), éste debió sentirse tan abrumado por aquella irreverencia en plena selva negra que sin mediar palabra terminó aparcando él mismo el coche. Un chico recogió de manos del policía las llaves y acto seguido la patrulla se largó. Como si nada hubiera pasado el carnaval continuó hasta que, como siempre, tan sólo la falta de luz sentenció su final.

Fly Williams era todo él una personalidad extraña (en el fondo otro solitario con la muchedumbre por castigo). Aceptó la oferta de Austin Peay como probablemente hubiese aceptado la de cualquier otro emisario negro que se hubiese acercado a su casa, con la salvedad de que Austin era lo suficientemente pequeña para saciar su hambre de protagonismo. Williams es una leyenda del asfalto pero no lo es menos en Austin Peay aún a día de hoy, tres décadas después. 'Cuando fui allí por primera vez tenían mi nombre en lo más alto'. Y no era para menos. Como freshman en el 73 registró 29.5, la quinta mejor marca de todo el país (anotó 51 puntos en dos ocasiones) e ingresó por primera vez a la pequeña AP en el NCAA Tournament. 'Llenaba los pabellones 'cuenta Leonard Hamilton-. Reconozco que es de largo el mejor jugador que he reclutado en mi vida. Jugaba duro y podía dominar todo un partido él solito. Teníamos un pequeño trofeo que dábamos al jugador que más responsabilidad tuviera en la pista. Los dos años que estuvo con nosotros se lo dimos a él'. Inspiró así el cántico más legendario que se haya escuchado nunca en el Duke's Cameron Indoor Stadium, el pequeño pabellón de AP: 'Fly is open, Fly is open, let's go Peay', y en los coches de Clarksville (Tennessee) aparecían pintadas con 'Fly with the Govs'. Él solo revolucionó aquel minúsculo college. 'Para AP llegó a ser un hito que multiplicó la venta de entradas hasta lo desconocido allí', añadía en su relato Roger Rubin. Aquello ya era más que suficiente pero Austin llegó a derrotar a Jacksonville con 26 puntos de Fly antes de caer en la prórroga de las Regional Semifinals contra Kentucky por 100 a 106. Como sophomore Fly alcanzaría los 27.5 por noche y pasó a creerse el mismo dios que era en las calles de Brooklyn. Pero aquel segundo año perdió incluso la titularidad por un grave problema que venía arrastrando con su entrenador Lake Kelly. Así lo cuenta Rubin: 'Él y su técnico discutieron fuertemente hasta el punto de que Kelly terminó enviando al banquillo a Fly. La temporada terminó con muchas desavenencias y con una suspensión para el soph'. Y Fly se largó anunciando su marcha a los pros. En 54 partidos en dos años había sumado 1541 puntos a un increíble promedio de 28.5.

Pero al igual que en otros casos de la serie toda su habilidad para el juego era remota a su disciplina y así Rubin sentenciaba que 'todas sus habilidades para autovenderse se diluían en su torpeza para elegir una dirección definida. Daba tremendos dolores de cabeza a sus entrenadores'. Y Hamilton, uno de sus primeros orientadores, tenía claro que Fly 'debería haber aguantado uno o dos años más. Lo hubiera notado muchísimo porque habría madurado algo más', cosa que ni remotamente sucedió.

¿El destino? Uno a su medida, allá donde podía dar rienda suelta a sus delirios de auténtico chiquillo, la libertina ABA y un equipo que parecía querer reclutar fieras incorregibles, los Spirits de St Louis de 1975.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM