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Leyendas del Playground (XXIV)

Por lo general, las grandes estrellas del Playground fueron jugadores que no tuvieron una trayectoria profesional. Sin embargo, existen algunos nombres que llegaron a ser figuras tanto en la calle como en la cancha. Es el caso de Connie Hawkins, 'The Hawk', el auténtico pionero del baloncesto en la calle. En esta primera entrega conoceremos sus inicios y la traición de un compañero que le llevó a estar, para muchos, en el lado oscuro

Connie Hawkins fue el gran pionero del Playground
© Connie Hawkins fue el gran pionero del Playground
  

Con cierta lógica selectiva hemos ido exceptuando a quienes tuvieron una oportunidad profesional que no dejaron escapar. Aquí los grandes textos apuntaron al otro lado, el de los que no la tuvieron o no la supieron aprovechar. Con todo, no se puede evitar la mención de algunos grandes híbridos, anfibios del asfalto y el parqué, colosales figuras del calibre de Tiny Archibald, Julius Erving o el extraordinario caso que nos regala ahora dos nuevos episodios, Connie Hawkins, cuyo enorme infortunio (pese a sus años de profesional) le sitúa más cómodo entre el inmortal grupo de leyendas condenadas que entre la inmaculada élite de las 'NBA Stars', diga lo que diga la Historia oficial posterior, como inclinada a resarcir con él un daño que nunca podrá reparar. Nosotros lo hacemos dedicándole el último gran texto porque hablamos en todo caso del gran pionero para muchos del ayer llamado 'Playground' y hoy 'Streetball', una leyenda que el tiempo favorece y cuyo sobrenombre no podía ser otro que 'The Hawk'.

El periodista Alan Paul, integrante de aquel fabuloso trabajo para SLAM, abría así su particular reseña: 'Connie Hawkins is the father of us all. ['] He was the precursor to Doc, Michael Jordan and all we hold dear'. Decía en otro lugar su prestigioso colega Frank Deford que el Baloncesto moderno dio comienzo con Elgin Baylor, y por muchas razones vamos a añadir nosotros a Connie Hawkins escogiendo una en particular: Baylor y Oscar Robertson anticiparon las dos primeras posiciones del juego, de acuerdo, pero Hawkins, en el mismo momento de definiciones herméticas, cumpliría un papel similar con las otras tres. Ese pequeño helenco de tres hombres, de juego imprudente e insobornable, representó el comienzo de una nueva era en el Baloncesto profesional, pero 'El Halcón' ya había iniciado la Revolución en un planeta virgen, el corazón de la urbe, auténtico yacimiento de talentos a partir de su legado. Nos sobran, pues, razones para incluirle con letras de oro por aquí.

Cornelius Lucius Hawkins no vino al mundo para triunfar en la calle. Lo hizo para ser miembro de pleno derecho de los 50 mejores jugadores que el Baloncesto americano haya dado en cualquiera de sus épocas. Sin embargo su vida profesional fue muy amarga y desgraciada, y a la larga la calle le resultaría como a tantos otros su más cálida madriguera, un hogar donde nadie le hizo el menor daño, cosa que sí ocurrió en terreno oficial y su ingenuo carácter nunca terminó de entender. Nació en el Brooklyn más profundo el verano del 42, un lugar donde no era extraño que un chico como él ya fumara marihuana con trece años. Y como la yerba seca mucho la boca y los bolsillos también, podía uno encontrarlo a los catorce bebiendo vino barato a diario en cualquier rincón.

Iniciado antes que otros no se echó a perder, pero con apenas dieciseis años, como sophomore de la Boys HS, su aspecto era desolador: un larguirucho de 1.90 cuyo peso rondaba los 63 kilos (ni tres por encima de Earl Boykins). Sobrevivió gracias al hallazgo personal de un sentido sobre el que gravitar, el Baloncesto, y ya como junior promedió dobles figuras manteniendo todo el año invicto al instituto en la Public School Athletic Championship, cosa que el New York Post reconoció haciéndole hueco en el equipo ideal de la ciudad. Con 18 años su cuerpo entró en razón: 1.99 y 88 kilos como motores de un talento asombroso. Siendo senior registró más de 25 puntos por choque alcanzando los 60 en una ocasión y así la Boys finalizó imbatida durante otro año más antes que Connie pasara a engrosar los más altos prospectos universitarios de la nación. Comida, dinero, abonos de temporada y viajes fueron las más de las cosas que algunos de los 250 college le llegaron personalmente a ofrecer. Como vimos con Raymond Lewis, ciertos ¿men in black' universitarios no repararon en flirtear clandestinamente con jóvenes que no podían o no sabían negarse. Pero mucho más reprobable pudo resultar la actitud del entrenador de Kentucky Adolph Rupp días antes que Hawkins se decantara por Iowa. Con ocasión de toparse con un periodista neoyorquino le preguntó: 'Oye, y este Connie Hawkins' 'es blanco o es negro?'. Ignorando si la decisión fue o no inmediata, cuenta Ron Flatter (ESPN Classic, More on C.H., nov. 19, 2003) que 'cuando le dijo que Hawkins era negro, Rupp perdió todo el interés'.

En la universidad de Iowa, Hawkins tan sólo tuvo tiempo de humillar en pretemporada a la estrella del equipo, Don Nelson, justo antes de abatirse sobre él una terrible traición que le hace único entre las historias de esta serie. Tan pobre era en realidad que no disponía del dinero suficiente para abonar las tasas y gastos estrictamente universitarios, unos 200 dólares. El joven pidió prestado el dinero a Jack Molinas. Y aquí conviene detenerse: ¿quién demonios era este tipo? Vamos a tratar de resumir uno de los asuntos más espinosos que quepa imaginar por dos razones: es necesario y merece la pena al lector.

En noviembre del 54 una decena de academias universitarias firmaron un acuerdo para formalizar el nacimiento de una liga deportiva cerrada, elitista y de exclusiva raza blanca (a definición del periodista Paul Zingg, 'the last bastion of ´pure´ collegiate athletics"). La ironía del destino quiso que poco después uno de sus miembros, un alumno aventajado de Columbia, se viera envuelto en el mayor escándalo de apuestas y juego sucio en la historia del baloncesto americano. Ese era Jack Molinas, apodado 'The Spaniard' (el hispano), blanco puro nativo del Bronx multirracial.

De entre los equipos que le tantearon en 1953, previo paso a la NBA, fue finalmente Fort Wayne quien se lo acabó llevando (y eso que Red Auerbach apostó duro por él). Lo primero que hizo Molinas, excelente alero, fue pedir al propietario Fred Zollner un contrato de diez mil dólares por su primer año, mucho más que ningún otro novato jamás. Tras el acuerdo, su trayectoria profesional concluiría 29 partidos después, el 7 de enero del 54 contra Syracuse, porque al día siguiente el comisionado Maurice Podoloff le acusaría formalmente de haber apostado dinero al menos en diez partidos en los que jugó. Una vez probado Molinas fue expulsado de la NBA, pero su compulsiva ludopatía seguiría adelante, esta vez en la jugosa liga universitaria por la que tan bien se movía gracias a sus frenéticos contactos. De 1957 a 1961 viajó de campus a campus tentando a los mejores jugadores con prostitutas y dinero; todo un mercenario del 'scouting' que añadió a su curriculum el boxeo y las carreras de caballos (los que debían perder detenían ferozmente su final de carrera por los electrodos que él mismo había colocado). Cuenta Ted Mann ('REVISITING JACK MOLINAS: The Spaniard's Fix', Ivy Athletics, sep 16, 2002) que podía ganar más de 50 mil dólares a la semana apostando y ofreciendo los mejores a los más reputados college ('He had no fewer than twenty-seven collegiate programs in the bag'). En su excelente biografía sobre Molinas ('THE WIZARD OF ODDS: How Jack Molinas almost destroyed the game of basketball'), Charley Rosen afirmaba que aquel enamorado del juego (de azar y dinero) 'adoraba simultanear tantas partidas secretas como partidos en público'. Luego de infinidad de avatares más (que darían para otra jugosa serie) y quince años de prisión, Molinas fue asesinado de un disparo en la cabeza en 1975.

Pues bien, este fue el tipo con quien tuvo la desgracia de toparse Connie Hawkins, quien prometió devolverle los 200 dólares en cuanto pudiera, cosa que adelantó su hermano Fred unos meses más tarde. Sin embargo Molinas tuvo aún el descaro de acusar a Connie Hawkins no sólo de no devolverle el préstamo sino de haberlo hecho por el expreso deseo del jugador de apostar en partidos de la liga universitaria. El escándalo dio lugar a una investigación donde quedó probada la participación de Molinas, efectivamente, en un tremendo lío de apuestas donde aparecieron envueltas 12 universidades y 22 jugadores, uno de los cuales era ese chico de apenas 19 años que ni siquiera había jugado un solo segundo como tal. Ya en la cárcel Jack Molinas, de vida y nombre como sacados de una película de secuaces, negaría haberle dejado ningún dinero. El juicio confirmó también dos cosas: la declaración limpia de Hawkins y su inapelable inocencia. Pero los sucesos posteriores se empeñaron en demostrar que ambas sirvieron de poco.

El jugador se declaró elegible en el draft de 1964. Uno a uno fueron pasando dolorosamente los equipos hasta que la lotería dio por finalizada. El nombre de Connie Hawkins, como si estuviera maldito, no sonaría en toda la noche. Nadie lo eligió. La NBA se apresuró a señalar que todo se trataba de una casual coincidencia (Flatter: ''and that each team decided unilaterally it didn't want him') pero parecía claro que alguien estaba vetado allí, algo que no se confirmó hasta pasados los drafts de 1965 y 1966, donde volvería a ocurrir exactamente lo mismo. 'After the latter draft, the NBA Board of Governors voted to bar him'. Vetado. La liga había ignorado arbitrariamente la sentencia favorable al jugador pasando a hacer públicamente oficial su exclusión. Hawkins siguió adelante y la justicia, amparada en la ley anti-trust, le daría finalmente la razón luego de interminables sesiones y vistas que dieron término en 1969, casi una década después de pedir un puñado de dólares a la persona equivocada. El jugador fue indemnizado con sucesivos pagos que superaron con creces el millón de dólares. 'Hawkins was to receive a $600,000 annuity starting at 45 and $250,000 in cash (half at once and the other half paid out over five years)'. Pero el daño ya estaba hecho y parecía irreparable.

Para mejor entender lo que ocurrió con él a partir de 1960, durante los años de tortura y veto, era inevitable relatar lo sucedido, una terrible maldición que marcó para siempre la desgraciada carrera de Connie Hawkins y que, como apuntamos al inicio, le hace acreedor de otra razón de peso para incluirle aquí por ser éste refugio ideal de legendarios condenados y caídos. Veremos su trayectoria, lo que verdaderamente importa, en la próxima entrega. Pero había que abrir esta puerta para poder pasar al otro lado.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM

Las 'Leyendas del Playground' de G Vázquez, al completo