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Leyendas del Playground (XXV)

Tras el infierno judicial, las grandes ligas estaban vetadas para Connie Hawkins. La ABL fue su destino y la Rucker su refugio hasta que llegó la oferta de los Harlem Globetrotters. Cuatro años que le sirvieron para desarrollar toda su clase como jugador y que le abrieron las puertas de la primera competición importante: la ABA. De allí, de nuevo los tribunales, la denuncia al veto de la NBA y su debut con los Phoenix Suns. Pero la calle siempre ue la que le ofreció libertad y diversión

Connie Hawkins
© Connie Hawkins "voló" con los Globs durante cuatro años y con ellos desarrolló todo su talento
  

Mientras su vida personal se veía azotada por todo aquel infierno judicial, proscrito de los dos pasos lógicos a seguir (NCAA y NBA), mientras agachaba avergonzado la cabeza ante las cámaras cada vez que aparecía en rueda de prensa junto a su abogado, Connie Hawkins trató de salir adelante con lo único que sabía hacer, seguir jugando allá donde fuera refugiándose cada verano en el corazón de la urbe. Demasiado joven para derrumbarse y renunciar, siempre habría hueco para enrolarse en ligas menores. Así en 1961 fue acogido por la American Basketball League (precursora del triple) donde jugaría para los Rens de Pittsburgh, muy próximos a su Brooklyn natal. Su impacto allí fue inmediato siendo nombrado aquel año jugador más valioso con promedios superiores a 27 puntos y 13 rebotes (su único partido de Playoff registró 41 puntos en una serie de 14 de 23 y 13 de 14 libres más 17 rebotes). Consciente que la ABL le sabía a poco, decidió seguir jugando por mero respeto a su primer contrato firmado, como si fuera algo sagrado. Pero aquella pequeña liga quebró en diciembre y Hawkins, dieciseis partidos después de su segunda campaña, se quedaría otra vez a las puertas de algo que no terminaba de llegar.

Por fortuna su exilio duró poco. Los Globetrotters, siempre atentos al juego libertino del asfalto neoyorquino, habían seguido los progresos de aquel chico cuya mano derecha hacía con el balón lo que le daba la gana. Y hubo algo más: el fundador de los Globs, Abe Saperstein, había sido propietario de los Chicago Majors en la ABL y conocía perfectamente tanto el portentoso juego de Hawkins como su difícil situación legal. Así que terminando 1963 llegaron fácilmente a un acuerdo.

No debe olvidarse que más que visitar la Rucker, Hawkins había dado ya al torneo sus primeros días de gloria. Allí tuvo lugar el verano anterior la primera gran colisión histórica de colosos (abordada en el cap. XVI) como duelo directo entre el civilizado profesional, Wilt Chamberlain, y el nativo salvaje Connie Hawkins. El cronista Alan Paul destacaba así el primer gran hito del Rucker Park: 'He teamed with Ed 'Czar' Simmons and Jackie Jackson for one of the great playground squads of all time, and they played a legendary game against a Wilt Chamberlain squad at Rucker Park in the summer of '62'. Los cuatro años posteriores al acuerdo, hasta 1967, Hawkins compartió la colorida camiseta de Harlem con legendarios indómitos de la talla de Hubert Ausbie, Meadowlark Lemon, Curly Neal, Pablo Robertson, Woody Sauldsberry (mejor novato de la NBA en 1958) o su fiel compañero de batalla Jackie Jackson. Aquellos cuatro años resultaron una cálida y fraternal diversión por la compañía y libertad de juego, pero no es menos cierto que Hawkins sufría auténtico dolor por la falta de la verdadera competición, la chispa de cualquier profesional de los aros. Algo que igualmente compartía con su pequeño compañero Pablo Robertson, al que se enfrentó ferozmente en el Rucker All Star de 1967 formando pareja el halcón con el férreo Willis Reed.

Aquellos veranos en la Rucker demostraron que Hawkins ansiaba batirse el cobre en las trincheras de cualquier liga que le permitiera simplemente competir. Y así en 1967 otra carambola personal se cruzó felizmente en su camino. La ABA daría comienzo terminado el verano y la casualidad y el dinero quisieron que Gabe Rubin, el antiguo propietario de los Pittsburgh Rens para los que Hawkins había jugado en la ABL, ingresara en la nueva liga con otro equipo de la misma ciudad, los Pipers. 'The Hawk' fue la primera opción para el millonario, que trató de amarrarle ofreciéndole un contrato de dos años y 45 mil dólares el 2 de febrero de aquel año 67, mientras Connie aún volaba para los Globs. El jugador, cuando el proyecto de la nueva ABA parecía todavía un sueño, firmó el papel a ciegas.

La ABA nunca disfrutó de un contrato serio de Televisión pero los primeros paladares presentes en los graderíos degustaron con infinita sorpresa y placer aquel juego evocador que no se había visto hasta entonces en ninguna otra liga. Hawkins coincidiría allí con viejos amigos de la calle como el sensacional alero y primera elección histórica de los Pacers Roger Brown, rescatado para el Baloncesto cuando metía horas a destajo en una planta de montaje de la General Motors. Entre semejante colección de talento que siempre acompañó a la ABA, Hawkins fue allí coronado rey desde el primer instante. Alternando asombrosamente las tres posiciones altas (F - PF - C) terminó aquel primer año como máximo anotador, jugador más valioso (26.8 - 13.5) y lo que es más importante, cumplió con quienes habían confiado en él otorgando el primer título de la ABA a la ciudad de Pittsburgh con un quinteto inolvidable formado por Charlie Williams, Chico Vaughn, Art Heyman, Connie Hawkins y Tom Washington.

El verano siguiente los Pipers cambiaron de sede y se marcharon a Minnesota. Hawkins superó aquel año los treinta de promedio, repitió All Star y cinco ideal, y el 27 de noviembre, hipermotivado ante el equipo de su ciudad natal, los Nets de New York, anotaría 57 inagotables puntos. Pero terminada la temporada no aguantó más. Pasó a ofrecerse a equipos de la NBA donde a toda costa quería recalar. La gran liga lo tenía vetado de por vida y el jugador se vio obligado a llevar a los tribunales a la mismísima NBA. El juicio, público, interminable, doloroso, le fue finalmente favorable por el derecho a trabajar libremente que sin una sentencia en su contra le asistía. Y así el 20 de junio de 1969 firmó con Phoenix Suns como el más libre agente de toda la década. 'Free at last, free at last', parafraseaba Paul a Luther King.

En la NBA Hawkins sería una estrella del mayor calibre imaginable. 'Cualquiera que pensara que Hawkins era ese tipo de jugador procedente de las ligas menores se equivocaba', recordaba Ron Flatter. Recorrer sus siete años allí es obra mayor y honradamente ajena a la serie, pero a modo de ejemplo detengámonos en uno bien sincero. El halcón vivió como novato el segundo año de la franquicia de Arizona. Con él debutaron en Playoffs ante los poderosos Lakers de la tripleta West, Baylor y Chamberlain. Con la primera ventaja amarilla Mullaney situó la segunda noche como interiores a Baylor, Happy Hairston y Chamberlain. Pero aquella estratagema de poco sirvió. Haciendo del Forum su Rucker natal, aquel domingo 29 de marzo del 70 el halcón volaría sobre todos ellos sumando 34 puntos, 20 rebotes y 6 asistencias para liderar el empate en la serie por 114 a 101. Los Suns llegarían a adelantarse por 3 a 1 pero finalmente caerían con toda lógica frente a los subcampeones. Cada vez que el entonces técnico Jerry Colangelo ha tenido ocasión no se cansó de repetir: "That was the greatest individual performance I´ve ever seen in my life". Los Suns retirarían su número en 1976, en cuanto supieron que Hawkins colgaba la camiseta para siempre.

Para quienes le vieron volar en Harlem, ser testigos después de su resplandor en la NBA, en Televisión, fue algo emocionante (por lo que otros muchos no consiguieron) pero aquellas siete temporadas (Phoenix, Los Angeles, Atlanta) estuvieron también marcadas por el camino descendente a que sus castigadas rodillas le habían condenado tiempo atrás. Su juego iría perdiendo gradualmente incandescencia pero jamás elegancia y nadie pasó por alto aquel despliegue futurista, una inagotable variedad de movimientos en ataque que incluía el tierno arte del mate y una facilidad pasmosa para dirigir el balón al aro con una sola mano (sus tiros como amarillo en 1975 eran ya todos pura diestra). Como meras aproximaciones anteriores, además del mencionado Baylor, Dr J aún estaba naciendo y el Gus Johnson de los Bullets era infinitamente menos delicado. Su talento y distinción, el uso del aire, el solidario paso por los Globs y aquellas manos poderosas que coqueteaban a gusto con el balón, dieron como resultado el más atractivo juego individual de toda la época en cualquier competición. Pese a la desgracia abatida sobre él, nunca perdió su fino sentido del humor, otro ingrediente por el que era muy célebre entre sus compañeros. Jugando para Phoenix cayó una vez al suelo lesionado. O eso parecía. Su trainer Joe Proski corrió rápidamente a atenderlo y al llegar junto a él, Hawkins le confesó: 'No te preocupes, no es nada, Joe, sólo deseo regalarte unos instantes de televisión'.

Impresionó a todos allá donde estuvo pero puede que nunca al nivel que lo hizo en una Calle que lo vio joven y libre. Kareem Abdul-Jabbar lo incluyó al retirarse como uno de los quince mejores rivales que había tenido nunca. Y a menudo Julius Erving recordaba que su primera y más alta inspiración fue aquel esbelto estilo con que Hawkins se desenvolvía libremente al jugar. Ese erótico mimetismo y compartir ambos las manos más grandes que el Baloncesto haya dado, los uniría para siempre pese a estar separados por una brevísima generación. La NBA nunca podrá perdonarse haberle cerrado la puerta en todo su esplendor y acogido nueve interminables años después de lo debido. Por ello terminaba Alan Paul su reseña culpando a un inquisidor ausente: 'Don't look for him in NBA record books. ['] The NBA never saw the vintage Connie, but trust us: No one ever soared higher than the Hawk'. No es de extrañar que su líquido elemento, el único donde encontró libertad y diversión, fue tanto su Rucker natal como sus parques de juventud de la NYC y Pittsburgh, a los que regresaría una vez retirado como maestro underground de las generaciones más jóvenes.

Talento, Baloncesto, desgracia y calle a partes iguales. Cuatro razones que pese a sus años de profesional convierten su lugar aquí en algo felizmente inevitable. Quizá no resulten tan anecdóticas las tres coincidencias que solidarizaron para siempre su figura: el sobrenombre tomado de su apellido, sus años de Globetrotter (como condenado a trotar mundo) y el 42 de su dorsal, un sencillo homenaje al dolor que su madre debió sentir al alumbrarle aquel ya lejano verano. En 1994 los Globs le brindaron en Phoenix una merecida ceremonia de tributo dos años después de que el Hall of Fame se apresurara a incluirle con letras de oro en su selecta colección de piedras preciosas.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM

Las 'Leyendas del Playground' de G Vázquez, al completo