20 Ene 2002.- Cuando el profesor de educación física, James A. Naismith, presentó a los alumnos de la Young Man's Christian Association (YMCA), en Springfield, el nuevo juego que había ideado bajo el expreso deseo del doctor Luther Gulick, director de la escuela, poco podía imaginar que aquella fría mañana de diciembre de 1891, en un pequeño gimnasio repleto de jóvenes curiosos, nacería al calor de siete reglas precipitadas, de dos destartaladas cestas de melocotones y un viejo balón de fútbol, una disciplina deportiva única en esencia y desarrollo, el baloncesto.
Pero ciertamente, ¿no sorprende que una acción tan socialmente posible, tan accidentalmente factible como caer algo a un cubo o una caja, o más rigurosamente, pasar a través de un sucedáneo de agujero, tuviese que esperar hasta casi el siglo XX para encender con ello la posibilidad de un juego? Sin desechar la historiografía lúdica del hombre, citaremos las dos referencias casi prehistóricas más próximas a lo que sería después el baloncesto. El 'Pok-ta-pok - del México de los olmecas en el siglo X a.C., y veinte siglos después, el 'Ollamalizli' de los aztecas, más reconocible, que consistía en atravesar con una pelota de goma un anillo de piedra construido como saliente de una pared (como un tablero agujereado). En Occidente, sin embargo, parecía que los accesorios del deporte habían de estar necesariamente ligados al ras del suelo.
A fines del XIX, la dinámica general del conocimiento en todas las actividades de la vida estaba disparada, y una hebra fugitiva pareció prender en la cabeza de aquel anónimo profesor de sangre canadiense. Naismith había sido emplazado a crear una nueva modalidad deportiva con la que sus alumnos pudieran mantener a buen nivel la forma física y mental dentro del gimnasio durante los gélidos inviernos de Massachussets. Se había intentado todo: los partidos de fútbol americano provocaban en tan poco espacio numerosas reyertas y lesiones, y el sucedáneo del fútbol inglés terminaba todos los días con algún ventanal hecho trizas. Había que suavizar la práctica del deporte y, por ello, la principal sugerencia que Naismith recibió fue idear algo académicamente indoloro.
La cercanía del invierno apremió la necesidad de invención, y el ingenio del profesor hubo de responder drásticamente. Naismith recordó un juego practicado durante su infancia en su pueblo natal. Lo llamaban 'the duck on the rock' (el pato en la roca) y consistía en lanzar una pequeña piedra desde una distancia oportuna para intentar derribar otra de un tamaño parecido colocada en lo alto de una gran roca o montículo. Inspirado en tal idea, el profesor pasó en vela toda una noche para terminar suprimiendo las piedras y pensar en porterías que recibieran el balón a cierta altura.
Cuenta la leyenda, siempre rica en ingenio para cubrir los vacíos de rigor, que a la mañana siguiente, llegó Naismith al gimnasio libreta en mano improvisando unas rudimentarias reglas con que jugar. Pidió la ayuda del conserje para encontrar unas cajas cuadradas de algo menos de medio metro de lado, mientras los alumnos esperaban inquietos en el gimnasio sin saber muy bien qué querían mostrarles aquella mañana. Pero la Providencia también tenía algo que decir, algo determinante: contra lo que era costumbre por la recepción y traslado de libros, aquella mañana no había cajas en ninguna parte del colegio. No sin cierto desasosiego, ambos dieron con sus pies en la cocina y con sus ojos en un rincón del suelo, donde descansaban dos cestos repletos de melocotones. Ante la sorpresa del conserje, Naismith volcó todo el contenido en aquel mismo rincón y corrió al gimnasio, y en ese trayecto el golpe de genio del profesor resolvió que las porterías no iban a comportarse como tal, es más, que aquello no eran porterías, sino depósitos, y los cestos no iban a torcer su hueco esperando una entrada horizontal del balón sino que, colgados con la boca hacia arriba, tal y como los había encontrado, esperarían otra forma de entrada, una que obligara a un nuevo tipo de habilidad en el lanzamiento.
Ya en el gimnasio, ordenó al conserje buscar una escalera portátil porque aquellas cestas iban a suspenderse en un punto alto de la pared. Reescribió frenéticamente sus reglas y acudió raúdo a la recepción del colegio para que Miss Lyons, la secretaria, les diera forma de imprenta con la máquina de escribir antes de ser pegadas en la misma puerta del gimnasio. Aquel papel rezaba lo siguiente:
- El nuevo juego se practica con un balón ligero de forma esférica.
- Los jugadores de pueden desplazar por el campo de juego.
- No hay límite en el número de jugadores.
- El fin del juego es colocar el balón en una cesta situada a una altura en cada lado del campo.
- Está prohibido correr con el balón entre las manos.
- Está prohibido golpear el balón con los pies.
- Está prohibido todo contacto con el adversario.
Aquel primer experimento tuvo lugar el 21 de diciembre del año 1891. Algunos textos cifran en 50 los participantes en aquella primera prueba, que resultó ser un desastre' maravilloso. Cuentan los testigos que el ardor de los jóvenes se incrementó al compás del profesor, y resultaba difícil apreciar el balón entre tantas manos ansiosas de hacerse con él, lo que convirtió en misión imposible el simple lanzamiento a cesta. La técnica no existía e, ignorantes del más mínimo sentido de disciplina del juego, la lucha por el esférico apenas mostraba diferencia con la que todos los días se fraguaba sobre la hierba del campo.
Si bien existen varias hipótesis sobre el resultado final de aquel caos, todas las fuentes coinciden en apuntar a William R. Chase la autoría de la primera canasta de la historia, una acción que, curiosamente, sería todavía hoy motivo de sorpresa. A un balón suelto, Chase no dudó en lanzar desde el medio campo un gancho bajo -metafóricamente un 'anzuelo' para imprimir fuerza al tiro- que acarició el techo del gimnasio para terminar alojándose limpiamente en una de las viejas cestas de fruta. 'Podéis imaginar el silencio durante el vuelo del balón hasta el golpe final? El viejo señor Stebbins, administrador del colegio, como si hubiera adquirido el hábito con los años, tomó la escalera y subió a recoger el balón de fútbol, encajado en el fondo del cesto, para devolvérselo' a Naismith, a quien todos, incluido Chase, estaban mirando sin saber qué había que hacer después de aquello. Aturdido por el resultado de su creación, al profesor sólo se le ocurrió devolver el balón al equipo contrario, pero parece ser que nadie más logró una canasta aunque algunos trataron de imitar aquel primer loco lanzamiento, como si Chase hubiera dado con la clave aparente del juego. Cada canasta valía un punto, por lo que tendríamos que convenir que el resultado final del ensayo fue 1 a 0.
Ante el desorden que había presidido aquella primera prueba, Naismith redactó a principios de enero de 1892 un texto con 13 reglas que ampliaba y perfeccionaba aquél primer e incipiente reglamento. Así, por ejemplo, decidió reducir el contingente de la batalla a dieciocho jugadores, nueve por cada bando. El texto definitivo se publicó en The Triangle, el boletín de la YMCA Training School, para que los estudiantes pudieran aprenderlas antes de ponerse a jugar.
Por fin, el 20 de enero de 1892, dos equipos de nueve jugadores cada uno se enfrentaron por primera vez de forma organizada, en lo que se considera el partido original del baloncesto. El primer equipo estaba formado por los alumnos que estudiaban secretariado -entre los que estaba Chase- y por el otro, los que seguían la carrera de educación física. Ganaron los primeros. Alguien tuvo el honor de escribir bajo las reglas de Naismith el nombre de los 18 pioneros, entre los cuales había cinco canadienses y un japonés: Archibald, Davis, Libby, Mahan, MacDonald, Patton, Ruggles, Thompson, Barnes, Carey, Day, French, Gelan, Hildner, Ishikawa, Kaighn, Weller y el propio Chase.
El éxito fue tan grande que el nuevo deporte comenzó a expandirse de forma fulminante por los Estados Unidos y también por Europa, a través del YMCA de Paris. El 11 de marzo de 1892, de nuevo en el Springfield College, se celebró el primer partido con público. 200 personas pudieron ver cómo el equipo de estudiantes ganaba al de profesores por 5-1. Definitivamente, el 'basket ball' había llegado y estaba aquí para quedarse.G Vázquez (ACB.COM)
Jesús Pérez Ramos (Zona 131.com)