Marcus Brown, la estrella itinerante (y II)
Marcus James Brown nació un tres de abril de 1974 en West Memphis, Arkansas. No hace entelequia del porqué de su afición a este deporte: "Simplemente, lo llevaba en las venas, estaba dentro de mí. Cuando tenía seis años me di cuenta de mi pasión y desde entonces no he dejado de jugar". Parecía predestinado.
Sin embargo, el camino a la élite no se escribe sólo con pasión. Para llegar a ser alguien en el baloncesto es preciso poseer talento y luchar mucho. Con ese propósito, aterrizó con 18 años en una universidad de nombre Murray State. Únicamente Stew Johnson -que en los setenta brilló en la ABA- y más recientemente Popeye Jones, habían logrado una trayectoria meritoria tras su marcha de ese centro. Brown sabía que en un equipo con tan escaso prestigio, debería brillar con luz propia. Así no acabaría como uno más de la infinidad de jugadores con inmenso talento que se han perdido por el camino ante la falta de oportunidades o la ausencia de suerte.
Su progresión en la Murray State University (MSU) asombró por espectacular. Si en la primera campaña anotó nueve puntos de media, en la segunda los duplicó hasta promediar 18 por encuentro. Su poder ofensivo aumentó y asumió el liderazgo del equipo. Su tiro se hizo más sólido y las entradas a canasta le convertían en una amenaza constante. Todavía hoy esas son sus grandes armas. En las dos temporadas sucesivas la mejora no cesó, logrando 22 y 26 puntos de promedio respectivamente. En cambio, el rendimiento colectivo no pudo ser tan elevado. En ese periodo, la Universidad de Murray State cayó eliminada en primera ronda en todas las ocasiones en las que asomó su cabeza en el torneo de los 64 mejores equipos de la NCAA.
Pese a ello, para el americano su periplo universitario es sinónimo de felicidad: "Fue una época muy especial. Salí de casa, conocí gente distinta, estudié Educación Física en la Universidad y todo me iba sobre ruedas. Resultó muy emocionante. El basket no era fortuna ni lujos, sólo jugaba por amor a ese deporte. Los mejores años de mi vida".
El futuro se le presumía prometedor y su evolución no pasó desapercibida. Comenzó a recibir premios y menciones. Estuvo en 1995 y 1996 en el quinteto ideal del Valle de Ohio, región en la que competía. Ya como senior, acabó como segundo máximo anotador de todo el estado, la prensa especializada le votó como uno de los universitarios con más clase del país y además, se hizo un hueco en el tercer quinteto ideal de la NCAA en ese 96 tan productivo.
Marcus Brown se siente satisfecho de su procedencia. Abandonó la adolescencia para convertirse en un adulto con responsabilidades y el baloncesto le regaló enormes satisfacciones. Se formó como jugador, pero también como persona y en la actualidad agradece lo que le aportó aquel periodo. "El entrenador que más me ha marcado lo tuve en la Universidad. Me dio un consejo que no he olvidado jamás: nadie puede pararte excepto tú mismo". Recuerda aquella frase cada vez que salta a la pista.
De igual modo, mantiene que los momentos más emocionantes e inolvidables que ha vivido en este deporte tuvieron lugar en su juventud. "El mejor partido de mi vida fue uno que disputé con la MSU. Anoté aquel día cuarenta y cinco puntos". Deslumbró ante la Universidad de Washington con una exhibición ofensiva memorable en la que batió el registro de anotación de toda la historia de Murray State. Hoy, transcurrida una década de ese acontecimiento, su récord continúa vigente.
Sin suerte en la NBA
En el verano de 1996 se celebraba el draft, uno de los momentos más esperados para cualquier jugador que sueñe con la NBA. La liga de los EEUU se disponía a acoger entre sus brazos a una de las mejores "cosechas" contemporáneas. Fue el draft de los Iverson, Kobe Bryant, Marbury, Nash, Stojakovic o Ray Allen. Demasiado exterior de calidad como para aspirar a lo más alto. El nombre de Marcus Brown no apareció en primera ronda. Tampoco en los primeros lugares de la segunda. Hasta la elección número 46 no se le mencionó. Portland sería su destino.
La baja elección no minó su moral. "Tal vez en el momento pudo ser algo frustrante, aunque poco después recuperé la ilusión. No estaba a un buen nivel físico en aquellos días -sufrió una lesión que le dio muchos problemas en sus primeros pasos como profesional- y supongo que también influyó. De todas formas, me lo tomé con filosofía. Al fin y al cabo, estaba entre los cuarenta y tantos mejores de todo el país y del mundo en esa generación. Sentir a mi alrededor la emoción de familiares y amigos resultaba maravilloso. Un gran orgullo".
Ya era un jugador NBA, como había deseado con impaciencia desde los seis años de edad. El sueño era tangible y real. Su lesión en la rodilla le impidió debutar en los primeros compases, pero en esos instantes se sentía afortunado por haber alcanzado su meta inicial y estaba dispuesto a todo para aprovechar su oportunidad. "Me tocó cargar muchas veces con las maletas de los compañeros. Incluso les llevaba el café o los donuts, asumiendo mi condición de rookie".
En la última semana de diciembre, y como si de un regalo de Navidad se tratase, el escolta debutó por fin en la mejor liga del mundo. El rival, San Antonio. Su tiempo, escaso. No obstante, en los cinco minutos de los que dispuso anotó seis puntos. Desafortunadamente, la temporada le depararía pocas alegrías más.
Apareció en otros veinte partidos con números bastante discretos. Sus problemas de rodilla, sumados a su corta participación por la importante competencia que tenía, le dejaron en 3,9 puntos de media. "A veces en la vida las cosas no vienen sobre ruedas. Allí ya no podía ser la estrella del equipo. Simplemente, era uno más. Echaba un vistazo a mi alrededor y ahí estaban figuras como Kenny Anderson, Sabonis o Cliff Robinson". Sin embargo, Marcus no guarda mal recuerdo de su paso por Portland y le saca el lado positivo a la situación que vivió en el equipo. "Sí, se puede definir como decepcionante pero fui muy bien recibido por técnicos y jugadores. Al fin y al cabo, evolucioné mucho ese año".
Rumbo a Europa
La andadura por Oregon finalizó pronto y partió hacia Vancouver, donde ni siquiera llegó a debutar con los Grizzlies. Sus recaídas le lastraban y el cambio de aires le pareció buena idea. "Había terminado la liga regular en la NBA cuando dejé Vancouver, comenta. De repente, surgió la opción de probar mejor suerte en Europa".
No tardó en decidirse. Hizo las maletas de inmediato y partió rumbo a Pau. El motivo no era económico, dado que la oferta del club francés era muy modesta y ridícula en comparación con el sueldo de estrella que cobraría posteriormente. Mas podía ser uno de los últimos trenes hacia el triunfo en su carrera. "Se me presentó una oportunidad muy buena, quería probarme en Europa. Mi intención era dejar la lesión a un lado y demostrar fuera de mi país lo que me sentía capaz de hacer".
Su fichaje revolucionó la competición. El de West Memphis logró superar la falta de adaptación y su periodo de inactividad para dar un recital en el equipo. En los seis choques que disputó, superó la veintena de puntos y se convirtió en el líder de un Pau Orthez que aspiraba al campeonato. No obstante, el infortunio volvió a cruzarse en su vida; una nueva lesión de rodilla le dejaría al borde del abismo. Se resignó a contemplar desde la grada cómo su equipo ganaba el campeonato francés. Poco consuelo para tan mala suerte.
"Mi primera experiencia europea fue positiva aunque muy corta", confiesa. La lesión ensombrecía cualquier buen momento y se preparó pues, en esos instantes, para el reto más duro de su vida: vencer la lesión de una vez por todas. "El proceso era muy complejo porque con ese tipo de lesiones el tratamiento es largo y complicado". Pasó el resto de 1998 y la mitad de la temporada siguiente sin pisar las canchas, tarea harto difícil para alguien tan enamorado de este deporte.
Sin embargo fue recuperando la confianza con el paso del tiempo. "Los primeros meses resultaron especialmente duros, pero gracias a mi familia, amigos y seguidores recobré la fe. Así conseguí salir del túnel. Aún renqueante, firmó por los Detroit Pistons. Allí apareció escasamente en seis jornadas con pobres estadísticas. A pesar de ello, el jugador había superado el trago más amargo y no estaba dispuesto a rendirse tan pronto. La rodilla comenzó por fin a responderme, recuperé la confianza y estaba convencido de poder rendir a un nivel muy alto".
Limoges dispara su carrera**
A finales de 1999, tomó una de las decisiones que marcarían su carrera. Su fichaje por el Limoges de Ivanovic dio comienzo a una trayectoria meteórica por tierras europeas que todavía no ha finalizado. "Quería jugar. Algo tan simple como jugar al baloncesto. Cuando te apasiona mucho algo y te lo quitan, no sabes qué hacer contigo mismo".
En Limoges no se limitó a jugar sino que además, ganó y deslumbró a propios y extraños, demostrando que sus actuaciones en Pau no fueron un espejismo. El cuadro francés se asemejaba a una máquina de hacer baloncesto. Un Harper Williams más importante que nunca, un Bonato que le daba solidez al proyecto, el descaro de Dumas y la intimidación del joven Frederic Weis, hacían del Limoges un claro aspirante al éxito.
Dusko Ivanovic tenía la responsabilidad de llevar a esa plantilla a la gloria de los títulos y cumplió su objetivo tras la consecución del doblete en Francia, con destacadas actuaciones del escolta de Arkansas. El cuadro francés colocó la guinda a una temporada de ensueño con un título europeo, tras vencer en la final de la Korac al Unicaja de Boza Maljkovic.
La exhibición que dio Marcus en el choque de ida fue sencillamente soberbia. Anotó 31 puntos con porcentajes de estrella, dominó insultantemente el enfrentamiento y dio una demostración de recursos ofensivos en aquellos minutos de magia. En Limoges no se ha olvidado aún aquel espectáculo. En Málaga tampoco. Al día siguiente, en más de un medio malagueño se le puntuó incluso con un cuatro. La escala era de cero a tres.
"Ellos formaban un buen equipo, de los mejores de la competición, pero en la ida hicimos probablemente nuestro mejor encuentro del año. La vuelta parecía un trámite para los de Limoges por los 22 puntos de renta cosechados. Aunque Ciudad Jardín guardaba su último cartucho: Viajamos a Málaga sin esperarnos la encerrona. Fue increíble lo que vivimos en el viejo pabellón. El griterío de la afición nos impedía oír nada de lo que sucedía en la pista, sufrimos mucho esa noche".
El Unicaja rozó la gesta gracias a un ambiente de locura y una primera parte muy buena, pero el Limoges supo administrar la ventaja y llevarse el título. "Tuvimos suerte de disputar el primer partido en casa. Seguramente si hubiese sido al revés, hubiésemos perdido la final".
Su experiencia en el club galo parecía difícil de mejorar: triple corona con Copa, Liga y Korac. Bella forma sin duda de volver a sentirse jugador. Diversos problemas económicos del Limoges, que derivaron en la desaparición de tan ilustre equipo, forzaron la marcha de Brown. Su nuevo destino, Treviso.
El Benetton también era un grande de Europa que contaba con una plantilla poderosa. El magnífico rendimiento del eléctrico escolta en Francia, provocó que los dirigentes del cuadro italiano contasen con él para formar parte de tan potente proyecto. El desafío para el estadounidense se presentaba aún más grande que el anterior. El verdadero éxito no es llegar alto sino saber mantenerse arriba lo máximo posible. ¿Sería capaz de conseguir su objetivo?
(Continuará...)