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Forjadores de la acb (VIII): Los estatutos

Juan Antonio Casanova y Manuel Moreno nos descubren aquellos primeros años de la asociación de clubes en su obra "Forjadores de la acb". En este nuevo capítulo describen cómo se redactaron sus estatutos

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“Yo llegué a la ACB de casualidad. Y un poco tarde a la parte clandestina. Sí, había cierto aire de clandestinidad en las primeras reuniones. Como había jugado en el equipo de La Salle, que había ascendido ese año (1981), y sabía juntar cuatro letras (algo más que eso: era abogado), me dijeron que fuera a una reunión de clubs de Primera División, a ver qué pasaba allí”. Así cuenta su primera relación con este asunto Jordi Bertomeu, que sería una pieza absolutamente clave en la creación y el posterior desarrollo de la Asociación de Clubs. “Hablaba nuestro lenguaje, porque era un hombre de baloncesto”, dice de él Bufalá.

Bertomeu no llegó a conocer personalmente a José Antonio Gasca, que falleció el 7 de diciembre de 1982, con solo 46 años, pero Eduardo Portela -que entonces era todavía secretario técnico del Barcelona y que en aquella primera época aparecía sólo esporádicamente en las reuniones, aunque sí trabajaba en la sombra, ya que su club estaba mucho menos convencido que él de la conveniencia de crear una asociación¬- hizo llegar al abogado catalán los estatutos que había preparado el técnico donostiarra a partir de las asociaciones de clubs de Italia y de Francia, país este último en el que entrenó a varios equipos entre 1970 y 1975. Portela también aportó los estatutos italianos gracias a su colega Eduardo Kucharski, que había dirigido al Virtus de Bolonia a comienzos de los años sesenta. La Lega del baloncesto trasalpino, la primera asociación de clubs del deporte europeo, había nacido en Milán el 27 de mayo de 1970, un año antes que la francesa. Sus estatutos fueron los que se utilizaron aquí como ejemplo de lo que había que hacer.

Los estatutos finales de la Asociación de Clubs Españoles de Baloncesto (ACEB), aprobados el 3 de marzo de 1982, fueron redactados por Bertomeu. Se lo habían encargado unos meses antes (“como no había dinero –dice él-, pensaron que los haga este chico, que es abogado”), en una reunión celebrada en la sede de la Federación Catalana en la que Josep Mussons, representante del FC Barcelona, sugirió que lo hiciera el asesor jurídico de su club, Antoni Muntañola, pero los demás se opusieron. Fue aquella reunión en la que Mussons y Carles Casas, el presidente del Manresa, se enzarzaron en una discusión sobre quién fumaba el puro más grande. Al final, Mussons envió a alguien al estanco a comprar uno enorme.

Bertomeu había copiado literalmente un apartado de los estatutos de la Lega que decía que “la Liga dejará un período de preparación de cinco semanas para la selección”. Pero Raimundo Saporta le invitó a un festival que solía celebrarse el día de Reyes en Madrid, le puso en la presidencia de la comida, hizo un aparte con él y le habló de la posibilidad de fichar para su club barcelonés un americano “que hubiera jugado en algún instituto de La Salle en EE.UU.”, al tiempo que le pedía que cambiara ligeramente aquel párrafo y lo dejara en “un mínimo de cinco semanas”. Así lo hizo Bertomeu, que consideró irrelevante la modificación, aunque el colegio catalán nunca llegó a plantearse el fichaje de un jugador estadounidense, algo que iba radicalmente en contra de la filosofía del centro. A su juicio, “en cierto modo tuvimos suerte de que Ernesto Segura de Luna y Raimundo Saporta (presidente y vicepresidente de la Federación Española, respectivamente) fueran nuestros interlocutores, porque eran muy inteligentes y se dieron cuenta de que los cambios eran necesarios e inevitables”.

Cuando, dos meses antes de su aprobación, Bertomeu envió a los clubs el proyecto de estatutos, a través de Antoni Novoa, representante de ellos en la Federación Española, ya les advirtió –además de la necesidad de que todos los clubs formaran parte de la Asociación, algo que entonces todavía no sucedía- que la organización que proyectaban era algo atípico en el ordenamiento jurídico español de aquel momento y que eso obligaría a realizar ciertos equilibrios jurídicos. ¡Y vaya si hubo que hacerlos!