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Brazzaville: lo que no sabemos, lo que nunca imaginamos

Los prejucios nos alejan de la sabiduría, del conocimiento. Cuanto más diferente es la realidad que nos encontramos delante, más se hacen notar las simplificaciones mentales que en lugar de ayudarnos a interpretar la realidad, nos impiden verla con claridad. En este artículo intentamos conocer algo más de Brazzaville, la capital de la República del Congo a través de los ojos de Roc Massaguer

La dureza en la mirada de los jugadores, una contsante en Brazzaville (Foto ACB.COM)
© La dureza en la mirada de los jugadores, una contsante en Brazzaville (Foto ACB.COM)
  
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  • Solemos volver de los viajes llenos de anécdotas e historias que repetimos una y otra vez. A todos nos ha pasado, sea en un viaje a Japón o al pueblo de nuestros padres. Las anécdotas nos sirven para resumir la experiencia y condensar las conclusiones. Es inevitable, pero también es una lástima, porque en realidad nos alejan de la verdad, que suele ser mucho más compleja.

    Sin embargo, es posible sacar conclusiones de las anécdotas si intentamos evitar los prejuicios y utilizarlas para ejemplificar aquello que queremos destacar. En un viaje tremendamente intenso en el que no desperdiciamos ni un segundo y en el que visitamos seis paises en una semana, las anécdotas son infinitas e intentaré que sirvan para explicar de forma breve y lo más certera posible la experiencia en la República del Congo.

    Protección policial

    La República del Congo es un país pequeño y tranquilo en comparación con la República Democrática del Congo. No había motivo para preocuparse ni para tener miedo, pero viniendo de Kinshasa, (sólo el río Congo, por obvio que parezca, separa a los dos países), la verdad es que no estábamos tranquilos. Entendemos que es normal que alguien que viaja tan lejos de casa, a un país africano, sienta temor a lo desconocido, pero al final, lo que estábamos transmitiendo era desconfianza en nuesotrs huéspedes. Una falta de respeto intolerable.

    Cambiamos de país en un pequeño barco privado que alquilamos gracias a la gestión del padre de Serge y que nos permitió cruzar en menos de diez minutos evitando el viejo y sobreocupado ferry. Al alcanzar la orilla, nos esperaba una imagen inesperada: nos esperaba una muchedumbre, dentro del habitual caos ordenado. Quizás dos docenas de seguidores de Serge le esperaban para darle la bienvenida; además, policía, políticos y un viejo conocido de Lavodrama, Gallego y Ardèvol: el coronel Nkabi, vicepresidente de la Federación congoleña de baloncesto (FECOKET).

    Como conocíamos a Nkabi, nos dejamos llevar por sus consejos. El primero, que nos olvidáramos de las maletas, que ellos se encargaban. Rodeados de gente extraña que gritaba el nombre de Serge, sin saber exactamente qué sucedía ni dónde debíamos ir, con curiosos que pasaban por ahí, alguna cámara, muchos niños... nos alteramos un poco. No queríamos perder de vista las maletas (las habíamos dado por perdidas en el intimidante aeropuerto de Kinshasa y no las recuperamos hasta un día después). Insistíamos en llevar las maletas nosotros y, lógicamente, acabamos por ofender a nuestros anfitriones. Al final, desaparecieron en manos desconocidas y aparecieron en el hotel.

    Nos costó un par de días, pero esta desconfianza se repitió en casi todo lo que hacíamos, a pesar de contar con protección policial. Era sutil (por supuesto, nada de armas, ni gritos, ni walkie-talkies, ni empujones), pero firme y constante. Caminábamos por las calles de Brazzaville completamente despreocupados, incluso de madrugada, hacíamos fotos donde (más tarde descubrimos que en circunstancias normales) no se podían hacer... Y en general, nos trataron como a reyes.

    Ardèvol, Ibaka, Leonce Nkabi y Anicet Lavodrama, en rueda de prensa (Foto ACB.COM)
    © Ardèvol, Ibaka, Leonce Nkabi y Anicet Lavodrama, en rueda de prensa (Foto ACB.COM)
    Superar los obstáculos, centrarse en lo importante

    Llegamos a una sala austera dentro del complejo de la residencia militar que alberga el club Intersport. Allí está prevista una rueda de prensa en la que Adidas y la Federación Congoleña de Baloncesto explicarán el acuerdo al que han llegado gracias a la voluntad e iniciativa de Serge Ibaka. En lo estrictamente periodístico, no se diferencia mucho de una rueda de prensa normal. Sin embargo, a los cinco minutos, se va la luz. El micro dejó de funcionar y apenas si veíamos nada, pero todo siguió con normalidad.

    Pensamos que debía ser algo habitual y acertamos, por supuesto. Cada cinco minutos volvía a pasar sin más consecuencias. Todo es acostumbrarse y centrarse en lo realmente importante, y lo importante es que podíamos seguir escuchando las explicaciones de la rueda de prensa.

    Cuando no hay nada que hacer, más vale seguir adelante, como la tarde que estalló una tormenta sobre la pista de entrenamiento del Campus. El que haya intentado jugar a baloncesto bajo la lluvia sabrá lo difícil que resulta, pero los esforzados jugadores ni se inmutaron: siguieron jugando porque las canchas son al aire libre y llueve a menudo: sería una tontería irse porque llueve. Y siguieron, hasta que los entrenadores les hicieron parar.

    Esa tenacidad, esa persistencia, esa forma de afrontar las dificultades (las pequeñas como éstas o las duras que te plantea la vida), es lo que estamos aprendiendo aquí, en Brazzaville. Cuando tienes tu pabellón, tu camiseta oficial, tus zapatillas de 100€, tu balón indoor último modelo, tu temperatura ideal... Cuando tienes todo eso, cuesta prescindir de ello; pero el problema no es que no nos acordemos de cómo se juega con unas malas zapatillas, sino que nos acostumbramos a no afrontar las dificultades.

    Roc Massaguer en la principal avenida comercial de Brazzaville (Foto ACB.COM)
    © Roc Massaguer en la principal avenida comercial de Brazzaville (Foto ACB.COM)
    Por eso nos chocó lo que vimos en una pista adjunta en el parque en el que se desarrolló el Campus. Tres entrenadores dedicaron dos horas enteras a enseñar la técnica del pase a unos diez o quince niños. Los niños ni siquiera tenían zapatillas deportivas, ni ropa adecuada. Estaban atentos, dispuestos y entregados a los misterios de un gesto técnico que ensayaron sin descanso. Su dedicación para dominar algo tan sencillo como un pase, es una muestra excelente de lo que resume nuestro paso por Brazzaville: lo importante es esforzarse en hacer las cosas bien, con dedicación.

    Aprender lingala

    Eran las diez de la noche en el aeropuerto de Brazzaville, del que salía a esa hora un solo vuelo, dirección París. Lleno de europeos, no tardé ni dos minutos en detectar a los españoles en la sala de espera. No sé si realmente montaban tanto alboroto o si resulta más fácil identificar a los tuyos.

    La cuestión es que no tardamos en empezar a charlar. Era un grupo de marinos que se pasaban medio año en el Congo Brazzaville pescando a toneladas ("no tiene mucho secreto, esto está lleno de peces") para pasar el resto del año en España. Entre mi curiosidad y sus ganas de hablar con "uno de los suyos", entramos rápidamente en detalle: "aquí gano unos 7.000 u 8.000 euros al mes. Es duro, pero vale la pena".

    Le pregunté por su relación con los congoleños y le cambió la cara. Imagino que su perspectiva es muy distinta a la mía. "Piensa que esta gente trabajan por menos de dos euros al día... Metidos en un barco, te encuentras de todo". Interrumpe la conversación para preguntar a un empleado del aeropuerto si podía fumar en un francés imcomprensible (sólo el gesto ayudó al nativo a entenderlo). "¿No hablas francés?", pregunté sorprendido. "¡Qué va! Llevo 15 años aquí y ni papa. Ellos, sin embargo, no veas cómo se espabilan con el español. Cuando les interesa...", dijo.

    No voy a juzgar al tipo en cuestión. No soy quién para hacerlo, ni he vivido su vida. Sin embargo, me parece muy representativa la anécdota. Quien explota no necesita adaptarse ni respetar nada, a quien es explotado no le queda más remedio que sobrevivir. Me gustaría pensar (de hecho, así lo pienso tras esta intensa semana en África) que este tipo de relación empieza a formar parte del pasado y que cada vez serán más los españoles que intenten aprender francés o, por qué no, lingala. Así debería ser.