Redacción, 06 May. 2015.- Quién hubiera dicho hace escasamente un par de temporadas que hoy en día Stephen Curry se convertiría no sólo en el MVP de la temporada, sino en todo un icono y referencia mundial del baloncesto.
En otoño de 2012 su futuro no era ni mucho menos tan brillante como su presente porque, tras dos operaciones en el tobillo derecho y tras perderse 40 de los 66 partidos de la temporada previa, sobre Curry volaba la incertidumbre acerca de su fiabilidad física y capacidad para rendir al más alto nivel en la NBA.
La duda no era algo nuevo para el jugador de 24 años, sino algo que le ha acompañado en su viaje deportivo. Ya en Davidson, una universidad que nunca tuvo un brillante currículo y a la cual no se le espera destacado futuro sin él, fue una estrella mediática tanto por anotación como por conseguir citas inhabituales para la universidad (con él en 2008 lograron su récord de tres victorias en el torneo final llegando al Elite Eight) del estado de Carolina del Norte. Sin embargo, su séptima elección en el draft (Minnesota eligió justo por delante suyo a dos bases como Ricky Rubio y Jonny Flynn) se fundamentó en la indecisión a la hora de encasillarle en una posición dentro de la NBA.
Ahora todo eso es una simple anécdota que adornará la historia cuando sea contada. Curry disfruta hoy de fortuna, reconocimiento profesional y fama mediática, aunque sin duda que es la salud lo que más debe agradecer. Esa que ha borrado de su mente las lesiones de antaño y que le hizo firmar un contrato a la baja (cuatro años a razón de algo más de 11 millones de dólares por temporada) y por el que en la temporada 2015-2016 será el quinto jugador mejor pagado... ¡de Golden State Warriors!
DULCE DISYUNTIVA DEFINITORIA
Con una mentalidad anotadora heredada del mítico Dell Curry, su aparente fragilidad física responde a la de un menudo base que con su eléctrico juego y visión de juego está predestinado a ser el organizador de un ataque sin mesura. Pero ni lo uno ni lo otro, en Curry hallamos la mezcla como término que mejor define su perfil.
Cierto que es un anotador más que un pasador, pero lo del tiro lo lleva más en los genes que en la ejecución. Del Curry transmitió en herencia una facilidad pasmosa para anotar, pero en Stephen Curry no percibimos la precisión quirúrgica de su compañero Klay Thompson o Kyle Korver. No, Curry no es un tirador de perfecta mecánica y esta no es una sentencia que atente a su calidad o deba entenderse como un acto de irreverencia a su talento, sino, más bien, al contrario: es el reconocimiento a la impureza más cercana a la perfección que pueda hallarse en un tirador.
Su mecánica en partido es fugaz preponderando la rapidez de ejecución antes que la perfección en los ángulos de tiro. Curry es posiblemente el jugador con el gesto final de lanzamiento más rápido de la liga, capaz (al igual que hace Rudy Fernández) de retirar la mano de lanzamiento nada más desprenderse del balón tras un veloz golpe de muñeca que hace ganar segundos a su lanzamiento frente a la desventaja de centímetros que suele tener.
Tampoco debe entenderse su juego como el de un base normal, ya se quiera ver como aquellos que dirigían a la antigua usanza o como los ahora mal llamados comboguard. Curry ataca el aro, pero no es una exuberancia física como lo son Russell Westbrook o Damian Lillard; Curry asiste, aunque su mente tampoco está direccionada al pase como las de Rajon Rondo o Ricky Rubio. Más bien lo suyo es una combinación que exprime su increíble manejo de balón, el peligro que produce su lanzamiento a distancia y una generosidad en el pase inculcada desde su juventud y retroalimentada por una filosofía de equipo en la que él encaja a la perfección y a la que ha prometido fidelidad eterna.
GENIO DE LA IMPROVISACIÓN
El premio a Stephen Curry es uno de los menos previsibles en los últimos años. A los 27 años su carrera no hacía presagiar que así lo fuera ser toda vez que con anterioridad sólo había sido una vez All Star, pero este año todo ha cambiado en la vida del base de los Warriors y su exposición deportiva ha detonado una bomba mediática como marca global (fue el jugador que más votos populares recibió para el pasado All Star).
De Stephen Curry encandila todo. Es el chico bueno que toda madre quiere para sus hijas y el colega que todos desearían tener cerca. Mezcla de razas por parte de padre y madre, en él confluyen varios mundos, y parece agradar a todos por igual. A unos porque se reconocen en la descarada fantasía que demuestra sobre el parqué, a otros que aplauden la cordura de su personalidad fuera de él.
Pocas declaraciones altisonantes se leen en su biografía. Educado en la fama (su videos familiares se han multiplicado en la red en los últimos meses), Curry ha sabido lidiar con la prensa y su sonrisa es la mejor carta de presentación ante el mass media. Además, y a diferencia de su compañero Klay Thompson, él sabe y le gusta hablar ante el gran público. Nadie mejor que él mismo para defender su alegato de MVP sin quedarse corto ni caer en el exceso. No hay rastro de timidez o parquedad de palabras que coaccionen su oratoria, pero tampoco encontrarán en ella la verborrea o la autoexaltación. Hasta en el mensaje, Curry destila un perfecto equilibrio entre el descaro y el discurso prosaico.
Sobre el parqué Curry también se muestra ecuánime en sus acciones. Ha sido el segundo que más puntos ha anotado en la liga (1900), pero el cuarto que más balones ha asistido (619) y el que más balones ha recuperado (163). En el alambre por el que camina su indefinición posicional, Curry se maneja como experto funambulista y nadie duda sobre ello.
Curry se desenvuelve bien en todas las artes del baloncesto y lo mejor de todo es que lo hace con un estilo propio. No recuerda a nadie ni trata de imitar a predecesores; lo mejor que se puede decir de él es que crea escuela entre la legión de seguidores que se agolpan en las pantallas de ordenador, tablet o móvil para ver sus increíbles trucos de magia sobre el parqué.
En Curry se atisba ese don de genio que tenían otros como Pete Maravich, Michael Jordan y cuantos más nombres les vengan a la mente. Incatalogable hasta la fecha, el estilo de Curry ha impactado este año sobre la población mundial baloncestística como pocos otros lo hicieron.

LA ESTÉTICA DE LA PLASTICIDAD
Como la NBA encontró en **Larry Bird**, **Magic Johnson** y Michael Jordan a sus mejores reclamos publicitarios en los años 80 y 90, hoy la liga reconoce el valor a un jugador que es capaz de ser idolatrado por el acérrimo seguidor, gustar al consumidor regular del producto NBA, así como abrir los ojos a la joven aficionada que se aproxima a él. Es el mejor embajador del baloncesto y uno de esos pocos jugadores que llaman la atención de periódicos y marcas publicitarias a golpe de canasta y no de escándalo.
De su juego enamora todo, pero, y por increíble que lo parezca, no tanto por su fondo (lustroso ya de por sí, cuantitativamente hablando) como la forma. El curioso observador se acerca a él cada noche no preguntando qué ha hecho, sino cómo lo ha hecho.
Instalado en un estado de gracia permanente, Curry es capaz de convertir el error en el más bello de los aciertos y aún en sus defectos encuentra espacio para la virtud. Se puede hablar de un manejo hipnótico de balón en el que discernir cuando llega al abuso de bote, pero es que en su defensa está la realidad de que incluso cuando se mete en un laberinto plagado de manos contrarias encuentra el camino para salir indemne y crear un highlight... y sino pregunten a los Clippers y Chris Paul, esa némesis que todo superhéroe debe tener para agrandar su leyenda.
Enganchado el balón a los designios de su control táctil, éste juega como un yoyó en manos de un pueril aprendiz de mago. Es un virguero del baloncesto artesanal que saca partido de una corpulencia estética sin parangón en la NBA.
La brutalidad cara al aro de LeBron James y Russell Westbrook o el impacto penetrando de los slalom de James Harden se alejan del liviano cuerpo que acompaña a la creatividad de Curry para configurar en conjunto una armoniosa actitud en su manejo de balón. Si fuéramos capaces de cambiar el audio bruto de un pabellón por la sinfonía de la música clásica, descubriríamos un juego acompasado con la melodía de violines y piano que llena de matices y enriquece la plasticidad visual de Curry.
Ese es el valor final de Stephen Curry. Por encima de cifras, es la forma en la que juega donde radica la belleza de su juego. El mismo que enamora a todos, el que ha hecho que toda una nueva generación se enganche a él. Sólo por ello ya hubiera merecido ser MVP.