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Marko Popovic: Las redes de Jazine

Su padre le ganó a Petrovic, con el que veía NBA en el sofá. Abuela pionera, primos ilustres. Marko Popovic se dejó atrapar por las redes de Jazine antes de cambiar su vida por un 3 contra 3 que ganó de adolescente. El marinero errante, el nuevo héroe fuenlabreño. Su historia, por Daniel Barranquero

  

- Marko, han llamado por teléfono. Tienes que venir conmigo.

  • ¿Qué ocurre?
  • Tu madre viene directa a la escuela para recogerte. Ella te contará. Hoy no tendrás más clases.

    El adolescente por un momento tembló. Ya no era un niño, tenía 17 años, mas no entendía por qué su madre iba a buscarle directamente a la escuela y pensó lo peor. Cuando habló con ella, le cambió la cara para siempre. ¿Al entrenamiento? ¿Del Zadar? ¿Yo? "No se me olvidará jamás. Corría noviembre del 99. En ese instante, un jugador del Zadar se lesionó y el otro tenía problemas con la afición. El equipo se quedaba sin base y llamaron estando yo en la escuela. Mi madre fue a recogerme y de ahí, directos al entreno con el equipo".

    Al poco, sin haberse despertado de su sueño, se veía jugando un 3 contra 3 frente a un tal Dino Radja y un tal Arijan Komazec, bien secundados por Darko Krunic. El chaval no se cortó. Un triple por aquí. Otro. Otro. Otro. Al séptimo, las estrellas croatas se frotaron los ojos. Al décimo, acababan de perder el partidillo. Un niño con todo el descaro del mundo les había dejado en evidencia. "Mis dos compañeros no eran tan buenos pero les ganamos a dos mitos como Radja y Komazec. Además estaba Krunic, que era un tipo con bastante experiencia. Metí diez triples seguidos. Y Dino se quedó con mi nombre".

    "¿Qué estás haciendo? ¿Por qué no has puesto a este jovencito desde pretemporada?", le preguntó asombrado Dino a su entrenador. "Podría ser el primer base del equipo. Y ayudarnos mucho". La vida del pequeño Marko se acababa de transformar desde aquel tres contra tres. Y el que tiene memoria sabe dar las gracias. "Al siguiente partido que jugábamos en casa salí en el quinteto titular porque lo dijo Radja. Siempre le estará agradecido porque sin él a saber dónde estaba hoy. Me ayudó mucho, me permitió dar el paso al primer equipo y hoy somos buenos amigos. Gracias, Dino". Los diez triples también ayudaron, sí.

    Foto Marko Popovic)


    El legado de un gen

    Corría 1986 cuando Zadar se rebeló contra lo inevitable, contra la certeza, contra su destino. La bella Zadar, que hoy acaricia el Adriático con su Órgano de mar y su Saludo al sol. La Zadar de mármol blanco, de catedrales y aroma a sal, la perla dálmata que un día fue gloria, otro ceniza y ocupación ("La Dresde italiana") y al siguiente un grito de orgullo, de la Puerta Terraferma a la Iglesia de San Donato. Y de ahí al viejo Jazine, mítico pabellón donde hasta las almas perdían la voz, el lugar que conquistó a Marko. Allá donde dar el penúltimo aliento para buscar lo imposible. Jugaba el Zadar, asustaba la Cibona. La Cibona de los títulos, la Cibona que venía de ganar dos Copas de Europa seguidas, la Cibona que solo había perdido un encuentro en todo el año (21-1, con 6 victorias más que el segundo en la regular, precisamente el Zadar), la Cibona que promediaba 112,5 puntos por partido, la Cibona de los más de mil días invicta en casa, la Cibona favorita, la Cibona de Drazen Petrovic. En la grada, el pequeño Marko, ignorando a sus 4 años la trascendencia de lo que iba a suceder. En la pista, su papá Petar, ignorando a sus 27 que estaba punto de pasar de ídolo a leyenda.

    En aquella época, como relata Juanan Hinojo en el imprescindible "Sueños Robados", lo que parecía una anécdota había multiplicado la rivalidad y motivación entre ambos equipos: Petrovic aprovechó que en el Olimpija jugaron los juniors para hacer 112 puntos y el Zadar, en un trámite contra el Apoel Nicosia, se propuso arrebatarle el récord. Se le ofreció Petar, que rechazó la invitación. Más tarde a otros compañeros hasta que Babic dijo sí. Y 144 puntos después, la marca de Drazen ya era historia, lo que enfadó profundamente al de Sibenik, que quería vengarse en aquella final del 86. Al primer partido lo logró, con una victoria por 14 puntos de su Cibona en Zagreb. Empero, al segundo Drazen no jugó y el Zadar aprovechó el rugido de Jazine para igualar la final, al mejor de tres encuentros.



    Durante aquellos días se comentó de todo en Zagreb. Desde el estado físico de Drazen, al miedo de que una acumulación de técnicas le imposibilitara jugar el partido final, pasando incluso por la teoría algo fantasiosa de que la Cibona se veía tan superior que prefería ganar la liga en el tercero para celebrarlo en casa con sus aficionados. Nadie sabía entonces que en el Zadar huérfano de su estrella Ivan Sunara, que hacía el servicio militar obligatorio, emergería un héroe que al intervalo llegó con 0 puntos, con la Cibona sintiéndose campeona merced a diferencias siempre superiores a la decena de puntos, con Petrovic poseído por la perfección. Hasta que Popovic, de la mano de Petranovic, cambió por siempre la historia. Un punto, dos, diez, veintidós seguidos. Remontada, épica, prórroga. Más heroicidades, más canastas. La asistencia para fozar el segundo tiempo extra. Drazen eliminado. Zagreb chillando, Zabreb en silencio. La sorpresa, la locura, la liga para Zadar. 110-111. 36 puntos de su padre, todos tras el descanso. Un grito, un sueño, una leyenda. Y una inspiración para Marko, para el que desde la cuna el baloncesto era algo tan natural como andar, comer o dormir.

    La tradición venía de lejos. "Mi abuela empezó a jugar en Zadar, en los años 40 y 50. Fue la primera que jugó al baloncesto en mi familia". Su madre también, con cuatro años en la élite. Marko, con 6 meses, ya iba a ver a papá. Recuerdos no le faltan. "Si te soy sincero no me acuerdo bien de la victoria contra la Cibona del gran Petrovic pero sí que vi todos sus partidos. Recuerdo esos encuentros de Zadar contra el Joventut de Rafa Jofresa, contra el Estu o el Real Madrid. O los partidos durante la guerra en Zagreb". Antes, con 6 años, ya empezó a jugar en la escuela de baloncesto de Zadar.

    Un día, con diez años, fue a ver a su padre a un entrenamiento y el niño anotó un triple lejanísimo, que hizo que el mismísimo Drazen Petrovic le felicitara. Quien le iba a decir que meses después vería a su lado, en un sofá del Hotel Diamond, las finales de la NBA del 92 entre Chicago y Portland. "El Zadar hacía la pretemporada en el mismo hotel en el que Croacia preparaba los Juegos del 92. Drazen me llamó para ver a los Bulls contra los Blazers. En un momento, Jordan saltó, se quedó congelado en el aire y luego anotó. Y yo le dije que Michael era capaz de beberse un vaso de agua en el aire y luego tirar". A la mañana siguiente, un viejo conocido de la ACB, Veljko Mrsic, le trajo el conocidísimo diario Sportje Novostji y le espetó un "has empezado muy temprano con las entrevistas". Marko no sabía de lo que se trababa. Hasta que lo abrió con su padre. "¡Drazen había cogido mi frase, se la había dicho a un periodista y lo habían convertido en artículo! Esa anécdota me vale para toda la vida".

    ACB Photo/E.Casas)


    A las pocas semanas, era el propio Petrovic el que salía por la tele. Pero sus dos más queridos eran otros. La sangre tira. Marko quería lucir con orgullo la camiseta de sus primos. Ni más ni menos que Arijan Komazec y Alan Gregov. Hijos de las dos hermanas de Petar. Dos platas olímpicas y una estirpe prodiosa. "Les veía con orgullo jugar en Barcelona 92. Estoy muy contento por tener en mi familia a tantas personas con quien poder hablar de baloncesto y de quien recibir siempre buenos consejos". Aún recuerda el croata cómo salió corriendo para celebrar la gesta de sus héroes croatas en los Juegos, una buena forma de olvidar lo que sucedía al otro lado de la pista.

    La Guerra de los Balcanes estaba en su auge. Zadar, con un 15% de población serbia, vivió días de pesadilla en 1991, cuando tras el asesinato de dos policías, los más fanáticos pidieron venganza. Su padre, estaba intranquilo por su origen serbio, concretamente de Kraljevo. Regentaba una cafetería, Time-Out, donde incluso su sobrino Alan echó una mano antes de ser una estrella. Un día, en la llamada "noche de los cristales rotos", con disturbios en toda la ciudad contra establecimientos y casas de los serbios, su local apareció destrozado. Petar empezó de cero hasta dejar la cafetería como estaba pero en 1993, harto del aislamiento de Zadar, de los bombardeos y de los cortes de luz y agua, decidió marcharse de la ciudad para jugar en Dubrava, la parte noreste de Zagreb.

    Al llegar a su nuevo destino, Marko debía demostrar que era algo más que un apellido ilustre. Y no lo tuvo fácil por su altura, que provocó que el técnico de equipo de cadetes de la Cibona aceptara con bastante reticencia la petición de Petar, que no quería cortar la progresión de su hijo. A las pocas semanas, le mandaban a entrenar con los chicos más mayores, con jugadores como el ex Bulls Dalibor Bagaric. Y es que el pequeño era muy bueno, una máquina de anotar de todas partes, eléctrico y siempre viviendo o muriendo en función de su inspiración en pista, con momentos casi trascendentales en los que el diámetro del aro crecía y crecía en sus ojos a la hora de tirar. En el 97, con la guerra ya concluida, su padre regresó a Zadar y él se quedó un año más en Zagreb. Solo. "Quería regresar, me sentía muy nostálgico y deseaba estar con mi familia. Solo jugué allí un año más". Al verano siguiente, tras debutar con Croacia en un Europeo Cadete (7,2 puntos de media, 17 a Italia), pudo por fin volver a su ciudad para terminar sus estudios y jugar en su equipo del alma.

    Después de ganar el campeonato nacional cadete, pasó al equipo junior donde arrasó, con 25 puntos por cita. Ya nadie se atrevía a etiquetarle como "el hijo de". Era, simplemente, el mejor allá por dónde pasaba. Hasta que, sin darse cuenta y aún con 17, su madre le recogía en el instituto para llevarle al entrenamiento del primer equipo del Zadar. El imborrable tres contra tres. Los diez triples. El primer partido titular. El debut en la Saporta. Los gritos en cada sesión de su primo Arijan, que buscaba motivarle. Esos entrenamientos entre estrellas, a los que acudía 45 minutos antes de su inicio para irse media hora después de su finalización. Su convocatoria para la selección mundial en el Nike Hoop Summit. Y el recuerdo del Eurobasket Junior en su Zadar natal. Siempre en dobles dígitos, 14 puntos de media en la Croacia de Planinic y Loncar, máximo asistente del campeonato (5,1) y plata al caer por la mínima contra la Francia de Parker, Diaw y Pietrus. El círculo se completaba. La saga continuaba. Popovic ya era una realidad. Y su historia empezaría a escribirse desde lejos, muy lejos, de las canastas que le vieron tirar por primera vez.

    Subir, caer y volver a subir

    Nadie se lo podía creer. Marko Popovic, la gran esperanza del Zadar, anunciaba que se iba a Estados Unidos. Su destino, la modesta Southern Idaho, en la Division II de la NCAA, desconcertaba aún más. Mas él tenía muy claro el porqué de su decisión. "Al cumplir 18 años tenía que firmar un contrato por 7 temporadas con mi club y yo no quería hacerlo. Me llamaron desde Estados Unidos y me dije a mí mismo que por qué no ir allí y probar. Sí, quería cruzar el charco. Tuve una oferta de Utah a través de Rick Majerus, que me llamó personalmente. También la Pepperdine de Paul Westphal. No obstante, me decidí por Southern Idaho".

    A ver quién se atrevía ahora a decirle que estaba en ese equipo por su padre. Solo en Twin Falls, qué bellas sus cataratas, una pequeña localidad de poco más de 40.000 habitantes en mitad de la nada, a unas tres horas y media de Utah. La Southern Idaho de un Benjamin Eze que dejó huella en Siena tras jugar con Marko en aquel modesto centro. Entre partido y partido, apuntes de telecomunicaciones y artes liberales. A los dos meses ya hablaba un buen inglés. Los progresos en pista costaban más. Solo 17 minutos aquel primer año, con 7,8 puntos de promedio. La promesa de mayor tiempo en pista al siguiente año. Y el convencimiento de volverse a casa en ese verano de 2001. "Dudé pero decidí volverme al Zadar, firmando por cuatro años".



    Al primero, con su padre de técnico durante unos meses, ya firmaba 12,9 puntos por choque, con momentos tan especiales como aquella remontada de 20 puntos en Novo Mesto, triple ganador sobre la bocina incluido en el primer día de la actual Euroliga. No obstante, lo mejor lo dejó para el segundo. Después de arrasar en el Europeo Sub20, con 25 puntos de media (36 a Rusia, 37 a Francia, 33 a Eslovenia) y ser el máximo asistente (7,1) del campeonato, Marko Popovic protagonizó una 2002-03 de locura. Cuántas veces entró en trance. Los ojos en órbita, mirada de rabia, gestos y más gestos, con una hiperactividad que enfadaba aún más a sus víctimas. Porque esa temporada no hubo rivales sino víctimas. Lo comprobó en la ULEB el Lleida, que recibió 25 puntos del croata. Más tarde un Pamesa (31 puntos entre los dos partidos), que apuntó en rojo su nombre. 21 de media en competición europea, llamado para el All Star, máximo anotador en la final de la Copa (18) para darle a su club su tercer trofeo histórico en ese torneo.

    Las tardes de Marko. Las noches de Marko. Y la gloria de Marko en Liga Adriática, vistiendo a su equipo de campeón tras endosarle 30 puntos al Estrella Roja en semis y 27 al Maccabi en la gran final. "La verdad es que fue una temporada increíble. Primero por ganarle la Copa a la Cibona de Planinic y al Split de Radja. Más tarde lo de Estrella Roja y especialmente Maccabi de Blatt, con todas sus estrellas. Tal vez el mejor momento de mi carrera porque además lo hice con mi equipo, porque eran mis primeros títulos, porque me permitió dar un salto en mi trayectoria". El salto se llamaba Pamesa, que lo intentó todo por ficharle, pagando casi 300.000 euros para asegurarse a uno de los nombres más cotizados del mercado, que asumiría la responsabilidad de sustituir al mito Rodilla, de ser el base titular, de ocupar plaza de extranjero con solo 21 años y a no desentonar en un equipo mítico y repleto de estrellas.

    F oto EFE)


    Después de su primer torneo con la absoluta en el Eurobasket de Suecia, con doble lectura -promedió 10,5 puntos, tiró en ocasiones mucho, como aquel 2/12 contra Rusia en triples, pero no se cortó un pelo-, Marko llegó a la ciudad del Turia con gran expectación. "Puedo jugar al menos tan bien como Rodilla", dijo al aterrizar, ignorando el calvario que comenzaba. Porque pese a entrar con buen pie en ACB (12 puntos en su estreno, 13 al tercer partido), ni el de Zadar ni el Pamesa se sentían cómodos con lo que ocurría. Pocos minutos, poca adaptación y un murmullo que crecía. Hubo algún repunte, algunos creyeron en él ("Marko, Valencia je uz tebe" - "Marko, Valencia está contigo", gritaba una pancarta de la Penya Forera) mas su salida antes de tiempo no sorprendió a nadie, tras promediar 5,5 puntos por choque. "Era mi primera experiencia lejos de mi país, en el que equipo más fuerte que había conocido, con Tomasevic, Oberto, Rigaudeau, Abbio o Montecchia. Esperaban mucho de mí, no hice la pretemporada por el Eurobasket, tenía un entrenador joven como Olmos y nada me salió. Esperaba al menos jugar la mitad de bien que en el Zadar pero desde el primer día no estuve contento". Su hasta luego fue un adiós.

    "Tal vez la presión le agobió, no podemos echarle la culpa, puede que nos hayamos equivocado nosotros. Para él la noticia fue un shock pero no consiguió trasladar su juego de Croacia ni mejorar en defensa ni dirección", argumentaban desde el club antes de anunciar su cesión a la Cibona, que se tomó con filosofía. "No encontré en mi puesto. Sé que he hecho mal y lo puedo cambiar. Espero volver". Sus números no mejoraron mucho en Croacia (6,8 pt), aunque le valieron para conquistar Liga, Copa y jugar la final de la Adriática. Eso sí, a su regreso el conjunto valenciano le había cerrado del todo la puerta. Y lo entendió, afirmando entonces que si fuera por dinero se quedaría dos años más para tener la vida resuelta, aunque pidiendo salir para poder jugar. "No puedo decir ni una palabra mala del Valencia Basket. Al fin y al cabo, fue como una escuela para mí. Después de esa temporada me hice más duro de mente, trabajé más. Es un aprendizaje que se paga y que ya llevo dentro. Estoy muy contento y, con perspectiva, no me gustaría cambiar esa temporada, la verdad", confiesa hoy.

    En 2004, tras confirmar su vuelta a la Cibona, muchos de sus antiguos seguidores la tomaron con él, por irse a un club rival. Lo volvería a hacer, primando el argumento deportivo y obstinado por demostrar que no solo podía triunfar en equipo de casa. "Resultaba muy difícil para mí vivir en Zadar después de irme a la Cibona pero es que yo quería jugar Euroliga. Estuve triste por las cosas que pasaron, aunque soy un profesional. Siempre digo que Zadar es mi casa, mi primer equipo, mi gran amor, si bien este es el camino que yo elegí. Y en ese momento decidí así. Ya te digo, no cambio nada de mi carrera". Y más sabiendo cómo volvió a despegar. Volvió el eléctrico. Volvió el termómetro. El que te ganaba un partido con varios triples seguidos. El Popovic cada vez más Popovic, pareciéndose cada más en gestos, físico y estilo de juego a su progenitor. El que le hizo 39 puntos y 54 de valoración al Estudiantes en Euroliga, el que promedió más de 15 puntos esa campaña y el que regresó por la puerta grande a su selección para el Eurobasket de 2005 (9,8 pt), con el partido contra España (15) como guinda, por su actuación, y pesadilla, por el arbitraje y la eliminación en cuartos, al mismo tiempo. Tocaba volver a emigrar. Pero esta vez sin billete de vuelta. Todo iba a ser diferente.



    El camino del emigrante

    ¿Quién le iba a decir, el día que firmó por el Efes Pilsen, que le quedaba más de una década lejos de su Croacia? Porque Marko estaba a punto de meterse de lleno en un viaje que le llevaría un año a Turquía, dos a Lituania, tres a Rusia, otro par en Lituania y dos más en Rusia antes de regresar a España. El camino lo redactó él. Y su baloncesto escribía con bonita letra. Al tercer encuentro en Estambul, ya era MVP de la Euroliga (40 de valoración) en un año en el que firmó 12,8 puntos de media en competición continental, ganando Copa y siendo subcampeón liguero. "Fue positiva la etapa turca. Prkacin me ayudó mucho y yo jugué mejor en Euroliga, con algún que otro MVP. Para mí supuso un paso adelante por jugar con profesionales de gran nivel y pudimos celebrar la Copa. Siempre hablaré de Turquía con mucha alegría".

    En la 2006-07, firmó por el Zalgiris, con el que vivió un idilio especial dividido en dos etapas diferentes, cada una de dos años. En su primera temporada, repitió la cifra anotadora lograda con el Efes en Euroliga y volvió a celebrar dos títulos: Liga y Copa. Llegó pues con galones al Eurobasket de España, donde fue uno de los líderes de Croacia (13,1 pt), reservándole al equipo anfitrión, otra vez, su mejor actuación (18) y quedándose con la frustración del triple fallado contra Rusia en el último segundo que hubiera metido en semifinales a su selección. El siguiente curso en Kaunas compensaría su decepción. Y es que, pese a bajar levemente su anotación (11,7 pt), su equipo pasó de doblete a triplete, celebrando a lo grande la conquista de la Liga Báltica. Celebrarlo en familia siempre gusta más. Y ese equipo no era un club más en su trayectoria. "Para mí, la verdad, es como una segunda casa. Es algo que necesitas pasar por tu carrera, te hacen sentir como un deportista verdadero. Hay una afición increíble y te sientes allí como si no existiera ningún otro deporte. ¡Solo baloncesto!"

    Cipriano Fornas/enCancha.com)


    Enrachado, fue clave para que Croacia regresara a unos Juegos tras 12 años de ausencia pero tras empezar como un tiro (10,1 pt de media, incluidos 22 puntos a Rusia), se lesionó al tercer partido, aumentando aún más su desazón con un equipo, con una generación, que nunca encontró la forma de transformar su talento en medallas. Aunque a falta de títulos con Croacia, Marko continuó aumentando su palmarés en su siguiente destino, el Unics Kazan. Y no lo tenía sencillo por la tiranía del CSKA. Esa Copa valió más que ninguna. "Ganarle en semifinales al Dinamo de Nachbar, Lavrinovic o Pargo, con Blatt de técnico, ya fue complicado. Pero luego le ganamos a uno de los mejores equipos de la historia de Europa, el CSKA de los Langdon, Holden, Smodis y tantas estrellas. No lo olvidaré".

    Por ello, entre otro par de decepciones internacionales con Croacia -10,2 pt en el Eurobasket 2009 y 14,2, a su mejor nivel, en el Mundial 2010-, aceptó prolongar su contrato, que era de dos años, por una tercera campaña más que acabó cumpliendo. Y que le reservaba otro momento top de su vida en una cancha. Y es que, pese a que Popovic se disparó hasta los 14 puntos por choque en la 2009-10 (incluso llegó a sumar 9 triples en un partido), su año mágico sería el de su despedida (13,8 pt). El año de la Eurocup. "Mi segunda campaña estadísticamente fue buena pero como equipo hicimos poco. Lo mejor llegó en la tercera, ganando con autoridad la Eurocup. Vencimos fácil a Cedevita en semifinales y también al Cajasol de Plaza en la final. Es el segundo trofeo que más me gusta en mi carrera".

    Euroleague/Getty)


    Esa final, en el momento más álgido de su trayectoria, es quizá la metáfora que mejor le define. La elegancia de sus fintas, su manera eléctrica de salir del bloqueo, recibir y tirar, su transformación de base a escolta, su liderazgo -"Siempre fui un guerrero y siempre me dieron el último tiro", llegó a decir-, su raza y su sangre, su forma de enganchar irremediablemente cuando se desata, cuando aprieta el interruptor, cuando la irregularidad se aparta a un lado, cuando el continente le mira con ojos de enamorado, cuando el baloncesto parece más sencillo y tú y yo, que le vemos jugar tan cómodo, también nos sentimos capaces de anotar desde cualquier lado de la pista de tanta inspiración que trasmite. Fueron 18 puntos. Fueron 11 asistencias, récord en una final. Fueron 29 de valoración. Fue un MVP continental más que merecido. Fueron unas lágrimas contenidas y liberadas en el momento en el que Djordjevic le otorgó el galardón, con su hermano y su padre en la grada. Fue la cima. Y fue la despedida perfecta para regresar a la segunda de sus casas.

    Empero, ni siquiera en su momento más dulce pudo celebrar algo vistiendo la elástica croata, con 12,4 puntos en el Eurobasket 2011 a los que hubiera renunciado con tal de pisar el pódium. "Es un sueño que nunca pude cumplir, ganar una medalla con Croacia. Si puedo cambiarlo lo cambiaré pero no se puede tener todo en la vida. Por eso la vida es especial. Es cierto que siempre la selección nos dio muchas frustraciones porque había grandes jugadores y no pudimos ganar nada. Llegaba siempre al club cabreado y necesitaba tiempo para que se me pasara. Nunca le cerré la puerta a la selección, aunque ya tengo 33. A ver…" Eso sí, al cumplir 30 declaró que se sentía como si hubiera cumplido 20. Y su felicidad crecía pintándola otra vez de verde. De Zalgiris, que no de dinero, ya que desechó mejores propuestas por volver a sentir que el calor de los aficionados de Kaunas. Ganó Copa, Liga y Liga Báltica el primero año (12,5 pt) y repitió con Liga en la 2012-13 (13,4 pt), añadiéndole una Supercopa merced a un triple suyo sobre la bocina. La consagración de un ídolo cuyo amor por el club pesó más que los problemas económicos e impagos vividos, que definió a Plaza como un "padre" y que se despidió emocionado por ser un pedazo más de la historia del Zalgiris. "Saben de basket, conocen el baloncesto, viven para el baloncesto. Fueron cuatro años allí de los más increíbles de mi vida profesional".



    Y otra vez en su periplo, Marko Popovic regresó al país del que venía, aunque esta vez con un destino diferente. Fichado por el potente Khimki en el verano de 2013, el croata vivió dos campañas de altos y bajos (11,7 pt. y 5,3 asis. el primer año y 9,9 pt. y 4,5 pt. el segundo), con un pequeño pellizco constante. Cuando le fue a él bien, su equipo fracasó. Cuando su equipo triunfó, él vivía su momento más duro. "La primera temporada iba genial para mí. Llevábamos 33 victorias seguidas hasta que perdimos la cabeza en Eurocup contra Valencia Basket. En la ida caímos por 16 y en la vuelta, tras ponernos 19 arriba, perdimos otra vez la cabeza en el último minuto y nos eliminaron. Tras esa decepción, estuvimos un mes sin partidos y cuando jugamos, caímos por 3-0 en liga". Lo peor para él estaba por llegar, aunque lo compensó el gran rendimiento del equipo. "Habíamos fichado a Rice, con quien tengo una gran relación, y todo transcurría perfecto hasta febrero, cuando me lesioné, con muchos problemas físicos hasta el final de temporada. Iba de una lesión a otra, fue el peor momento de mi carrera. Ayudé lo máximo que pude con el físico que tenía y sé que esas cosas pasan. Me alegré mucho por ganar la Eurocup aunque no tuviera un rol tan importante como en Kazan, si bien pude al menos ir contento".

    "Gracias por tu carisma y tus emociones", dijo su club a la hora de despedirle, antes de que se iniciara el carrusel de rumores. Sonó Zadar, club al que siempre pensó volver. Llegaron ofertas de España, llegaron ofertas de Europa. Pero el partido que más le importaba, en esos momentos, no se iba a jugar en una cancha. Su familia marcaría su destino.



    Un asunto de familia

    "Acabé el contrato en Moscú y luego todo se sabe de mi camino hasta Fuenlabrada". Mejor cuéntanoslo, Marko. "Yo antes jugaba o por dinero y por una motivación de ganar títulos durante la temporada. Sin embargo, ahora el dinero no es lo más importante sino la salud de mi familia. Y qué decir de la vida en España. Cuando Zan Tabak me llamó, sabiendo que el nacimiento de mi hija fue bien, a los 5 minutos le dije que firmaría por el Fuenla, del que no sabía demasiado, más allá de que el año pasado tuvo problemas. Él quiso saber por qué, por qué un jugador de mi nivel podía firmar por un equipo más modesto y yo le expliqué lo del nacimiento de mi hija solo 7 días antes y las dos ofertas que rechacé de España. A continuación, me preguntó si tenía problemas físicos y le dije que estaba bien aunque necesitaba coger ritmo, ya que entrené en solitario en verano. Y le hice una propuesta: si me pasaba algo durante el primer mes, hablábamos y me marchaba del equipo si no me creía. No me apetecía engañar a nadie".

    Tras 123 partidos en Euroliga (12,5 pt), 76 de Eurocup (14,2 pt), 4 Europeos, un Mundial y unos Juegos siempre en los dobles dígitos, 4 días antes de empezar la temporada se confirmaba el fichaje de Marko Popovic por el Montakit Fuenlabrada, que apostó por él como líder. El último bombazo del verano. Y quizá el mayor.

    Nada más llegar, se ganó a todos por sus declaraciones. Que si era consciente de no ser mágico y no poder hacer 20 puntos y 10 asistencias cada día a sus 33 años, que si se alegra más asistiendo que anotando, que si quería reivindicarse tras su anterior paso por la ACB, que si sentía orgullo por su decisión y que si intentaría adaptarse lo más rápido posible. No engañó a nadie. Tras promediar 5,8 puntos (8/24 en el tiro) y 5,8 de valoración en sus primeras 5 jornadas, en su particular pretemporada, empezó a volar alto en su visita a San Sebastián, con 15 puntos, para despegar del todo a partir de los 19 al Dominion Bilbao Basket, reservándose un final de primera vuelta e inicio de la segunda solo al alcance de las grandes estrellas de la Liga Endesa.

    En los últimos 5 duelos, 21 puntos, 3,6 triples, 3,6 asistencias y 23,8 de valoración que bien valieron un billete rumbo A Coruña. Poca broma. "Paso a paso me está yendo bien y estoy mejorando mi juego. Quiero dar las gracias a la afición por creer en mí. Sentí apoyo desde el primer día, cuando fallé contra Sevilla o Tenerife. Y deseo agradecerle a Cuspinera el ayudarme a a adaptarme mucho antes al juego de España".



    Un día hacía la mejor marca en tiros libres (14/14) desde los años de Macijauskas. Al otro se iba a los 33 en Murcia. Al siguiente era clave para entrar en Copa del Rey, dándole el mérito a Urtasun -"Ganamos por él"- y al último partido acaba vestido de Jugador de la Jornada (21 puntos, 30 de valoración) sin inmutarse lo más mínimo. Es su momento. Es él otra vez. "Estamos haciendo cosas muy buenas para el club. Es una experiencia diferente y la disfruto bastante. Quiero hacerlo lo mejor posible y que la gente disfrute. Me dicen todos ahora que estoy pasando como una nueva y segunda juventud. La verdad es que estoy muy, muy contento".

    Su técnico también. O más aún. "Es un líder dentro y fuera de la cancha, por su extraordinario trabajo invisible y por lo que hace dentro del vestuario, animando a sus compañeros y dando soluciones. Habla mucho conmigo y se lo agradezco. Nos damos consejos que suelen salir bien. Es otro de mis ayudantes en la cancha", confiesa Jota Cuspinera sobre un jugador tan inquieto en la cancha como calmado al salir de ella. Es su otra cara. La del Marko Popovic más desconocido.

    De la pista al mar

    "Mi padre todavía no ha podido venir a verme, trabaja en las categorías inferiores del Zadar y está siempre muy liado", cuenta expectante. Porque la visita se va a producir. "Me ha dicho que intentará ir a un partido contra uno de los grandes, quizás Valencia o Barcelona". Será orgullo de papá. Y de abuelo. Porque la familia creció el pasado verano. Y porque Popovic no puede estar más feliz con su esposa, con la que se casó en 2010 tras 8 años de noviazgo, meses antes de tener a su primer hijo, que le ve como él en su día hacía con Petar. No quiere presionarle para que siga la tradición familiar pero no se iba a quejar si algún día acaba él siendo el padre que da consejos y cuenta viejas batallitas de baloncesto.

    ACB Photo/E.Casas)


    Y es que el basket fue, es y será -le gustaría seguir en el mundillo al retirarse- su vida, como remarca en el último momento de la entrevista en la que su perfecto español, uno de sus 5 idiomas, no encuentra el término adecuado. "Soy… ¿cómo se dice? Soy boring, muy boring. ¡Eso, aburrido! Mi vida es aburrida. Soy un tipo normal que solo ve baloncesto. Si no es Liga, es Euroliga. Y si no, Eurocup. Voy persiguiendo todas las competiciones sin salir de casa", cuenta aquel que, cuando vuelve a casa en Zadar, pone basket en los cuatro televisores de las cuatro habitaciones. El 90% de las conversaciones, y más con esos padres y esos primos, gira en torno a la pelota naranja. Pero hay más.

    "Alguna vez voy a algún restaurante, aunque tengo que estar concentrado cuando trabajo durante la temporada". ¿Y en vacaciones? Algo más debe existir, Marko. Por fin asiente. "Cuando acaba la temporada me voy a mi barco a pescar, eso es lo que me gusta, es un hobby para mí y disfruto mucho haciéndolo", reconoce el amante de la naturaleza, válvula de escape para alguien que hubiera querido ser pescador o submarinista en el caso de no haberse dedicado al baloncesto. "Mi mujer me odia durante las vacaciones. Y ya verás la guerra el verano que viene, tendremos que llegar a un acuerdo para ver cuándo puedo irme a pescar y cuando no. Porque cuando pesco lo hago de noche, estoy toda la madrugada fuera y el día me lo paso durmiendo. Y no me ve, claro", cuenta entre risas.

    Popovic no es el mismo que llegó a Valencia con 21 años. Ni como jugador ni como persona. La experiencia, las alegrías, los sinsabores… cada paso y cada etapa le hicieron madurar. Mas sería trampa arrepentirse de algo. "Con experiencia es muy fácil decir qué podría cambiar de mi trayectoria. Pero es que cuando eres joven te sientes el más listo de todos y las cosas se ven más tarde. En mi carrera solo añadiría ganar algo con la selección. Nada más". Cuando todos empezaban a hablar de él, en 2003, el año de su explosión, él se preguntaba cómo sería la vida con algo más de 183 centímetros. ¿Con 10 más hubiera sido NBA? "Es que no quiero pensarlo, estoy muy contento con todo lo vivido. Quizás con 10 centímetros más lo que sí tendría seguro es más problemas de espalda al cumplir 50 años". Palabra de alguien que, en su juventud, se veía jugando hasta los 40. Su familia y sus hijos cambiaron su mentalidad. Con salud, hasta donde llegue. Hipotecar su físico sabiendo que hay una vida detrás del basket no está contemplado.

    Foto Marko Popovic)


    Marinero y jugador, pescador y triplista. Marko, tras más de media hora al teléfono, se sorprende cuando termina la entrevista. ¿Ya? No sé… ¡es que tengo muchas historias! Yo, si es hablando de baloncesto, puedo estar tres días contándote cosas". Y los capítulos que aún tenga tiempo a escribir en Fuenlabrada. De Petrovic a su abuela, de Komazec a Petar, de Moscú a Zaragoza, donde volvió a ser héroe, como cuando Dino Radja se frotaba los ojos ante su descaro en aquel tres por tres que cambió su destino. Media vida de profesional y una entera de baloncesto, desde que en los brazos de su madre conoció el mítico pabellón donde su jugaba su Zadar. Allí el baloncesto fue cebo. Allí el pescador fue pescado… por las redes de Jazine.