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Alen Omic: La conquista del honor

De cambiar una decisión arbitral por fair play a asistir a un rival en apuros. El doble gesto de Alen Omic se ha ganado los elogios del mundo del basket. "No cambiaría lo que hice", confiesa el pívot del Unicaja

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Redacción, 13 Abr. 2017.- "Sería un triunfo que con el paso de los años alguien recuerde que un día sobre la cancha, en plena final, un chico de 26 años puso por delante el valor de la honradez que la artimañana para ganar. El del miércoles fue el partido de Alen Omic". Nada como el brillante artículo de Héctor Esteban en Las Provincias para resumir el fair play de un jugador que ha sido doblemente protagonista en la última semana por dos motivos tan diferentes como al fin y al cabo idénticos: su deportividad. Y es que, como el propio periodista escribe en ese artículo, a veces "es triste que la honradez pase desapercibida". La de Omic merece portadas.

Quedaba poco más de minuto y medio para el descanso. El Valencia Basket ganaba por 8 puntos y el Unicaja no es que fuera a remolque. Simplemente, parecía que iba a sacar de un momento a otro la bandera blanca, sin que nada le entrara en ese funesto segundo cuarto, sin que nada le saliera bien. Lafayette, buscando una remontada que solo llegaría al final, con todo el viento en contra y a la heroica, lanzó un triple que no tocó ni aro. Tras el tablerazo, Oriola y Omic saltaron a por la bola, que rebotó en el brazo del esloveno.

A pesar de que el propio Alen hizo un último intento de capturar el balón antes de que se perdiera por siempre en la línea de fondo, consciente de que él había sido el último en tocarlo, el colegiado pensó que fue Oriola el que rozó la bola. Balón para el Unicaja. Pitada de la Fonteta y, de inmediato, sin tiempo para que fuera a más, la gran sorpresa. Omic levantaba la mano izquierda y se llevaba la derecha al corazón, como en señal de disculpa. "Mía, le he dado yo", le confirmaba al árbitro, tan atónito como cada uno de sus rivales y compañeros, tan atónito como en banquillo y gradas.


En plena final europea, en el peor momento de su equipo y cuando más que nunca cada balón parecía de oro, el pívot había renunciado a un error favorable con tal de no faltar a sus principios. Con tal de dormir mejor esa noche. Imposible no aplaudirle, como hizo el agradecido público valenciano, que pese a todo lo que se jugaba su equipo, supo reconocer el valor del gesto con una cerrada ovación.

Lo repetiría. "Si sé algo, lo digo. En ese caso era consciente de que le había dado al balón y me salió tener fair play y no actuar de manera diferente. Yo había tocado ese balón. Yo lo sabía, tuve el feeling al instante. Mejor decir la verdad y reconocer que era fuera mía. Que sí, que íbamos 8 puntos abajo, pero era el segundo cuarto y no íbamos a remontar en un par de minutos para que acabara ahí justo el partido", relata el jugador del Unicaja, que no hubiera aceptado la menor crítica por un gesto así, pese a que en ese momento pudiera venirle mal a su equipo. "Cuando es mi decisión, es mi decisión. Y nada más. Yo dije eso, que la había tocado, y punto. Quizá otros jugadores hagan lo mismo que yo. O quizá no, me da igual. Solo sé que yo no cambiaría lo que hice".

La paradoja fue que el esloveno, el protagonista del gesto más deportivo visto en una final en bastante tiempo, acabó abandonando el partido en el tercer cuarto, al interponerse en el pique entre Rafa Martínez y Nemanja Nedovic, buscando evitar males mayores. Reglamento en mano, su invasión a la pista era descalificante. Toalla en la cabeza, hundido, no protestó. Solo la remontada de equipo permitió que, con el tiempo, se recuerde más su precioso gesto que su auto-eliminación.

Lo que no podía imaginar Omic es que, justo tres días después, ya en Liga Endesa, iba a ser protagonista directo de otro de los gestos más deportivos del curso baloncestístico. Esta vez, con algo mucho más importante que una posesión en juego: la salud de un rival. Compañero, al fin y al cabo.



En los compases finales del choque frente al Rio Natura Monbus Obradoiro, con el triunfo del Unicaja encarrilado, McConnell penetró buscando la bomba y se encontró con el esloveno, que saltó para taponarle. El base no pudo tener más infortunio. No solo el balón no entró sino que, además, su cabeza chocó con la cadera de Yusta y, encima, cayó al suelo junto al propio Omic, elevando la seriedad del golpe en la cabeza, que acabó con herida y sangre.

El esloveno, desde el primer segundo, supo que ese era su sitio, sin abandonar a Mickey. Ni ir a la cancha rival para aprovechar la superioridad, en un 5 contra a 4 que hubiera facilitado la canasta. Ni correr sin mirar atrás. Omic prefirió quedarse con el americano como si fuera su mejor amigo, siendo incluso capaz de tapar su herida hasta que llegaron los doctores, cuya presencia reclamó él mismo con insistencia desde que vio la sangre.

Nueve grapas recibió McConnell, mientras recibía las palabras de ánimo de Omic y un Brooks que se tiró al suelo para darle la mano y asegurarle que todo se solucionaría. Todo muy de película, aroma a "Forrest Gump" o a "Hasta el último hombre", con Omic redondeando el bello gesto al echarse a la espalda a Mickey para acompañarle hasta el banquillo, mientras pedía perdón al público por el golpe que había sufrido su jugador. La grada en pie y Omic otra vez en el candelero por un motivo que no eran ni sus puntos, ni sus rebotes. Ni siquiera su gran entrega.

"No hice nada malo en el salto pero caí al suelo con él y él acabó en problemas. Cuando vi en la pista cómo estaba, con su mano llena de sangre, quise ayudarle. Me tumbé y vi que la sangre no dejaba de salir. Llamé al doctor y al fisio para que le asistieran", cuenta aún con el susto en el cuerpo, minimizando su gesto: "No hice tampoco nada especial. ¿Qué tipo no se iba a quedar para ayudar a alguien al que le salía tanta sangre? Todo el mundo lo haría en una situación así. Se había hecho daño en la cabeza, lo normal es una reacción similar".

Su gesto, trascendiendo el propio baloncesto, fue uno de los asuntos tratados en la rueda de prensa del técnico Joan Plaza, que no ocultó su admiración por el corazón de Alen Omic: "Es un gigante con corazón de niño pequeño. Es muy buena persona".

Omic se los ganó a todos (UNICAJABFOTOPRESS)
© Omic se los ganó a todos (UNICAJABFOTOPRESS)


Tanto que, por encima de su juego, que ha elevado el rendimiento del Unicaja, desde el club se habla de su llegada como un factor clave para esta nueva dimensión que ha alcanzado el equipo, de la mano de un Omic que, en menos de tres meses, se ha metido a la afición en el bolsillo por su implicación, alma y gestos con la propia grada. Así lo entiende el propio Plaza: "Ha ayudado en la transformación del equipo, lo ha unido. Es muy buen tipo, con carácter pasional y de corazón. No tiene afán de protagonismo. Es divertido y nos ayuda. Si estuviera más tiempo con nosotros sería un jugador fundamental en Europa".

Omic prefiere relativizarlo: "Siempre juego al máximo y me gusta estar cerca de mis compañeros dentro y fuera de la pista. No hago nada de otro mundo. Soy feliz en Málaga, todo el mundo es genial y disfruto mucho con esta afición". La felicidad es mutua.

Y es que, como tan bien expresó Cristina Guillén en El Correo Gallego, "su gesto de compañerismo y deportividad es de esas imágenes para enseñar en los colegios", uno de esos ejemplos en los que el deporte es solo una excusa para trasmitir valores que van más allá de un partido ganado o un título en la vitrina.

"Es solo fair play, he visto muchas situaciones así en el baloncesto", asegura, respondiendo entre carcajadas al comentario de su gesto para los más pequeños: "¿Un ejemplo para los niños? A eso no te puedo responder yo. Quizá lo mejor es hablar con los propios niños y preguntarles... a ver qué piensan de mí". El mundo del básquet lo tiene claro. Su honor se lo ha conquistado.