Seis
La masa media del juego quedó definitivamente afectada por el proceso. En lugar de exprimir la rica versatilidad ofensiva de las nuevas potencias abiertas (S. Smith, P. Hardaway, H. Grant, Garnett, Nowitzki, Walker, Milicic y un sinfín de variopinta fauna), se obligó al jugador medio a sumarse al carro de destrucción del juego rival dejando a un lado el trabajo individual de creación. Y la nueva intensificación física pasó al primer plano que anteriormente ocupaba el fundamento técnico básico.
Hoy no se castiga a jugadores incapaces de correr con el balón en sus manos como Devean George o Robert Horry (al menos Dominique sumaba 25 por noche); ni tampoco parece raro que aleros puros como Ron Artest no sean esencialmente tiradores; en este último caso su valor bruto reside en la facultad de destrucción ofensiva rival y rendimiento registrado en números (la nueva religión). Así donde antes encontrábamos a Ricky Pierce o Danny Ainge vemos hoy a Raja Bell o Bruce Bowen; donde antaño se cumplía un rol específico de muy corto recorrido que partía por ello desde el banquillo (Kurt Rambis) se ofrece hoy titularidad (Scott Pollard). Y donde la pintura era escenario de creación interior (Kevin McHale, Thurl Bailey, Charles Barkley o Abdul Jabbar) es hoy pozo de destrucción masiva (Wallace, Outlaw, Massenburg, Magloire, Ratliff...). Si en mitad de los años ochenta el jugador medio podía venir representado por las correctas cualidades ofensivas de Mike O'Koren, quedan invertidas hoy en bestias musculares esencialmente defensivas del tipo Marcus Fizer.
Así no es de extrañar en absoluto la hipertrofia que sufre actualmente el juego NBA. En lugar de estirarse los ataques por una circulación abierta, caen atascados en zonas saturadas de músculo y contactos y faltas de creación y pase. Mencionando un ejemplo oportuno, el jugador que más balones perdió en la década de los ochenta fue Magic Johnson. Pero curiosamente ninguno dio más asistencias que él (nadie ostenta más cuádruples dobles en ese sentido). Hoy en día las pérdidas de balón no provocan ni individual ni conjuntamente una creación relativa. Así todas las estadísticas corren a la baja salvo las estrictamente defensivas: anotaciones conjuntas, porcentajes, tapones, robos, pérdidas y faltas (índices de destrucción), se multiplican exponencialmente al tiempo que los porcentajes y anotaciones al alza, las asistencias y lo que no es registrable, fluidez ofensiva, caen en picado. Las últimas series finales dieron en un equipo campeón que sumó 109 asistencias en seis partidos (por 188 y 192 de los Lakers en 1982 y 1985), perdió 99 veces el balón (68 los Lakers del 87) y sobre todo, registró un 43.2 de acierto (por 51.2 y 51.5 de los amarillos en 1985 y 1987). Todo ello por no hablar de los subcampeones Nets y su pírrico 37 por ciento, el segundo porcentaje más bajo en la historia de la NBA.
Siete
Resumiremos este punto bajo un título: 'La crisis del pase'. A la interesante anarquía de los 70 sucedió un mayor orden de las piezas con balón en los años 80, pero la fulminante emergencia del universo defensivo aceleró como nunca la táctica del movimiento sin balón, lo que unido al dogma muscular, los roles uniformes y la concentración anotadora en muy pocos produjo un olvido generalizado de la clave de este juego: el movimiento del balón.
Uno de los pilares básicos de entrenamiento durante casi un siglo (desde Naismith a K.C. Jones pasando por Minneapolis, la UCLA de Wooden e incluso los Globs) fue el pase entre todos sin botar el balón: pasar compulsivamente adoptó en Europa la forma de los 'ochos' y en USA del 'pass&run-run&pass'. Hoy en día se ha diluido la esencia de aquella enseñanza y es muy fácil comprobarlo: se considera el pase rápido un riesgo y se espera a que el dibujo táctico ofrezca una salida de los bloqueos para poder enviar el balón. Cuando este modus se generaliza y cada uno de los jugadores lo asume, el Baloncesto se atasca forzosamente por una congestión de balón. Y que al final se consiga anotar carece de importancia para comprobar que en efecto el juego se ha ralentizado.
En lugar de valerse de la principal arma de este juego (el balón), la mayoría de entrenadores en la NBA busca hoy salvar la Defensa con recursos ajenos al balón y cercanos al pesado fluir de los cuerpos (ayudas, bloqueos, contactos, aclarados...). 'Quiero hacer físicamente fuerte a este equipo', respondía Kevin O'Neill al ser preguntado por la 'novedad' que aportaría a los Raptors. Muchos otros ya lo habían conseguido desde que Riley colara a sus Knicks en las series del 94. Recordemos que una de las premisas del Jordan Rules, una de las obras más influyentes en la historia de la NBA, era buscar anularle con una especie de mafia táctica: la constante cercanía a la falta personal sobre todo el equipo de Chicago haría bajar el listón de la sanción arbitral (no se podía pitar todo). Pues bien, sin llegar al extremo de Detroit, aquella rebelión insólita ha pasado a ser norma en la NBA actual hasta el punto de que el sofisticado arte de la Defensa devino legalmente en grosera maniobra.
Conviene hacer la estadística oportuna y viene al caso el recurso de algunos para salvar el Gran Atasco disfrazándolo de estrategia. Así los Celtics del año pasado intentaron la friolera de 2155 triples (a más de 26 por noche), algo ni remotamente cercano a la más grotesca ABA. La razón: evitar por la vía rápida lo que los americanos denominan 'Traffic', vertebrado siempre en diez hombres. Ahora, en mitad de un doloroso estático, parece haber más de veinte. Surge así la sensación de haberse quedado pequeñas las dimensiones de pista cuando tan sólo bastaría con devolver su plenitud al pase, el pilar sobre el que se asienta la longitud táctica del juego. Lo grave no es situar al pase en un segundo o tercer plano sino que al hacerse norma ese desprecio, los jugadores se olvidan de aprender a pasar, incluso aquellos para quienes era una obligación ceder el balón al base tras capturar el rebote en defensa.
Ocho
La era Stern consiguió subsanar con éxito cualquier disfunción del sistema (déficit, drogas, violencia, expansión...) pero ahora no puede detener una batalla que legalmente tiene perdida. No hace falta dar nombres. Desde 1996 acceden a profesionales más jugadores de instituto que en todos los cincuenta años anteriores. Al margen de la formación personal, la función esencial de la Universidad es la de integrar a los jugadores en un rito, un proceso de Iniciación que consigue que el joven que entre y la persona que salga sean dos seres distintos. Pero cada vez es mayor el número de no iniciados y de equipos dispuestos a comprarles. El draft fue hasta hace poco el premio profesional a los universitarios pero hoy, lejos de aquel ritual, no es más que un Mercado mundial de jugadores que sólo responde a su lógica.
La actual infantilización de la NBA es ya un hecho sin precedentes. La primera consecuencia de una entrada masiva de jóvenes no formados afecta al juego NBA por una subyacente cohesión a la baja, la que ha permitido por ejemplo otra entrada masiva bien distinta, la de jugadores del resto del mundo. Los desvaríos juveniles de Darryl Dawkins en los setenta eran bien conocidos por todos y casi tomados a gracia por excepcionales, pero que Magette, Odom y Miles llegasen a despreciar literalmente las órdenes de su entrenador Alvin Gentry en los entrenamientos afecta forzosamente al rendimiento final de una plantilla, de toda una franquicia NBA. El problema no reside tanto en la disciplina ética como en la formación deportiva, la que permite que extranjeros como Kukoc, Stojakovic o Ginobili parezcan ahora maestros en mayor grado que alumnos, una situación antaño impensable.
Nueve
Una actitud conservadora que nace de la nueva especulación del juego está anulando en la NBA actual la posibilidad de rebeldías tácticas. Nunca se había dado un reduccionismo táctico tan flagrante. Los 18 equipos de la NBA del 75 mostraban mayor diversidad táctica que la casi treintena de franquicias actuales, técnicamente mucho más uniformes de lo que parece. Salvo los honrosos casos de éxito parcial tipo Dallas, Sacto, los Nets de la Regular o los Lakers, hay que hilar muy fino para distinguir en líneas generales el despliegue en pista de la mayoría de equipos, especialmente en el Este. Hay diferencias de jugadores pero apenas en el fondo táctico de los equipos. La práctica totalidad de cuadros técnicos termina por coincidir en una región común dominada por presupuestos de especulación y orden obsesivos donde apenas hay lugar a la improvisación. Las cosas han cambiado tanto que el interesantísimo Run TMC de Nelson llegó a ser acusado de suicidio táctico y en cambio, la defensa press al triple de los Knicks de Pitino de elogiable novedad cuando en realidad equipos de la ABA ya la practicaban.
Como exponer este punto con rigor sobrepasa con mucho la debida extensión del artículo urge escoger algo. Se ignora, por ejemplo, que la aprobación de las defensas en zona en la NBA fue provocada por el disgusto arbitral ante la proliferación de situaciones tácticas que eran en apariencia zonas flagrantes. Los árbitros no podían señalar ya todas las defensas ilegales porque sencillamente no se podría jugar. Desde aquellos desesperados 'traps' angelinos en las series del 89 no se podía continuar camuflando las zonas sin incidir en la ilegalidad. Así que una década después se dio validez reglamentaria a lo que era un abuso generalizado.
Asistir unos años después al resultado es hacerlo con un espectáculo deprimente. Decía Bobby Knight que las defensas en zona eran un pretexto intolerable para no perseguir al hombre. Pues bien, eludiendo la motivación que pueda llevar a practicarlas, lo que en realidad ha conseguido el uso abierto de las zonas es recortar aun más el espacio de juego, detener los ataques en seco. Cuando hay una crisis ofensiva generalizada, añadir el recurso zonal contribuye a lo que hemos visto en las últimas Finales, una gravísima fragilidad ofensiva: que New Jersey traicione su fast break por puro recelo y San Antonio se atasque en las zonas que a duras penas iba improvisando Scott. Ninguno sabía atacar las trincheras inertes y el resultado fue de una precariedad tan grande que ambos equipos se vaciaron de las virtudes que les habían llevado hasta allí. Con la debida humildad cabe reconocer que las Finales del 2003 discurrieron en los dos banquillos a la improvisación de solventar errores sobre la marcha. Pero tanto Nets como Spurs se traicionaron con un baloncesto estreñido que les había sido ajeno hasta encontrarse en el último peldaño.
Ahí vemos el cáncer, la consecuencia última de la prevalencia obsesiva en el plano defensivo, que en lugar de atacar sin contemplaciones se concentra toda una franquicia en especular con la destrucción y el desgaste del juego rival. Y esta es precisamente la uniformidad que domina en la NBA de hoy, una especie de cobardía táctica generalizada que no busca aprovechar el potencial ofensivo propio sino aguardar el del rival.
Diez
La combinación final de todos los factores juntos (sinergias) provoca consecuencias mucho más graves que si lo hicieran por separado. Aquí ya no intervienen los números sino el mero ojo que observa el juego. El Baloncesto en la NBA, salvo contadas excepciones, ha perdido en belleza y lucidez, en espectáculo y novedad, en espontaneidad y atractivo. Decir que asistimos a una crisis de talento generalizado puede ser tan cierto como que desde los banquillos no se busca compensar esa falta con cierto grado de libertad sino con una máxima característica de nuestros días: que sólo la Victoria (sea de la naturaleza que sea)... es bella. Y así el último campeón lo fue casi por defecto.
Pondremos un ejemplo para terminar:
La idea de agrupar ordenadamente las mejores jugadas de la semana data de principios de la temporada 90-91, donde se presenta un nuevo formato Top Ten con un simbólico arranque, un refrescante Top Five de la campaña anterior. Ya por aquellas fechas se premiaba mucho la preelaboración de las jugadas (en el primer Top Ten aparecen los Nets de Petrovic en una saludable secuencia de pases en el Spectrum). Con el discurrir de los años el Top Ten ha recortado drásticamente sus escenas vaciándose de jugadas de equipo en favor de la acción individual y los mates en seco. Por escaso y reiterativo el pastiche actual ha traicionado tanto su habitual factor sorpresa como la coherencia a la gloriosa Estética (hasta en las camisetas) que situó siempre a la NBA como estandarte espectáculo de cualquier competición deportiva en el mundo.
Gonzalo Vázquez
ACB.COM