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Raül López: El tacto de la magia
Base de toque genial, ilusionista de lo imperceptible… lo diferente hecho jugador de baloncesto. La figura de Raül López escapa a la comprensión de lo razonable. Un verso libre sobre el parqué, un alma pura fuera de él. En su 40 aniversario ahondamos en su ser
  

Con los primeros claros del día, una repentina algarabía interrumpe el sueño de Raül. No es normal que, en tiempos de confinamiento, el ruido impacte bruscamente en su despertar. Las casas hoy están en silencio y el recogimiento es la banda sonora que nos acompaña en los quehaceres diarios. Sin embargo, hoy sus hijos han roto el orden habitual para despertarle con un fuerte abrazo de cumpleaños.

Los 40 años no pesan tanto en su jovial espíritu, que alimenta con inquietudes culturales y buen gusto musical, como por un físico marcado por una longeva y castigada trayectoria deportiva. Con todo sabe que no se puede quejar porque tuvo la suficiente inteligencia para decir basta a tiempo y retirarse guardando energía para jugar con sus hijos y evitar ir borrando las aceras como él temía.

El desayuno es especial, con Mark y Axel habla sobre la extraña realidad que les ha tocado vivir y las lecciones que de ella se pueden extraer. La conversación, por momentos, le transporta a los años donde él era el niño y su padre, Paco, le llevaba en coche a los entrenamientos de Joventut de Badalona. Debía dejar el restaurante que regentaba en Vic para alimentar los sueños de un chico que se aficionó al baloncesto con una cinta VHS donde veía highlights de las estrellas NBA. No soñaba con ser ellas porque los suyos siempre fueron anhelos que se formulan teniendo los pies sobre la tierra, pero sí le gustaba imitar a los pívots. Una rareza de un tipo pequeño que siendo mayor le gustaba postear (para el recuerdo la canasta que metió en la final del Mundial Júnior frente a Steve Logan) y que guarda casi como único trofeo de su paso por la NBA una foto con Shaquille O’Neal.

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Raül ha viajado mucho, ha estado mucho tiempo fuera de casa y por eso estos días confusos los hace suyos y los exprime saboreando el dulce jugo de la familia. Cuando él era el niño no entendía las conversaciones de los largos trayectos de ida y vuelta con su padre, pero la madurez sembró en ellos el justo valor que merecían y hoy él es el padre que promueve la charla con sus hijos y transmite el legado oral de familia.

Nació en Vic, pero la ciudad pronto se quedó pequeña para su talento deportivo y del colegio El Roser dio al salto a Joventut de Badalona. Allí encontró una segunda familia con Miquel Nolis y su mujer como tutores de su día a día y Suly Drame de improvisado hermano. La extraña pareja del baloncesto español. Uno callado y reflexivo, el otro alocado y dicharachero. Eran tan diferentes que fue tan fácil acumular anécdotas como encontrar la afinidad. Eso sí, pese a los años que han transcurrido es rara la reunión donde Raül no le recuerde a Suly el día que se comió la última porción de ensaladilla rusa de su restaurante favorito. Cuando lo recuerda, no puede evitar sonreír y pensar en todo lo vivido.

Un héroe de lo común
Superó dos graves lesiones consecutivas y el baloncesto le redimió con una Liga ACB y una ULEB Cup con el Real Madrid, además de ser campeón del Eurobasket en 2009 y plata olímpica en 2008.

Eran buenos años, los mejores. Allí no había competición, sólo baloncesto en estado puro. Cada día, antes de los entrenamientos practicaba con Joan Plaza las últimas locuras que había visto hacer a Jason Williams, el ícono de aquellos años para todo el que aspirara ser un mago de la canasta. Por entonces todos se enamoraban con él de la misma forma que su generación creció admirando a Michael Jordan y sus Bulls. Después de la infancia y tras la juventud llega la madurez... tanto en la vida como en el deporte y Raül comprendió que el baloncesto de verdad es el que practicaban los Spurs de Gregg Popovich o los Jazz de Jerry Sloan.

Para entonces el mundo ya lo conocía. No era únicamente el mejor base del mundo de su generación, la joven promesa que despuntó en Badalona o el chico que se convirtió en el fichaje más caro del baloncesto (300 millones pagó el Real Madrid por él). Raül era un símbolo generacional que también trascendía la esfera del deporte por más que él, tímido como pocos, se sintiera deslumbrado por los focos mediáticos que acaparó su fichaje.

Estaba en la cima, al mando de una nueva hornada de jugadores predestinados a cambiar la historia del baloncesto español… aunque él sólo quería practicar el deporte que le divertía y que, por suerte, se le daba bien. Era imposible sacarlo fuera del campo, le encantaba jugar donde fuera y mítica es su excursión a un playground de Philadelphia junto a Álex Mumbrú y dejar boquiabiertos a los chavales que no creían que fuera cierto lo que podía hacer ese chaval blanquito que decía venir de España. Era el primero en llegar a los entrenamientos y él último en apagar las luces del gimnasio… pero en estas que la luz de su rodilla se fundió.

Su amigo Quique González escribió que “la suerte es una ramera de primera calidad” y él lo sintió así tras una dolorosa lesión el 4 de noviembre de 2001 en Valladolid. Rotura del ligamento anterior cruzado de la rodilla derecha fue el diagnóstico; “toca sobreponerse, recuperarse y nada más”, pensó. Y a fe que lo hizo porque redobló su infatigable esfuerzo con múltiples sesiones de gimnasio, piscina, fisioterapeuta… lo que fuera para volver cuanto antes a sentir el tacto del balón entre las yemas de los dedos. Cumplió con su parte del trato, pero, poco tiempo después de su reaparición, el infortunio volvió a cruzarse en su camino disfrazado de jugador ruso. Esta vez nada sería tan sencillo porque sabía lo que le esperaba. Con la primera lesión el desconocimiento alentó su ánimo por recuperarse pronto, pero con la segunda conocía el guion de una película que no quería protagonizar.

Le tocó hacerlo en la distancia de su familia, al pie de las montañas de Salt Lake City y, aunque no fue una estancia tan prolongada como todos hubiéramos deseado, eso le permitió cumplir el sueño de jugar en el mismo teatro que tantas veces vio de niño. Recuperó físico, puso más tapones en dos temporadas allí que en toda su carrera en la ACB y se permitió algunos mates que podrían reproducirse no en un VHS, sino en DVD porque los tiempos habían cambiado.

"En sus silencios y en la sencillez de sus actos radica la grandeza de su esencia"

Y con todo, no fue suficiente. Tuvo que rehacer el camino y volver a Girona como cabeza visible de un gigante que se demostró tener pies de barro. A él el tiempo le sirvió para tener dos segundas oportunidades: una con el Real Madrid donde conquistó la Copa ULEB y la Liga ACB (siendo protagonista en los momentos importantes del último partido) y otra con la selección española a la que volvió para jugar los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Nadie sintió tan dorada la plata como él. El baloncesto, que tanta felicidad secuestró en el pasado se redimía con él y le recompensaba con la sonrisa del ganador. “Quería vivir en primera persona la sensación de ganar y sentir que el trabajo de tantas horas tuviera un premio”, cuenta. Su imagen podría ilustrar en el diccionario el significado de perseverancia ¿o deberíamos decir resiliencia?

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Tantas veces cayó y se levantó que asumió las hostias de la vida como palmadas en la espalda. Verbalizó el afán de superación y dotó de humildad la excelencia de sus logros. “Lo que no te mata no te hace más fuerte, te hace tener más dudas y que todo cueste más”, su pragmatismo es tan cierto como el brillo de su gesta: la deportiva y la humana. Porque es ahí, en el roce de la piel donde la magia de Raül adquiere su auténtica dimensión.

Con el balón veía líneas de pase imposible, trazaba asistencias con precisión quirúrgica e inventaba canastas que no existían salvo en su cabeza; sin él, es el tipo de la sonrisa fácil, el de las eternas conversaciones de verano recorriendo la geografía musical del país y, sobre todo, el amigo que tiende la mano cuando se la reclama.

De eso bien saben en Bilbao, última estación donde encontró algo más que un club para despedirse del baloncesto. En la ciudad del Nervión encontró un hogar inesperado, su lugar en el mundo donde ver crecer su familia y ese otro Raül que nacía con su adiós competitivo. Si por él hubiera sido, se hubiera marchado en silencio, sin la agría punzada de la cámara y el irritante altavoz que es un micro. Sin embargo, no era justo con aquellos que estuvieron a su lado durante tantos años y con todos los que le admiraron desde la distancia. En su despedida dijo: “No he hecho tanto para recibir tanto” y, por más que se le insista en lo contrario, sigue pensando que el baloncesto no le debe nada. Mentiras que pronuncia su timidez porque, en realidad, en sus silencios y en la sencillez de sus actos radica la grandeza de su esencia.

Hoy Raül celebra la normalidad y, como todos los que nacieron en 1980, abraza los cuarenta con mezcla de sentimientos. No es muy de recordar, ha borrado gran parte de los recuerdos competitivos que le acompañaron durante más de dos décadas, pero sí tiene nostalgia por el tiempo vivido. También tiene respeto por los tiempos que corren, los del postureo y las máscaras, y se pregunta a dónde vamos como sociedad… a dónde va él como persona. Son las preguntas que todos nos hacemos cuando cumplimos años y hay tiempo para la reflexión.

El sol se pone, los niños se portan bien, han salido al padre y disfrutan del ocio jugando al Minecraft. Eso permite a Raül el tiempo suficiente para abrazar a Rosa, su anclaje a la tierra mientras mira a las estrellas. Allí habitan un sinfín de quimeras existenciales y magia narrativa; la de Raül fue real y la pudimos sentir… la podemos ver.