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Curtis Borchardt, un coloso de cristal
Marcó una época en el CB Granada y la acb. Durante años era el pívot que todos elegían en el SuperManager por su facilidad para sumar números. Repasa la carrera de un jugador determinante que tuvo que aprender y convivir con un físico maltrecho
  

En casa de los Borchardt todos presumían de ser grandes tipos, fortachones capaces de aguantar lo que fuera. Jon, el padre, jugó siete temporadas en la NFL y su hijo Curtis era un espigado chaval que había dejado de patear el balón de fútbol para jugar al baloncesto.

Curtis, que nació en Buffalo, mientras su padre jugaba para los Bills, había tenido en el fútbol su primer impulso deportivo, pero su capacidad atlética animaba a todas luces a exprimir mejor los centímetros de su cuerpo. Fueron varios los entrenadores que le animaron a probar suerte en el mundo de la canasta, pero no fue hasta que coincidió en Washington con Josh Fisher (exACB de varios equipos) que terminó por animarse y comenzar a practicar en serio el baloncesto.

No le costó mucho cogerse al nuevo deporte porque en él los centímetros no estaban reñidos con la coordinación. En una edad donde la estatura marca la diferencia, Curtis empezó a despuntar en el Eastlake High School: Su superioridad física y versatilidad (era capaz de anotar triples con la misma facilidad con la que machacaba frente adversarios) le hacía dominar en ambas canastas, y su capacidad competitiva le animaba a aglutinar récords estadísticos durante sus partidos. Por desgracia, el equipo no le acompañaba, las derrotas eran habituales y siempre caían en las primeras rondas finales de los torneos locales y estatales.

Fue tal la decepción acumulada que incluso pensó en graduarse en su año júnior y dar el salto a la universidad cansado de perder. Desde pequeño rechazaba la derrota y si lloraba en casa cuando su padre le ganaba durante los partidos que improvisaban en la canasta del hogar, en el instituto podía pasarse días enfadados después de una amarga decepción. “No me importa si estoy jugando con asesinos en serie. Quiero ganar. Y si me tratan de parar, se lo haré saber”, declaró en una entrevista al Seattle times. Nada parecía calmar su ímpetu y llegó un momento en el instituto en el que perder dejó de ser una opción.

Entonces apareció el entrenador Rich Belcher quien le convenció para aguantar un año más. Una temporada de aprendizaje acelerado, de madurez y liderazgo que, esta vez sí, éxitos colectivos. Borchardt acabó promediando 27,4 puntos, 14 rebotes y cinco tapones, y fue elegido Mr. Basketball en el estado de Washington. Ese fue un reclamo muy jugoso y no fueron pocas las universidades que le prometieron grandes becas. Sin embargo, él siempre mostró inquietud académica y firmó por Stanford, una de las más prestigiosas universidades del país. Allí se licenciaría en Artes mientras su cuerpo y desarrollo profesional fueron dando alegrías y decepciones a partes iguales.

acb photo / Arrizabalaga
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Como se suele decir, hizo de la necesidad virtud y tras una primera lesión en el brazo derecho comenzó a mejorar su lanzamiento con la izquierda. Fue un juego propio del adolescente que no adivina los meandros del futuro. En su segunda parada, ya en la Universidad de Stanford, pasó horas y horas de rehabilitación junto a Susan King, base del equipo femenino. La compañía, las palabras de ánimo y la complicidad hizo que surgiera un amor del que hoy son testigos sus cuatro hijos.

Susan King tenía una prometedora carrera, en tiempos donde Lindasy Whalen era la referencia como base ella estaba a su lado. Destacaba por su facilidad para ver el baloncesto y ordenar a sus compañeras. Era el prototipo de jugadora que, sin hacer nada especialmente bien, todo el mundo quiere en su equipo. Minnesota Lynx la reclutó para su proyecto, y ella cumplió el sueño de la WNBA hasta que tocó hacer la maleta y viajar a Granada acompañando a su marido. Gesto de amor y complicidad que agradeció Curtis luciendo el número 24, en su honor.

A grandes males grandes remedios pensaba Curtis. Cada vicisitud que sorteaba en su carrera le preparaba para la siguiente sin saber que esta sería si cabe más difícil. Curtis demostró ser uno de esos pocos elegidos que salen a la pista y su sola presencia causa respeto en el rival y alienta el espíritu del equipo. Gracias a las habilidades adquiridas y a la técnica perfeccionada los problemas físicos se minimizaron y le permitieron brillar en el difícil arte de hacer mejores a sus compañeros. Concluyó su ciclo universitario llevando a Stanford al título de la Pacific Coast Conference (Pac10) y alcanzando el Elite Eight del torneo final de la NCAA. A los logros colectivos le acompañó el éxito personal siendo nombrado dos veces en el quinteto de la Pac10 y All-American en 2002.

Sus números eran prometedores, digno de los grandes equipos de la NBA, pero si uno miraba atrás veía que su rastro competitivo dejaba huellas embarradas. Las lesiones fueron sembrando un semillero de dudas en las mentes de quienes debían decir su futuro en la liga norteamericana. Era un jugador que físicamente había dominado en el instituto y en la universidad, pero, precisamente, era su físico lo que generaba reticencias a la hora de apostar por él en la gran liga.

Finalmente fue Orlando Magic quien citó su nombre en la noche del draft, pero rápidamente lo mandó a Utah Jazz. No parecía un mal destino: ciudad tranquila, equipo en transición. Los minutos en la pista y la formación de una familia garantizaban a priori su estabilidad, mas la fragilidad física se cebó nuevamente con él y añadió la muñeca a su geografía de las lesiones.

Se tiró un año en blanco, tiempo para pensar y hacerse buen amigo de Raül López quien más tarde le animaría a emprender la marcha a Granada. El segundo y tercer año fueron algo mejor (83 partidos en dos temporadas), pero muy insuficientes (puntos y rebotes) para garantizarle continuidad. Con la etiqueta de frágil sobre su embalaje profesional, fue enviado como parte de un megatraspaso que incluyo a 13 jugadores. De él se deshicieron Boston Celtics y Memphis Grizzlies sin darle la oportunidad de sudar la camiseta y cuando las dudas, existencias que no físicas, le asaltaron apareció una ciudad a lo lejos: Granada.

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LA ESTRELLA DEL SUPERMANAGER

Al sur de España un teléfono no dejaba de insistir en contactar con él. Oriol, Director General del CB Granada, había quedado prendado de su calidad técnica y pensaba que en buenas manos su físico podía ser dominante en España.

Le tanteó durante una buena etapa, la más difícil para él porque pero que las lesiones fue sentirse apartado del juego que tanto amaba, y finalmente se decidió por coger las maletas y emprender el viaje que realmente le hizo sentirse jugador de baloncesto. “Esta es la Liga más difícil de Europa, con un nivel muy alto. Es cierto que en Europa tenía varias opciones, pero la del C.B. Granada era la que más me convencía”, dijo en su presentación.

Es cierto que lo suyo no fue un amor a primera vista con la competición y en su estreno se quedó en un punto y dos rebotes (uno de valoración), pero en el siguiente encuentro se consiguió su primer doble-doble (12+11) para llegar a los 26 de valoración... y al quinto encuentro era jugador de la semana.

Con el CB Granada se convirtió en un jugador determinante para la liga. Su estatura y fuerza hacían predecir una torpeza que no era tal porque sus pies se movían con la misma delicadeza con la que salía el balón de sus manos. Inteligente como pocos, dominaba los tiempos y los espacios del partido. Sabía cuándo apretar, cuándo aparecer y también cuando descansar en activo. Su impacto en Europa era incontestable y grandes equipos del continente como el Real Madrid o Maccabi Tel Aviv se interesaron por ficharle. Él, en gesto de gratitud hacia quien confió en un momento en el que nadie lo hizo, decidió renovar.

Hizo de Granada un hogar, su mujer se aclimató a la ciudad y comenzó a entrenar a un equipo de cantera mientras Curtis se sentía el jugador que tanto ansió ser. Es cierto que las lesiones no dejaron de visitarles con demasiada frecuencia, pero él rentabilizaba cada minuto, cada partido donde se sentía libre de cargas físicas. Llegó a ser el mejor pívot de la competición gracias a su facilidad anotadora y lectura para ganar el rebote, especialmente el ofensivo. En la temporada 2007/2008 encadenó 11 partido seguidos con dobles figuras y se desató la fiebre por él en el SuperManager.

Los partes médicos y las crónicas eran lecturas obligadas entre los jugadores más aviados. Era casi una obligación tenerlo para aspirar a ganar la jornada porque acumulaba cifras estratosféricas de valoración, la mejor el día en el que anotó 30 puntos y capturó 13 rebotes (41 de valoración) frente al TAU Cerámica. Como cruel recuerdo de su juventud ese día se sintió un gigante derrotado y una canasta de Pete Mickael impidió que fuera un grato recuerdo.

Convertido en ídolo de la ciudad, el club entendió la particularidad de su cuerpo y diseñó un plan físico para mimarlo y preservarlo de las lesiones que afectaron a rodillas y hombro. Entrenaba tres días a la semana y no permanecía más de 70 minutos en cada sesión. Toda precaución era poca porque bien físicamente era el jugador más determinante de la competición. Un gigante con pies de barro sí, pero gigante al fin y al cabo.

Entre algodones (se perdió 40 de los 122 partido que estuvo en el CB Granada) y siempre cuidando su maltrecho cuerpo (especialmente el hombro), acumuló 13 nominaciones de jugador de la semana y 5 del mes. Fue inevitable verlo marchar porque en él palpitaba el deseo de ganar y quería jugar en la máxima competición europea. El ASVEL Villeurbanne fue su destino tras echar raíces en España, pero nada salió como había imaginado.

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Sólo jugó una decena de partidos, en ningún encuentro alcanzó los 30 minutos y solo una vez logró apurado doble-doble (10+10). Mejor le fue en su única aparición en Euroliga donde se fue hasta lo 20 puntos y siete rebotes. Fue su particular canto del cisne pues nunca más se le vio más allá de nuestras fronteras.

Las caderas volvieron a recodarle la fragilidad de sus alegrías y fue operado de las dos, siendo la segunda operación la que le lastró casi un año. Atrapado en el averno de las lesiones, en la sala oscura donde más se sufre porque no hay límite de espera y el silencio es el único acompañante se sintió fuera del baloncesto. Su cuerpo lo había expulsado cuando debía estar viviendo sus mejores años como profesional. Retomó los estudios, mas era tan injusta era su realidad que él se quiso dar una última oportunidad y se aferró al sueño de sentirse una última vez jugador.

¿Por qué? Pues porque en él seguía habitando el afán competidor que acunó su padre en las pachangas caseras y el diablillo interior que a todos nos impulsa a cometer locuras, le animó a perseverar en el empeño. “Tenía más baloncesto dentro de mí y cosas que demostrar. Lo que me permitió continuar fue que tenía motivos en los que enfocar mi vida: mi mujer, mis tres hijos y los estudios me hicieron tener la mente ocupada. También continué trabajando para darme a mí mismo la oportunidad de regresar a la élite. El baloncesto me ha dado mucho e intento devolverle todo lo que puedo”, confesó a Dani Barranquero en una entrevista.

Sentía mariposas en el estómago al pensar en regresar y estas batieron sus alas cuando descolgó el teléfono y escuchó la petición del Blancos de Rueda Valladolid. El club pucelano lo reclamó para intentar revertir los problemas deportivos y evitar el descenso. Él no lo dudó porque la llamada era de España y el recuerdo, imborrable.

Como en su primera vez con el CB Granada, el estreno fue el peor de sus partidos, los nervios y la inactividad jugaron en su contra. Luego engrasó la maquinaria y volvió a recordar el porqué de su dominio. No tenía la misma velocidad ni potencia que antaño, pero seguía siendo muy grande y talentoso. Sumó cinco dobles figuras y alcanzó el galardón de jugador de la semana en la jornada 27, aunque el objetivo final de la salvación no lo pudo conseguir.

No hubo tercera oportunidad. El baloncesto se apagó irremediablemente en la mente del jugador y se encendió una nueva vida en la persona. Convivió tanto tiempo con el dolor de las lesiones, la soledad de la camilla y el gimnasio que vio la luz en aquello que tanto tiempo vieron sus ojos. Curtis Borchardt se licenció en fisioterapia y en la actualidad trabaja en una clínica cuidado la rehabilitación de otros cuerpos. Pocos como él conocen la sensibilidad de un cuerpo magullado y una mente erosionada. Sabe que tan importante es la recuperación física como el mimo anímico y por eso se empeña en dar lo mejor de sí. No, no se puede decir que la suya fuera una historia de héroes vencedores con final feliz, pero en su trabajo de hoy hay mucho de la gratitud del ayer y eso es tan bello como cualquier trofeo.