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La Última Noche: 0:15 – 2:15

Continuamos el relato de La Última Noche de Len Bias con la publicación de la segunda entrega. En ella, G Vázquez nos explica todo lo sucedido entre las 00:15 y las 02:15 de la madrugada del 18 al 19 de junio de 1986, un día después de que el alero de la Universidad de Maryland fuese elegido por los campeones Boston Celtics en el número 2 del Draft de la NBA. La historia continuará a lo largo de la noche con dos nuevas entregas (02:15 y 08:55), en una experiencia inédita de publicación que da luz a un episodio muy oscuro y poco abarcado. Son las 00:15 y...

Ruta tomada de Cherry Hill al campus con parada en Liquors Town
© Ruta tomada de Cherry Hill al campus con parada en Liquors Town
  
  • La Última Noche: 21:30 – 0:15


  • No improvisaba sus pasos. En tres acelerones el coche llegó a su destino, un pequeño apartamento junto al área universitaria. “Soy yo, Brian, abre”. La puerta estaba bajo llave. “Oye, enciérralos”. Por dentro tres pit-bull rasguñaban nerviosos la puerta. “No quiero que me destrozen el traje”. Su dueño los hacía llamar Asesino, Moreno y Devorador. Como si hiciera falta. Al cabo la puerta se abrió. Más que un perro, Brian parecía un toro.
    -Hey, Lenny, estás vivo, tío. Creí que ya sólo te vería por televisión...
    Brian Tribble aún vestía ropa de calle.
    -Toma, tus zapatillas.
    Un abrazo y Len se mostró expeditivo.
    -Oye, ¿tienes algo?
    -Claro. ¿Dónde vas? Anda, pasa.
    Dentro había una chica algo amodorrada. “Hola, Sherry” (8). Los dos pasaron a la salita y Brian invitó a Len a sentarse en un pequeño tresillo. “Tienes que estar hecho polvo. Anda, siéntate, por qué no me cuentas...”. Pero Len seguía sin parecer cómodo en ningún sitio. “No sé, me apetece tomar el aire –Brian fue a la cocina–. Bueno, la verdad es que no sé muy bien qué es lo que me apetece”. Volvió con algo en la mano y cayó al sofá. “Hay una pequeña fiesta en Cherry Hill –se acercó una mesita–, sin mucho jaleo, con niñas y tal... Podríamos acercarnos”. Brian abrió la bolsita y vertió sobre la mesa un pequeño monto de cocaína, la suficiente como para abrir bien los ojos. Un minuto después los dos habían terminado. Tribble seguía hablando cuando Len cerraba la bolsita. “¿Cuánto hay aquí?”, preguntó.
    -Diez cuando la saqué esta tarde –y siguió hablando–. ¿Sabes? Te juro que hoy he visto más camisetas de los Celtics por aquí que en toda mi vida. Eres un héroe, tío. ¡Un héroe!
    Len guardó la bolsa y se incorporó. Tenía lo que quería.
    -Vámonos.

    Cherry Hill no estaba lejos. Unos minutos en coche. Antes de llegar al final de Baltimore Avenue se detuvieron frente al Town Hall Liquors, un comercio de licores que no cerraba nunca para contento de los estudiantes y del dueño, Michael Cogburn, encantado del buen negocio que representaban los chicos. La tienda estaba junto a un McDonalds y el trasiego de estudiantes era tal durante todo el año que había un servicio exclusivo para la Universidad, el McBus. Lenny entró solo y Cogburn le reconoció enseguida.
    -Dios mío, qué sorpresa, pero si tú eres... ¡Len Bias!
    -Deme seis paquetes de cerveza Private Stock.
    -Menuda celebración, muchacho.

    Len dejó las bolsas en el estrecho asiento de atrás. La avenida seguía desierta, lo que invitaba a pisar el pedal. Llegando al último cruce antes de empalmar con la Ruta 1 el Nissan aceleró bruscamente al doblar la curva haciendo que los neumáticos chillaran en el asfalto. “¡Mierda!”. El corazón de ambos sufrió un vuelco. A menos de cien metros un policía hacía la noche junto a su moto. De inmediato les dio el alto. “Para, tío, para y tranquilo”. Por un momento Len imaginó lo peor. Todo se hacía trizas. Sin embargo, la suerte estaba de su lado. El policía también le reconoció y lo hizo con grata sorpresa. Len tan sólo tuvo que forzar unas breves sonrisas que experimentó como muecas. La cocaína empezaba a tensar su rostro.
    -Enhorabuena, muchacho. Tú y Sugar Ray (9) hacéis que me sienta orgulloso del sitio donde nací –su amabilidad era cosa del cielo–. ¿Vais lejos?
    -No, agente, vamos a Cherry Hill... a saludar a unos amigos.
    -A celebrarlo, claro que sí –el policía vio las cervezas–. Oye, cuando hay que celebrar algo a lo grande, algo de verdad, nada como un buen Cognac. Nada como brindar con un Hennessy. Da buena suerte, créeme. Cogburn guarda algunas botellas en su tienda.
    El mundo había cambiado.
    -Gracias, agente.
    -Adelante, no hagáis locuras.
    Salieron de allí pitando. Len nunca había sido tratado así por un policía. Ningún negro lo era. Eso le hizo sentir muy poderoso.
    -Lenny, no sabes cómo te envidio. Eres alguien, tío.
    Aceleró con más fuerza.

    Interior del Nissan Datsun 300ZX
    © Interior del Nissan Datsun 300ZX
    Las palabras de Tribble ocultaban una personal frustración. Brian adoraba el Baloncesto. Su gran sueño pasaba por todo lo que su amigo estaba viviendo. Y no lo hizo mal en Northwestern HS. Era de hecho un gran tirador, pero con graves problemas de integración y sin la menor voluntad para los estudios, lo que dificultó su admisión universitaria. Para colmo el accidente de moto le había destrozado la rodilla, que valía mucho más que los 10 mil dólares que cobró de indemnización. Por todo ello le envidiaba. Siempre lo hizo. Conocía a Len desde los 14 años. Ahora tenía 24 y había de ganarse la vida. Primero un almacén, luego como mensajero en UPS, más tarde como celador en el Howard Hospital un par de días por semana, hasta que una empresa de limpieza le ofreció su primer contrato serio. Ya no le faltaban los dólares. Con ese dinero pretendía ayudar algo en casa, de la que se había independizado hacía seis meses para compartir un apartamento de 680 pavos con otro cabeza loca, Mark Fobbs. Tribble era el menor de cuatro hermanos. La primogénita, Priscilla, vino al mundo con graves problemas de salud. Precisaba de continua medicación y no podía quedar a solas. A su terrible epilepsia se añadía ahora una meningitis que hacía de la vida de Loretta Tribble, su madre, un auténtico calvario. Tan joven y ya sabía lo que era sufrir un ataque al corazón. Las pocas veces que Brian había llorado lo hizo por su hermana... y su madre.

    Dejaron el coche en los alrededores del parque, donde se celebraba la fiesta. Había gente, pero no demasiada: la suficiente para que los chicos, la mayoría estudiantes, pasaran un buen rato en compañía de amigos y las amigas de éstos. Len reparó en las miradas curiosas que su presencia despertaba. No obstante sintió un gran alivio al ver que el interés no pasaba de eso y la gente volvía a lo suyo. No reconoció a nadie, al contrario que Tribble, que en camiseta y cortos parecía empeñado en saludar a todo el mundo mientras se pegaba con orgullo a su amigo. Len empezaba a sentirse algo incómodo cuando alguien reclamó su atención por detrás.
    -Eh, Lenny, me alegro de verte.
    -Qué tal, David.
    Era David Driggers, una verdadera amistad de la infancia que se había forjado casi más en las pistas de Landover que fuera de ellas. “Oye, llevo fardando de ti dos días. Espero que sepas devolverme el favor –bromeaba–. Enhorabuena, amigo mío. No sabes cómo me alegro”. La compañía de Driggers le resultó agradable y durante un rato charlaron animadamente. Lenny comenzaba a estarlo. “Ya te dije que aquella finta a Salley te llevaría muy lejos. ¿O es que ya no te acuerdas?”. Len recordó fugazmente aquel partido ante Georgia Tech en el Field Cole y cómo se había prometido deslumbrar a Red Auerbach, presente en la grada, y el modo en que aquella acción le hizo disfrutar humillando a su par, desbordado por un cambio de mano que Len culminaría con una suspensión corta, donde era maestro. Driggers seguía hablando cuando Len sintió por primera vez en sus piernas el peso del agotamiento. Parecía además distraído y algo nervioso cuando vio a Tribble acercarse haciéndole un gesto que invitaba a salir de allí. “Bueno, David, tengo que marcharme. Estoy muy cansado”. Driggers volvió a apretar su hombro. “Espero verte por aquí este verano, antes de que nos dejes para siempre”. Ambos se despidieron.

    Tribble caminaba rápido. Lo hacía como en dirección al coche. “Oye, tío, aquí no hay más que soda. Qué tal si nos vamos...”. Len callaba. Tenía la boca seca y por nada del mundo quería acostarse. No podía estar cansado. No aquella noche.

    El Nissan estaba lo bastante retirado. Los dos montaron. Sin mediar palabra Len abrió la guantera y sacó la carpeta que contenía los papeles del coche. Haría de cubierta. “Espera”, le detuvo cuando Len se metía la mano al bolsillo. Tribble sacó del suyo una bolsita mayor, del tamaño del puño de un niño, y vertió sobre la carpeta unas cuantas rocas brillantes que aplastó con un mechero hasta hacerlas polvo. “¡No enciendas la luz!”. El gesto de Len había sido maquinal al comprobar que algún fragmento salía disparado (10), cosa que a Tribble no pareció importar. En un abrir y cerrar de ojos ambos repitieron el ritual. “¡Joder! –exclamó Len llevándose una mano a la cara–, ¿es de Fobbs?”. Tribble prefirió callar. “Arranca, tío, vámonos”. El material de Fobbs, su compañero de apartamento y único proveedor, un camello de mayor escala, apenas había sufrido corte. Era de una calidad muy superior a los nueve gramos que llevaba Len en el bolsillo y que pagaría a Tribble al día siguiente o cualquier otro. El Nissan salió disparado del parking. Cuando Tribble pasó su mano por el fornido cuello de su amigo en señal de amistad, éste comenzaba a sentir una intensa dormidera en la boca y la garganta. “Necesito un trago”.

    Entrada del Washington Hall
    © Entrada del Washington Hall
    Minutos después el coche volvía a detenerse en el 8135 de Baltimore Avenue. Ahora era una chica la que estaba tras el mostrador. Además de por la enorme presencia, llamó su atención el fuerte olor a colonia que desprendía el cliente. Sin duda era un tipo presumido.
    -Quiero una botella de Hennessy.
    Como si le estuviera esperando Cogburn salió de una estantería con dos botellas.
    -¿La grande o la pequeña?
    -La... pequeña.
    -Ahora no te preocupará el dinero –y volvió a mostrar la grande–. Dentro de poco podrás comprar un camión lleno de éstas.
    -Sólo quiero hacer un brindis.
    -Buena elección entonces. Son 18 dólares.
    Dejando un billete de 20 ya se largaba cuando Cogburn le detuvo.
    -Verás, hijo, antes olvidé pedirte algo.
    Len firmó un autógrafo para el hombre. No llevaba dedicatoria. Pero por primera vez añadió a su firma una rúbrica que, así se convenció, le acompañaría en adelante: “Len Bias #30”. Su dorsal en los Celtics (11).

    Pasadas las dos entraban de nuevo al College Park. La noche seguía siendo calma, extrañamente agradable. Invitaba a sumergirse en ella. Tribble salía del coche cuando Len volvió a abrir la guantera para dejar allí su bolsita, oculta bajo los papeles y cintas de música, casi todas de su adorado Al Jarreau. Arriba, la suite 1103 del Washington Hall mostraba ahora un aspecto distinto, el habitual a esas horas. Desordenada, con las cosas de Len por el suelo, pero vacía. Todos dormían cuando Lenny sintió que prendía en su interior el ardor de la euforia. Irrumpió por ello en el dormitorio de Long, y luego en el de Gregg. No así en el suyo, donde dormía Chris Gatlin, que escuchó la puerta, las voces, la nevera y el inconfundible sonido de las botellas, pero decidió seguir durmiendo. Gregg y Long salieron en calzoncillos.
    -¿Qué coño hacéis acostados?
    -¿Tú qué crees?
    -Vaya panda de... –repuso Len mientras lanzaba dos cervezas a sus compañeros de equipo–. ¿Y los demás?
    -Baxter con la novia, Nevin ni idea.

  • Leer la tercera entrega (2:15 - 7:00)