Redacción, 28 mar 2002.-
10. Año 1984, San Diego Sports Arena: San Diego Clippers - Boston Celtics
¿Qué pocas canastas de larga distancia' , dirán algunos. Cierto es, pero la frecuencia anual de cestas más allá de medio campo es tal hoy día que este tipo de acciones ha perdido ya la calidad de excepcional, no restando en ello, ojo, más que la excepción a esta lista de enfermiza exclusividad. Sin embargo, aquí tenemos una y permitiéndome una redundancia, una de las canastas más increíbles en la historia de nuestro deporte. Su autor, un viejo zorro, un blanco de pigmentación oscura, Dennis Johnson. 'Y bien, 'qué la diferencia de las demás que hemos descartado? 'no es acaso la distancia su único mérito?' , se insistirá. Pues no, continúo objetando, no es la distancia ni la forma, sino más bien ambas, al punto extraordinarias.
Es más, es el único lanzamiento largo que yo recuerde, pongamos un listón de veinte metros en adelante, que no ha sido ensayado como pase de béisbol, a una mano, o a dos como pase de pecho. Añádase que el recurso de que se vale resulta en su desarrollo un verdadero agravio incluso a esta categoría de tiros ya de por sí anormal. Parece sumarse incluso que una cierta insolencia parece embriagarlo, como cuando alguien se sacude molesto algo de encima y, con tiempo, se recrea en ello. Me atrevo a decir, además, que el balón termina dando a la red el golpe más severo que acierto alguno haya logrado nunca, como en un ensayo controlado, como la carrocería de un automóvil se pone a prueba en un impacto de resistencia.
El caso es que Cedric Maxwell pone la bola en juego desde el fondo con un miserable segundo por jugar. Dennis Johnson recibe al estar libre a cuatro metros a su derecha y hay que hacer correr el reloj, porque en cuanto Maxwell hace la entrega, dirige despreocupado sus pasos hacia el banco. Dennis hace una extrañísima maniobra de puros dados, de una apariencia exacta a la baja inclinación de impulso que emprende un lanzador de bolos con la mano derecha. Tanto es así que llega a acuñar la bola entre la palma y su muñeca. El balón dibuja una onda insólita de larguísimo recorrido, nacida casi a ras de pista para elevarse hasta el cielo del pabellón y termina incrustándose de forma nítida en la red a una velocidad endiablada. Como el prodigio ni toca el aro, el golpe es seco, monumental, una prueba de fuego para la existencia de ese elemento que pende del aro, al que tensa al límite amortiguando salvajemente la inercia como un paracaídas y dando a la dirección un nuevo sentido, de retroceso confuso, radicalmente distinto a cualquier otra salida del balón.
Sobra añadir que el asombro general es superlativo, destacando quizá la reacción de Donaldson, quien envuelto en toallas al fondo del banquillo, mueve la cabeza hacia atrás para dar con el lejanísimo autor del milagro, con esa espontánea resolución del que quiere retener el entero cuadro de la escena en el 'yo estuve allí'.
9. Año 1985, Lakefront Arena:
Boston Celtics - Atlanta Hawks
Haciendo acopio de un gran valor intelectual, cuasi filosófico, podríamos entender las más altas cimas individuales de nuestro deporte como un afán emigratorio del alma hacia el objeto de captura, que no es otro que ese círculo de hierro del que pende una red y una sola obsesión, descifrar su íntimo misterio. Es éste en la práctica, sin embargo, un hecho muy poco frecuente. Cuando Hodges consigue en menos de 40 segundos 19 triples sin fallo en 1991 o un año después Jordan percibe la divina visión del aro 'como una piscina' en el primer episodio de las Finales, asiste cada uno en su órbita personal a una transmigración de su actividad psicofísica en un pasar como a formar parte íntegra de sus tiros, como un sobrenatural compromiso con el aro. Y no exagero.
Damos finalmente con la perspicacia más sublime que el deporte puede haber dado, Larry Bird, y su entrada al paraíso durante unos minutos en una lejana ya noche de marzo. Pero como se trata aquí de describir una canasta, creo dar por cerrado nuestro particular ingreso al estado en que aquella se produjo, el de más intenso influjo a que un jugador haya sometido a una canasta. Sus nueve aciertos consecutivos en la recta final fueron un divino repertorio de puntería celestial y, como un escalador de alta montaña, animados por ese ardor de obstinación, queramos llegar al pico más alto de la cima.
La cosa se produce cuando, sabedores todos de que el balón es sólo suyo, Dennis Johnson busca sin más atravesar el medio campo para encontrar al genio como sea. A la primera ocasión, hállale en el ala izquierda del vértice del triple, a unos diez metros del hierro. Antoine Carr, harto ya del ultraje, decide ingenuamente cortar por lo sano dando al blanco un empujón flagrante que termina desequilibrándole cuando suena el silbato. Bird, cuya posición forma entonces un ángulo de 45 grados con el suelo, arroja el anzuelo naciendo éste fuera de los límites del campo y como la cosa está envenenada de pura excitación, va el balón a colarse a golpes dentro del aro.
Cuán difícil se hace describir la reacción general, que es toda de pura aclamación. Pero he de decir obligado a poner término, que acaece el suceso más insólito de que yo haya sido testigo en la competencia deportiva: durante la racha, varios jugadores del banquillo de Atlanta, habían estado siguiendo con especial intensidad expresiva la exhibición; pues bien, al acierto de que hablo, el más increíble de cuantos desprendió el éxtasis, fue ¡celebrado sin pudor! por Eddie Johnson Jr. y Cliff Levingston.
8. Año 1997, Bradley Center:
Houston Rockets - Milwaukee Bucks
Hallamos en nuestra serie la presencia casi constante del tiempo como el brazo ejecutor de estas afortunadas temeridades. Pero no debemos olvidar otra de suma importancia, la del espacio. Digámoslo claro: antes que el balón salga fuera la tiro como sea. Además de alguna precedente, incluyo dos más de esta índole en la siguiente y, en especial, la número tres. Vayamos pues con este verdadero prodigio de la fortuna.
Acordáos de esa caprichosa ley que parece gravitar sobre nuestro propósito, aquella que viene a dar con un acierto como desenlace a una sucesión de errores. El caso es que Milwaukee sale disparado al ataque y Shawn Respert corre a media pista con el balón controlado. Decide el ala izquierda, donde le aventaja Erick Murdock. La entrega es pésima, el balón muy bajo y adelantado, tanto es así que Murdock trata de salvar el pase pero sólo logra acariciarlo y se ve obligado a jugar la lotería de que el balón siga en el campo. Recasner ni le sigue. Con la bola fuera, pisa su pie izquierdo en el vértice interior de la línea de fondo y el lateral del triple, y suelta un gancho de espaldas con dirección a canasta con una velocidad inusitada, como la patada al bote pronto en el fútbol. De ahí que el dibujo de la onda resulte tan dilatado. La idea, que parecía buscar una recepción junto al hierro, termina para sorpresa de todos en un canastón limpio cuando Murdock' está evitando pisar a un fotógrafo.
Una lástima la realización americana, empeñada en una única toma cenital de fondo, la que da con el tablero de cara, que no recoge siquiera el cielo del balón.
7. Año 1992, Dallas Reunion Arena:
Chicago Bulls - Dallas Mavericks
No, no hemos olvidado al más grande, Michael Jordan. Acreedor a cuantas listas de este tipo quepa imaginar, sus cientos de maniobras divinas tuvieron no obstante un origen estrictamente íntimo, y creo por ello favorecer su legado si le alejamos en lo posible de la idea, siempre errante, de fortuna. Pero igualmente me veo obligado a incluir una, y en la libertad que me permito, incluyo una sola, ésta, de carácter sagrado, y a la que incliné siempre altas dosis de devoción.
Chicago dispone su ataque cuando Michael porta ligero el balón al ala izquierda de la media pista. Pippen ha corrido al interior por el otro lado y levanta su mano pidiendo el alley oop. Pero Michael ha disparado su mirada al hierro y entra de pleno en esa corriente exclusiva en que ninguna presencia puede suponerle traba, desistiendo del resto cuando Dallas ha rematado sólidamente su trinchera.
Se inclina por el peligroso atolladero interior y suprime el bote para colmo en lo alto del triple. Cuando el aire le da acceso, está literalmente estrujado entre Blackman y Williams sobre el tiro libre. Difícil gestión la que ahora nos toca por igual:
Como para salvar el balón, se sitúa de lado separándolo hacia afuera con su mano diestra, pero supone ésta una maniobra raquítica para tirar los brazos defensores a la bola cuando, de puro reflejo, dibuja un agilísimo arco interior que la cuela entre ambos; pese a ello la suspensión toca a su fin y aunque ya más cerca Jordan del aro que ellos, el balón no cobra un punto de salida favorable, más bien al contrario, separado todavía del cuerpo, frágilmente tendido sobre la palma de la mano y sin remedio aparente. En esa blasfemia de postura, de oblicuo ahogo, como a dos metros de un aro ya pasado, rígido él para no hacer caer la porcelana, deprimida en la honda espesura, ejecuta una remota sublimación digna solamente de una genética superior, muy superior: los versados en fisioterapia saben de la extrema dificultad de aislar la acción exclusiva de un solo músculo.
Jordan acaricia el suelo cuando los tendones de su antebrazo actúan de último resorte, como el abrir un abanico, para sacar a flote el cuero, hechizado en el impulso de un modo insólito, con un retroceso de oscilante abandono, de puro suspense. La bola, que nadie entiende cómo ha podido siquiera ser impulsada, besa la tabla y suavemente caracolea con el anillo para terminar deslizándose dulcemente por la red.
Imaginad ahora una reacción similar a un gol local en la vieja Europa, con la televisión sin esperas a más y más tomas de histeria: '¡Look at, look at this one'!', y al mismísimo Levingston empujando a todo el banquillo y hasta el gélido Hansen levantando al cielo su brazo... Por cierto, al pobre Herb Williams, pegado a Zeus durante la ejecución, se le escapó la visión del prodigio al sucumbir hipnotizado a la primera peripecia como el inadvertido reacciona ante el fogonazo de un relámpago.
Gonzalo Vázquez
ACB.COM