Curiosamente cuando más parece prevalecer el físico en la NBA, con la carga en los contactos que ello supone, menor grado de cruda violencia parece recorrer la gran liga. Es como si sabedores del potencial nuclear que cada uno porta, reinara así una recíproca actitud de disuasión, o tal vez sea mera cortesía, un progreso considerable en la ética del juego, cosa siempre de agradecer.
Pero corrieron otros tiempos no muy lejanos en las ligas profesionales -NBA incluida-, en que la chispa parecía estar más cerca del fuego y a la mínima podía saltar la pelea. Tiempos de extrema dureza fueron los que puntualmente vivió la ABA y por extensión la NBA en los años setenta. Una agresividad no tan generalizada en la competición como encarnada en nombres que han unido su legado más como matones que como meros jugadores; la intensidad de Kurt Rambis, Rick Mahorn o Lonnie Shelton en los ochenta pasa casi por ternura al enfrentarles a tipos como Marvin Barnes, Kermit Washington o Warren Jabali, y casi éstos parecen sacados de una película de Disney cuando hablamos de 'La Bestia', John Brisker, el más feroz elemento que haya pisado jamás una pista de baloncesto.
Al reclutarle Pittsburgh para disputar la ABA en 1969, parecía haber pasado una eternidad de cuando un año antes Connie Hawkins, Chico Vaughn o Charlie Williams llevaron allí el primer título en juego de la competición. Su técnico, Jack McMahon, era entonces un hombre hundido que no terminaba de explicarse la caída en picado del equipo. 'Cuestión de garra', debió pensar Jack al igual que hizo Bass en los Floridians cuando éstos se hicieron con Jabali: 'mis chicos eran un puñado de quejicas y Jabali era un hombre que podía plantar cara a Brisker. Brisker no se mete con Jabali' . Terminología toda más propia del mundo del cuadrilátero que del deporte de los aros. Y como inexplicablemente Brisker había ya burlado la High School de Hammtrack y la Universidad de Toledo, había pasado a ser un perfecto seleccionable.
La estrella de Marquette George Thompson era el punto de atención en un partido de pretemporada contra los Nets en Bayonne, pero al terminar el choque los casi tres mil presentes dirigían todas sus miradas hacia aquel misterioso hombre que tras salir en el segundo cuarto, había colado 15 felinas suspensiones de forma consecutiva. No era otro que Johnny.
Brisker rondaba un 1,90 de sólida fibra muscular de unos 110 kilos de peso. Veloz y rocoso, de viva anotación, su juego era excesivamente individual con arreglo a su lógica, remotamente entendida para esto del colectivo. Podía tener el descaro de jugarse 20 triples en una sola noche, y ¡ay! de aquel a quien se le ocurriera' Su rechazo de todo aquello que pudiera hacerle sombra le llevó a concentrar su rabia especialmente en los novatos, a quienes quería dejar bien claro quién portaba el mando. Billy Knignt tuvo ocasión de sufrirle al inicio mismo de un partidillo de entrenamiento: 'La primera vez que me enfrenté a Brisker se volvió hacia mí y me golpeo fuertemente en la boca. Sin que viniera a cuento, me dio un tremendo puñetazo y se quedó esperando que yo hiciera algo. Me dio miedo y no hice absolutamente nada' .
Los Condors 'Pipers aquel año- realizan la misma pobre campaña que la anterior (36-42) y ocupan la quinta plaza de la Este, pero incluyen a Brisker en el primer equipo de novatos. El inicio de la siguiente es propiedad de Brisker: 53 y 50 a los Pacers y Chaparrals de forma consecutiva para serenarse hasta su inclusión en el All Star de Greensboro, donde protagoniza un insólito episodio que revela lo desquiciado de su carácter. A sus oídos había llegado el rumor de que los participantes cobrarían 300 dólares por cabeza. Por lo pronto, Brisker llegó al coliseo por la puerta de atrás mochila en ristre, no dirigió palabra alguna a nadie, jugó sin especial gloria, y al término, cuando Mel Daniels recibía el MVP en la pista, corrió a la grada donde se encontraba el comisionado Jack Dolph mientras todos se apartaban a su paso. Frente a él Brisker se mostró expeditivo: 'Quiero mis 300 pavos' . Un sudor frío y cierta mudez invadía al pobre Dolph cuando Johnny volvió a insistir con mayor fuerza: '¡Quiero mis 300 pavos' ya!'. El comisionado sacó tembloroso su cartera del bolsillo y entregó a Brisker los 300 dólares prometidos. Brisker pegó un tirón al fajo de billetes y escapó del pabellón tal y como había jugado, de corto. Ni el servicio de seguridad contratado exclusivamente para él se atrevió a seguir sus pasos.
Aquel año, peor todavía que el anterior (36-48), Brisker termina tercero en anotación promediando 29 e inscribe su nombre en el segundo equipo ideal junto a Caldwell, Beaty, Freeman y Cannon. Animado por su aportación y aprovechando la pésima situación del equipo, Brisker intensifica su agresividad y el número de refriegas es tal que al 'general manager' no le queda otra opción, desechada por cobardía la de echarle, que contratar los servicios de un jugador de fútbol retirado para contener a La Bestia. Apenas unas horas después de 'conocerse' ambos, las manos entraron en juego; ante la posibilidad de un grave desenlace, el guarda corrió a su vestuario: 'Voy a traer mi pistola, Brisker' , a lo que éste reaccionó con una maligna sonrisa replicando: 'Vaya, me obligas a coger entonces la mía' . Como era de esperar, los presentes salieron despavoridos y el entrenamiento se dispersó al instante. La fortuna quiso que la sangre no llegara finalmente al río.
Aquella temporada es la última de Brisker en la ABA no sin antes engrosar su cartera merced a la más grotesca campaña que técnico alguno haya promovido en una liga profesional. Tom Nissalke, entrenador de Texas Chaparrals, estaba harto de que buena parte de la cuota ofensiva de Brisker viniera motivada por el miedo general a defenderle, así que no se le ocurrió otra cosa que recompensar con 500 dólares a quien libremente fuera capaz de tumbarle. El ávido reserva Lenny Chappell no se lo pensó dos veces: 'Póngame como titular, seré yo el primero' . Nissalke accedió y el salto inicial no tuvo siquiera lugar; emparejados en él Brisker y Chappell, el balón no había alcanzado su techo cuando Lenny soltó un tremendo puñetazo que cogió a Brisker de improviso y dio con él en el suelo sin conocimiento. Chappell fue expulsado y ovacionado, se ganó el premio y a partir de entonces, Brisker solicitó una prima especial por cada partido disputado una vez comprendió la idea generalizada en la entera ABA por liquidarle.
Aquel año fue el peor para Pittsburg. La desastrosa situación (25-59) precipita al término de la temporada la total desaparición de la franquicia tras cinco años de tortuosa trayectoria. Brisker se adelanta a los hechos de forma mezquina y abandona ilegalmente la disciplina de los Condors y de la ABA para ingresar en la NBA, pasando a protagonizar el primer caso polémico en este sentido. Los Sonics, equipo que se atreve a ficharle, pierden por sanción su primera ronda y una cierta cantidad de dinero.
El Brisker de la NBA no será ya nunca el mismo debido a un cierto abandono en su guerra particular en el baloncesto, bélicamente demasiado pequeño para él. La droga, tan dispersa por aquel entonces, acelera su declive y son pocos los detalles que legará a la gran Liga. Uno de ellos tuvo lugar en su última temporada, la de 1975. Relegado al banquillo por haberse ausentado a la ronda matinal, solicita la indulgencia de ¡Bill Russell! , técnico de la Motown por aquel entonces, para romper el empate final con turno para Seattle. Su enorme respeto por el mito, de naturaleza esencialmente racial, moderó sensiblemente su hostilidad: 'Entrenador, déjame hacerlo para ti' . Russell accedió y Brisker acertó.
Harto del baloncesto y el baloncesto de él, Brisker desaparece de la escena y pasa a trabajar como mercenario a sueldo en el ejército, como hambriento de violencia. Emigró a Uganda y desde 1978 jamás se volvió a saber de él. Casi con toda seguridad murió asesinado a hachazos en el golpe de Estado de otro sanguinario dictador, el militar Idi Amin Dadá.
Pobre Johnny, qué inescrutable naturaleza la suya. Quien a hierro mata'
G Vázquez
ACB.COM