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Cinco para la gloria, por Jaime Andreu

La ACB, mediante un amplio jurado, ha elegido a José Vallejo, Pedro Hernández Cabrera, Vicente Sanchís, Miguelo Betancor y Mateo Ramos como los mejores árbitros de la historia. Jaime Andreu, ex colegiado y periodista residente en Bruselas (Bélgica), nos envía un artículo en el que se congratula del reconocimiento y recuerda a los "cinco para la gloria" a través de anécdotas

José Vallejo, un pionero
© José Vallejo, un pionero
  

Bruselas, 2 Ago. 2008.- Conviene agradecer a la ACB el haber procedido a la elección de los cinco mejores árbitros del baloncesto español. Honrando a los árbitros, la ACB se honra a sí misma porque no puede existir una competición deportiva de calidad, sin que el arbitraje tenga el mismo nivel.

Como siempre ocurre en este tipo de elecciones, puede que se eche en falta algún que otro nombre – buena idea que no haya nadie en activo – pero se puede afirmar que los cinco nominados merecen figurar en ese cinco ideal.

He tenido la suerte y el placer de conocer a los cinco. De trabajar, de alegrarme y de sufrir con ellos. Por eso me gustaría trazar cinco breves semblanzas, cinco "laudatio" en su honor.

… y al principio fue Vallejo y Vallejo era árbitro

No se puede entender la historia del arbitraje español en general y del catalán en particular sin la figura de José Vallejo (Don José, el señor Vallejo o Pepe, así le conocemos). El ha sido nuestro maestro, nuestro guía y nuestro ejemplo durante varias generaciones de árbitros.

Antes de poder contar con las excelentes ayudas pedagógicas que existen en la actualidad, de tener contacto con la NBA teníamos ya al "sastrecillo valiente". Vallejo nos inculcó que nada es más importante que el juego; que el árbitro debe ser ante todo un atleta y que se debe pitar menos para así poder pitar mejor. Que el árbitro, en definitiva, está al servicio del partido y no a la inversa.

Vallejo nos enseñó algo más: nos recordaba a cada momento que más que árbitros somos personas y que de una mala persona no puede salir un buen árbitro. Técnica, humildad y paciencia: tres requisitos para triunfar en la vida y en el arbitraje.

Especialmente la humildad, pues el árbitro siempre tiende a la figuración. Paciencia, porque resulta difícil compartir con los demás y siempre se quiere correr demasiado. Vallejo nunca se cansaba de machacarnos la necesidad de cultivar las tres virtudes y siempre trabajó para que existiesen buenas relaciones y armonía dentro del colectivo arbitral.

La sastrería de Vallejo – el mítico uno de la calle Jovellanos de Barcelona – era, los lunes especialmente, un confesionario por el que desfilaban todos los árbitros.

Recuerdo una anécdota que refleja la importancia de la humildad. Había venido a vernos arbitrar a Pedro Hernández Cabrera y a mí un Manresa – Joventut. En el viaje de regreso no dejó títere con cabeza sobre nuestra prestación, de manera que a Pedro y a mí se nos indigestó la comida. Al día siguiente, las críticas en la prensa ditirámbicas y yo le pregunto a Vallejo por qué tanta crítica de su parte, respuesta lacónica: "Si yo os adulo os vais a endiosar y vamos a perder a dos buenos árbitros; nada, nada a mejorar".

Así es don José, siempre sonriente, siempre dispuesto, siempre entrañable y con una inteligencia innata con la que sabía imponer su criterio. Y una obsesión, estar siempre al día, no quedarse atrás. Para él y Pilar, la compañera fiel y siempre dispuesta, nuestro agradecimiento.

Nunca nadie hizo tanto, pidiendo tan poco.

Hernández Cabrera, nacido para arbitrar

Pedro Hernández Cabrera, excelente árbitro y mejor compañero
© Pedro Hernández Cabrera, excelente árbitro y mejor compañero
Justo Conde fue severo, muy severo, en su crónica con Pedro Hernández Cabrera: primer partido en primera con apenas dieciocho años y destrozado porque, entre otras cosas, no sabía donde situarse para hacer el salto entre dos. Pero algo debió ver Justo cuando al final afirmaba que esperaba poder equivocarse respecto al porvenir arbitral de Pedro.

Vallejo me llama y me dice que quiere que cada vez que Pedro vaya a Barcelona pase el fin de semana con él y que le lleve a ver partidos: los que yo arbitre – entonces en las categorías bajas – y todos los que se jueguen en la ciudad antes de volver a Canarias.

Fue duro el aprendizaje, pero Pedro no se amilanó y cuajó en un árbitro grandioso. Nadie como él, dentro y fuera del terreno de juego. La tópica calma canaria le fue muy bien porque era una persona tranquila, difícil de alterar, siempre abierta al diálogo, pero sabiendo no escuchar cuando a veces es mejor no entender las insensateces que pueden proferir jugadores o entrenadores en un momento de tensión.

Dentro del terreno se transformaba en una verdadera fuerza de la naturaleza: qué saltos, qué fuerza de convicción en cada una de sus decisiones y qué conocimiento del arbitraje aplicado a la mejora del juego. Pedro vivía los partidos antes, durante y después de los 40 minutos. Tuve el privilegio de formar pareja con él una temporada – hace ahora 30 años – y Dios sabe la cantidad de horas pasadas en analizar y decorticar cada uno de nuestros partidos.

Pedro fue además un excelente compañero que nunca pidió para él sino para el arbitraje. Humilde – su cordón del silbato era un cordón de zapatilla para recordar que él era menos importante que la zapatilla – y respetuoso consiguió lograr la unanimidad del colectivo en torno a su persona.

El abrió muchos caminos dentro y fuera de España: ahí queda para la historia la final de la Copa de Europa en Munich con Mainini como compañero y una crítica fenomenal en la prensa italiana. También se implicó en la enseñaza de las nuevas generaciones.

Recuerdo algunos clínics en ocasión de las fases finales de algunos campeonatos de España en la que nunca nos íbamos antes de las dos de la madrugada a la cama, tras haber comentado la jornada con los jóvenes árbitros.

Recuerdo que en 1988 participamos juntos en un clínic para comisarios en Budapest y David Turner vino a ofrecernos la posibilidad de volver al arbitraje. Nos miramos los dos y agradecimos la oferta. Nunca fueron buenas segundas partes.

Dos anécdotas para concluir y retratar el perfil de Pedro. La primera su célebre perdón, tras haber adoptado una decisión errónea y determinante para el resultado final, ante todo el pabellón de Collado-Villalba que no daba crédito a la escena. Nunca se perdonó a sí mismo aquel error pero todo el mundo agradeció la grandeza de aquel gesto. Veinte años más tarde, almorzando en el aeropuerto de Bruselas, Pedro Antonio Martín me lo evocaba aún emocionado.

Yo guardo otro gesto inolvidable. Tras haber arbitrado de manera sencillamente magistral dos play-off Joventut- Real Madrid, Pedro me agarra por el brazo en Badalona a la salida del pabellón y me pide que le busque una iglesia. Le pregunto para qué y me responde: "Quiero dar gracias a Dios por haberme ayudado en estos partidos. Son los últimos que arbitro, no lo digas a nadie todavía". Veintitrés años más tarde, me doy cuenta de que todavía lloro al escribirlo.

Pedro entró una vez en mi vida para no abandonarla jamás.

Vicenç Sanchis, la excepción que confirmó la regla

Sanchís, de buen jugador a excelente árbitro
© Sanchís, de buen jugador a excelente árbitro
José María Cajigal, uno de los grandes teóricos del deporte en España, escribió una vez un artículo en el que aseguraba que los mejores árbitros eran aquellos jóvenes que se ven inhabilitados para jugar por mediocres y deciden coger un silbato y ayudar a sus compañeros a jugar.

Pues bien, Vicenç Sanchis representa la excepción que confirma la regla. No sólo fue un excelente jugador si no que se convirtió en uno de los mejores árbitros que ha dado España a escala internacional. Fue el primero en arbitrar una serie de encuentros que parecía vedados hasta entonces a los árbitros españoles.

Fue al suya una carrera relámpago pues se inició tarde, alrededor de los treinta, en el arbitraje. Sin embargo progresó de manera meteórica a través los diferentes peldaños para llegar a primera división en poco tiempo. Recuerdo haber arbitrado algunos partidos amistosos con él en esa época en que terminaba su formación y todavía guardo un excelente recuerdo por la buena compenetración y la misma visión del juego.

Vicenç puso todo su conocimiento al servicio del arbitraje, sabiendo entender a la perfección la evolución del juego y sabiendo distinguir con clarividencia la reacción impulsiva de un jugador o entrenador, de la reacción taimada que busca intimidar al árbitro y hacerle perder el control del partido.

Le he visto tener que soportar muchas presiones de dirigentes sin escrúpulos, acostumbrados a dictar su ley y que no podían entender la presencia sobre el terreno de árbitros inflexibles, dispuestos a garantizar la equidad del resultado, sin importarles la nacionalidad de los equipos o las presiones de los dirigentes "antiguo régimen".

Fuera del terreno, Vicenç era el alma mater de los encuentros entre árbitros. En los stages, en los cursos de reciclaje, dentro y fuera de España, Vicenç siempre nos hacía reír y, ayudado por fieles escuderos como Santi Fernández hijo, nos hacía más llevaderas las noches de los cursos. Vicenç siempre tendía la mano a quien pedía ayuda y dentro y fuera del terreno siempre estaba dispuesto a ayudar, sin dejar caer al compañero.

Un trazo final de su personalidad: su pasión por la enseñanza de los jóvenes. Tanto en Catalunya, su tierra natal, como en Galicia, su tierra adoptiva, Vicenç se implicó siempre en fomentar el arbitraje y ayudar los principiantes en el siempre difícil camino de progresar dentro del terreno de juego. Para ello, Vicenç sabe conjugar experiencia con amenidad y sus charlas y sus consejos captan la atención del auditor de manera sencilla.

Vicenç, la experiencia del jugador, aplicada a la mejora del arbitraje.

Miguelo Betancor, ejemplo de profesionalidad

Miguelo Betancor, un ejemplo de profesionalidad y rigor
© Miguelo Betancor, un ejemplo de profesionalidad y rigor
Las palabras se parecen, pero sus significados difieren. Si pensamos en profesionalismo el Diccionario nos habla del cultivo o utilización de ciertas disciplinas, artes o deportes, como medio de lucro. Sin escogemos profesionalidad el Diccionario nos habla de la cualidad de la persona (…) que ejerce su actividad con relevante capacidad y aplicación y también de la actividad que se ejerce como profesión. Profesionalidad es, pues, la palabra que mejor define la personalidad de Miguelo Betancor.

La primera vez que oí hablar de él fue, ¡cómo no!, en la sastrería de Vallejo. Miguelo era entonces un joven árbitro de segunda división que, tras el rebufo de Pedro Hernández, iniciaba una más que prometedora carrera. Luego he sido testigo de algunos de sus hitos: el primer play off, el curso de ascenso a árbitro internacional – cómo trabajamos la preparación de dicho curso en una fase en Badajoz -, su primera final de un campeonato de Europa. La última vez que compartimos una vivencia fue en Grecia, durante un curso de reciclaje. Alguien me filtró las respuestas del examen teórico y todavía recuerdo cuánto llegamos a reírnos en la habitación con Víctor Mas, Juan Carlos Mitjana y Miguelo tratando de memorizar las respuestas y poniéndose de acuerdo sobre qué pregunta fallar cada uno para que no se notara. Como dice la canción "éramos jóvenes…"

Míguelo ha marcado un hito en el arbitraje español. Trabajador incansable, siempre a la búsqueda de la perfección, deseoso de estar siempre a la última… Miguelo siempre ha hecho lo necesario para mejorar su técnica y sus conceptos sobre el arbitraje.

Recuerdo que en un informe que le hice tras un partido en Badalona, señalaba como virtud que le gustaba el riesgo, asumir la responsabilidad y saber dejar jugar hasta el límite. Si arbitrar es arriesgar, Betancor llevó dicho principio hasta sus últimas consecuencias. Otra virtud – que para los detractores puede parece defecto – es su capacidad para cultivar el detalle. Miguelo siempre sabe estar en el sitio oportuno, a la hora precisa lo que es importante para progresar. También sabe callarse y es sabido que en la música el silencio es tan importante como el sonido. En el arbitraje mucho más. El estilo es, en definitiva, lo que distingue a las personas porque como escribió Oscar Wilde: " En asuntos de vital importancia, el estilo, y no la sinceridad, es lo verdaderamente vital". Y Miguelo fue un maestro de estilo.

Propietario de sus silencios, Betancor ha ido construyendo una carrera perfecta, basada en una honradez extrema, en una técnica de arbitraje extraordinaria y en una lectura del juego ejemplar, sabiendo discernir perfectamente lo que conviene arbitrar. Siempre supo entender que el árbitro debe intervenir, pero no interferir. Miguelo marcó una nueva etapa en el arbitraje español, junto con otros pocos colegas, para integrarlo en el nuevo escenario del deporte espectáculo, como se entiende en la actualidad el baloncesto.

Me parece innecesario detallar sus muchos logros. Sólo cabe agradecerle que se haya consagrado ahora a la enseñaza y la dirección del arbitraje en Europa. Los comentarios que oigo sobre él por parte de colegas extranjeros son altamente elogiosos acerca de su labor tanto en el plano personal, como sobre la calidad de los materiales producidos. Miguelo – otra virtud que los detractores han pretendido presentar como defecto – ha sabido exprimir al máximo todos los medios que ha tenido y tiene a su alcance y ha sabido reutilizarlos con acierto en beneficio del arbitraje europeo. Miguelo fue el primero en hacer realidad, lo que otros sólo hemos podido soñar: ser profesionales del baloncesto.

Miguelo tiene todavía mucho que dar y compartir con el arbitraje. Lo mejor de su carrera no está en el pasado, que es espléndido, sino en el futuro.

Mateo Ramos, el triunfo de la voluntad

Mateo Ramos, el último en retirarse tras una carrera brillante
© Mateo Ramos, el último en retirarse tras una carrera brillante
No tenía las condiciones naturales de otros elegidos, pero tenía esa energía que, como dijo Einstein, es más poderosa que el vapor, la electricidad o el átomo: la voluntad.

La carrera de Mateo Ramos está marcada por unas ganas enormes de aprender, por un trabajo honrado a carta marchamo y por una humildad innata, que le permitió ser respetado y querido por todos sus compañeros. Mateo no despertó envidas, generó compañerismo.

Vivir tres años en Madrid me permitió conocerle más de cerca y poder ver su enorme interés en compartir con los jóvenes árbitros madrileños todo su saber y su experiencia. Para él no había nada más gratificante que poder sacara adelante a un nuevo talento arbitral con el que poder engrosar la lista de excelentes árbitros que siempre dio el colegio madrileño.

Es sabido que la gran pasión de Mateo, además del arbitraje, es la tauromaquia. Si debiéramos establecer paralelismos entre estos dos mundos, se podría afirmar, que Mateo no fue un torero artista, si no que lo suyo fue fajarse delante del toro, de esos toros feos y resabiados, cargados de peligro e instinto, y lidiar. Lidiar que significa luchar y pelar hasta ganar la batalla. La tarea del árbitro se asemeja, en muchos casos, a la labor del torero. Y Mateo sobresalió en dicha tarea. Con su fuerte presencia física, su mostacho a medio retorcer, sabiendo alternar la cara de cabreo, con una cara iluminada por una sonrisa socarrona, Mateo supo sacar adelante muchos e importantes partidos en su dilatada carrera, a plena satisfacción de los clubes, que tenían la garantía de un arbitraje ecuánime, impermeable a las eternas presiones con las que unos y otros tratan de influir en el arbitraje.

Conoció la carrera de Mateo un momento delicado, que le obligó a suspenderla. Creo que él ha sido el único, caso en un árbitro ha llegado a tener el estatuto de árbitro, luego el de comisario, para, felizmente, recuperar el de árbitro. ¡Cuánto nos alegramos con ello!

Conoce ahora Mateo lo que significa la siempre complicada carga de dirigir el arbitraje español de élite. Una justa recompensa a sus años en activo. Me consta que lo hace con la misma entrega e ilusión y con el mismo arrojo con que acometía los partidos. Sin engaño, cruzándose delante de las dificultades y arrimándose al peligro que representa tener que bregar con el doble frente que suponen, de una parte, los clubs siempre obsesionados con la calidad del arbitraje, y, de otra parte, los árbitros, eternos descontentos con las designaciones, pretendiendo siempre más.

Pero son esos retos los que engrandecen a los líderes y estoy convencido de que Mateo, por instinto, por experiencia, y por carisma personal saldrá hacia adelante en esta etapa de su vida arbitral.

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Cinco vidas, cinco trayectorias, cinco vivencias, pero una sola realidad: cinco árbitros ante todo, entendiendo el arbitraje como servicio y como escuela de vida. Pero hay más porque antes que árbitros y por, encima de todo, Pepe, Perico, Miguelo, Vicenç y Mateo son personas, buenas personas, una condición indispensable para llegar a ser buen árbitro. Sus carreras están repletas de rosas y espinas, pero estas últimas nunca les picaron mucho y en cualquier caso, nunca les impidieron dejar de aspirar el perfume de las primeras. Los cinco, al final, al volver la vista atrás y ver esa senda que nunca volveremos a pisar – como advertía Machado – pueden afirmar con satisfacción: ¡no estuvo mal!