Ochocientas veces Conde
De los sueños de niño en Salesianos a dirigir toda una final olímpica, descubre el camino de Antonio Conde, que cumple este fin de semana 800 partidos en Liga Endesa, una cifra que le marea y le hace recordar de donde viene
  

“Yo solo era un chaval como otro cualquiera, bastante tímido, al que le gustaba entrenar, divertirse con los amigos y echar algún partido”. Antonio Conde esboza una sonrisa al mirar atrás. Nacido en la bella Córdoba, allá por mayo del 73, el baloncesto pronto pidió la palabra. “Era un enamorado de este deporte, ilusionado con los 80 y con los jugadores de aquella época, de esos que no dejaban de buscar fotos para poner en las carpetas".

Sus colegas, su basket, su colegio Salesianos. Y su primer flechazo, que llegó como llega el primer amor, sin aviso y sin mesura. A sus trece primaveras, tras varios años jugando en categorías de formación, unos compañeros de equipo le ofrecieron hacer un curso de arbitraje en verano. La chispa fue instantánea. Tras compaginar los primeros meses como jugador y oficial de mesa, en Navidad acudió a unas jornadas técnicas y, sin saber muy bien cómo, se vio en un abrir y cerrar de ojos en la pista del colegio Virgen del Carmen con silbato en mano, haciendo pareja con Antonio de Torres, hoy presidente de la Federación Andaluza de Baloncesto. “Estaba más nervioso que si hubiera debutado en acb. ¡Igual acerté aquel día algún fuera de banda o fondo!”

©

A los 17, todavía sin imaginar que algún día aquel idilio le llevaría a dirigir una final olímpica, el arbitraje ya era una realidad en su vida, subiendo cada escalón con un ritmo frenético, a veces incluso sin ser consciente de lo vertiginoso de su periplo: Provincial, Autonómica, Nacional, EBA, LEB. “Fueron peldaños poco a poco transcurridos, poco a poco viajados, que me iban aportando en mi mochila. Unos más agradables, otros más difíciles de digerir, aunque todos curtían y me iban haciendo como deportista, como profesional y como persona. En aquellos inicios, viajar a arbitrar a cualquier pueblo de la provincia de Córdoba suponía una experiencia como ahora, no sé, ir a Azerbaiyán. El café y el bocadillo en cada bar de carretera, las aventuras de otros colegiados veteranos, el ir haciéndome cuerpo de árbitro. Vas quemando etapas muy rápido, pues la exigencia de cada categoría te hace trabajar más y más”.

El andaluz nunca abandonaría sus estudios en la Universidad de Córdoba, soñando paralelamente con ejercer algún día de ingeniero agrónomo. El basket se lo pondría complicado. Su primera gran sorpresa llegó cuando le llamaron de la acb para una liga de verano, algo que no se esperaba. Tras la tercera experiencia estival, el teléfono volvió a sonar. A sus 28 años, la élite ya era una realidad.

29 de septiembre de 2001. En un mundo incierto, aún en shock por el atentado contra las Torres Gemelas, su única certeza era la de su debut, en un Estudiantes–Girona jugado en Vistalegre, con los andaluces Hierrezuelo y García Ortiz como compañeros de batalla. Otra vez ese cosquilleo por su cuerpo, otra vez ese temblor de piernas. “El primer partido nunca se olvida: se disfruta, pero también se sufre. Nunca llegas preparado. Y si encima, como en mi caso, tienes final igualado y jaleo, queda algo calentito… y divertido”.

©

Camino al cuarto de siglo desde entonces, aquel recuerdo es tan nítido como el del resto de su apabullante historial. Y es que Antonio Conde tiene la virtud o el defecto de acordarse muy bien de cada cita, con la filosofía de que cada encuentro es, por un motivo u otro, especial. Ya asentado en territorio acb y recién alcanzada la treintena, 2004 significó su explosión definitiva. En febrero fue testigo directo de la irrupción de Ricky Rubio en la Minicopa; en junio confiaron en él como árbitro de la final liguera entre Estudiantes y Barça —“Me pilló la llamada tomándome un helado en una plaza de Córdoba, fue bonito e inesperado”— y, al poco, se vestía de internacional.

Las primeras Copas, la emoción del Playoff. La tensión de los duelos a vida o muerte por la permanencia, los veranos agitados. Durante un par de años pudo ejercer de ingeniero agrónomo en Sevilla, en la delegación de Agricultura de la Junta de Andalucía, aunque aquel ritmo resultaba complicado de digerir, centrándose exclusivamente en el silbato a partir de 2008. “Mi especialidad es más de ingeniería rural, más de construcción, maquinaria y diseño de construcciones agrícolas. Había trabajado en otra empresa privada que hacía inspecciones en el campo, aunque aquel trabajo en la Junta costaba compaginarlo con los desplazamientos, especialmente los europeos entre semana. Eso sí, en aquellos viajes tuve la inmensa suerte de conocer a la que ahora es mi mujer. Es lo más grande que me dio aquella experiencia”.

Un día la angustia se apoderaba de él al verse atrapado, cerca de Crimea, en plena revolución del Maidán; al otro era el centro de todas las miradas mientras portaba un micro en su solapa en toda una final copera. Contrastes y más contrastes. Doscientos partidos acb, trescientos, quinientos, allá por octubre de 2016. Al curso siguiente dirigió la final del Eurobasket y un verano más tarde repitió presencia en el partido por el oro de la Copa del Mundo Femenina.

©

Una final de Mundial Sub19, dos Mundiales masculinos y tres femeninos, un par de Europeos, los Juegos Olímpicos de Tokio y, en 2024, los de París, estos con público y con el broche más simbólico y dorado a la carrera que cualquier colegiado puede imaginar: arbitrar la finalísima de los Juegos Olímpicos. “Resultó una experiencia increíble, si bien cuando estás ahí no eres muy consciente de qué significa porque tienes que estar enfocado. Luego, con perspectiva, te das cuenta de que fue algo muy hermoso y muy importante”.

La alegría y los méritos, compartidos. “Mi padre me recuerda siempre que mi familia es gran parte de mi éxito: la que me ayuda a reparar todo o a impulsarme para seguir motivado y buscando la exigencia. Ellos estaban encantados con la final olímpica, ellos me dieron fuerza. Mis padres, mis hermanos, mi esposa y mi hija: ellos son la razón para continuar avanzando”.

Este sábado, en el Casademont Zaragoza–Unicaja de la Jornada 7, el cordobés alcanzará la mítica cifra de 800 encuentros en Liga Endesa y, al conocer el dato y sin margen para recrearse demasiado con la efeméride, al colegiado solo le sale una palabra: “¡Mareo! ¡Qué mareo! No somos de contar partidos, pero la cifra impresiona. En una competición tan exigente como la Liga Endesa hay que seguir peleando, trabajando, con salud y fuerza para mantener ese nivel. Los jóvenes vienen pisando fuerte y eso es algo positivo, pues nos exige estar al día”.

Antonio Conde, que se define como una persona “muy de casa” y celoso de su privacidad, con el tren, el avión y el parqué como oficina, no se arrepiente del esfuerzo y sacrificio en el camino para alcanzar cotas tan elevadas e inesperadas. Su forma de ser, en su opinión, no cambió un ápice por su impresionante trayectoria: “Fuera de la pista soy exactamente igual que dentro, pero sonriendo un poco más; una sonrisa siempre ayuda y a mí me gusta estar alegre, relativizar y dar valor a lo que realmente importa en la vida”.

¿Y ahora qué? ¿Algo en el horizonte pendiente de cumplir? “Doblar esa cifra”, responde tajante entre risas, antes de ponerse serio: “Sumaré hasta donde pueda, pero contar no cuento. Más que un sueño tengo una ilusión: la de mantener buena salud física y mental para estar en primera línea el tiempo que pueda, disfrutando cada uno de los encuentros y de este modo de vida que me hace conocer gente y lugares”.

Y es que, a estas alturas, su meta es tan sencilla y romántica como la que le atrapó hace casi cuatro décadas, cuando pisaba el suelo de Salesianos: "Mi objetivo es aportar mi granito de arena para que el basket sea lo más espectacular posible y que los verdaderos protagonistas, que son los espectadores, sigan amándolo y viniendo a la pista".