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Dominios (4): Jordan (1984-1989)

La serie de dominios de G Vázquez llega a uno de sus momentos culminantes con la aparición en escena de un jugador que se muestra capaz de hacer lo que ningún otro había conseguido hasta ese momento: ejercer su dominio desde el perímetro. Dotado de unas condiciones físicas excepcionales, sería la fortaleza mental lo que finalmente llevaría a Michael Jordan a convertirse en el dueño y señor de la NBA de los 90. En esta primera entrega asistimos a la gestación del monstruo

Michael Jordan en su primera etapa (Foto NBAE/Getty Images)
© Michael Jordan en su primera etapa (Foto NBAE/Getty Images)
  

Ardua tarea la que toca en suerte en esta cuarta figura, la única de esta serie de cinco que escapa a esa condición bruta de que se valió el resto para desempeñar un dominio personal por encima de los preceptos colectivos del juego. Michael Jordan no era un gigante.

Antes que nada, conviene escapar al apartado deportivo en sí para recaer brevemente en su insólita naturaleza orgánica. No se exagera al atribuir a Jordan cualidades genéticas muy superiores al hombre común. Hablamos de un cuerpo cuya proporción bioquímica grasa, sin afección anémica, apenas supera el cinco por ciento, de un peso en consecuencia por debajo del corriente (menor rozamiento de masa), de un corazón capaz de bombear 45 litros de sangre en torno a hora y media de turbación deportiva 'la agitación psicomotriz en el hombre gira en torno a 20- y de una disposición mental superlativa para la plena explotación a que sometió su carrera. Es más, creo en este último apunte no encontrar otro deportista cuya relación con su actividad haya resultado de una abundancia productiva similar. E igualmente me atrevería a decir que no ha habido otro sobre el que se haya derramado mayor volumen de tinta, así que la cosa se complica al pretender esquivar con palabras esos lugares comunes, más bien gráficos, colmados de apelativos sinónimos y honores que siempre acompañaron a la figura de Michael Jordan.

En el draft del 84 había peso y altura. Tanto Akeem y Bowie, como Perkins, Turpin, Willis o Thorpe, pudieran haber quedado delante y no hubiera pasado nada. El tamaño sigue siendo religioso, Chicago quería al uno y al tocarle aquella tercera bola, parecía haber una cierta oculta resignación. 'Hubiésemos deseado que Jordan midiera 2.13, pero no había otro pívot disponible. Jordan no va a cambiar el rumbo de esta franquicia y tampoco se lo vamos a pedir. Es un buen jugador ofensivo pero no es un jugador dominante' , señalaba entonces el general manager, Rod Thorn. Y esa era esencialmente la imagen que de él había, la de un anotador explosivo, una oferta quizá mejor que Sidney Green un año atrás. De poco sirvió esta inaudita generosidad de Bobby Knight al término de los Juegos: 'La unión de su habilidad y su fuerza le convierten en el mejor jugador de baloncesto que he visto en mi vida' .

Michael abre el telón con 42 puntos ante la franquicia que le acoge hoy como jugador en una temporada en que termina con 28.2 y bate como novato seis marcas de una franquicia de casi dos décadas de vida, a la que mete en las series por primera vez en cuatro años con once victorias más que el año anterior. Pero sigue siendo un anotador. La tortura a que será sometido la campaña siguiente tras su lesión ante Golden State en su tercer episodio, le lleva a perderse los 64 siguientes. Su vuelta a casa, en Wilmington, le supone una regresión intimista de superación personal, cosa que demuestra el 20 de abril del 86 en aquel célebre partido del Boston Garden (63-19-14), del que cabe destacar sobremanera el hondo significado de la sentencia de Bird por encima del disfraz que supuestamente envolvió al héroe: que si Dios jugara al Baloncesto, lo haría como Michael Jordan. 131 puntos en tres partidos tuvieron la culpa, buena parte de los cuales besaron en serie la red de un modo extraño, ardiente, sobre el que no se encontraban precedentes.

Milwaukee y Boston, dos de los equipos con mayor peso de la década le impiden llegar más adentro en Playoffs. Y digo le impiden porque Jordan es entonces el amo y señor del equipo. Nunca tirará más a canasta que al año siguiente, donde 58 ante New Jersey o 61 ante Atlanta 'encadena 23 puntos sin fallo- le llevan a alcanzar la cota anotadora más alta de su vida en Regular, 37.1, en una competición donde el arsenal defensivo rival acude ya contra él en masa. No dejará de anotar más que nadie hasta su primer abandono en 1993. Pero el completo baloncesto verde puede nuevamente con él y quizá, cegada la liga por su potencial ofensivo, aparece al término de la campaña un registro del fondo estadístico que no puede permanecer oculto ya al ojeador defensivo: Jordan suma más de dos centenares de robos y tapones. Nadie antes lo había conseguido. O se impide arriba o se impide abajo, pero jamás ladrón alguno logró llegar a los cien gorros en un solo año. Él duplica esa cifra.

Quizá por ello este aspecto suyo se situara en el punto de mira en mayor grado la campaña del 88, donde asfixia literalmente a todos y cada uno de sus atacantes. Chicago hace equipo y el equipo comienza por fin a ganar. Cleveland le sufrirá por primera vez en muchos años colándoles aquel 1 de mayo más canastas que nadie en un solo partido de la segunda fase, 24. Detroit opta ya al título y Jordan queda derrotado en una serie de cinco, pero aquellos Playoffs marcan ya la línea que no abandonará jamás: un incremento notabilísimo de su productividad en las series por el título. Michael cierra aquellos diez partidos con más de 36 puntos, más de 7 rebotes y casi cinco asistencias. Aquel año la liga ya tiene nombre, pero al igual que Chamberlain, el título queda lejos.

Pero la entera NBA se rinde a la evidencia de que Jordan es el mejor defensor posible. Aquí no cabe atribuir cosa distinta a su logro que la tarea de ser el mejor igualmente en este aspecto. Su disposición mental era la adecuada a un diseño anatómico ideal para la obstinada adhesión al rival, al que ahoga en pies y manotazos al balón apresado, un recurso este del que ninguna pieza media se valió jamás como él. 'Ningún atributo suyo 'cuenta Phil Jackson, asistente de Collins entonces- fue nunca mera casualidad. Trabajó de forma extremadamente dura para perfeccionar su juego de pies y su balance' . Ni siquiera Jordan podía esquivar la nube crítica que le perseguía como una sombra y esto actuó como feroz estímulo. 'Consiguió transformar sus debilidades en puntos fuertes' . El más duro purismo, borracho aún de Magic y Bird, le seguía viendo como un obsceno anotador sin gancho colectivo ni sacrificio atrás, pero aquel galardón trastornaría finalmente esta molesta creencia.

1989 es el año del estirón en las series y, siendo justos, no cabe atribuir aún al equipo más que una mayor solidez que Jordan multiplicará drásticamente en Playoffs, convirtiendo esta fase en su mejor escenario personal, su hábitat natural de despliegue supremo, donde Jordan concentra el mayor grado de intensidad de juego que haya desplegado nunca jugador alguno. Decanta la balanza a su favor ante dos equipos muy por encima en la Regular, Cleveland y New York. Los Cavs le sufren con toda la crudeza por segundo año y es Ehlo quien se atreve a sugerir la desnuda tortura que supone el emparejamiento con él: 'Defenderle es la peor de las pesadillas. No dejo de soñar con ello' . Solamente los Pistons campeones podrán con Jordan en la más sacrificada persecución colectiva a que será sometido nunca, porque se quiera o no, él concentra en aquel entonces la decisión de derrotar a un equipo que organiza en bloque una comunión salvaje para suprimirle, una defensa delictiva que en suma obstruye su paso. 'Con nosotros esto ya no es una diversión 'decía Joe Dumars-. Esto es' la guerra' .

Nos detenemos aquí porque quizá hayamos de escoger un número simbólico para poner fin a una etapa en la que Jordan parece jugar solo contra todo el mundo. En aquellos primeros diez mil puntos hallamos, aunque cueste creerlo, un largo embrión que habrá madurado rápidamente en la cresta de la hegemonía de Detroit, al que le dará después, ya inserto en un equipo de verdad, un solo año de vida. Aquellos años de derrota colectiva son por el contrario los del Jordan divertimento público, aquella máquina bruta de condiciones insólitas, de plena liberación muscular no cerebral.

Resulta muy complicado definir el complejísimo argumento técnico a su dominio creciente en aquel período donde solamente el propósito colectivo último de este deporte le cierra la puerta. Pero igualmente cierto es que por entonces las propiedades deportivas inherentes al más puro Michael Jordan son ya una plena realidad que escapa a todo control técnico sobre él. No hay nada ni nadie que pueda detenerle en su carrera personal contra el aro y sus partidos, la sustancia vital concreta de que vive su divinidad deportiva, representan una completa orgía de recursos a chorro que combinados, culminan en una presencia abrumadora, en su resplandor por toda la pista. 'Te consume. Este tío te consume 'continúa Dumars-. Y lo hace porque no hay manera de quitártelo de encima. Sabes que está ahí' .

El descomunal yacimiento ofensivo que pone en escena representa, y continúa haciéndolo hoy, un vasto terreno más bien remoto al repertorio de juicio de que el analista se vale para definir deportivamente a un jugador. En pleno éxtasis de juego, con el balón ardiendo en sus manos, Michael disparaba su mirada al hierro y entraba de pleno en una corriente exclusiva en que ninguna presencia podía suponerle traba. 'Cuando estoy jugando bien, no creo sinceramente que nadie pueda detenerme. Es una sensación de poder absoluto. Podría estar corriendo durante días, me gustaría que los partidos durasen horas y horas, o mejor, que no terminasen' nunca' .

Técnicamente, el talento puro de aquel prodigio orgánico se traduce en el prototipo mejor diseñado para la improvisación dinámica en el aire, del que siempre se valió para sortear la persecución rival. ¿'Volar? No, hombre, no, yo no puedo volar como nadie puede hacerlo, pero sí es cierto que cuando abandono el suelo me olvido de que tenga que volver a él' . El jugador de hoy, impregnado de sensación física en el desarrollo de sus tareas, trata de compensar aquellas deficiencias de talento y mecánica de juego con la modelación artificial de su cuerpo. Tiene que llegar a la altura del presupuesto individual y quedarse ahí a que el resto haga lo propio. A diferencia de ellos, Michael tuvo que moderar su exceso de talento para distribuirlo entre aquellos que iban con él en el camino por el título.

Y en este duro aprendizaje de carácter íntimo se desarrollaron aquellos primeros años de puro esplendor personal sin largo alcance. Todas las categorías formales de su juego seguirán ahí siempre, perderán un exceso hormonal y se harán con ello mentalmente mucho más poderosas. Su estética pasa igualmente por ser novísima, pues aunque se halle prefigurada en escultores del movimiento expresionista como Baylor, Erving o Thompson, sus modelos quedan casi como remotas alusiones y sombras a la celeridad y riqueza dinámicas de su despliegue en plenitud. El estado deportivo ideal de Michael Jordan es indisoluble al estado de perfecta compenetración con la actividad baloncestística porque técnicamente, el subterráneo mental de su improvisación, ese océano de sudor como indumentaria, es todo ello pura intimidad que le lleva, como dije en ocasiones, a una relación casi sexual con los aros.

Sólo desde el más exigente purismo cabe la crítica sobre él entonces, porque siendo de una excelencia tan concentrada, la ausencia de anillos actúa con validez como feroz antibiótico. Y es que al igual que ahondamos con Russell y Chamberlain en la psicología de juventud, cabe destacar ahora en nuestro hombre un oculto detonante del que penderá siempre el impulso vital hacia la gloria. En aquella cesta casera, el único recreo de pubertad en aquel solar de alta hierba, él y su hermano Larry cerraban los atardeceres y Michael lo hacía siempre perdiendo. El pequeño Michael no tomó nunca aquello como un pasatiempo sino como un reto que superar, el primero y más esencial desafío en vida: 'Tuve que autoconvencerme de que podría ganarle y que una vez que lo hiciera, podría ganar a cualquiera' . Y así fue, y aquella noche no pudo dormir porque asumió que después de aquello, nada ni nadie podrían ya con él.

Y como dice la psicología que no hay mejor modo de aprender algo que la bruta reiteración del error, no podré evitar en un posible encuentro futuro con su majestad, el perverso recuerdo de algo doloroso, otro feroz detonante.

¿Recuerdas este nombre, Michael?

¿Cuál?

¿Leroy Smith?

Pocas cosas habrán aún de trastornar su expresión y puede que sea esta remota una de ellas.

¿Vaya, Leroy Smith, nunca he podido olvidar ese nombre. 'Vive todavía? La verdad es que no volví nunca a saber de él. Le honra no haber hecho ni siquiera público el haber quitado el puesto a Michael Jordan, aunque fuera en el colegio. 'Sabes? Fred Lynch, el entrenador, se llevaba muy bien con él, pero también es verdad que sin haber grandes diferencias en el juego, él era más alto y fuerte que yo'.

Que la naturaleza se mostrara después caprichosa dándole a Michael diez centímetros en apenas un verano cuando no había precedentes familiares de alta estatura, dice mucho de la predestinación de esta figura divina, cuyo nombre, Michael Jordan, pasa casualmente por ser además de un atractivo fonético extraordinario en cualquiera de los colores lingüísticos universales en que sea pronunciado.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM