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La ABA (XII): Estado salvaje (V)

Después de aquella previa general, vamos a dar unos últimos brochazos del mismo color negro que los anteriores para dar por finalizado este pequeño óleo de violencia. Cerramos así esta parte de la serie con algún que otro aspecto doloroso que no dejan de desnudar una y otra vez la cruda realidad de aquella liga con la miseria como único fondo. Porque hemos de entender que cuando uno, sea este un jugador o toda una franquicia, está al borde de la muerte, las cosas se ponen feas, realmente feas

Lo ocurrido en este encuentro de la ABA no se ha vuelto a repetir jamás
© Lo ocurrido en este encuentro de la ABA no se ha vuelto a repetir jamás
  

Nos apoyamos hoy en los Condors de Pittsburgh como nos podríamos apoyar en cualquier otra de tantas que murieron en el seno de la ABA. La del 72 es la última temporada de vida de Pittsburgh y ya en plena Regular, no había mejor indicador de encontrarse la franquicia moribunda que la dura itinerancia a que se vieron obligados todos sus hombres. El equipo deambulaba de aquí para allá para simplemente poder jugar. Los días del cálido Civic Arena quedaban bien atrás cuando ya los Condors suplicaban su presencia una sola tarde en cualquier pabellón de colegio, allá donde estuviese, por un puñado de dólares. No es difícil imaginar así que cualquiera de aquellos largos viajes incrementaban dolorosamente el gasto para quienes ya no disponían de más; ni dinero ni aliento. No lo había y aquello era un secreto a voces que terminó de esfumar además la última reputación de los Condors.

Por desgracia, esto ya venía de atrás, de aquel verano del 69 en que la franquicia abandona Minnesota (Pipers) para trasladarse a Pittsburgh. Se cambió de ciudad y después de sobrenombre hasta en tres ocasiones (Pipers-Pioneers-Condors) como queriendo nacer a cada vez, cuando el desastre de organización y el lógico descontento eran los verdaderos motivos del traslado y demás maquillajes. Su segundo propietario, Bill J. Erickson, no soltó un solo centavo más. El resto llegaría por inercia. Despidos, cambios, contratación de jugadores siniestros, derrotas, más cambios, John Brisker, la galopante falta de fondos, más cambios, más derrotas, más despidos, menos dinero, menos ilusión' y el desastre consumado. 'Después de que los Pipers terminaran en Pittsburgh 'recuerda Steve Jones- el equipo llegó a ser la isla del infierno de la ABA'. La franquicia original había perdido a Connie Hawkins y Chico Vaughn, y la posibilidad de hacerse con Mel Daniels, tres de los mejores jugadores en la historia de la liga, y los recursos siguientes nunca darían después ningún resultado. 'Un jugador que tuviese una pésima reputación iba a parar allí. Aquello era un desastre. No había dinero. Las ideas que nos llegaban además eran todas estúpidas y veíamos un espectáculo de gente de aquí para allá sin tener ni idea de lo que estaban haciendo'.

Después de tres años de horrible registro deportivo, cabe pensar que más les hubiese valido morir antes que esperar al verano del 72 para hacerlo. La cosa se puso tan fea que ni siquiera la prensa, la única prensa ya posible, la de los rivales que jugaban contra ellos, podía ejercer con normalidad. Van Vance era el encargado de hacer llegar la voz a los aficionados de Kentucky, y los Colonels dieron allí en una tarde de escándalo. 'Un día ya no me dejaban entrar al pabellón. Resulta que de repente había unos tipos fuera que pedían 50 dólares por cada radio y 200 por cada cámara de televisión'. La franquicia ya ni siquiera pagaba el alquiler del pabellón y aquel día el Arena estaba plagado de mercenarios, lo que hoy se conoce por el correcto eufemismo de 'gestores de cobros' a mano armada. Para colmo, ya venían los locutores tiempo atrás sufriendo una circunstancia insólita y es que cada vez que acudían a Pittsburgh, eran ubicados en una zona distinta y ocasionalmente, en lugares remotos a la pista. La única razón -que ni se aludía- era que tampoco se hacía frente ya al gasto de teléfono. Las compañías cortaban la línea y la franquicia abría una nueva en otro punto distinto que, por supuesto, tampoco pagarían. Aquella misma tarde que recuerda Van Vance dice haber estado listo para entrar en el aire cuando otro personaje del pabellón acudió siniestro hacia él y le amenazó sin más preámbulo: 'Te voy a cortar la línea ahora mismo a menos que me pagues cincuenta dólares'. El mánager general de la franquicia, Jack Binstein, tuvo que sudar la gota gorda aquella noche de un lado para otro bien respaldado por su rebaño afín. Aquel tipo había salido corriendo y de inmediato Vance recibió sorprendido al otro grupo con Binstein como cabecilla. 'No te preocupes, Van, podrás retransmitir sin problema si consigo una pistola para cargarme a ese tío'. La historia viene a recordar ciertas películas de cine negro bien barato que pretendían salvar la cinta a base de carreras y más carreras. Al menos el espectador podía disfrutar viendo cómo repiqueteaban elegantes los zapatos de Jack Palance a la carrera. Allí no; allí no había siquiera espectadores. 'Vi después cómo en mitad del directo, todos correteaban por allí de un lado a otro. Qué gran confusión. No me extraña que los Condors 'que suena ya a banda de secuaces- tuvieran que viajar a Tucson o Birmingham (Alabama). Ellos hubieran ido donde fuese posible jugar porque entiendo que nadie les quisiera acoger'. Pobres Condors, aquellos zapateados de sudor no durarían mucho. No es de extrañar la expresión del cóndor pintado sobre aquel último logo de Pittsburgh, con cara de malo, malo, como concentrando en ella toda la frustración de un imposible.

Respecto a la prensa, tampoco nos vamos a engañar con aquello del normal ejercicio de la profesión. Digamos que bastaba con poder ejercer, sin más, en aquellas arriesgadas ¿corresponsalías de guerra'. Que se lo digan a Bob Costas, uno de los consagrados de la imagen americana de hoy, que nunca terminará de agradecer lo suficiente aquel master en la trinchera que el destino le brindó cuando apenas contaba 21 años. Los comentarios en primera línea te podían costar caros. A falta de 1'10'' en el primer partido de los Spirits en la liga (oct. 74), ganaban por cinco puntos a Memphis y tenían la posesión. 'Para qué los 30 segundos? Gus Gerard se arrojó un absurdo triple de pura galería en apenas cinco y los Spirits terminaron perdiendo por 97 a 92. La siguiente noche, la renta les era favorable ahora en siete puntos contra los poderosos Stars de Mo Malone. Costas hacía su labor junto a Bill Wilkerson 'sólo en partidos de casa; nadie pagaba un centavo por un acompañante en los viajes- y se atrevió aquel a recordar sin más el desastre anterior. 'Bueno, Bill, lo que menos le gustaría al entrenador McKinnon sería repetir el mazazo del viernes'. Simplemente fue eso, un apunte casi necesario que el profesional aprovecha al cansino bote de balón hacia un estático. Pues bien, su propio compañero Wilkerson, una fanática mole de 140 kilos, le sacudió el micro de un solo golpe. '¡Oye!, 'estás bromeando?'. El joven Costas se quedó mudo. 'Te juro que me vi en la calle', concluye. Y no es de extrañar su temor cuando en aquella entrevista de trabajo al reportero, el veterano Jack Buck le llegó a espetar al enterarse de su edad: 'Vaya, tengo corbatas más viejas que tú'. En fin, pura ABA.

Dedica Terry Pluto un extenso episodio de su obra 'Loose Balls' a los St Louis Spirits bajo el epígrafe de 'El equipo más salvaje de todos' y es fácil quizá caer en la tentación a ello cuando llegaron a formarlo fieras del tipo Marvin Barnes, Fly Williams y Mo Lucas, dignos cualquiera de ellos del perfil similar que trazamos sobre Hagan, Jabali y Brisker; pero hubiera sido exagerar sobre el mismo asunto y les dejamos por ello fuera de serie con la puerta abierta a futuros monográficos. Sin embargo, a Pluto pareció valerle en mayor grado un cúmulo de circunstancias que personalmente, considero semejantes en los casos de Pittsburgh en el 72, Utah y San Diego en el 75 o Virginia en abril del siguiente. Todos murieron por inanición. Pluto cae así en la cómoda postura de arrogar ese título para los Spirits, el nuevo disfraz que vistieron los Carolina Cougars a su muerte en el 74, por el hecho de bailar en la misma plantilla Barnes (aquel violento loco que no quería volar en aviones por considerarlos diabólicas máquinas del tiempo), Williams (una estrella universitaria en Austin Peay que optó por el alcohol y la droga durante casi veinte años para terminar en chirona a punto de morir), Lucas (una fiera de agresividad extrema) e incluso llegarían a firmar a Lonnie Shelton (quien una década después rompió la cara al pacífico Buck Williams en New Jersey desatándole una terrible oleada de puñetazos en el suelo). De acuerdo. Eran salvajes, pero la simbología que Pluto dibuja es extensible a buen número de franquicias allá en la profunda ABA, a saber: los campus eran un cachondeo, nadie sabía de dónde diablos habían sacado aquellos Rolls Royce y Cadillacs en doble fila fuera del pabellón ni la colección de abrigos de piel que reposaban la deuda en el vestuario; aquellos partidos de escandalosos 'uno contra uno' del primero que cazara la bola y sobre todo, que la oficina dónde los pájaros de corbata firmarían los cheques' estaban siempre desiertas. Al menos St Louis llegó viva hasta el final. Aquellas otras, con iguales desdichas, no.

Ni tampoco los Spirits tuvieron que ver aquello que vieron los Condors el 6 de noviembre de 1970. 'Llegamos a estar tan desesperados que tratábamos de hacer cualquier cosa', decía Charlie Williams recordando algunas contrataciones infames. Aquella temporada llegó al 'equipo del infierno' un tal Charlie Hentz, un dos metros fuerte y ligero que llegaba de la Arkansas profunda. 'Aquel tipo podía saltar más arriba que nadie que hubiera visto nunca. Saltaba después de todos los rebotes, todos, pero no tenía 'timing' en absoluto. Saltaba o bien demasiado pronto o demasiado tarde. Saltaba por la espalda de los rivales y conseguía capturar algunos rebotes increíbles pero los árbitros le solían señalar falta a menudo'. Le llamaban por todo ello 'Helicóptero', como en la Rucker a Knowlings o en la NBA a Edgar Jones; y es que su ingenua cabeza nunca estuvo muy cerca del suelo. La idea de la 'progresión' parecía evitar a aquel inocente novato. 'Charlie seguía haciendo lo suyo'.



El tablero se rompió aquella noche hasta en dos ocasiones
Pues aquella noche dieron en Raleigh los Condors precisamente contra Carolina, los posteriores Spirits. Y en mitad del segundo cuarto, cuando ya el banquillo se mueve, disputaba sus minutillos el bueno de Hentz. Charlie quería deslumbrar a su manera y a un balón sin control, corrió solo hacia el aro de los Cougars y desató toda su fuerza en el mate. Pero fue demasiado lejos. Al terrible zarpazo a una mano tan sólo le faltaba el más ligero enganchón para reventar el tablero. Y así fue. Lo destrozó por completo. 'Se agarró del aro tanto que se cargó el tablero 'cuenta Williams-. Todos nosotros nos levantamos sorprendidos viendo todo aquello en el suelo. Nunca había sucedido antes'. El partido se detuvo entonces sin saber muy bien qué hacer, como de costumbre, ante una desagradable sorpresa. 'Lo terminó rompiendo todo 'añade el árbitro John Vanak-. Tanto que llegué a pensar que se cargaba también el pabellón. La verdad es que tenía un 'tomahawk' realmente poderoso. Era espectacular'. El encuentro estuvo suspendido algo más de una hora pero milagrosamente se consiguió reponer aro y tablero.

Jack McMahon volvió a dar entrada a Hentz terminando el tercer cuarto. Charlie parecía tener unas ganas locas por demostrar nadie sabe muy bien el qué. El caso es que a otro balón suelto, se vio de nuevo con la canasta libre frente a él. Corrió en arrebato hacia ella y¿ 'oh, no, otra vez no, por favor', cuenta que se dijo el mismo Vanak. Y es que Hentz puso inexplicablemente más fuerza aun que en el anterior hachazo y' ¡destrozó otra vez el tablero! 'Entonces supimos que teníamos un problema bien gordo de veras. 'Dónde íbamos a encontrar un nuevo armazón entero?'. Eran alrededor de las once de la noche y aquello era muy serio. El mánager general de los Cougars, Carl Scheer, suplicó la inmediata suspensión del partido pese a que en el fondo, su reconocida mentalidad comercial pretendería repetirlo después sin pudor bajo una enorme promoción: 'Broken Backboard Night', vamos, la noche de los tableros rotos. Pero McMahon, el técnico cóndor, replicó que a su equipo no le importaría esperar siempre y cuando aquello estuviese listo antes de las tres de la mañana. McMahon no podía permitirse el lujo de otro partido y ni mucho menos otro viaje. Había que terminar aquella broma como fuese. Un comité improvisado se puso entonces manos a la obra y se logró a duras penas comprar -¡a esas horas!- un tablero de madera y su dolorido aro a una High School cercana al evento. (Y nos dieron la una... y las dos... y las...). Aquella tortura interminable dio fin cerca de las tres de la mañana y los Condors de Hentz terminaron perdiendo en un absurdo resultado de 107 a 122. 'Llevaba en esto desde 1960 'dice Vanak- y nunca había visto un solo tablero romperse. Bien, pues aquel tipo lo hizo dos veces la misma noche'. Pero nada, nada revela mejor el carácter ingenuo de aquel chico inocente de Arkansas como el añadido final que hace su compañero Charlie Williams a la escena de la segunda rotura: 'Charlie Hentz se quedó mirándonos a todos' con una sonrisa en la cara'. Al cabo de un tiempo, Pittsburgh le largó de inmediato y salvo en la profunda Eastern League, nunca más se volvió a saber de él.

Y pregunto ahora al lector: llegados a este punto del episodio ¿Estado salvaje', 'hemos de continuar detenidos en las oscuridades de aquella liga? 'No se desprendería de ello una terrible injusticia? Porque si no se ha conseguido describir ya aquel decorado interior de miserias, 'qué hemos de contar?: 'más peleas?, 'más apagones?, 'más caos?, 'nuevos locos?, 'más ruinas?, 'que se robaron incluso 'box score' en mitad de los partidos?, 'que Mickey Davis llegaba a comer palomitas en pleno banquillo?, 'que el millonario de 19 años Jonnhy Neumann, en la triste pobreza que le rodeaba, mofara un día su desverguenza con un Ferrari y al siguiente una Harley vomitando a todos para colmo allá en Memphis: 'A esta ciudad no ha llegado después de Elvis nada tan grande como yo'? Con sinceridad, creo que ya es suficiente.

Que nadie se equivoque en la suma de estos cinco últimos artículos. A pesar de todo lo dicho y gracias incluso a ello, los protagonistas legaron al recuerdo de aquellos espectadores de culto y al secreto de la historia que nosotros con torpes palabras buscamos desvelar, noches inolvidables de un baloncesto -aquello lo era en grado sumo-, que sólo la recóndita curiosidad del coleccionista puede venerar con puro erotismo ante la opulencia de hoy día. Hagámonos a la idea de que con lo que gasta una franquicia actual de la NBA en una sola temporada, cualquier otra en la antigua ABA hubiese disputado los enteros nueve años de liga como una verdadera reina; y con lo que vale una franquicia NBA de hoy día, nunca hubiese muerto ninguna ni tenido que ordeñar vacas ni toreado osos en plena pista para que hasta los granjeros pasasen por taquilla. De haber sido así, estaríamos hablando de la ABA como una piscina de champán donde zambullirse en un chapuzón de nueve años. De haber sido así esta serie no existiría' sin pena ni gloria.

¿Cómo? 'Que no se cree esto? De acuerdo, el curso de los tiempos, el curso del dinero' pero 'cuánto cobraba ¡Joe Dumars! en 1988? 65 mil dólares. 'Y cuánto le costó a Gabe Rubin fundar Pittsburgh? Treinta mil. Diez años después del ejemplo de Dumars, Michael Jordan recibió de Chicago hasta 1500 veces lo que cobró Walter Szczerbiak por recibir palos de Brisker. Quizá pueda resultar exageradamente oportuno, pero no deja de ser cierto y de interés recordar al lector que con lo que cobra en un solo año Juwan Howard, se podrían haber fundado más de 600 franquicias allí, o mejor aun, que Kevin Garnett podría haber soportado él solito todo el gasto generado por los nueve años de ABA' ¡hasta tres veces!

En fin, que lo que Woodstock pudo representar a la música para la escena de toda una época, lo fue la manifestación de la ABA en compacta solidaridad con aquellos tiempos. 'Sex, drugs, plattform shoes, sideburns, slam dunks, midnight'', rezaba la necrológica de la Newsweek como un poema en letanía.

¿Y el baloncesto? 'Se ha olvidado el verdadero motivo de todo esto? En absoluto. Nos arrojamos sin red a su resplandor en las siguientes entregas. Solamente se pretendía al amparo de esta miniserie violenta saber quiénes lo practicaban y el motivo de que pusieran la vida en ello.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM

La ABA (XI): Estado salvaje (IV)