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Valencia Basket: El porqué de una pasión

De la final de la Eurocup al título liguero pasaron 73 días. Del nacimiento del club al sueño más real, 31 años. Daniel Barranquero navega a través de la historia del Valencia BC para, a través de sus momentos más inolvidables, explicar por qué no se puede entender el 16 de junio sin todo lo vivido antes

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Redacción, 20 Jun. 2017.- 5 de abril. Es noche cerrada. Todo había pasado tan rápido. La Fonteta iba vaciándose al mismo tiempo que el verde coloreaba la pista entre sonrisas y saltos. El título había estado tan cerca. Tan, tan cerca. Lágrimas en los ojos, caras tristes, muy tristes. Un pesar inmenso, del entrenador al utillero, de los jefes de prensa al más joven de los aficionados.

El silencio. La mirada perdida. En ese momento, como si el mundo se hubiera detenido, nadie podía mirar al frente. Nadie podía pensar en el 16 de junio. Nadie podía dibujar un horizonte con la decepción gritando tanto. Ni siquiera mirar atrás consolaba. Ni siquiera el pasado compensaba. Y, sin embargo, todo había cambiado esa noche. Y, sin embargo, todo había empezado a escribirse mucho antes…



Quizá, si algún publicista se hubiera atrevido hace una década con un spot del niño preguntándole a la madre que por qué son del Pamesa, el anuncio se hubiera transformado en documental. Las frases cortas no existen cuando los argumentos se acumulan. Las mejores historietas siempre empiezan a dibujarse en blanco y negro.

La prehistoria se empezó a escribir en el viejo pabellón de San Fernando, al lado del Hospital General, cuando el básquet era aún sección del club de fútbol, cuando La Fuente de San Luis aún no tenía parqué de madera. Siempre fue un club de contrastes. Semanas después de celebrar el ascenso a Primera B -no lo logró en la fase de ascenso pero se benefició de la ampliación de 16 a 24 equipos-, el equipo de fútbol bajó a Segunda. Crisis, caos y fin a la sección de básquet.

Solá, directivo encargado del equipo de basket y Pipo Arnau se negaron a que aquel fuera el fin. Enganchados a este deporte tras Los Angeles 84, no costó convencer a los hermanos Roig. La Asociación de la Prensa dio el último empujón. Acababa de nacer el "Valencia Hoja del Lunes", que poco duró hasta la llegada de Pamesa. Equipación blanca, azul la segunda. El primer año, en Mislata. Ron Crevier, un gigante canadiense que llegó a ser internacional por su país de balonmano, hizo el salto inicial en León con un equipo en el que había un futuro y conocido actor, Squarcia, y en el que los nombres míticos del club se acumulaban: Farré, Wood, Izquierdo, Lluch, Guillem o el capitán Belloch. Ganaron aquel partido, mas lo mejor estaba por venir.

Al año siguiente, incorporó al mítico técnico Antoni Serra. Lo cambió todo, desde idear un escudo a proponer gradas de mecanotubo en la fría Fonteta para volver a ese pabellón. Aquel equipo de los Mayes, Orlando Philips, Iñíguez o Coteron ascendió en Santa Coloma a lo grande. Perdiendo por 10 a falta de 4 minutos, Bingenheimer le dio un codazo a Coterón. El partido se transformó para siempre, con Solsona sentenciando desde el exterior el ascenso un inolvidable 4 de mayo del 88.



La ACB era un hecho. Primera parada, la A-2. Y llegó Brad Branson, un jugador de dibujos animados para unos niños convencidos de que todo era posible viendo jugar al aún hoy líder del club en puntos, rebotes, tapones y valoración. De su mano Miguel Ángel Pou, capaz de batallar con cualquier pívot más alto sin ningún complejo. La juventud de Bosch. Rogers y su tiro tan poco estético como demoledor. El hambre de Salva Díez, el talento de Indio Díaz. El ascenso a la A-1 en el último partido en la carrera de Iturriaga con otra remontada imposible (13-4 para salvar 8 puntos de desventaja en 4 minutos, en el primer duelo) y eterna.

Los derbis contra el Llíria de Rodila, que acabaría siendo ídolo. Qué fácil parecía el baloncesto cuando la pelota estaba en sus manos. O entre sus piernas, como cuando engañó a Lavodrama con un pase por la espalda mientras para lanzar con espacio a continuación. Los grandes empezaban a caer. Paliza al Barça, Indio Díaz saliéndose contra el Real Madrid. El Estu cedía, el Joventut también. Dos prórrogas e invasión de pista en aquella inolvidable jornada.

Las estrellas se sucedían en un basket aún tan inocente como esos pequeños folletos con el nombre, altura, peso y país de cada rival que se repartía en días de partido. Eric Johson y su tiro, sacando el balón desde tan atrás. Conner Henry y aquel inolvidable mate en la cara de Sabonis. La clase de Larry Micheaux. Los 50 puntos de récord de Michael Smith -"creí que había hecho 32"-. Los primeros Playoff perdidos en casa (CAI, Cáceres) cuando el viento soplaba a favor. El susto por riesgo de hundimiento en el pabellón que obligó a suspender el duelo contra el Joventut.

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El proyecto de la 94-95, tan ambicioso en principio con los Warren Kidd, Grant, Crespo o Rod Mason. El llenazo en la presentación para ver el concierto de Revolver. La temporada en la que nada salía. El resbalón de Crespo contra la Penya, las mil historias de Mason. Sus golpes con Quini García en Murcia, el día de los 10 triples, o aquel en el que se la pasó al junior Luengo -18 añitos- para que se tirara el balón decisivo en Ourense. Lo metió. La eliminatoria contra Huesca, el tropiezo del primer encuentro. Las dos derrotas en tierras oscenses. El palmeo de Tinkle, el dolor de un descenso. La idea de desaparición. El orgullo de los desplazados y el cambio de postura de los Roig.

La veda la abrió Vukovic, leyenda del básquet femenino, con un par de Copas de Europa ganadas con el Doma Godella. Galones a Rodilla. Protagonismo para Luengo. También el bombadero Berni Álvarez. Cartwright se hacía notar. A la fase de ascenso. A semis. Bilbao tampoco fue rival. Ya en la final, lágrimas por perder contra Granada de un equipo ganador, que pese a ser uno de los dos mejores, se quedaba sin subir en pista porque ese año no hubo ascensos a la ACB. La plaza libre que había dejado el Amway Zaragoza abrió para siempre la puerta de la élite al equipo valenciano.

"¿Qué por qué soy del Pamesa?", hubiera replicado la madre antes de coger carrerilla. Por los saltos de Swinson, por la inteligencia de Radunovic, por lo bien que se adaptaron Reggie Fox o Tim Perry, por el orgullo viendo la evolución de los Rodilla, Álvarez, Luengo o César Alonso. "Y por la Copa, hijo, y por la Copa del 98". Cuando ni TAU ni Forum ni el Joventut pudieron con el ímpetu de un equipo irrepetible. Las críticas de Julbe y la respuesta valenciana, el mate de Swinson, la narración de Trecet. La Copa eterna, tanto como la frase de Sasa al tenerla en sus manos: "Somos un equipo pequeño con un gran corazón".

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El pequeño había crecido. El pequeño viajó a Europa, debutando contra un clásico, el Broceni Riga, dando paso a una trayectoria continental brillante que casi acaba como en un cuento de hadas en la final de la Saporta, en Zaragoza. Los levantinos remontaron 18 puntos a la Benetton del verdugo Henry Williams hasta ponerse a uno y con balón en el minuto y medo final. Maldito robo de Nicola a un Hopkins que ya escribía su leyenda con el carisma desbordándole.

El pañuelo de Tanoka Beard y sus gestos, pistolas al aire, con cada triple de Berni Álvarez contra el Oostende -casi se cae el pabellón cuando, en contraataque, en lugar de buscar la bandeja fácil se paró para encestar su 7º u 8º acierto exterior- como símbolo del espectacular arranque liguero (12-0) de un equipo que encadenó 21 victorias consecutivas. El Pamesa volvió a ser Pamesa. Final de la Copa perdida, 10 derrotas en 13 partidos, final amargo a un año en el que le hablaron de tú a tú al Kinder Bolonia, rey de Europa por entonces. Aquella mítica plantilla de los Stombergas, Danilovic, Bonora, Ekonomou o los futuros mitos Rigaudeau y Abbio que había vencido de 24 en la ida, sufriendo hasta el final con un Pamesa que creyó en la remontada. +19 al final, +22 después del descanso. El orgullo era eso, pensaban los aficionados mientras se iban con una gorra o un chocolate Kinder a su casa. Los italianos iban sobrados de recursos.

El taronja llamó a la puerta aquel verano del año 2000 para no irse ya más. Ellos hicieron lo propio con la Saporta en 2002. Otro sueño europeo. Otro despertar amargo en plena final, en Lyon (71-81), con Naumoski y su Siena como malos de la película. Tocaba revolución. La más ambiciosa que el club había visto jamás. Se firmó a Oberto y Tomasevic, torres baskonistas con vitola de campeones. El argentino tumbaba al Madrid con una canasta en el último segundo. El serbio un finde salía ovacionado de la capital (25-8-8) y al otro se marcaba el 4º triple doble de la historia (14-13-10), en pleno Playoff.

El Pamesa de Olmos enamoraba. El corazón de Abbio -odiosa lesión- latía más rápido con su canasta final para vencer en San Pablo, Paraíso ganaba partidos con sus triples o su defensa y Kammerichs ponía en pie al pabellón con un coast-to-coast finalizado con salvaje mate contra la Penya. Más aún saltaron los aficionados el día en el que había cerveza gratis para todos si el equipo alcanzaba los 100 puntos. Que se pongan a la cola algunas celebraciones continentales de Euroliga comparadas con la reacción tras el triple final de Asier García para confirmar la borrachera colectiva.



Esa 2002-03 es y será historia. Llegó el primer título, en la ULEB Cup frente al Krka Novo Mesto, para sacarse las espinas clavadas de Zaragoza y Lyon. El triple de Robles, el MVP de Tomasevic. Olmos había dado con la tecla. Tanto que, por fin, el equipo pasó de cuartos. Y de semifinales. Y a punto estuvo de verse con 0-1 en la gran final contra el Barça campeón de Europa tras una puesta en escena colosal. El 3-0 no eclipsó lo más mínimo un curso tan redondo.

En verano, aterrizó Rigaudeau, capaz de llenar en mitad del diluvio el pabellón de Llíria para un partido de pretemporada. Y, cuando en su primer partido de la historia en Euroliga, le ganaron de 25 a la Benetton, muchos fueron los que pensaron que ya se podían morir tranquilos. Se hubieran perdido demasiadas cosas. Aquellos triples del francés para forzar la prórroga, con sentencia de Montecchia (¡107-103!) frente al Efes Pilsen, en su partido 100 en Europa. Aquel duelo entre Tomasevic y Sabonis. La exhibición de Anthony Parker en La Fonteta o la decisión valenciana de no viajar a Tel-Aviv, en días de mucha tensión, despidiéndose de la Final Four. Nadie pudo imaginar que un año de tantas emociones acabaría entre lágrimas, como 13 años después en Eurocup, con el mismo rival y una zona de Scariolo que cambió en 40 minutos el futuro inmediato del equipo.

El conjunto taronja era una montaña rusa. Un día Llompart aparecía con un triple para ganar al Estudiantes sobre la bocina (104-106) y al otro era Ordín el que conquistaba La Fonteta con su CB Granada. Lo mismo Stepp silenciaba el pabellón madridista para ganar in extremis o Sklavos encadenaba 4 triples, un par de días después de la muerte de su padre, para asaltar el Buesa Arena. Entre intermitentes destellos, el Pamesa se metió en la final copera de 2006 y a punto estuvo de lograr una remontada imposible contra el TAU.

Eran años de contrastes, de ilusiones y sinsabores. Lo mismo aparecía el canterano Claver en forma huracanada contra el Real Madrid en Playoff que se lesionaba el ídolo Avdalovic. La élite se resistía, la inversión no respondía, la irregularidad mandaba. En el verano de 2009, Solá anunciaba el cambio de modelo y hasta cambio de nombre, pasando a mejor vida la época Pamesa. "Cultura del esfuerzo", la nueva filosofía: "Nos habíamos transformado en un club de millonarios, es preciso sudar la camiseta". El equipo empezó a sudarla cuando tuvo que remontar 15 puntos en la previa de la Eurocup contra el Dexia Mons, prórroga incluida, para dar paso a una competición que acabarían ganando a lo grande (67-44) contra el Alba Berlín. Los 20 puntos en la primera mitad de semifinales de Nando De Colo, las bombas lejanas de Rafa Martínez, el diente roto de Marinovic, la pizarra de Spahija, la inteligencia de Nielsen, merecido su MVP.



En La Fonteta se acostumbraron a vivir en el alambre en unos años en los que era imposible no identificarse con la garra y amor a la camiseta de Pietrus o Lishchuk. Rafa Martínez y las 7 décimas más felices que vio jamás ese pabellón. La canasta del cajista Dowdell para caer en cuartos ligueros. El triple de Savanovic contra el Olimpija como pasaporte hasta el Top16. El ambientazo contra el Fenerbahçe para entrar en los cuartos de la Euroliga 2011, la grada de animación a reventar. El tifo contra el Real Madrid en el 4º. La victoria. La presencia en Final Four acariciada, solo perdida en el 5º partido. La final de Eurocup perdida contra el Khimki en 2012. La revancha un par de años después en octavos, con esa canasta final de Ribas para evitar la remontada rusa. La Eurocup conquistada tras 4 eliminatorias ganadas con factor cancha en contra. El rodillo taronja de Perasovic, que compensaba aquella exhibiciones firmadas en Valencia en su etapa fuenlabreña.

La era Doellman, vestido de MVP de la 2013-14. El dolor de las semifinales contra el Barça, del 0-2 al 2-2, con un par de triunfos a la heroica en el Palau para caer en el quinto y en el último segundo. Verdugo Huertas. La reacción de 2015, en el primer Playoff de Liga Endesa ganado con factor cancha desfavorable. Los mil partidos ACB. El triple de Harangody que no valió. El triple de Vives que sí lo hizo. El 28-0 con Pedro Martínez, cuando toda Europa miraba atónita. La digna derrota copera, tocando el cielo. El doloroso apagón de Eurocup, tocando el infierno. La rabia liberada, el cambio de chip. La revolución, el renacer. El germen de un Valencia Basket para la historia.

Borrachera de Oriolismo, Will Thomas sonríe. El capitán Rafa con el trofeo, San Emeterio besa el escudo. Pedro Martínez, bañado, Sastre a punto de llorar. Saltan los lesionados Van Rossom y Kravtsov, mientras Vives y Sato se abrazan, mientras Diot y Sikma se sienten plenos, mientras Tobey se encuentra cómodo en la locura. La locura del campeón.



Sí, campeón. El Valencia Basket, campeón. El Valencia Basket de Lluch y Hopkins. El de Pallardó, Johnson, Albert, Barros, Timinskas, Coterón, Burgos, Izquierdo o Maluenda, campeón. El de las estrellas, el de los modestos, el de los fichajes que no funcionaron, el de los que sorprendieron. El de Toni Ferrer, el de Pedro Martínez. El de la espantada de Tucker o las mil etapas de Dikoudis. El de la victoria en el OAKA o el de la camiseta de C.O.Jones detrás del banquillo. El de Giddens y su dieta, el de la remontada de 22 puntos en Riga, aquel que una vez le ganó por 51 al Valladolid y otra perdió en su cancha por 37 contra el Estu. El del 122-120 contra el CAI para acabar cayendo en cuartos una eliminatoria que empezó con +38. El de los 121 puntos en San Sebastián, el del aniversario, el de las celebraciones. El del 11 retirado de Rodilla, el del 15 eterno de Luengo. El del futuro, el de L'Alquería.

Y el de su gente. El Valencia Basket de los que lloraron el 5 de abril. De los que volvieron a hacerlo un par de meses después, a las puertas del verano, con lágrimas de otro sabor. Más cálidas. El Valencia campeón de los que viajan, el de los que se ponían nerviosos con solo imaginar un 16 de junio. El de las redes, el del viejo foro. De Riera a Pou, de La Rodi a Sasa Radunovic, pasando por Hopkins, Fede K o Bomayé. Década y media de sueños virtuales, una noche de verano real, muy real. Quizá, ahora, sea el momento de rescatar aquel viejo post de hace 14 años. Quizá, ahora, sea el momento de preguntarse si, metafóricamente al menos, ya pueden morir en paz tras haber pintado el paraíso de taronja. O quizá no. Quizá porque merece la pena seguir imaginando más 16 de junio, aunque por el camino siga habiendo verdugos, zonas o finales que se escapan con impotencia. El pasado mira, el futuro observa. El presente ríe. En 73 días hay un mundo. En 31 años, una vida. En una noche… todo puede cambiar en una noche.

"¿Que por qué se hicieron del Valencia Basket? Por todo eso, hijo, por todo eso..."